Laura Arau •  Memoria Histórica •  01/02/2017

Un grito a la memoria: 69 años en la diáspora

Unas 470 mil personas palestinas viven refugiadas en Líbano, después de 69 años. Están invisibilizadas, confinadas en campos de refugiados y no disponen de derechos civiles ni sociales. Forman parte de los 7 millones de refugiados palestinos que se prevé que hay en el mundo –5 millones inscritos en la UNRWA– y del total de 65,3 millones de personas que se han visto forzadas a desplazarse de sus países. La población refugiada palestina, a pesar de ser una de las más grandes en el mundo, es la eterna olvidada.

La ‘Nakba’ palestina y la complicidad de Europa

El drama de la población refugiada palestina se inició en el que la memoria colectiva de este pueblo llama la ‘Nakba’ (el desastre). En 1948, con la creación del estado de Israel, se expulsaron a más de 800 mil personas palestinas de su tierra. De esta manera, Israel comenzaba la limpieza étnica de Palestina, que durará hasta el día de hoy.

Mapa de la ocupación de Palestina

La ocupación de Palestina no se puede entender sin situarnos en 1947 cuando, tras la Primera Guerra Mundial y bajo mandato británico, la Asamblea General de Naciones Unidas, a través de la resolución 181, estableció la partición de Palestina en dos estados -uno judío y otro árabe dejando a Jerusalén bajo control internacional. Se estableció así el germen impulsor de varias guerras y armisticios en la zona. Israel ha expulsado el 85% de la población palestina de sus tierras, convirtiéndolas en desplazadas y refugiadas.

A mediados de 1949 las Naciones Unidas crearon la UNRWA (United Nations Relief and Works Agency for Palestine Refugees in the Near East) para asistir a las personas refugiadas palestinas y proporcionarles educación, atención sanitaria, servicios sociales… Sus campos de refugiados, establecidos como temporales, terminaron siendo permanentes, aunque las Naciones Unidas les reconocieran su derecho al retorno, a través de la resolución 194. El texto resuelve que “las personas refugiadas palestinas que deseen regresar a sus casas y vivir en paz con sus vecinos, deben ser autorizadas a hacerlo lo antes posible, y se debe pagar una compensación a las que decidan no regresar, así como las que sufrieron daños o pérdidas de las sus propiedades”. Israel nunca ha reconocido esta decisión y no ha movido un dedo para su aplicación.

Con todo, la ocupación de Palestina ha provocado varias oleadas de personas desplazadas y refugiadas internas y en países árabes vecinos como Líbano, Siria, Jordania y Egipto. Estos refugiados, no sólo han sufrido vulneraciones de sus derechos humanos en territorio palestino sino que, también, en los países de acogida. Las migraciones de población provocadas por la ocupación de Irak, la guerra civil del Líbano o la guerra de Siria han provocado que la población palestina sea doblemente refugiada. A día de hoy, los refugiados y sus generaciones de descendientes suman ya más de 7 millones de personas -según datos del Badil Resource Center– que, ubicados en unos sesenta campos, aún esperan una solución por parte de la comunidad internacional, que es la primera responsable de la partición de Palestina y del reconocimiento del estado de Israel en el que habían sido tierras palestinas.

Los campos de concentración del siglo XXI

La presencia de población refugiada palestina en el Líbano se remonta a la expulsión provocada durante la ‘Nakba’. La primera oleada de población refugiada llegó al país en 1948. La mayoría de personas habían dejado sus casas con la esperanza de volver cuando las cosas se calmaran en la zona. No fue así y se establecieron en distintos campos del sur del Líbano. Las siguientes olas llegarían en 1967, con la ocupación de Cisjordania y Gaza por parte de Israel; 1970, con la expulsión de la resistencia Palestina de Jordania; y el año 2013, con la guerra en Siria.

Actualmente, Líbano acoge a unas 470 mil personas refugiadas de Palestina (un 10% del total de su población) repartidas en 12 campos oficiales. Algunos de ellos están rodeados de paredes de hormigón armado y controlados por militares libaneses. Las presiones sobre estos campos aumentan cada vez más, convirtiéndolos en guetos y transformándolos en los nuevos campos de concentración del siglo XXI.

Nuevo muro en Ein El Hilweh

Semejante a los muros que separan en Cisjordania y en Gaza del resto de la Palestina ocupada, Líbano está construyendo un muro, de unos 6 metros de alto y con torretas de control, alrededor del campo de refugiados Ein El Hilweh. Aunque las autoridades libanesas confirman el paro de su construcción, los residentes en el campo confirman que se sigue levantando.

