Paco Campos •  Opinión •  12/12/2016

La imprecisión del lenguaje de la política

¿Ha de ser preciso necesariamente el lenguaje de la política? Posiblemente no tenga por qué serlo, quizá su carácter venga de ahí y no de otro sitio, y de ahí también que sea por ello por lo que se propicie el debate y el argumentario tan diverso, porque no haya que hacer demasiadas precisiones cuando de lo que se trata, casi siempre se trata de eso, es de persuadir.

        Admitiendo lo dicho es conveniente la reflexión que pueda explicar, aunque sea someramente, el porqué de este barullo o de tanto batiburrillo, de tanta cosa que convierte los Parlamentos en auténticas jaulas de grillo, en el lugar en el que cada parlamentario deja caer gran parte de su sistema de creencias como si tratara de demostrar el camino adecuado que hace inadecuados a los demás caminos.

        Lo que sucede en el lenguaje de la política, a diferencia, por ejemplo, del lenguaje que se habla en el mercado de abastos, es que mientras que en los puestos de la plaza las palabras engarzan perfectamente con la realidad, en los Parlamentos no sucede igual, aún siendo, teóricamente más importante lo que se trata. Esta diferencia se debe a que el lenguaje político es de por sí holista, esto es, una posición que no puede distinguir, dentro del lenguaje, qué fragmentos enlazan con qué fragmentos de la realidad.

        Cuando hablan los oradores se anulan los accesos a la objetividad, a la trascendencia, a la realidad y a la representación, aun pensando ellos que son objetivos, realistas y que acceden al mundo de las cosas sus representaciones y sus argumentos. Y es que buscan, pretenden, ser precisos, cuando no tienen por qué serlo… la realidad es tan cambiante, tan diversa y llena de matices que cuando el político no quiere dejar cabos sueltos, es cuando abandona el holismo –ahí está el error- para convertirse en ese martillo pilón que es y que lo define de lejos como de vieja escuela.  


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