Guadi Calvo •  Opinión •  16/12/2016

Libia: Un puzle sangriento

Estado Islámico, al igual que en Raqqa, su capital en Siria, y en Mosul, la capital en Irak, está dando los últimos estertores de resistencia en Sirte, capital de Estado Islámico en Libia. Esta situación, de ningún modo, como en los dos primeros casos, significa la derrota de la organización del Califa Ibrahim. Y habrá que preparase, tal cual lo practica el EI en Irak, para atentados contra lugares de alta concentración de civiles y que comenzarán a ser mucho más frecuentes, ya no solo en los territorios perdidos, sino en cualquier geografía en que las condiciones le sean propicias.

 

Sirte, desde junio de 2015, se convirtió en el epicentro de la actividad salafista en la patria del Coronel Gadaffi, donde llegaron después de haber sido expulsados de la ciudad de Derna, 600 km al este, próxima a la frontera con Egipto.

 

Desde entonces diferentes fuerzas que componen el complejo entramado de organizaciones armadas en la Libia post Gadaffi, han intentado desplazar a los califados de Ibrahim, de la ciudad de Sirte, plaza comandada por el libio Usama Karama.

 

Desde mayo, un conjunto de fuerzas pro occidental, entre las que destaca el  Congreso Nacional General (GNA), que es uno de los tantos pretendidos embriones de ejército, que se han intentado generar desde 2011.

 

Todos estos grupos armados han mantenido un cerco sobre el Daesh en Sirte y se han encontrado con una férrea resistencia, que en casi nueve meses no han podido vulnerar.

 

Como prueba de ello el hospital central de Misrata, a unos 350 km de Sirte, se encuentra desbordado por la permanente llegada de sitiadores heridos en la dura batalla.

 

El número de bajas solo de los combatientes del GNA, sobrepasarían los mil, mientras que los heridos se estiman en más de 4 mil.

 

Desde este último lunes 5, han corrido serios rumores que las fuerzas GNA, habrían tomado las últimas posiciones salafistas en el barrio de Giza en el corazón de Sirte, donde un puñado de fieles combatientes del Califa, seguían resistiendo, ya sin ninguna posibilidad de escapar. Aunque en este tiempo fueron varias las oportunidades en las que se afirmó la toma de Sirte, en esta ocasión pareciera ser cierta.

 

Desde agosto, los sitiadores contaron con el apoyo de la aviación norteamericana que, a solicitud de Fayez Serraj, el seudo Primer Ministro, impuesto la Unión Europea y los Estados Unidos, con el obvio beneplácito de Naciones Unidas, atacaron posiciones del Daesh, sin nunca precisar el número de víctimas civiles. Es, por lo menos curioso que en el caso de los bombardeos de la aviación rusa en Siria, las ONG y los medios de información occidentales, cuentan con listados de víctimas civiles llamativamente precisos.

 

De ser real la caída de Sirte, el Primer Ministro Serraj, tendrá un trabajo homérico a la hora de rearmar Libia, si eso fuera de algún modo posible.

 

Tras el ataque e invasión de la OTAN y sus mercenarios a comienzo de 2011, y tras seis años de guerra, Occidente ha sabido una vez más construir un estado fallido en un país que tuvo los más altos índices de calidad de vida del continente. Ahora Libia es un país sin instituciones, sin economía, sin nada parecido a un sistema de salud o de educación, sin fuerzas armadas, y con una única producción, el petróleo, monopolizado por empresas occidentales que están sacando excelentes dividendos como la Eni de Italia, la austríaca OMV, la francesa Total, la británica BP, la estadounidense ExxonMobil o la griega Hellenic Petroleum, entre otra veintena.

 

En Libia, hoy lo único que cuenta es el poder de fuego de cada una de las 1700 bandas que operan por la libre y son contratadas  por organizaciones de contrabandistas (cigarrillos y medicamentos, nafta y gas oil) y  tráfico de personas (más de 110 mil personas salieron de las costas libias en lo que va del año, lo que produjo que  Estado Islámico se embolsaran casi 90 millones de dólares, solo por ese rubro, mientras que la totalidad de lo “facturado” por las organizaciones de traficantes redondearían unos 300 millones de dólares) armas y obviamente droga.

