Manuel E. Yepe •  Opinión •  10/12/2016

Las raíces del «Trompismo» en Estados Unidos

La, para muchos, sorprendente elección de Donald Trump en la presidencia de Estados Unidos ha inducido múltiples interrogantes y elaboraciones acerca de los orígenes de lo que ya se conoce como el “trompismo”, matizado ahora por la personalidad y el estilo autoritario del Presidente electo que han comenzado a ponerse de manifiesto en la selección de su equipo de gobierno.

El periodista James Ridgeway, de Washington DC, manifestó su criterio al respecto en el último número de noviembre de la revista Counterpunch, al señalar que el programa político de Donald Trump promete una nueva dosis del virus mortal de Reagan. Ridgeway fija las raíces del trompismo en los tiempos en que se negociaban los tratados del Canal de Panamá en 1977 por el entonces presidente Jimmy Carter cuando una naciente nueva derecha estadounidense tomó como consigna la denuncia de que se estaba consumando una traición al interés nacional del país al “regalar” el canal a los panameños. Reagan se convirtió en la pieza central de ese movimiento ultraconservador que afirmaba que había llegado el momento de actuar contra tamaño “despojo”.

Heritage Foundation, un think tank de orientación republicana, comenzó a elaborar y hacer aprobar en el Congreso documentos sobre políticas nacionales con esa óptica conservadora. Surgieron nuevas caras en lo que sería el germen del trompismo. La primera fue la de Newt Gingrich, de Georgia, quien pronto se estableció como líder de una nueva bancada posterior de la derecha en la Cámara del Congreso. Los demócratas se burlaron de Gingrich en el Congreso y lo desdeñaron, considerándolo poco menos que un demente. Pero no pudieron reír por mucho tiempo. Prontamente, Gingrich y sus seguidores encabezaron la toma del Congreso por la nueva derecha, creció grandemente su influencia en la Corte Suprema y comenzaron a materializar muchas de las ideas que llegarían a convertirse en lo que hoy se conoce como “la revolución de Reagan”, que se traduce en un incremento de la influencia de los militares y la expansión del desarrollo bélico, recortes en los presupuestos para objetivos sociales y para la atención de la salud, y la desregulación de los bancos, todo ello seguido por el desarrollo de un amenazante estado policial.

Según la apreciación de Ridgeway, los demócratas no se intranquilizaron, continuaron mofándose y, en cambio, pusieron toda su confianza en el ex presidente Bill Clinton, político inteligente que había venido en ascenso con su política de triangulación. Clinton, en vez de atacar, forjó una alianza con el republicano Newt Gingrich que hizo viable en el legislativo el tratado del NAFTA, de integración comercial con Canadá y México, y varios acuerdos encaminados a la desregulación de los bancos. “¿Quién necesitaba enemigos cuando se tenía al partido rival cavando su propia tumba?”, ironiza Ridgeway acerca de este paso que serviría de estímulo al surgimiento del trompismo. Fue a partir de entonces, y hasta hoy, que los demócratas quedaron indefensos ante los ataques contra sus políticas sociales. Ellos mismos habían creado las condiciones para que ahora no resultara difícil para Donald Trump atacar sus principales intereses enfocados hacia programas sociales, de salud, abortos, control federal de la educación y empleo. Clinton había dejado a su partido sin argumentos serios para su defensa.

Según Ridgeway, “Estados Unidos se halla empeñado en la construcción de una subcultura envuelta en una retórica de nacionalismo blanco. Ambas partidos coinciden en el propósito de recurrir al nativismo (política migratoria que favorece a los nativos sobre los inmigrantes) y apoyarse en esa política para detener, cachear y deportar gente bajo unas reglas de inmigración ligeramente desdibujadas que puedan proporcionar los contornos de una ideología que llene el hueco dejado por el anticomunismo tras el fin de la Guerra Fría.

A quienes les asuste el nacionalismo blanco –afirma Ridgeway- no tendrán más remedio que superarlo a base orgullo de su raza y su herencia. ¿Hitler? Está muerto y como diría Trump, “Hitler cometió algunos malos errores”.

En cuanto a la atención de la salud, ambos partidos se han adherido a lo que equivale a un acuerdo de largo alcance por evitar a toda costa cualquier cosa que se parezca a un control de precios de los medicamentos. De ese control se encargan los aseguradores y sus aliados en el jugoso negocio de los medicamentos, equipos médicos y prescripciones. En este terreno, el verdadero objetivo siempre ha sido en Estados Unidos usar el dinero del gobierno para aumentar la rentabilidad y hacer «engordar» a estas empresas.

El comercio bajo el NAFTA continuará con Trump. No estará el demócrata Clinton, pero sí el republicano Gingrich, hombre clave en la política de tratados comerciales. Es difícil imaginar a Gingrich involucrado en la cancelación de un acuerdo que él mismo negoció.

 

Manuel E. Yepe es periodista cubano, especializado en temas de política internacional.

Fuente: Por Esto


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