Fernando Dorado •  Opinión •  17/11/2016

El triunfo de Trump y el nuevo desorden global

Popayán, 15 de noviembre de 2016

 

“La revolución social no puede sacar su poesía del pasado, sino solamente del porvenir”.

 

K. Marx

 

Algunos analistas plantean que el triunfo de Trump en las elecciones de los EE.UU. del pasado 8 de noviembre se explica porque se presentó una especie de “golpe de Estado” o un “golpe mediático” orquestado por las filtraciones del FBI, la guerra informática de Julián Assange (Wikileaks) y la intervención del gobierno ruso, relacionadas con malos manejos de correos digitales y corrupción diplomática internacional por parte de Hilary Clinton. Además, se argumenta también que la decadencia de los EE.UU., que no es sólo económica sino política y cultural, se debe al acierto de la política y la estrategia de los gobiernos ruso y chino encabezados por Vladimir Putin y Xi Jinping. Intentaremos rebatir tales ideas por considerar que no se basan en hechos reales.   

 

¿Realmente qué efectos tuvo la filtración del FBI? De acuerdo a los datos nacionales de votación “popular”, la candidata Clinton ganó por más de 2 millones de votos. Esa era la ventaja que anunciaban las encuestas a la fecha de esa filtración y realmente se mantuvo. Lo que se observa claramente es que el triunfo de Trump se basó en ganar la votación en los Estados claves (o sea, los que históricamente tienen un comportamiento “errático” o “voluble” como son Carolina del Norte, Florida, Ohio, y otros 3 o 4 estados), en donde el mensaje fuerte frente a la migración tenía mayor impacto. Pero, todas las cifras y análisis muestran que la ventaja decisiva la obtuvo Trump entre los trabajadores blancos de los Estados más afectados por la desindustrialización de los EE.UU. (“anillo o cordón del óxido” ubicados alrededor de los Grandes Lagos). No hay ninguna prueba científica o estadística de que la causa determinante de los resultados de esa elección se pueda explicar con base en esa filtración de información por parte del FBI.

 

 

Con relación a la decadencia de EE.UU. en el ámbito de la economía mundial, diversos estudios revelan otra lectura. A partir de las evidencias de inversión, movimientos financieros y otros seguimientos realizados por centros especializados, entre otros por la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo UNCTAD[1], se demuestra que la transferencia de capital del mundo estadounidense y europeo hacia “países en desarrollo” ha sido un factor fundamental en los cambios ocurridos a nivel planetario. Es decir, no es la habilidad o la sapiencia estratégica de los rusos o chinos la que determina ese declive o decadencia estructural. Fueron los mismos grandes capitalistas estadounidenses los que diseñaron lo que algunos llaman la “re-estructuración post-fordista” (teorizada, construida y experimentada en Japón entre 1970-80), la que llevó, en gran medida a la desindustrialización de grandes regiones de los EE.UU. y Europa.

 

El objetivo principal de esa política implementada en todo el mundo por el Gran Capital consistía en sobre-explotar la fuerza de trabajo debido a la reducción creciente de tasa absoluta de ganancia[2] en muchos países del mundo occidental y de otras naciones en donde los trabajadores habían conseguido importantes conquistas en el área de los derechos laborales y en donde la industria manufacturera no era competitiva. Por tanto, se requería no sólo desregularizar la legislación laboral sino exprimir al máximo la tasa de ganancia relativa, buscando mayor productividad, alargar la jornada de trabajo, disminuir los gastos de seguridad industrial y laboral y, sobretodo, bajar los salarios. Además, había que acabar con los llamados “tiempos muertos”, lo que implicaba “liquidar” o “deslocalizar” una buena parte de la infraestructura productiva subutilizada para poder reducir los costos de producción. Esa política significó un cambio gigantesco en el orden capitalista global que sólo ahora está siendo sentido por millones de personas y que genera fenómenos políticos como los de Trump.  

