Ilka Oliva Corado •  Opinión •  16/12/2016

La locura de Isabel de los Ángeles Ruano

Para mediados del verano llegó a mis manos   el libro Torres y tatuajes, que es una especie de antología poética de Isabel de los Ángeles Ruano.

No voy a hacer una reseña de la antología, está de más. El distintivo de la letra de Isabel es la honestidad, la crudeza con la que relata lo impronunciable y a la vez la sutileza que hace  del horror un lienzo en  abstracto.  Muchas personas podrán escribir y llamarse poetas y escritoras, pero la esencia la tienen pocos y a Isabel le sobra. Es en mi opinión la poeta  excelsa que ha parido Guatemala. 

De Isabel se dicen muchas cosas, la que retumba por los salones y corredores por donde transitan la academia y los letrados clarividentes  afirma que es un loca; que un día perdió el juicio se vistió de hombre y se dio a la calle. Que trataron de recuperarla pero que su estado mental no daba para más. Y se creó una atmósfera de opiniones  alrededor del encanto que tiene Isabel  y que no posee nadie más en Guatemala.  Es eso, que nadie más está a  su altura, a su nivel de inteligencia, talento y humanidad. 

Isabel es Premio Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias 2001. Un buen día la poeta se cansó de ese mundo de labias e hipocresía y cerró la puerta, se largó a la calle, a donde está la vida, a donde está la poesía, a donde está la ebullición de la existencia. Volvió a lo propio, a la vid donde germina lo indecible. 

Se cuentan historias fantasmagóricas, algunas  con remedo de realismo mágico, todas buscan darle una explicación sensata a su renuncia a la academia y la única que encuentran viable  es tacharla de loca.  Solo así se puede comprender desde la “lucidez”  que una mujer decida darle una patada en el trasero al mundo irrespirable de los títulos, las alfombras y los codeos y vaya en busca de la libertad.

Qué belleza de locura entonces la que tiene Isabel, no todos se atreven a tenerla prefieren dejar ir lo más y quedarse con  lo menos. La de Isabel fue decisión propia que aplaudo, valoro, admiro  y respeto. Para llegar a ese tipo de locura se necesitan agallas y no cualquiera tiene esos arrestos. 

De Isabel se dicen muchas cosas, pero a la Isabel humana y talentosa la encontramos en su poesía y en las calles, como paria, entre la clase obrera, entre vendedores de mercado, entres lustradores de zapatos. En los autobuses ofreciendo a viva voz sus libros y sus lapiceros. La vemos caminar en cualquier calle del Centro Histórico  y en su arrabal que la cobija y al que  ama con fidelidad. 

A Isabel la podemos encontrar en cualquier loco de mierda que tuvo la suficiente lucidez para atreverse a vivir en libertad la belleza del trastorno. 

 

Isabel es demasiado para una sociedad mediocre como la guatemalteca que jamás la ha merecido. El día que muera seguramente se harán los reconocimientos que hoy la ven como apestada y  muchos escriban reseñas y dedicatorias,  y  digan la palabrería con la que se luce la academia. Pero hoy por hoy Isabel es una vendedora ambulante que hace de su existencia el poema más hermoso que jamás se escribió.

 

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