Salvador López Arnal •  Opinión •  18/04/2023

“Contra el reformismo y el espiritualismo”. Entrevista a Alfredo Apilánez sobre “Los ‘vicios’ del ecologismo”

Presentación del propio autor: “Soy economista de formación -o más bien, si se me permite la humorada, de “deformación”- y profesor de ciencias sociales. Mi actividad investigadora se ha desarrollado principalmente en los ámbitos de las finanzas y de la crítica de la ortodoxia económica y de la barbarie capitalista. Mi primer libro [Las entrañas de la bestia. La fábrica de dinero en el capitalismo desquiciado, Dado Ediciones, Madrid, Diciembre de 2021] publicado el año pasado, es el principal fruto de ese trabajo”.

Centramos nuestra conversación en su último libro, publicado por la editorial El Viejo Topo.

Aunque hayas entrecomillado “vicios”, el título de tu último libro hace pensar en una crítica al ecologismo. ¿Este es el nudo central?

Sí, estás en lo cierto. El libro es una crítica de los planteamientos y de las propuestas político-sociales del movimiento ecologista. Pero, como bien dices, las comillas introducen un matiz muy importante en ese objetivo principal del texto. Se trata de resaltar que se trata de una crítica fraterna, que parte del reconocimiento de la enorme relevancia -se trata sin duda del asunto “de la hora”- del esfuerzo por poner de manifiesto el carácter ecocida del sistema social vigente, realizado desde sus orígenes por el movimiento ecologista. Esta intención de realizar una crítica constructiva, que en ningún caso minusvalore la relevancia de las cuestiones tratadas ni la importancia vital de la lucha contra la catástrofe en curso emprendida, contra viento y marea, por el movimiento ecologista, explica las comillas del término “vicios” en el título de la obra.

Pero podrá apuntarse que tu “crítica constructiva” puede perjudicar o contribuir a paralizar un movimiento ciudadano que apunta, tal como tú mismo dices, al asunto “de la hora”.

Creo, si me permites la objeción, que ese no debería ser el caso en absoluto. Las críticas constructivas, que comparten lo esencial con lo “criticado”, deberían contribuir, en mi opinión, a lo contrario, a fortalecer al movimiento -aún más extendido en círculos académicos y de activistas que en el ámbito popular, a pesar de su indudable crecimiento reciente en apoyo y en organizaciones sociales- en lugar de debilitarlo o, como dices, “paralizarlo”. Máxime cuando, en mi caso, se trata como digo de una crítica fraterna, desde el acuerdo básico de partida acerca de la incompatibilidad de esta forma de organización social aberrante con la preservación de un metabolismo socionatural mínimamente viable. El ecologismo recibe críticas furibundas por parte de la derecha reaccionaria, pero no es ni mucho menos tan habitual que ocurra desde posiciones de izquierdas, por parte de compañeros de viaje, como se decía antiguamente. Y creo que ese cuestionamiento constructivo es muy necesario para evaluar y, en caso necesario, mejorar -como reza el subtítulo del libro-, la coherencia entre la dureza del diagnóstico acerca del ecocidio rampante hacia el que nos dirigimos sin remisión y, por otro lado, las estrategias o medidas políticosociales propuestas para atajarlo. En cualquier caso, la cuestión de fondo esencial que subyace a mi crítica sería la necesidad de potenciar la lucha por la integración, conservando obviamente sus particularidades y autonomía, de los llamados movimientos sociales -el ecologismo y el feminismo serían sin duda los más destacados- en el tronco común de la tradición emancipadora de la izquierda bajo un estandarte inequívocamente anticapitalista. Ese es, estoy convencido de ello, el nudo gordiano que habría que cortar para evitar cierto ensimismamiento endogámico que se observa en los -como los calificaba Francisco Fernández Buey- movimientos de “un solo asunto”, y también uno de los aspectos neurálgicos que analizo en mi crítica constructiva. Pero insisto en que el objetivo fundamental de la tarea que trato de desarrollar es poner un granito de arena en la potenciación del ecologismo como movimiento social anticapitalista, sin cuestionar ni un ápice su denuncia de la gravedad de la situación actual, como sí hacen continuamente los reaccionarios “negacionistas” y los espadachines a sueldo mediático-corporativos de los intereses del business as usual.

Para que no haya dudas: ¿tu crítica tiene algo que ver con el negacionismo del cambio climático antropogénico?

En absoluto, más bien todo lo contrario, como ya supondrás. La hecatombe que mencionas, junto con el resto de los acerbos rasgos de la aparatosa colisión del organismo socioeconómico regido por la acumulación de capital con los límites biofísicos del planeta, constituye, sin el más mínimo atisbo de duda, el acontecimiento más importante de nuestra época, ya que pone a la actual organización social aberrante frente a lo que Cornelius Castoriadis denominaba la ‘carrera hacia el abismo’ y el riesgo cierto de destrucción de las condiciones mínimas para una vida digna en un planeta habitable. La evidencia científica es tan abrumadora al respecto que no merece la pena insistir en ello. Precisamente, uno de los objetivos del libro es fundamentar la incompatibilidad radical del sistema capitalista con cualquier noción razonable de autocontención y establecer por consiguiente la condición de ciego e insaciable depredador de la naturaleza de un régimen de organización social basado en la acumulación de capital en manos privadas. Si me permites, hay una cita de Manuel Sacristán que describe muy bien ese rasgo intrínsecamente ecocida del capital: “No es posible conseguir mediante reformas que se convierta en amigo de la Tierra un sistema cuya dinámica esencial es la depredación creciente e irreversible”. Huelga decir pues que el planteamiento que desarrollo se sitúa en las antípodas de lo que calificas como ‘negacionismo’, que no es más que otra derivada patológica de la barbarie potenciada por los apologistas del capital en pos de ocultar las siniestras implicaciones de sus actos. Por cierto, aprovecho para recomendar el excelente trabajo sobre los distintos niveles existentes de negacionismo desarrollado por Jorge Riechmann (https://theconversation.com/la-crisis-del-coronavirus-y-nuestros-tres-niveles-de-negacionismo-134749) que muestra que el problema es mucho más sutil y está mucho más extendido entre las mayorías sociales de lo que pudiera parecer.

