Colectivo Puente Madera •  Opinión •  20/08/2016

Más alto, más bajo; más rápido, más lento

 

 
Los Juegos Olímpicos, recuperados para celebrar la paz entre las naciones, se han convertido desde hace décadas en un acontecimiento mundial. Guste el deporte o no, humanamente es emocionante asistir al esfuerzo de personas de todos los continentes que se han sacrificado durante años para conseguir un sueño, ya sea ganar o simplemente participar.
 
Sin embargo, hay muchas medallas podridas rodeando a tanta grandeza humana. La primera, el negocio en el que el capitalismo ha convertido al deporte: todo está cargado de publicidad, todo se vende, todo se compra… hasta el alma de los atletas que desgraciadamente se venden a las redes del dopaje a cambio de resultados.
 
La segunda medalla de la podedumbre es que unos juegos multimillonarios se celebren en un país tan desigual que, en realidad, no podemos hablar de que en Brasil haya grandes bolsas de pobreza, sino de que existen bolsas de riqueza rodeadas de un mar de marginalidad.
 
La tercera agria medalla, en la que nos detendremos, es la de que los loables sentimientos de fraternidad humana que aparecen ocasionalmente en los Juegos queden en realidad ahogados por el egoísmo nacional y la hipocresía.
 
Pongamos un ejemplo de ello: es difícil no emocionarse con la historia de los atletas que han participado bajo la bandera del COI porque sus países no pueden competir en los Juegos debido a las guerras. En la inauguración de los Juegos el estadio olímpico aplaudió a rabiar a esos pocos valientes atletas, y seguramente un escalofrío recorrió a millones de personas que veían la escena por televisión. Especialmente emotiva es la historia de la nadadora siria Yusra Mardini, que tuvo que nadar para salvar la vida de una barca de refugiados. En esos momentos, casi mágicos, parece que todo el planeta se sintiera solidario y comprensivo con el drama de los que sufren la guerra y la persecución. Pero un día después, y especialmente en los países más ricos del mundo, la magia desaparece y la indiferencia y la hipocresía vuelven a levantar su muro. Cerrando los ojos o mirando hacia otro lado, estos países dejarían que otra Mardini se ahogara, levantarían un muro más alto para que otra Mardini no entrara en su país, tenderían alambradas más cortantes para que otra Mardini no pudiera saltar ese muro. También harían algo más, mentir: batiendo el record del mundo de lentitud, algo de lo que sabe mucho Mariano Rajoy, prometerían acoger a 16.000 refugiados, para luego ayudar solamente a unos centenares, como ha hecho vergonzosa e inhumanamente el gobierno español.
 
¿Qué nos sucede, en qué tipo de alimaña nos hemos convertido? ¿Se nos saltan las lágrimas desde el sillón con la historia televisada del esfuerzo de una atleta a la que, sin pestañear, hubiéramos dejado ahogarse?Melissa Fleming, responsable de comunicación de ACNUR, ha señalado en varias intervenciones tan sólidas como escalofriantes que occidente, y Europa en especial, ha decidido que no le importa la vida de otros seres humanos. Que el miedo a los cambios pesa más que su humanidad. Que el miedo a perder un poquito de bienestar, a convivir con otros seres humanos diferentes, pesa más que los miles de cuerpos hundidos en el Mediterráneo. Así es también nuestra sociedad, de espíritu tan elevado en ocasiones, tan rastrero en otras. Así son nuestros estados y nuestros gobiernos, tan rápidos en defender sus intereses por la fuerza, tan lentos como Rajoy cuando no les importa el sufrimiento de los demás. Tan altos, tan bajos; tan rápidos, tan lentos. Tan magníficos, tan inhumanos.
 
Fuente: http://colectivopuentemadera.blogspot.com.es/2016/08/mas-alto-mas-bajo-mas-rapido-mas-lento.html?m=0

 


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