Ein el Hilweh es un campo situado en la periferia de la ciudad libanesa de Sidón, a unos 40 km al sur de Beirut. Este campo de 2 km2 es el más grande del Líbano y está rodeado por un muro que tiene cuatro puntos de control del ejército libanés, con acceso para coches y personas. El campo fue creado en 1948 y es considerado la capital de la diáspora palestina. Se calcula que actualmente viven unas 110 mil personas -de hasta tres generaciones-, 20 mil de ellas palestinas provenientes de Siria.

El campo Ein El Hilweh está dividido en varias regiones que son controladas por 16 facciones políticas y religiosas que, en el último año, han reforzado su coordinación. “Hemos creado una liga entre la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) y las fuerzas islámicas”, nos comentaba Munir Al-Maqda, el principal jefe militar de Al Fatah en Líbano y coordinador de la seguridad en el campo Ein El Hilweh.

Los enfrentamientos entre facciones y el aumento de la visibilización de armas en el campo provoca inseguridad a los habitantes del campo. Incluso, algunos centros de salud y escuelas, que se encuentran situados en zonas calientes, han notado una baja de usuarios. “Nosotros hemos tenido que retrasar el programa establecido en nuestro centro porque, con los enfrentamientos, muchas familias no dejaban venir a sus hijos al centro. Las facciones palestinas deberían estar unidas y pensar más en su población”, comentaba Sara Mostafa, coordinadora del ‘Centro de Solidaridad Social’ que se encuentra en una de estas zonas.

“Las facciones palestinas deben pensar en lo que les une y no en las pequeñas cosas que los separan. La unión pasa por saber alejarse de lo ideológico o religioso y centrarse en la justicia; en lo que es vida y es real. Desde la izquierda tenemos que aprender de las lecciones del pasado y tenemos que saber equilibrar los valores con la estrategia política”, comentaba Amer Al-Sammak, director del ‘Hospital Al-Needa’y cercano a las ideas del Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP). De hecho, la división entre facciones políticas en Líbano es una réplica de lo que ocurre en el resto de Palestina. “Evidentemente, el primer beneficiado de nuestra división es la ocupación israelí y sus actividades coloniales: les permite una creciente judaización de las tierras palestinas, un aumento de la construcción de asentamientos y el traspaso de todas las líneas rojas en la limpieza étnica que Israel practica diariamente contra nuestro pueblo”, reflexionaba Al-Maqda, que aseguraba que tienen un claro objetivo de trabajar a favor de la unión de las diversas fuerzas políticas palestinas.

foto02_punt_de_control Visibilización de armas

Aunque Ein El Hilweh ya está rodeado por un muro de entre 2 y 3 metros de alto, las autoridades libanesas creen que es necesaria la construcción de un segundo muro de 6 metros “para controlar la entrada de grupos armados radicales que están alimentando la violencia dentro de los campos”. “La tarea para mantener la seguridad en el campo se lleva por acuerdo mutuo entre las autoridades libanesas y las facciones palestinas, aunque no se ha cometido ninguna infracción dentro del campo que haya puesto en peligro la seguridad libanesa”, comentaba Al-Maqda. “Han diseñado una solución rápida para un problema complicado pensando sólo en la teórica seguridad y dejando de lado el impacto social que el muro provoca”, denunciaba Al-Sammak.

“Socialmente es una decisión errónea porque eso instiga a un aumento del odio entre la población palestina y la libanesa”, reflexionaba Mostafa. La construcción de este segundo muro, que se prevé levantar a menos de 3 metros de las casas, supone para la población palestina que allí vive, una nueva barrera de separación y aislamiento. “Esto cada vez se parece más a vivir en una prisión al aire libre. Están convirtiendo el campo en un gueto. Parece ser que, incluso, se están colando algunas personas perseguidas por el gobierno libanés. Y nos castigan a todas”, comentaba Mokarram Khatib, directora del ‘Centro Makram el Desarrollo Social’.

Discriminación institucional

Según datos de la UNRWA, los campos oficiales que coordina esta organización están superpoblados y carentes de infraestructuras. La mayoría de su población está en paro y muchos de los puestos de trabajo a los que las personas refugiadas pueden acceder son temporales y sin beneficios sociales. Se les niega el derecho a poseer propiedades y se enfrentan a medidas restrictivas en el ámbito sindical y laboral. 69 años después de su llegada a Líbano, la población palestina refugiada sigue siendo considerada como extranjera y continua sufriendo discriminación legal e institucional.