Hablas de ecologismo, pero el ecologismo, como el ser aristotélico, ¿no se dice de muchas maneras y algunas de ellas son serias, críticas, trabajadas científicamente y muy anticapitalistas?

Totalmente de acuerdo con lo que dices. Sin duda hay muchos ecologismos y sensibilidades muy diferentes dentro de un movimiento sumamente heterogéneo. Ni que decir tiene que no considero como tal el greenwashing corporativo-mediático de los espadachines a sueldo del capital, centrado actualmente en la promoción de imaginarias transiciones ecológicas al “todo renovable” o en aberraciones palmarias como el ‘cero neto’ o la ‘captura de carbono’, todo ello únicamente en aras de preservar a toda costa el business as usual.

Las distintas “sensibilidades” existentes en el movimiento ecologista que va “en serio” podríamos dividirlas pues entre los que aceptan la posibilidad de introducir ajustes y reformas en la maquinaria de la acumulación -destacadamente, el llamado Green New Deal keynesiano o los más granados representantes de le economía ecológica-, que se situarían en lo que podríamos denominar la izquierda del capital y, por otro lado, los que afirman, al menos en principio, la necesidad de superación del capitalismo y la imposibilidad de encauzarlo hacia un desarrollo mínimamente respetuoso con los límites biofísicos planetarios. Pero, y aquí es donde entraría la crítica que desarrollo en el libro, lo sorprendente es que incluso entre los que se consideran a sí mismos anticapitalistas, como los que se encuadran en el ecosocialismo de estirpe marxista o en el ecologismo social de cariz anarquista, las propuestas sociopolíticas que desarrollan no se corresponden -siempre con notables excepciones- con esa sedicente profesión de fe antagonista. Esa marcada inconsistencia entre los medios y los fines que, en mi opinión, aqueja a las tendencias mayoritarias del movimiento ecologista, fue el punto de partida de la indagación que dio origen al libro.

¿No es algo exagerado (incluso sesgado) calificar a los partidarios del New Green keynesiano de izquierda del capital?

Bueno, quizás lo mejor antes que nada si te parece sea clarificar los conceptos.

De acuerdo, adelante con ello.

¿Qué es el Green New Deal? Podemos dar la palabra a uno de sus adalides en España, Emilio Santiago Muiño: “Los partidarios del Green New Deal, o del Pacto Verde, defenderían la estrategia de impulsar políticas públicas ambiciosas que desarrollen reformas estructurales con dos patas: por un lado la modernización ecológica de la economía como centro de gravedad de un nuevo modelo productivo, con especial énfasis en la descarbonización energética, pero no solo (podría incluirse también la agroecología, la economía circular, el urbanismo…); por otro lado, y casi tan importante, un incremento sustancial de la distribución de riqueza (ligada por ejemplo a proyectos como la renta básica o la reducción de jornada laboral) que conllevaría, en paralelo, un aumento de la regulación política sobre las lógicas de mercado”.

Pues bien, por mucho que me esfuerzo no logro ver en la descripción anterior nada que ni por asomo remita a escenarios rupturistas o anticapitalistas.

¿Y qué es lo que ves entonces?

Más bien, lo que se desprende de lo anterior es, ni más ni menos, que la encarnación de la quimera, típica del planteamiento reformista tradicional, fundada en pretender conciliar la preservación de la rentabilidad del capital con la entelequia de la transición ecológica que, dicho sea de paso, tiene ministerio propio y es el nuevo gran nicho de mercado de las grandes multinacionales energéticas y constructoras en pos de succionar dinero público -en lugar destacado, el ansiado maná de los fondos Next Generation EU, que también comparten el mantra de la ‘descarbonización’ como uno de sus ejes centrales- a mayor gloria de sus abultadas cuentas de resultados. Es decir, que estamos ante lo que siempre se denominaron políticas socialdemócratas keynesianas, basadas en la inversión pública y en la redistribución de la riqueza a través de políticas fiscales, el periclitado sueño dorado del retorno del Welfare State y de la función amortiguadora y redistributiva de las políticas públicas, un contexto histórico siempre idealizado por los irredentos creyentes en el ensueño de meter en vereda al capital y, en cualquier caso, desaparecido hace medio siglo ante el embate de las políticas neoliberales.

Pero hay un rasgo más que, en mi opinión, hace aún más irreales tales quimeras: en la actual coyuntura de degradación capitalista y de agudización de sus incurables contradicciones, de guerras imperialistas como la que presenciamos actualmente en Ucrania, ecocidio rampante, desigualdad social disparada y crisis recurrentes de creciente virulencia, la posibilidad de regulación o “reverdecimiento” del capitalismo para reconvertirlo, a través de formidables inversiones estatales -un Estado, no lo olvidemos, sin soberanía monetaria, totalmente sometido a los implacables y antisociales dictados del capital financiero- hacia el uso masivo de tecnologías verdes no fosilistas que atenúen la catástrofe ambiental es un oxímoron flagrante, cuya constatación comprobamos día tras día con el fiasco de los fondos Next Generation UE, la lluvia de millones que iba a ponernos en la senda de las cacareadas transición ecológica y la digitalización. Como explica muy bien Antonio Turiel, sin una reestructuración radical -por tanto incompatible con el código genético expansivo de la acumulación de capital- de las actividades económicas hacia una drástica reducción del actual ritmo de producción y consumo de materiales y energía, no habrá transición verde al “todo renovable”, por muchos miles de millones que se inviertan en el proceso: la Tierra simplemente no da para tanto. En definitiva, habría dos argumentos que refutarían la pertinencia del planteamiento que encarnan los partidarios del “mal menor” que representa el Green New Deal: ni existen las condiciones biofísicas para una transición energética digna de tal nombre, que sólo sería posible en un escenario poscapitalista y con una reducción drástica del consumo de energía y materiales, ni tampoco tiene el Estado neoliberal la más mínima posibilidad de lograr que esa pretendida “revolución ecológica” no sea otra cosa que una vuelta de tuerca más en el panorama de destrucción ambiental que procura sin coto el capital desembridado.

Pero podría señalarse tal vez que los partidarios del Green New Deal no construyen quimeras, no defienden utopías irreales, que la correlación de fuerzas existentes no permite, por el momento, una enmienda a la totalidad del sistema capitalista, esa reconstrucción radical a la que aludís Turiel y tú, finalidad, por otra parte, con la que, tal vez podrían añadir, también ellos se identifican.

