Francisco González Tejera •  Opinión •  04/08/2016

Aquella rosa diseminada entre el fuego de agosto

Los perros ladraban desesperados en toda la Montañeta de Tamaraceite, la “Brigada del Amanecer” se subdividió en varios grupos, tenían las direcciones de que cada persona que tenían que llevarse, se escuchaba a los podencos, los ratoneros, otros perros mezclados, los que presentían la maldad de aquel grupo de fascistas que llegaron al pueblo para secuestrar, asesinar, desaparecer para siempre a quienes luchaban por la libertad.
 
Iban casa por casa, barrían el humilde barrio, mientras un grupo de criminales venían de la zona alta con varios detenidos, chicos muy jóvenes con las manos atadas a la espalda, también una chica de apenas veinte años, Natalia la maestra, hija de Juan Cabrera, militante de la CNT, cabizbajos, algunos ya con signos de los golpes, las camisas manchadas de sangre, llenaban los camiones en la Carretera General, justo enfrente de la Casa Consistorial del antiguo Ayuntamiento, hasta hacía pocos días gobernado por el Frente Popular, encabezado por el joven alcalde comunista, Juan Santana Vega, fusilado el 29 de marzo del 37.
 
Cuando los subían al viejo fotingo les golpeaban con las culatas de los máuser en la cabeza, también con las varas de acebuche en espalda y pantorrillas, “El Verdugo de Tenoya”, conocido y brutal torturador, esperaba instrucciones en un coche del terrateniente agrícola, Ezequiel Betancor, junto a otros falanges, para ellos era una fiesta cada “noche de la sangre”, “El cojo Acosta”, famoso pederasta, pidió que separaran a la muchacha.
 
-Déjala pa Eufemiano que le gustan con las tetas grandes. –Dijo el jefe requeté entre risas mientras abría una botella de ron aldeano-
 
La chiquilla venía en camisón de dormir, no le dieron tiempo a vestirse, la sacaron de la cama, después de golpear y asesinar brutalmente a su padre por evitar que se la llevaran, no podía taparse los pechos por tener las manos atadas, andaba entre burlas al interior del Ayuntamiento, donde la iban a retener hasta la llegada del conocido millonario tabaquero, asesino, psicópata  y violador de mujeres.
 
Allí la dejaron encerrada en un pequeño cuarto oscuro. Acurrucada en una esquina se quedó sentada en el suelo, mientras escuchaba como partían los camiones repletos de compañeros, sabía que los iban a desaparecer en cualquier pozo, en la Sima de Jinámar o directamente en la Marfea, tenía claro que no vería más a sus queridos amigos del pueblo, fieles acompañantes de asambleas, reuniones sindicales, huelgas y bailes de taifas, como ella casi niños, que iban a ser asesinados simplemente por pensar diferente, por defender la legalidad constitucional, víctimas de un plan de exterminio preparado meses antes del golpe, donde la oligarquía, los falangistas, Acción Ciudadana, la Iglesia Católica y militares sediciosos, elaborando una lista negra con más de 10.000 canarios, de los que serían asesinados en pocos años más de 5.000.
 
Tamaraceite se quedó en silencio de repente, un silencio sepulcral. Los vehículos se encaminaron hacia los caminos de tierra de Arucas, Las Palmas y Telde, a un destino desconocido, no se escuchaba nada, solo algún perro que aullaba en un presagio de muerte, olía a hojas secas de platanera, al tabaco Virginio del Facio, a los licores que usaban para templarse y matar sin remordimiento, también a sangre que corría calle abajo desde la montaña troglodita, donde cada casa tenía una cueva indígena reutilizada, ninguna persona se asomaba, en su interior familias enteras se abrazaban y acariciaban a sus hijos con un miedo jamás conocido, un terror incrustado en el noble corazón del fuego de agosto en San Lorenzo.
 
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