José Antonio Medina Ibáñez •  08/04/2018

El Reality Show español

Bastante esperpéntica es la situación de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, y su Máster, para que ahora la ministra de Defensa, Dolores de Cospedal, diga públicamente que hay que cerrar filas y proteger a los suyos del avasallamiento político.

A esta nueva y extravagante clase de políticos, el presidente Rajoy les abraza y besa, les concede el privilegio de su confianza y anima a continuar dando esos ejemplos de Máster trucados y finiquitos diferidos.

Ya conocíamos la estirpe de esa mayoría minoritaria de jóvenes promesas, una realidad que nace y sale de los pequeños municipios del país y va creciendo hasta llegar al palacio de la Moncloa.

Hasta ahora el pueblo español se sentía en alguna medida orgulloso de su clase real, de las dos reinas y dos reyes y, venía adorando las buenas maneras de las princesitas de Felipe y Leticia.

Sin embargo eso en un santiamén se ha venido abajo y aquello de la sangre azul como que nunca lo fue tanto.

En el caso de la reina recién llegada las maneras de sus orígenes le traicionaron en el momento menos oportuno, no obstante para que esta escena hubiese sido digna de Telecinco hicieron falta los Urdangarín y Marichalar.

La fascinación masiva popular hacia lo imposible de alcanzar, se transformó en el bochorno masivo y en la evidencia de que en todas las familias del mundo sucede lo mismo por muy rey, duque, diputado, presidenta, ministra o tirador de cables de Telefónica que se sea.

No obstante, ha sido la clase borbónica, comandada por Felipe y Leticia, la que ha convertido a todos los españoles en una sola familia con su espectáculo en la catedral de Palma de Mallorca.

Gracias a ellos todos nos hemos enterado que tanto el tablao flamenco de las cavas bajas de Madrid como los espetos de la beautiful People marbellí, forman parte de cada uno nosotros.

El reality español ya es insoportable en la televisión, la prensa y la radio y, cuando algunos pensábamos que podía estar llegando el momento de su extinción, aparecen Cifuentes, Puigdemont, Cospedal y los Borbón para echarle una mano.

A Rajoy puede que le quede un telediario y podremos descansar de sus ministros y de él, pero donde está crudo el panorama es en la superclase, la gran elite, ahí no se mueve nadie y tienen pensado pasar una larga temporada en sus palacios.

Hoy en España asistimos a una especie de tira cómica: Puigdemont se declara presidente en el exilio; los más fieros revolucionarios independentistas han huido a Suiza y Bélgica, la Unión Europea con eso de que las leyes españolas y alemanas no coinciden en lo que es rebelión, parece ser menos Unión; al partido Ciudadanos los que le han convertido en una posible alternativa para dirigir al país, ahora están sintiendo temor porque se han dado cuenta de que lo único que ha hecho Rivera, hasta el momento, es hablar bien. De Sánchez, Iglesias y Garzón la gente los contempla con cierta lejanía y algo de pena.

Lo que si ha ganado el pueblo español, con este teatro, es conciencia, poniendo un precio a la credibilidad política, especialmente desde que nuestros mayores, los jubilados, dijeron que no eran tontos.

Ahora aquél compromiso a muerte con los reyes y los líderes políticos está en la unidad de vigilancia intensiva, importando lo que siempre ha debido importar, salvar el pellejo de los nuestros y el propio.

Pero todo ello no es un rechazo hacia lo político o hacia las personas de la realeza, no significa que los ciudadanos hayan perdido sus convicciones políticas y odien a sus reyes, de lo que se trata es del eterno antagonismo entre las no coincidencias de los intereses.

Los españoles han incorporado un grado de sensatez en sus exigencias y conocimientos; saben que en 2019 y 2020 habrá elecciones municipales y generales en el reino y, con ellas puede decidir ver nuevos rostros en la Moncloa, no así en la Zarzuela, esos tienen las tres comidas aseguradas por mucho tiempo.