Te diría que esa referencia -sin duda por desgracia cierta, qué duda cabe- a la muy desfavorable “correlación de fuerzas” que mencionas remite al argumento clásico reformista del “mientras tanto”, una apelación a la eficacia de las medidas paliativas, es decir, mientras no se den las condiciones para la enmienda a la totalidad del sistema a la que te refieres al menos -rezaría su razonamiento- quedémonos con la lucha por los arreglos de detalle y los microavances. Daría dos argumentos en contra de esa posición clásica del reformismo desde sus orígenes en la obra de Bernstein: en primer lugar, tales microavances, a pesar de la existencia de gobiernos “progresistas”, no se están produciendo: no ha habido ni por asomo -todos los parámetros socioeconómicos indican más bien lo contrario- en cinco décadas de hegemonía neoliberal una mejora significativa de la distribución de la renta ni de la riqueza, ni de las condiciones de vida de las clases populares en el acceso por ejemplo a los servicios básicos. Y, en segundo lugar, tampoco se ha robustecido -más bien, de nuevo, lo opuesto se acercaría mucho más a la realidad- la fortaleza de la herramienta estatal-institucional como dique de contención y de reequilibrio frente al poder del capital, totalmente amputada de autonomía fiscal o soberanía financiera, y sometida completamente a la preservación de las cuentas de resultados del capital financiero y corporativo. Ante estos dos hechos, en mi opinión irrefutables, la respuesta de las fuerzas políticosociales reformistas con presencia institucional ha sido también doble: por un lado rebajar hasta extremos inauditos sus propuestas, abandonando las posiciones tradicionales de la izquierda -nacionalizaciones de sectores básicos, sin ir más lejos- para conformarse con medidas de contención de emergencia o arreglos de detalle -que celebran, por cierto, como si fueran la toma del Palacio de Invierno- que no modifican en absoluto las estructuras económicas hegemónicas ni arañan siquiera la apisonadora del poder privado del capital. Y, por otro lado, desplazar sus objetivos hacia las cuestiones socioculturales que -a pesar de su indudable importancia- no tienen que ver directamente con las condiciones de vida de las clases populares, con lo que siempre se llamó lucha de clases y por lo tanto no chocan directamente con los poderes fácticos con mando en plaza. Eso se ha abandonado, ante la imposibilidad de introducir cambios sustanciales en el “reparto de la tarta”, casi por completo.

Como resultado de lo anterior, el reformismo actual, derechizado e impotente, es un lastre para una auténtica transformación social ya que tiende a legitimarse y a justificar su inanidad a la hora de alterar realmente el statu quo a través de la destrucción de los movimientos sociales críticos que en un principio nutrieron el “asalto a los cielos” institucionales, ahogando por tanto aquello que aún está en ciernes. La confusión ideológica y moral, que provocan la mala conciencia y la necesidad de justificarse ante la falta de resultados concretos y la sistemática decepción provocada en sus bases de apoyo por la pobreza del balance de logros, y la destrucción de los colectivos populares verdaderamente transformadores que los nutrieron son, en mi opinión, los daños colaterales de la aceptación por parte de las fuerzas teóricamente progresistas de las reglas del juego institucionales.

¿Por qué hablas de abismo entre el diagnóstico y las soluciones? ¿Dónde reside ese abismo? ¿En la ausencia de soluciones? ¿En su imposibilidad práctica?

Para no reiterar lo ya expuesto quizás resulte útil poner un ejemplo que en mi opinión explica muy bien ese abismo al que te refieres y que remite al subtítulo del libro. En una reciente y sumamente interesante publicación (https://jussemper.org/Inicio/Recursos/Info.%20econ/Resources/NFitzpatrick-Etal-ExplorandoPoliticasDecrecimiento.pdf) se recopilan, tras una cartografía sistemática, las principales propuestas político-económicas del movimiento decrecentista -la rama actualmente más en boga del ecologismo crítico y sedicentemente anticapitalista-. Pues bien, las medidas estrella que destacan muy por encima del resto serían, entre otras, la renta básica universal, el trabajo garantizado, las cooperativas y las ecoaldeas. En toda la profusa y metódica recapitulación realizada por los autores no aparece ni una sola medida que pudiera incluirse en lo que tradicionalmente se ha considerado como izquierda revolucionaria, ni de raigambre marxista ni anarquista. No sólo eso, los principales adalides del decrecentismo, del colapsismo, del ecosocialismo e incluso del ecologismo social de cariz libertario -de nuevo con notables excepciones- no se apartan ni un ápice de lo que en la tradición de la izquierda siempre se consideraron planteamientos socialdemócratas, de carácter acusadamente reformista y centrados principalmente -la renta básica sería el símbolo paradigmático- en la redistribución de la riqueza en el ámbito de la circulación. Y quiero dejar claro que no me parecen malas medidas ni mucho menos, pero sí de todo punto insuficientes para cambiar el rumbo del Titanic en el que vamos embarcados actualmente y, sobre todo, totalmente impracticables bajo la actual hegemonía neoliberal, caracterizada por la completa amputación de los mecanismos a través de los que el demediado Estado-Nación podía intervenir en las cuestiones que afectan realmente a las condiciones de vida de las mayorías sociales. De ahí que, como explico en el libro, el “vicio” que subyace a tales planteamientos sea la ilusión de meter en vereda -”poner a dieta”- al capitalismo degenerativo, modificando el reparto de la tarta a favor de las clases populares a través de la intervención fiscal del papá Estado. Tal escenario -e insisto en que lo digo con tristeza- ni está ni se le espera.

En resumen, el contraste entre la rotundidad y el dramatismo del diagnóstico y la pusilanimidad de las soluciones propuestas por las corrientes dominantes dentro del ecologismo crítico no puede ser más llamativo. De ahí el subtítulo y también el tema principal del libro.

Permíteme que insista: el realismo político bien entendido, el que no pierde de vista las finalidades, ¿no exige en ocasiones este tipo de recorridos indirectos? ¿No representa lo que describes avances en la buena dirección?

