Ramón Pedregal Casanova •  Opinión •  18/03/2023

En recuerdo del gran escritor Juan Eduardo Zúñiga

“Muy queridos amigos, camaradas, hermanos: La verdadera España, que es la España
fiel al Gobierno de la República, no podrá olvidaros jamás; vuestros nombres han
quedado grabados en su alma; ella sabe que haber merecido vuestro apoyo, vuestra
ayuda generosa y desinteresada, es uno de los más altos títulos de gloria de que puede
enorgullecerse”.
Antonio Machado a los brigadistas internacionales en el Homenaje de los
representantes del Pueblo Español en su despedida.
“Gracias, Compañero, gracias / Por el ejemplo. Gracias porque me dices / Que el
hombre es noble./ Nada importa que tan pocos lo sean: / Uno, uno tan solo basta /
Como testigo irrefutable / De toda la nobleza humana.”
Luís Cernuda. Fragmento del poema “1936”, escrito tras su encuentro con un
brigadista en Inglaterra.
“No hemos perdido nuestra patria, nuestra patria se encuentra ahora aquí, delante de
Madrid”.
De la canción que compuso Erich Weinert, poeta alemán.
1.

Las ilusiones: el cerro de las balas, de Juan
Eduardo Zúñiga
Juan Eduardo Zúñiga es autor de una trilogía esencial sobre la guerra de 1936
y sus consecuencias en Madrid, pero debido al tratamiento magistral que hace
de ello pasa a ser una visión general en nuestra conciencia de lectores. “La
tierra será un paraíso”, “Largo noviembre en Madrid”, y “Capital de la gloria”,
títulos de los libros de la trilogía, contienen experiencias vitales tan particulares,
referencias tan próximas y reconocibles, con estilos distintos en cada una de
las obras, que el lector recorrerá como en pocas, como en escasísimas
ocasiones podría hacerlo el mapa humano de la guerra.
Juan Eduardo Zúñiga en su cuento titulado “Las ilusiones: El Cerro de las
Balas”, perteneciente a su libro “Largo Noviembre en Madrid”, escribe a través
de las figuras del doctor Dimov y del médico brigadista sobre las gentes
intemporales que impulsan y sostienen las ideas mejores de los seres
humanos.
En “Las ilusiones: El Cerro de las balas” aparecen en primer plano los jóvenes
que en la posguerra franquista tras la pérdida de la República, quedaron sin
horizonte y con una vida diaria tan destruida que la existencia se les reducía a
las privaciones; sufrían el “calor aplastante” y la “sed” resultando símbolos de
tantos sentimientos. Uno de ellos saldrá del aturdimiento y el miedo producidos
por el régimen y se dispondrá a luchar.
El título de la narración contiene en si mismo dos puntos extremos: los deseos
elevados, las ilusiones, como un cerro, y el sometimiento bajo el que estos se
encontraban en la España franquista, bajo las balas. En el cuento se
desarrollan para descubrir lo que ocurre en el protagonista al llevar a cabo su
acción. Su transformación se va a ir produciendo conforme “vuelve a conocer”
el contexto histórico y social. El motor que pone en marcha ese reconocimiento
doble, el que lleva a cabo sobre sí mismo y sobre el contexto, es la figura de un
médico brigadista internacional que ha preferido quedarse entre la población
trabajadora tras la derrota republicana en la guerra para seguir ayudando a
sostener la causa de la libertad.