Campo de refugiados Ein El Hilweh

De acuerdo con el derecho libanés, el estatus de refugiado palestino priva a esa población de disfrutar de los derechos sociales y civiles básicos en este país. La razón es la negativa de los grupos cristianos a ampliar sus derechos, que temen que esto derive en una naturalización de la población palestina; y eso altere su delicado equilibrio sectario. El país tiene una población autóctona de unos 4,5 millones de habitantes, donde conviven 18 sectas religiosas diferentes, y se rige por un sistema político confesional que trata de repartir el poder entre todas las confesiones. En caso de que la población palestina refugiada recibiera los mismos derechos que el resto de población libanesa, la comunidad suní ganaría los supuestos 470 mil votos de la población palestina. Esto alteraría los resultados habituales de las urnas, a favor de esta comunidad. Hay que tener en cuenta, también, que la población libanesa está resentida con la palestina por la participación que tuvieron varios grupos palestinos armados en la guerra civil libanesa. Con todo, Líbano es la región de acogida donde la población refugiada palestina tiene menos derechos, en comparación con Siria o Jordana.

Mokarram Khatib

Mokarram Khatib nació en 1969 en el campo de refugiados Ein El Hilweh. A pesar de haber estudiado la carrera de Derecho no puede ejercerla. Khatib sufre discriminación laboral. La suya y hasta 72 profesiones -como las de medicina, ingeniería, farmacia, periodismo…- son prohibidas a la población palestina residente en el Líbano, desde el año 1982. “Tenemos la educación, las cualidades y los conocimientos pero nos privan el derecho al trabajo”, nos comentaba. Aunque ahora es la directora del ‘Centro Makram para el Desarrollo Social’, no deja de perder la esperanza. “Espero poder trabajar como abogada al menos una hora en mi vida. Ojalá lo pudiera hacer en Palestina”. La familia de Khatib fue expulsada de Palestina por Israel en 1948. “Mi madre llegó a Líbano con un barco que estuvo a punto de hundirse y mi padre lo hizo a pie”. Khatib es hija de la diáspora y resiste desde su primer día de vida, desde el campo Ein El Hilweh. Ahora, transmitiendo conocimiento y cultura a su alumnado.

Amer Al-Sammak

Amer Al-Sammak es un referente en el campo Ein El Hilweh. Este doctor palestino, que nació en 1956 y pasó su infancia en Gaza, fue uno de los impulsores de la ‘Asociación Human Call’ en Líbano, que gestiona el ‘Hospital Al-Needa’; el único hospital que se encuentra en el campo Ein El Hilweh. “No podía trabajar como médico en el Líbano y en este campo de refugiados había necesidad de tener un hospital por la cantidad de heridos que dejaban los conflictos internos. Teníamos que cuidar a nuestra gente”, reflexionaba. La consulta de Al-Sammak no es como cualquier otra. Llaman la atención los libros de medicina en ruso y una foto de Che Guevara. “Es un símbolo de las ideas revolucionarias. El Che tenía su propia manera de entender el socialismo. Me identifico mucho con él”, comentaba. “A mi edad no puedo dejar de aprender y estudiar sobre mi especialidad clínica pero también sobre política y estrategia. Necesitamos tener una sociedad fuerte y apoderada para resistir a la ocupación”, reflexionaba Al-Sammak que, desde el campo Ein El Hilweh, sigue manteniendo viva la identidad palestina.

Según el informe ‘Survey on the socioeconómico status of palestine refugees in lebanon’, publicado en 2015 por la Universidad Americana de Beirut y la UNRWA, la población palestina refugiada en Líbano se enfrenta actualmente a una de las peores condiciones socioeconómicas de la región. A pesar de las leyes discriminatorias que obstaculizan la capacidad de mejora de sus condiciones de vida, organizaciones y personas luchan, día a día, apoderando la sociedad palestina y manteniendo viva la identidad de su pueblo. La población palestina residente en Líbano resiste. No quiere ser naturalizada sino que se le garantice el derecho al retorno a sus lugares de origen, en Palestina.

Fuente: https://laura-arau.com/2017/02/01/un-grito-a-a-memoria-69-anos-en-la-diaspora/


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