Sin duda podrían serlo como dije antes, y todo sería mucho más fácil si así fuera, de hecho creo, si me permites la broma, que a todos nos gustaría en el fondo ser reformistas y alimentar la ilusión de la posibilidad de lograr cambios graduales y tranquilos, respetando las reglas del juego de la democracia formal. Todo sería mucho más sencillo de ese modo, qué duda cabe. El problema es que toda la historia reciente del último medio siglo de hegemonía neoliberal ha tenido como pilar fundamental la amputación de las posibilidades de que esos avances en la buena dirección a los que te refieres se produzcan. Y huelga decir que el éxito de tal involución ha sido rotundo. Tenía toda la razón el magnate financiero Warren Buffet cuando dijo aquello de que “la lucha de clases existe y nosotros la vamos ganando”. Por goleada, habría que añadir.

Sí, sí, de acuerdo, por goleada tal como señalas… sin olvidarnos del esfuerzo, lucha y resistencia de muchos colectivos y organizaciones que obran en sentido contrario.

Sí por supuesto, qué duda cabe de que por fortuna existen múltiples colectivos y organizaciones que conjugan la condición de atisbos de lo que podría ser “un mundo nuevo” y, paralelamente, son ejemplos de luchas y resistencias contra la depredación del capital. ¡Qué sería de nosotros si no fuera así, si no hubiera al menos esos gérmenes de resistencia! Pero, como trato de argumentar, esos atisbos de esperanza -el zapatismo es, en mi opinión, un ejemplo excelente- surgen de las luchas desde abajo, que no depositan expectativas estériles en el reformismo político-institucional. De hecho, uno de las constataciones fundamentales del desarrollo emprendido en el libro es que, a medida que avanza su degradación, el sistema es más irreformable y sus políticas antipopulares son cada vez más agresivas, y la prueba es que el Estado burgués de la fase neoliberal es totalmente incapaz de desarrollar políticas que vayan contra los intereses del capital y favorezcan a las mayorías sociales. No existe ni ha existido recientemente ni un solo gobierno de este tipo al menos en el mundo rico. Los pocos que lo intentaron -Mitterrand en 1980 o Syriza en 2015- sabemos perfectamente cómo terminaron. ¿Acaso se han reducido los índices de pobreza, de la lacerante desigualdad social, o ha mejorado la facilidad -ahí está el drama de la imposibilidad de emancipación de las generaciones jóvenes- de acceso a la vivienda, el mantenimiento de servicios públicos de calidad o se han revertido las privatizaciones salvajes de los años 80-90, por no hablar de la reducción de las emisiones de gases invernadero y de la atenuación del resto de procesos de destrucción ambiental, a pesar de la profusión de cumbres del clima y de la masiva extensión de la neolengua del greenwashing por parte de los espadachines a sueldo del capital? Me temo que todas ellas son por desgracia preguntas retóricas. El reformismo actual en la piel de toro, encarnado en el actual gobierno español y sus aliados parlamentarios, es -como todos los demás- una farsa limitada a medidas de emergencia, a cataplasmas en pos de preservar in extremis la maltrecha paz social, y a las llamadas ‘guerras culturales’, que no afectan de forma significativa a las condiciones de vida de las clases populares, pero sin ninguna posibilidad real de introducir reformas de calado en la apisonadora capitalista. Y por desgracia, y este es el motivo principal de que la crítica de tales ilusiones sea tan necesaria, también es un freno a las posibilidades de emergencia de movimientos transformadores desde el tejido social de “los de abajo”, por la cooptación y la mala pedagogía que ejercen quienes siguen contra viento y marea alimentando la vana ilusión de la posibilidad de pararle los pies al capital a través de decretos y ministerios. En fin que, si me permites citar de nuevo a nuestro común maestro Manuel Sacristán, te diría que tales intentos de “poner a dieta” al capitalismo son como los “cuentos de la lechera” o el parto de los montes que, tras grandes declaraciones transformadoras, acaban siempre pariendo “ratones” de pequeños cambios sin relevancia estructural, además de desmovilizar y desilusionar a las masas que los apoyaron y de desarmar a los movimientos de base que los nutrieron. Insisto en que lo lamento, pero creo que por el camino de los arreglos de detalle y de las fatigas institucionales, los que se embarcan en este tipo de ilusiones pierden de vista -parafraseando la famosa boutade de Bernstein-, si es que alguna vez lo tuvieron presente, el objetivo final, esa utopía que ahora vemos tan lejana a la que te referías antes.

De la advertencia con la que abres el prólogo: “Antes que nada, es menester hacer una advertencia al lector: este libro está escrito por un outsider”. ¿Qué tipo de outsider eres tú?

Sé que puede parecer un poco extemporáneo, pero creo que, en aras de la honestidad intelectual, era menester poner las cartas boca arriba. Es decir, al advertir desde el principio al lector de que no tengo ninguna cualificación académica ni profesional relacionada con las ciencias biológicas o ambientales, y tampoco ninguna vinculación de militante con el movimiento ecologista, sé que corro el riesgo de ser tildado de advenedizo y acusado de carecer del perfil adecuado para desarrollar la tarea que me propongo. Ni que decir tiene que me parece una opinión legítima, así que sólo me cabe confiar en que el trabajo hable por sí mismo. Por otro lado, y como digo en el prólogo, tal “desvalimiento curricular” tiene una ventaja y un inconveniente. La ventaja es sin duda la libertad e independencia que proporciona la condición de outsider a la hora de tratar temas polémicos sin servidumbres de ninguna clase, y el principal inconveniente es la ausencia de trabajo en equipo, de eso que ahora se llama revisión por pares, en el proceso de gestación del trabajo.

Sí que considero pertinente señalar que, tras un exhaustivo trabajo de investigación, he llegado a la conclusión de que dentro del ecologismo, digamos con mando en plaza académico-mediática, las adscripciones grupales y las servidumbres ideológico-políticas son notorias, aunque en la mayoría de los casos sean también inconfesables. Así pues, si tuviera que añadir un “vicio” más del movimiento ecologista -si bien se trataría de un “vicio” ciertamente menor- este sería muy probablemente su acusada endogamia. Así que quizás la condición de outsider no sea una desventaja del todo.

Obviamente, el juicio final acerca de si la “osadía” que he cometido ha merecido la pena no me corresponde a mí en ningún caso.

¿Podrías darnos un ejemplo de estas servidumbres ideológico-políticas, notorias según dices?