El narrador-protagonista contó a Dimov junto a un ventanal del laboratorio en el
que trabajaban la atracción que sintió por una gitana: “Hechizado… por su
figura esbelta, sucia, con manos delgadas y renegridas, la ropa en el mayor
abandono, sin duda oliendo a miseria, pero con ojos y boca seductores”. Aquí
encontramos una contraposición esencial: El contraste que producen en él la
suciedad y el abandono frente a la esbeltez y la seducción; son los límites
simbólicos que van a ir plasmándose en la vida de aquella España de la
posguerra, sucia y pobre, frente a la belleza que él ve en la gitana, belleza
asumida íntimamente y que le irá creciendo como la imagen de la patria a la
que siente profundamente. El narrador-protagonista nos descubre a un Dimov
que vino a España en los años posteriores a la guerra en busca de un
compatriota médico de las Brigadas Internacionales, un brigadista que no quiso
marcharse con los demás al final de 1938. Así es que permaneció aquí con
documentación falsa. Juan Eduardo Zúñiga va a establecer un paralelismo
entre la gitana-patria y el brigadista, y la búsqueda de los dos llevará a nuestro
narrador a conocerse, al descubrimiento de si mismo. Pero entre la búsqueda
de la gitana y la búsqueda del brigadista va a surgir otro camino, el amor a una
ciudad: Madrid como ejemplo de la resistencia antifascista. El amor a esta
ciudad está comprendido en el amor a esa mujer que es a su vez el amor a la
Patria, y ese amor es la pasión que le debía llevar a salvar todas las
dificultades, si es preciso, se dirá, obligando a quien se le oponga a aceptarle.
Eso es una actitud que rechaza todo conformismo, que promueve el cambio
luchando por los ideales.
El narrador le cuenta a Dimov el efecto que le ha causado esa mujer. El
comentario lo hace estando los dos frente a un ventanal que da a la estación
del ferrocarril del Mediodía y lo que contemplan es “el lento reptar de trenes y
densas humaredas entre haces de vías que alejaban su curva hacia un
horizonte de llanuras peladas”; lo que ven es un paisaje caracterizado en
primer plano por la confusión, el enredo, son las vías trenzadas, una dificultad
de la que los trenes salen despacio para encontrar su propia dirección hacía el
horizonte abierto, una perspectiva amplia y clara que se traducirá en un
correlato para el personaje, pues alude a que más allá de la confusión primera,
inmediata, hay un futuro esperanzado; aquel horizonte es un significado vital,

horizonte hacia el que el extranjero tendía la vista mientras el narrador, estando
junto a él, nos declara el momento del que le resulta difícil salir y la impresión
que le ha producido la gitana, la pasión que empieza a sentir por ella. El “yo”
despierta a un mundo romántico, mundo en el que lo irracional como fuerza
constructora de la visión del narrador-protagonista lo sitúa en un estado que
ansía otra realidad, pero ha de volver a la que tiene delante por el camino
tortuoso de la experiencia.
El emplazamiento desde el que se ve la Estación del Mediodía es el
Observatorio que hay muy cerca de la entrada del Parque del Retiro: abajo la
estación y el nudo de hierros y su separación en vías. Más aún, solo desde allí
se ve el horizonte. El Cerro de las Balas se encuentra en el término del Pueblo
de Vallecas; no se llama así, es el nombre que popularmente se le dio. Lo
llamaban así porque se utilizaba como campo de tiro.
Dimov contempla desde el supuesto laboratorio en que se encuentra con el
narrador-protagonista los barrios de casitas bajas, las chavolas donde tras la
guerra las desgracias han echado raíz, lugares de hambre y de esperanza
escondida, de miedo. Allí es donde el protagonista puede averiguar algo sobre
el médico internacionalista, ese personaje escondido. Dimov nos entrega un
indicio sobre el desarrollo de la acción principal: “será difícil una ciudad tan
grande”. El narrador-protagonista seguidamente centra la atención en cómo las
espirales de humo del tabaco de Dimov se interponen a la visión panorámica
que aparece ante el ventanal y se ve obligado a mirar al suelo donde pisa. Una
coincidencia: el apellido Dimov esta compuesto por dos sílabas, la segunda,
“mov”, en búlgaro quiere decir “humo”. Y ese humo que se interpone a su visión
del horizonte, ese humo que le hace mirar el suelo que pisa, esa observación
imprevista y necesaria de la realidad inmediata dará como resultado su
experiencia. Para obtenerla ha de ajustar la razón a su realidad personal, eso
que en el desarrollo del conflicto le hará entender y madurar conforme vaya
implicándose en la búsqueda del internacionalista.
Dimov marca día a día los progresos de nuestro narrador, se interesa por las
conversaciones que éste lleva a cabo con otros dos amigos al dirigirse al Cerro
de las Balas. Cuando el narrador dice que una vez en aquel alto comenta a sus