 

Dicha política se concretaba en los llamados procesos de deslocalización, transectorización, desconcentración y descentralización de los procesos productivos, acompañados del proceso de “financiarización de la economía”, la promoción de guerras y campañas para asegurar fuentes de materias primas y recursos naturales (ahora en el siglo XXI, también, la desposesión de tierras) para garantizar nuevas formas de acumulación por despojo y obtener réditos por especulación financiera. De tal manera que, detrás del supuesto éxito de los chinos y de otros “tigres asiáticos” está un capital transnacional que ya no tiene patria, que tuvo su origen en el mundo occidental pero que hoy es global. A ese Gran Capital ya no le interesa el “sueño americano” ni mucho menos el “destino manifiesto”, aunque utiliza los conflictos de raza, etnia, religión, cultura, género u otros, para impedir que la población identifique el verdadero enemigo de clase: la plutocracia financiera global.

 

En ese sentido seguir colocando al frente de toda explicación el análisis geopolítico es como morderse la cola. Es evidente que no se puede negar la existencia de los “juegos de poder” entre bloques burocráticos y políticos “nacionales”, regionales e internacionales, y que tampoco se puede desconocer la existencia de sentimientos chovinistas, nacionalistas, racistas, xenófobos o machistas, entre millones de personas, pero estos sentimientos ya son muy diferentes a los que existían a principios del siglo XX y que fueron utilizados para desencadenar las dos guerras mundiales. Dichos sentimientos ya no tienen como base ideológica real a la “gloriosa patria”, ahora los sufren millones de trabajadores y clases medias asustadas porque su mundo “rosa” está siendo afectado por crisis económicas cada vez más recurrentes y/o está siendo amenazado por migraciones incontroladas de masas de pobres desheredados del mundo periférico arrasado por décadas de globalización neoliberal.

 

Es por todo lo anterior que tenemos que volver a los análisis de clase, y ayudar a orientar a los trabajadores del mundo entero que no tienen una teoría que les permita entender los fenómenos actuales que arrasan con sus vidas. Esos trabajadores pueden ser los “fordistas” del siglo XX, muchos de ellos desempleados o precarizados, o los nuevos trabajadores del siglo XXI, casi todos jóvenes técnicos, tecnólogos o profesionales precariados, que cada vez se parecen más al antiguo proletariado de la época de Marx, globalizado, itinerante, no apegado a ninguna “patria”, con una visión globalizada del mundo, y que ya empezó a actuar en lucha social y política (fue el gran dinamizador de las derrotadas revoluciones árabes de Túnez y Egipto, sujeto social de los “indignados” españoles y base electoral de Podemos y Siryza).

 

Construir esa orientación es muy importante. De lo contrario, los capitalistas globales neoliberales van a utilizar a los “progres” y algunos sectores de izquierda (socialdemocracia) para defender su orden neoliberal acusando a los Trump y Le Pen de ser “chovinistas nacionales”, “proteccionistas trasnochados” (que en realidad lo son pero como expresión de decadencia y no de avance), y por otro lado, otros izquierdistas “nacionalistas” de los países dependientes van a creer, por un lado, que Trump es su aliado (posiblemente sea la explicación para la afirmación del presidente Correa de que era bueno que ganara Trump) y van a seguir creyendo que en verdad, China y Rusia son los modelos de lucha “nacional” y de independentismo para derrotar al imperialismo y al capitalismo.

 

 

Por el contrario, de lo que se trata en estos tiempos de crisis es de recuperar las ideas de Marx y de Lenin, teorizando la necesidad de reconstruir la “utopía”, de “un mundo por ganar”, y de impulsar una estrategia de lucha global por parte de los trabajadores y pueblos oprimidos del mundo. Pronto los trabajadores chinos, rusos, asiáticos y del planeta entero van a sentir los efectos de las políticas proteccionistas que se van a implementar en EE.UU. y Europa. Pronto regresarán a sus países de origen millones de migrantes expulsados de las antiguas potencias hoy en decadencia, las remesas de dinero dejarán de fluir hacia los países periféricos y las crisis económicas se retroalimentarán unas a otras. No será el apocalipsis cristiano pero si puede ser la oportunidad de reeditar nuevas olas revolucionarias proletarias de alcance universal.     

 

E-mail: ferdorado@gmail.com / Twitter: @ferdorado



[1] Informes Anuales sobre las inversiones en el mundo. 1990-2015.

[2] Jeremy Rifkin habla del “coste marginal cero”.

 


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