Claro, podría darte varios, pero por elegir el que quizás es para mí más notorio, decirte que realmente me ha sorprendido sobremanera en el trabajo de preparación del libro la ausencia casi absoluta de una crítica por parte de los ámbitos más radicales del movimiento ecologista de algunos de los postulados, en mi opinión, no sólo erróneos sino completamente alejados de la tradición de la economía política clásica y de la izquierda transformadora, de los máximos representantes de la economía ecológica. Lo cual es doblemente sorprendente ya que, aparte de su áspera crítica y del distanciamiento consiguiente del marxismo y de toda la tradición de la economía política clásica, bajo la omnipresente acusación de productivismo prometeico y de ignorar el componente biofísico de la actividad económica, lo cierto es que la mayoría de los postulados teóricos y, sobre todo, de las prescripciones y propuestas sociales y políticas de los más insignes representantes de la economía ecológica están a años luz de lo que sería un planteamiento realmente anticapitalista. Pues bien, partiendo de esta doble premisa crítica que desarrollo en el libro -evacuación del componente social e histórico del análisis económico y propuestas políticas de cariz marcadamente reformista-, resulta sumamente sorprendente que desde los ámbitos académicos, los entornos asociativos y desde el activismo político del movimiento ecologista de los que se consideran a sí mismos anticapitalistas o poscapitalistas como el ecosocialismo, el decrecentismo o el colapsismo, sea casi imposible encontrar una crítica a esos postulados científicos harto discutibles y a esas posiciones políticosociales típicamente reformistas -y, en algún caso concreto, incluso reaccionarias- de los más insignes economistas ecológicos como Georgescu-Roegen, Daly, Naredo, Martínez Alier, etc.

Permíteme interrumpirte. ¿Y qué explicación das a esa paradoja?

La única explicación que encuentro a esta llamativa paradoja es que -más aún teniendo en cuenta que tales economistas ecológicos son considerados maestros por los más prominentes representantes actuales del movimiento ecologista- se trata ni más ni menos que de un tabú -digámoslo de este modo- corporativo. De hecho, en las publicaciones más granadas, en los cursos y grados académicos y en los distintas asociaciones, colectivos ciudadanos o think tank del movimiento ecologista es casi imposible encontrar críticas sobre esta espinosa -aunque en mi opinión muy relevante- cuestión. Más bien al contrario, el tono siempre es incondicionalmente elogioso. En un volumen publicado este año en homenaje al cincuentenario del opus magnum de Georgescu-Roegen, en el que participan ecosocialistas, decrecentistas y demás miembros de la élite intelectual del movimiento ecologista, sólo he podido encontrar una leve crítica a las notables confusiones de Georgescu-Roegen en su áspera y desenfocada crítica a Marx. Tal silencio, viniendo de intelectuales que se incluyen dentro de la tradición marxista y anticapitalista de la izquierda antagonista, no deja de resultar llamativo. Y huelga decir que me parecen muy valiosas muchas de las aportaciones de la economía ecológica y que considero medular su contribución a la comprensión del metabolismo depredador inserto en el adn de la acumulación de capital. Quiero, si me permites, que conste este importante matiz para evitar malinterpretaciones.

Hay más ejemplos -el caso de la denominada “hipótesis Gaia”, sin ir más lejos- de estas notorias servidumbres que muestran cierta endogamia y esprit de corps dentro del movimiento ecologista, pero creo que queda claro el sentido de lo que quiero decir.

Pero esa ausencia de crítica a Georgescu-Roegen a la que aludes tal vez sea porque el objetivo del libro conmemorativo sea otro y porque, perdona el atrevimiento, lo que a tí te parece una áspera y desenfocada crítica de Marx no lo es tanto en opinión de los editores y colaboradores del libro.

Sí, sin duda se trata de un homenaje -además muy necesario, qué duda cabe- y como tal tiene que primar el encomio y el reconocimiento de las enormemente valiosas contribuciones de Georgescu-Roegen a la comprensión de las bases materiales de la actividad económica. Pero aun así, insisto en que resulta muy sorprendente el silencio casi sepulcral acerca de la notables falencias de sus concepciones teóricas y de su ignorancia casi absoluta del consustancial aspecto sociohistórico de la economía política, sin el cual se convierte únicamente en una técnica de gestión de lo existente, es decir de la acumulación de capital.

Pero como digo el libro mencionado es sólo un botón de muestra entre muchos otros. En un sinnúmero de publicaciones acerca de la obra de Georgescu-Roegen por parte de destacados activistas del ecologismo más radical y de representantes de la economía ecológica tales aristas críticas brillan por su ausencia.

Incluso diría que resulta verdaderamente sorprendente que en el volumen citado se viertan encendidos elogios hacia lo que en mi opinión es, cuando menos, un aspecto sumamente cuestionable de los planteamientos filosófico-económicos de Georgescu-Roegen: el culmen del irracionalismo idealista se sitúa en la extravagante “ecuación general del valor” con la que se descuelga el fundador de la bioeconomía en su opus magnum y que reza del siguiente tenor: “La aparente paradojase esfuma si reconocemos el hecho de que el verdadero «producto» del proceso económico no es un flujo material sino un flujo psíquico, el placer de vivir de cada uno de los miembros de la población”.

Ni que decir tiene que planteamientos de este cariz están en las antípodas de la tradición materialista de la economía política marxista que, sin ir más lejos, pretenden profesar por otro lado algunos de los más prominentes decrecentistas y ecosocialistas.

En cuanto al acusado antimarxismo del ilustre matemático rumano, y para no extenderme más de la cuenta, valga, como botón de muestra, su peculiar refutación, en tono indisimulablemente paródico, del que califica de “dogma marxista” de la aspiración racional a una sociedad comunista, con el nada original argumento de tildarlo nada menos que de creencia religiosa anticientífica: “El dogma marxista en su forma amplia ha sido frecuentemente aclamado como una nueva religión. En un aspecto, la idea es correcta: al igual que todas las religiones, el dogma proclama que hay un estado eterno de felicidad en el futuro del hombre. La única diferencia es que el marxismo promete tal estado aquí, en la tierra: una vez que los medios de producción estén socializados por el advenimiento del comunismo, eso será el fin de todo cambio social. Como en el cielo, el hombre vivirá después eternamente sin el pecado del odio y de las luchas sociales. Esta tesis me parece tan poco científica como cualquier religión conocida por el hombre”.
Reducir el marxismo a una religión, cuyo dogma fundamental es la socialización de los medios de producción como “estado eterno de felicidad en la tierra”, me parece una caricatura totalmente desenfocada y en las antípodas de la enorme riqueza del análisis crítico desarrollado por Marx de la explotación y la dinámica explosiva del capitalismo que, huelga decirlo, Georgescu-Roegen aparentemente no comprende en absoluto.