compañeros el interés del extranjero por la situación general del país se nota el
silencio que hacen y cómo bajo ese silencio discurren las sospechas del
carácter siniestro del enemigo, pues ¿quién podía venir a España en las
circunstancias en que se vivía?
El sol que cae sobre ellos cuando van al Cerro de las Balas lo describe el
protagonista como si fuese un ojo molesto, un ojo que vigila cada uno de sus
movimientos, el sol que cae sobre ellos es un sol de castigo, pesado,
paralizante, que les deja sin fuerzas, sin capacidad para emprender ninguna
tarea, que les pesa en la cabeza y en los hombros, tan solo no afecta al
sentimiento carnal, al sexo, y produce otra respuesta orgánica, la sed, y no
pueden paliar ninguna de las dos necesidades. Después se les oirá decir que
ansían que se desate una tormenta que llegando de lejos limpie y refresque la
tierra y el aire. Este lenguaje simbólico alude a la falta de libertad y justicia. En
el contexto histórico los españoles esperaban -Dimov está en España en el
año 1943- que los aliados, vencedores de Hitler y Mussolini, acabaran con el
régimen de Franco como principal aliado de éstos: esa era la tormenta que
debía venir de fuera a limpiar y refrescar. Y serán esas necesidades del
organismo, el sexo y la sed, las que les harán maldecir la manera en que el
ambiente dominante les marcaba aquellos años juveniles: “… como se sella a
las reses sometidas”. Pero el sentimiento carnal, el sexo, un poco más allá será
un signo a interpretar, el sexo en los burdeles dejará una señal grave hacia la
España del momento, el vestido negro de la gitana, una vestimenta oscura,
sucia y triste, será la atmósfera, el prostíbulo la imagen de la España
franquista, ese régimen bajo el que los jóvenes vivían en la bajeza moral, en el
desprecio a sí mismos, jóvenes como ellos que alguna vez miraban a lo lejos
desde un alto. Si en el Cerro de las Balas las conversaciones se pierden por los
caminos del deseo, las conversaciones que tienen el narrador-personaje y
Dimov en ese tercer piso donde se encuentra el laboratorio persiguen un
objetivo concreto que produce un sentimiento concreto.
La narración, la búsqueda del “otro”, la búsqueda de uno mismo que implica el
conocimiento de la realidad a la que se pertenece, se ve impregnada
constantemente por la frase de Dimov: “será difícil, una ciudad tan grande”.
Bajo la perspectiva de esa búsqueda dificultosa y enigmática del personaje,