También hablabas antes de posiciones políticosociales típicamente reformistas -e incluso incluso reaccionarias en algún caso- de economistas ecológicos como Georgescu-Roegen, Daly, Naredo, Martínez Alier, etc. Sin embargo, varias de las personas que citas han estado en la vanguardia, por decirlo de algún modo, de luchas sociales importantes, no solo en España, y no parecen que se les pueda tildar de reaccionarias.

En primer lugar, permíteme que matice que no he calificado de reaccionarias a tales relevantes figuras de la economía ecológica. En mi opinión, todos ellos podrían encuadrarse dentro de lo que comúnmente se conoce como progresismo, es decir, una posición sociopolítica de izquierda moderada de cariz reformista, y sin duda también es de absoluta justicia reconocer que han participado y siguen haciéndolo como dices en luchas sociales y ambientales importantes y muy necesarias. Ninguna duda como digo al respecto. Sin embargo, resulta ciertamente un poco desilusionante comprobar cómo algunas de sus posiciones y propuestas de política económica y financiera están en las antípodas de ese marco ideológico progresista.

Pondré un ejemplo que me parece muy significativo de lo que denomino “curanderismo financiero” por parte de los autores que mencionas -y también de muchos otros economistas ecológicos y de otros ámbitos sedicentemente izquierdistas-. Me refiero a la entelequia de pretender “arreglar”, como si se tratara de una pieza defectuosa de un engranaje, el carácter explosivo del sistema financiero actual quitándole, lisa y llanamente, a la banca privada su poder de generación infinita de dinero-deuda sin respaldo real, con el objetivo de extirpar el “tumor” de la especulación financiera que alimenta la vorágine de las burbujas y de las explosivas crisis capitalistas.

Pues bien, para apoyar tales quimeras -que parten además de una concepción completamente errónea de la banca como intermediaria financiera entre ahorradores e inversores, falacia extendida por todos los espadachines a sueldo del capital y sobradamente refutada incluso por los propios bancos centrales occidentales-, José Manuel Naredo, por ejemplo, se inspira en la “propuesta de reserva 100%”, original de Irving Fisher y estandarte asimismo del monetarismo de Friedman y Hayek y de los popes de la escuela austriaca, que francamente un poco reaccionarios sí que me parecen. Pero no se queda ahí: para completar el pack del más rancio monetarismo al que Naredo se suma en este caso con entusiasmo, el eminente economista ecológico suscribe sin embozo el vetusto y falaz planteamiento de la escolástica teoría cuantitativa del dinero -origen de todas las concepciones erróneas acerca, sin ir más lejos, de la obsesión por la inflación de la ideología dominante- e incluso defiende el regreso del arcaico “patrón oro”, como medio ilusorio de detener el crecimiento desorbitado del “milagro del interés compuesto”. En fin, creo que con tales antecedentes, de más que dudosa genealogía ideológico-política, resulta harto difícil -por decirlo suavemente- elaborar propuestas de reformas económicas mínimamente progresistas.

¿Para quién has escrito tu libro? ¿Qué lectores has tenido en mente?

Pues te diría que para cualquier persona que se sienta concernida por la acerba realidad actual de guerras, ecocidio y miseria creciente, y el aciago porvenir que se vislumbra para la sociedad humana en caso de no destruir una organización social irracional basada en la acumulación de riqueza en manos privadas y no en la búsqueda del bienestar y la justicia para los sufridos pobladores del tercer planeta del sistema solar. Es decir, el libro está escrito para aquellos que sigan pensando que los únicos valores realmente legítimos siguen estando donde siempre han estado, en la tradición emancipadora de la izquierda y que sientan por tanto la acuciante necesidad de superación de la barbarie a fuego lento en la que nos va sumiendo progresivamente el capitalismo desquiciado. Creo asimismo, como decía antes, que es prioritaria la completa integración de las neurálgicas cuestiones ecológicas en el tronco de la tradición antagonista de la izquierda. Y por ese motivo el libro va dirigido también humildemente a reforzar la convicción de la extrema urgencia de implicar a todos los que creen que otro mundo es, no sólo posible, sino apremiante, en la necesidad de radicalizar el ecologismo hacia posiciones ideológicas y sociopolíticas anticapitalistas en pos de una alianza emancipadora rojiverde.

El libro está escrito por tanto con ánimo divulgativo y con la intención de que sea accesible para cualquier lector sin formación previa pero con interés en escarbar en el conocimiento de las -si me permites la grosera publicidad de mi publicación anterior- entrañas de la bestia.

¿Pero esa búsqueda de bienestar al que aludes no está ligada al desarrollismo, a la hybris, al crecimiento que intenta vanamente romper nuestros límites?

Te diría, por mor de la brevedad, que esos rasgos que describes no están ligados a la búsqueda de un modo de vida racional, que satisfaga las necesidades básicas mediante un uso no depredador de los recursos naturales y permita asimismo el libre desarrollo de las capacidades humanas, sino al carácter completamente ecocida, degenerativo e irreformable de un modo de organización social aberrante regido por el interés privado de los dueños del poder y del dinero. Mientras no se parta el espinazo a la barbarie del capital no existirá por tanto ninguna posibilidad de atenuar siquiera el choque de la sociedad humana con los límites planetarios ni de aspirar a la consecución de un auténtico bienestar para las mayorías sociales. Tratar de argumentar de la forma más rotunda posible esa incompatibilidad radical entre el capitalismo y la posibilidad de preservación de una vida buena en un planeta habitable es uno de los principales objetivos del libro.

Haces referencia a la conjetura gaiana defendida, entre muchos otros por Lovelock, Carlos de Castro o Bruno Latour, recientemente fallecido este último. ¿Qué peligros ves en la aceptación de esa concepción metafísica del mundo y de nuestra ubicación de él?