una perspectiva que requiere de su voluntad para hacer frente a los peligros, va
creciendo su deseo y su conciencia. Nuestro narrador se descubre a sí mismo
en el territorio de las dudas, de las incertidumbres que no se resuelven,
incertidumbres que arrastran a la frustración y al sometimiento y nos enseña la
vida que llevan él y sus amigos caracterizada por la falta de decisión, por el
dejar pasar las cosas. Enfrente tenemos la vida del internacionalista que ha
sido decidido y ha optado por comprometerse con su tiempo. Nuestro
protagonista, temeroso, consulta a sus amigos sobre la posibilidad de encontrar
al médico y aquí el cuento da el primer cambio esencial. Emprenden la tarea
que no tendrá vuelta atrás en sus vidas. Van con sus preguntas a compañeros
del Ejército Popular de la República que han pasado por campos de
concentración y cárceles y comprueban, con desconcierto, las precauciones
que toman ante ellos: silencio, supuesto olvido, pues ocultan su pasado ante el
posible colaboracionista del régimen dictatorial. El narrador-protagonista bajo
un sentimiento de comprensión y peligro como consecuencia de sus
indagaciones y de la experiencia de la guerra sintetizada en su conciencia
describe a la ciudad de Madrid como: “símbolo de la pasada guerra civil, que
había sido defendida tenazmente, con el frente entre sus calles, una ciudad
donde los tres (amigos) habíamos nacido y que era espejo de nosotros
mismos”. La búsqueda del brigadista amigo de Dimov fracasa porque, como le
cuenta al Doctor, con el cerco de los franquistas la ciudad “fue removida y
desplazada” y cuando entraron en ella a sangre y fuego se produjo “la
desbandada”. La dificultad se presenta como insalvable, pero será Dimov el
que haga la comparación que al narrador-protagonista va a resultar
emblemática, comparación entre el país en el que uno ha nacido y la mujer
amada aunque tanto el uno como la otra no nos hayan entregado nunca lo que
deseamos. Y éste le hablará del Madrid destruido y pobre y también de su
amor idílico por aquella gitana. Dimov, a continuación, le contará de su amor a
una mujer que dejó en su ciudad, Sofía, que también ocupa un lugar especial
en su recuerdo, y cuando habla de la ciudad lo hace con detalle y lleno de
emoción: ciudad trabajadora que la lluvia hace brillar, limpia, con jardines y
casas sencillas. Una ciudad opuesta a Madrid donde el sol castiga y la pobreza
se ha instalado. La comparación rescata el deseo del republicano español de

que las nubes se abran sobre Madrid y el agua arrastre la suciedad que la
cubre, el miedo, la falta de libertad y desentierre su verdadera imagen.
Por entonces sabremos de su empeño en la búsqueda del médico: acude a la
taberna de nuevo para preguntar al dueño, que es amigo suyo y fue compañero
de armas, por alguien más que pueda saber del internacionalista, con la
esperanza íntima, secreta, de encontrar otra vez allí a la gitana. El camino lo
hace pensado en ella, pobre y sucia pero orgullosa; la España de la posguerra
sojuzgada pero digna. El entrelazamiento en el relato de los deseos de
búsqueda expresado por Dimov y sus reflexiones íntimas, con la acción que
lleva a cabo nuestro narrador para encontrar al brigadista y su atención hacia
aquella mujer, le inducen a pensar, al protagonista, en una nueva esperanza: si
Dimov le informa de lo necesario que es facilitar al brigadista la salida del país,
él piensa que también ellos tres, los amigos, se podrían marchar de España
para vivir en un mundo mejor, un mundo idílico, con el que sueñan, lejos de su
realidad, entonces vuelven a plantearse dos direcciones contrapuestas en la
narración: la realidad y lo quimérico.
La imagen de la mujer deseada, metáfora de la patria, irá con el narrador en su
búsqueda del internacionalista por los arrabales de Madrid. De esa búsqueda
junto a sus dos amigos declarará: “gruñíamos contra nuestro mundo que era un
camino entre vigilancias y acusaciones de pecados de herejía, de
desobediencia, del que se debía escapar a todo trance…, era la forma de
negarnos a todo lo que caracterizaba entonces a nuestra patria”, y se dijeron:
“que gran enemigo tendría dentro España para que miles de hombres hubieran
huido de ella y nosotros soñáramos con otros países”. Pero de nuevo una
contradicción se les pondrá delante, ¿qué hacer fuera de España sin oficio ni
beneficio? Si la guerra había impedido la formación personal para la vida civil y
ensombrecía cualquier posibilidad, por otro lado constantemente sentían una
ansiedad vital de superar el abandono y combatir hasta alcanzar el objetivo:
“…la felicidad debe buscarse afanosamente, corriendo riesgos, porque nadie
vendrá a regalárnosla.” Los dos elementos contrapuestos que alimentan la
narración llaman al lector para que interprete: Las ilusiones: el Cerro de las
Balas. Y estando en el Cerro de las Balas una vez más comentarán lo
indeterminado de su proyecto de huida, las incógnitas que les plantea y cómo