Lo que denominas ‘conjetura gaiana’ tiene -dicho de la forma más sucinta para los no iniciados- dos ámbitos en principio cualitativamente diferentes: una hipótesis meramente científica y racional, que afirma la estrecha interrelación entre el desarrollo de la “vida microbiana” -principalmente las denominadas “cianobacterias”, fabricantes de oxígeno- y la generación de las condiciones químicas atmosféricas que posibilitaron la evolución de la vida en la Tierra -conocida como ‘hipótesis Gaia homeostática’- y, por otro lado, una cosmovisión ontológica trascendente de la existencia humana y de su relación “simbiótica” con el planeta que habita.

Pues bien, la crítica que desarrollo en el texto se dirige a la flagrante impostura intelectual que supone dar este “salto mortal”, desde una hipótesis pretendidamente científica y racional a una concepción metafísica de carácter panteísta de la condición humana y de su “unión mística” con una entidad planetaria convertida en una divinidad “nueva y refrescante” -en palabras de Lynn Margulis- que nos acoge graciosamente en su seno.

Todos los autores que mencionas -y otros como la referida Margulis, cofundadora con Lovelock de la hipótesis original- abonan con sus gratuitas -y, si se me permite la valoración personal, de muy cuestionable rigor filosófico- especulaciones metafísicas esa impostura.

Más allá por tanto de la flagrante impostura intelectual que trato de describir y analizar críticamente en el libro, mi opinión es que tales veleidades metafísicas -sin duda totalmente legítimas, ni que decir tiene, en el ámbito privado- no ayudan en nada, dado su carácter profundamente individualista, al fortalecimiento del movimiento ecologista ni a la radicalidad de su activismo sociopolítico y de sus luchas cotidianas contra la barbarie capitalista y su acelerada carrera hacia el abismo ecológico y social. La introspección, autorrealización, oración, consciencia plena, autoconocimiento, el descentramiento del yo desde una perspectiva ecointegradora y demás rasgos de la esfera eco-espiritual están en las antípodas de la necesidad agrupadora, de la vocación de trascender el ego autorreferencial y narcisista para integrar una colectividad que enarbole la racionalidad materialista con un propósito inequívocamente transformador.

Te interrumpo un momento. Pero el materialismo también es una posición metafísica (en el sentido positivo del término, que lo tiene) y tal vez algunas de los filósofos o ecologistas a los que aludes también se definirían como materialistas. No es la suya una búsqueda de dioses trascendentes podrían decir.

Pues si se consideran materialistas lo cierto es que, si me permites el coloquialismo, lo disimulan muy bien. Más bien los senderos filosóficos que abonan podrían calificarse, a mi juicio, como espiritualizantes o místicos, en las antípodas de cualquier noción mínimamente razonable de materialismo. Me gusta mucho una definición de Sacristán de lo que sería la concepción materialista del mundo y he de decir que no concuerda en absoluto con las veleidades panteístas de los que profesan el culto gaiano: “La ‘concepción materialista y dialéctica del mundo’, otras veces llamada por Engels, más libremente, ‘concepción comunista del mundo’, está movida, como todo en el marxismo, por la aspiración a terminar con la obnubilación de la consciencia, con la presencia en la conducta humana de factores no reconocidos o idealizados”.

Pues bien, por abreviar, me permito someter a tu preclaro juicio y al de los lectores si las dos citas subsiguientes de los dos “creadores” de la hipótesis Gaia se compadecen con tal concepción materialista del mundo tan bellamente descrita por Sacristán.

La primera es de Lynn Margulis: “Gaia aporta frescura y novedad, a la vez que conserva su atracción mitológica. Una teoría científica de la Tierra que, en cierto modo, siente y responde es bienvenida (…) En términos de metafísica del espacio interior, aceptar el enfoque de Gaia lleva como en cascada a un cambio de perspectiva filosófica(…) Recuperado del ataque copernicano y de la agresión darwiniana, el antropocentrismo ha sido barrido por otro soplo de Gaia”.

Y la segunda es de James Lovelock: “Todos estos millones de cristianos que destinan un lugar especial de su corazón para la Virgen María posiblemente contestarían como yo lo hago… ¿Qué ocurre si María es un nombre alternativo para Gaia? Entonces su capacidad de dar luz virginalmente no sería un milagro ni una aberración partenogenética, se trata del papel de Gaia desde que empezó la vida…Por todo esto es por lo que, para mí, Gaia es un concepto religioso y científico a la vez, y es manejable en ambas esferas”.

Tales extravagancias, expresadas, no lo olvidemos, por los reputados científicos descubridores de la “hipótesis Gaia” original, ilustran bastante bien el tenor de las disquisiciones teológicas de los acólitos del culto gaiano. Creo que no es necesario añadir mucho más sobre el particular.

Por lo demás, ¿por qué hablas de impostura intelectual?

El origen del concepto es el famoso -y altamente recomendable y ameno por cierto- libro de Bricmont y Sokal, en el que ponen en solfa las desnortadas incursiones que algunos famosos filósofos posmodernos como Deleuze, Baudrillard y Latour, entre otros, cometen cuando trasladan conceptos de las ciencias duras como la física para ilustrar sus teorías y especulaciones filosóficas. En el caso de la “hipótesis Gaia” la impostura se podría resumir en la siguiente pregunta: ¿hasta qué punto pueden las teorías y los conceptos científicos trasladarse legítimamente de un dominio intelectual a otro sin cometer una impostura intelectual?

Así pues, en mi opinión, la fundamentación de una creencia místico-espiritual a partir de una hipótesis científica encaja como anillo al dedo en tal concepción de la ilegitimidad intelectual de mezclar “churras con merinas”, si me permites de nuevo el coloquialismo.

Añadiría, como síntesis de lo anterior, una cita de Paco Fernández Buey en un magnífico texto (https://espai-marx.net/?p=12699) que versa sobre las relaciones entre Ética y Ecología que, en mi opinión, expresa de forma muy clarificadora la ilegitimidad o impostura intelectual de trasladar las concepciones pretendidamente científicas sobre la naturaleza al ámbito de las creencias religiosas o de los principios ético-morales: “La tercera idea es esta: de la Ecología, o sea, de la consideración científica de las interrelaciones entre las especies (una de las cuales, pero sólo una, es el hombre) y su medio natural, el medio en que viven estas especies (en que vivimos) no se sigue lógicamente (en el sentido de que no se deduce) una ética ecologista y menos aún un sólo punto de vista o paradigma ecologista”.

Te interrumpí antes. Continúa por favor.

En definitiva, creo que resulta por tanto perentorio combatir las imposturas intelectuales que impregnan el misticismo ecológico del culto a Gaia y dedicar nuestros muy terrenales esfuerzos, no a la estéril búsqueda de nuevos dioses que funjan de lenitivos que calmen el “dolor de la realidad”, sino a la transformación de las condiciones “humanas, demasiado humanas” que están convirtiendo vertiginosamente en “completamente asqueroso” nuestro frágil nido terráqueo. Si me permites, me gustaría cerrar este punto con una cita de Lukács que creo que resume muy bien esta idea: “No es ético vivir en la esfera metafísica. Esta esfera es inalcanzable para el yo empírico. En consecuencia conduce a fracasos heroicos y deja señales de confusión moral. El dolor de la realidad no puede ser silenciado por una nostalgia interna de lo inalcanzable, o situando el camino de uno en una existencia elevada”.

Te cito: “Sin duda los socialistas utópicos y los anarquistas proudhonianos decimonónicos, con sus diseños de mundos ideales poscapitalistas y de economías sociales basadas en cooperativas de productores, resultan un dechado de realismo en comparación con los planteamientos extravagantes de un gran número de los más señeros y mediáticos activistas del ecologismo.” ¿No resulta contradictorio con lo que antes señalabas del esfuerzo por poner de manifiesto el carácter ecocida del sistema social vigente que había realizado desde sus orígenes por el movimiento ecologista?

Te diría que son dos cuestiones diferentes que remiten al subtítulo del libro (“el abismo entre el diagnóstico y las soluciones”). Una cosa es el obligado reconocimiento de la extraordinaria relevancia del esfuerzo realizado durante las últimas décadas por los científicos concienciados y concernidos por la catástrofe en ciernes y por el movimiento ecologista para poner de manifiesto, como bien dices, el carácter ecocida del sistema social vigente, y otra cuestión bien diferente es lo que se refiere al ámbito propositivo de las soluciones y de las estrategias políticosociales desarrolladas por las principales tendencias del movimiento ecologista en pos de atajar la carrera hacia el abismo en la que estamos embarcados. Y es en ese ámbito donde, como he tratado de exponer en la entrevista, las propuestas sociopolíticas de una gran parte del movimiento ecologista están a años luz de la gravedad de los problemas, que tan acertada y contundentemente denuncia, y son manifiestamente ilusorias y alejadas de la realidad del capitalismo desquiciado que sufrimos actualmente. Y, como refleja la cita que mencionas, en muchos casos ni siquiera en amplios espectros del movimiento -destacadamente, en el ámbito científico- se acepta como algo irrebatible que el requisito para aspirar siquiera a una regulación racional del metabolismo socionatural sea la destrucción del reino del capital, es decir, la irreformabilidad del sistema. La alergia a la simple mención del término ‘capitalismo’ que sufren muchos de estos insignes científicos y activistas es, como trato de argumentar en la introducción del libro, un mecanismo de represión digno de análisis psicoanalítico. De ahí que, a pesar de su manifiesto utopismo y de su abandono de un análisis riguroso y materialista de la realidad social y de la evolución histórica del capitalismo -he aquí, dicho sea de paso, uno de los grandes méritos de Marx- los socialistas utópicos y los primeros anarquistas, que tenían al menos la inquebrantable convicción de la necesidad de acabar con el reino del dinero y la mercancía como conditio sine qua non de la aspiración a la consecución de una sociedad racional, fueran en mi opinión -y sólo insisto en este sentido- mucho más realistas que los que pretenden cambiar la naturaleza intrínsecamente depredadora de las entrañas de la bestia capitalista sin alterar ni un ápice sus rasgos consustanciales.

Soy consciente que me olvido mil cuestiones importantes. Tenemos límites también aquí. ¿Quieres añadir algo más?

Pues si no he abusado ya demasiado de tu paciencia y de la de los lectores me gustaría añadir sólo una cosa más. Uno de los principales objetivos del libro, para fundamentar la crítica que se emprende del ecologismo, es el análisis de la estrechísima ligazón existente entre la degradación de la acumulación de capital en el último medio siglo -provocada, según la clásica descripción marxiana, por la atonía de la rentabilidad y de la productividad debidas a la reducción de la extracción de plusvalor a medida que avanza el desarrollo tecnológico y se sustituye trabajo por capital- y la agudización de la depredación natural y la devastación ecológica que provoca ese capitalismo degenerativo. Y quizás el vínculo más estrecho entre esos dos ámbitos estrechamente conectados sea la hipertrofia del casino financiero global, el principal amortiguador, a través de la deuda a muerte y del inflado de formidables burbujas financieras, de la degradación del capital y el encargado de capitalizar la depredación ambiental a través de la financiarización de la naturaleza, simbolizada en entelequias muy en boga actualmente como la aberración del ‘cero neto’, el mantra favorito del greenwashing de las grandes corporaciones industriales y financieras. Uno de los pilares del libro es por tanto tratar de mostrar con la mayor claridad posible esa estrecha conexión entre los mecanismos que desarrolla el capital para tratar de paliar su degradación y la formidable aceleración del ecocidio que presenciamos en la actualidad. De ahí que mi planteamiento parta de la absoluta irreformabilidad de un sistema socioeconómico degenerativo, cada vez más agresivo y ecocida, y de la futilidad consiguiente de los intentos por domar a la bestia. Y de ahí también que la necesidad de un ecologismo anticapitalista, que parta de la absoluta incompatibilidad entre el reino del capital y del dinero con cualquier noción razonable de preservación de las condiciones para una vida digna en un planeta habitable, sea hoy más perentoria que nunca.

Y ya por último, sólo me queda agradecerte Salvador encarecidamente la entrevista y tus fértiles preguntas amén de disculparme por la extensión y el abuso quizás excesivo de tu paciencia y de la de los lectores.

Ningún abuso por tu parte, todo lo contrario. Gracias por tus respuestas y enhorabuena por el libro.

Blog del autor: https://trampantojosyembelecos.wordpress.com/2023/04/12/contra-el-reformismo-y-el-espiritualismo-entrevista-a-alfredo-apilanez/


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