la solución de éstas las quieren confiar a “alguien” poderoso que viniendo de
fuera les rescate. Acto imposible. Es entonces, en ésta conversación, cuando
llegan hasta sus oídos los “ruidos del pueblo de Vallecas,…, llamadas que el
destino nos dirigía y no entendíamos”; y otra vez la rutina, la espera inútil y el
recuerdo del pasado frustrado les hará ver lo absurdo de poner sus esperanzas
en una fuerza que venga de fuera, o poner esas mismas esperanzas en su vida
lejos del lugar al que se deben. Una vez dispuestos a avanzar sobre la realidad
emprenderán nuevamente la búsqueda del médico brigadista. Ya hay una
superación personal del primer obstáculo y sirve de estímulo. Tras conseguir
información alcanzan la primera cota desde la que mirar más allá: encuentran
una enfermera que le conoce. Es entonces cuando la narración toma el camino
del final. Se abre un campo de dificultades que cuando se va a terminar el
tiempo de estancia en España de que disponía el doctor Dimov se nos sugiere
que el compromiso, la expresión de la conciencia, siempre está delante, es una
guía. El doctor, impulsor de la acción del protagonista, ya no es necesario para
que éste continúe su camino de lucha. El final del tiempo de la estancia de
Dimov en España es el límite para nuestro personaje en primer lugar y con él
para sus compañeros, y también es el comienzo de una revisión de su
existencia: se pone delante la falta esencial que ha pesado sobre sus vidas,
aquello por lo que han resultado en buena parte inútiles. Tras el consiguiente
aprendizaje se propone el cambio en ellos. Entonces, desde el alto ventanal el
narrador verá partir los trenes, los verá salir de entre el nudo de las vías y
alejarse, toda una imagen simbólica de su nueva manera de percibir la
realidad. Aquel objetivo de búsqueda que parecía resolverse en un fracaso
deposita en ellos una enseñanza: todo depende de uno mismo sin esperar
nada de fuera. Con la marcha de Dimov se precipitarán los acontecimientos:
habían empezado a dar sus primeros pasos y ahora ven el vacío que hay en el
país en el que deben vivir.
De los tres amigos sólo el narrador no se deja arrastrar por la rutina y asume el
paralelismo entre la gitana, sucia, mal vestida, pero sugestiva, y su amor por
ella con la tierra en la que ha crecido que otros han hecho dura, cortante,
engañosa y vacía de amor como un prostíbulo, pero de la que a pesar de todo
no puede desprenderse. El relato se cierra al volver a esa imagen de la gitana,

imagen por la que había empezado, pero el punto de encuentro del principio y
del final ya es bien distinto. Vuelve a la taberna dispuesto a hacer cualquier
cosa para que la gitana y los suyos lo acepten mientras atisba la ilusión de
encontrar refugio en el amor al país sea como sea. Una vez en la taberna
comprobará que la vida es más elemental de lo que había pensado, que hasta
las últimas ideas a las que se había agarrado con inocencia e impulso
adolescente aún estaban alejadas de la realidad, que ninguno de esos dos
elementos, la gitana y el país, le tienen en consideración, que sus esperanzas
solas no significan nada, que como le dijo a uno de sus amigos: “la felicidad
debe buscarse afanosamente corriendo riesgos, porque nadie vendrá a
regalárnosla y tendremos que ir a ella a arrancarle unas migajas de alegría, de
seguridad, de satisfacción.” Ha tomado conciencia del mundo que le rodea y se
ha encontrado a sí mismo.


Opinión /