 

Grupos de al-Qaeda y Estado Islámico, operan en todo el territorio libio y en todos los países limítrofes. Estas bandas salafistas han entrado y salido del Libia cada vez que lo ha necesitado sin ningún tipo de obstáculos, ya que los controles fronterizos han desaparecido desde el derrocamiento de Gadafi en 2011.

 

A Fayez Serraj, en las proximidades de Misrata, han llegado por las rutas transaharianas cerca de un millón de refugiados, provenientes de todos los rincones de África, en espera de poder embarcarse hacia el sur de Italia.

 

Estas bandas mafiosas siguen generado verdaderas fortunas fletando refugiados hacia Europa o hasta donde las embarcaciones naufraguen, a dos mil dólares por plaza.

 

Quien quiera rearmar este puzzle sangriento, en que se ha convertido Libia, tras el derrocamiento y martirio del Coronel Mohammad Gadafi, tendrá que pugnar con las fuerzas internas que podrían pretender independizarse de Trípoli.

 

 No solo era el petróleo

 

Las exigencias de los muchos centros de poder que tiene Libia harán prácticamente imposible el trabajo del seudo Primer Ministro Serraj, de convertir ese terreno desvastado en una nación.  Los deseos de Occidente chocarán con el mismo muro que han chocado en Afganistán y en Somalia.

 

Los analistas del Pentágono, quienes han diseñado este caos en Libia, parecen no haber entendido que la fórmula que les sirvió para horadar el poder de Gadafi, la de enfrentar a las tribus (cerca de 140, aunque son 30 las que han tenido peso político) entre si, que fueron la base de sustentación de Gadafi durante sus cuarenta y dos años en el poder, ahora están enfrentadas irremediablemente. El complejo equilibrio tribal ha sido definitivamente roto, y ese fue el único poder histórico y constante en Libia, por lo que, atomizado, no tiene posibilidades de estructurar el país como se conoció hasta el 2011.

 

La reconstrucción del tejido de confianza entre las tribus, tardará décadas en realizarse, y no podrá hacerlo justamente un hombre como Fayez Serraj, colocado con fórceps por los extranjeros.

 

No es casual que la sublevación contra Gadafi, se haya iniciado en Benghazi, capital de la provincia de Cirenaica, rival histórica de Trípoli. Benghazi, que ha declarado su autonomía, en agosto de 2013, cuenta con grupos armados propios y negocia por separado “su” petróleo con las empresas occidentales. Tobruk, donde rige un parlamento autónomo desde 2014, es la base de sustentación del controvertido general Khalifa Hafner, quien se auto postuló como el hombre fuerte de Libia, tras haber traicionado a Gadafi. Cansado de que sus pedidos de apoyo nunca hayan sido escuchados por Washington, más allá de haberle prestado grandes servicios al Pentágono y la CIA, Hafner ha cambiado de estrategia y ha iniciado una serie de reuniones con altas autoridades rusas y chinas, buscando apoyo militar y financiero.

 

La sureña provincia de Fezzan, desde septiembre de 2013 ha declarado su autonomía. Históricamente Fezzan, han manejado el tráfico de personas y el contrabando, actividad que diferentes tribus que se afincan en el territorio como los tuareg y lostoubou siguen explotando. 

 

En 1953, en búsqueda de yacimientos petroleros en la provincia de Fezzan, se descubrieron grandes acuíferos, estimándose que cada cuenca tiene entre los 4800 y 20000 kilómetros cúbicos de agua, lo que lo convierte en el tercer acuífero del mundo.

 

 En 1984, el coronel Gadafi comenzó quizás su proyecto más ambicioso, el Gran Río Artificial, el proyecto de riego más grande del mundo, que proveería de agua a todo el país. Para eso fueron cavados 1300 pozos algunos de hasta 500 metros de profundidad, para bombear agua de las reservas de agua subterráneas, que era distribuida a casi siete millones de personas, llegando a Trípoli, Benghazi, Sirte y a otros puntos a través de una red de tuberías subterráneas de 4 mil kilómetros de extensión y que permitían abastecer de agua a más de 150 mil hectáreas para cultivo.

 

En julio de 2011, la OTAN, atacó el suministro de agua, cerca de la ciudad de Brega, e incluso destruyó la fábrica que producía las tuberías. Estos ataques dejaron sin agua al 70% de la población, que no solo la utilizaba de manera personal, sino también para el riego.

 

Occidente ha hecho sin duda las cosas demasiado “bien” en Libia, como que para alguien alguna vez pueda volver a armar ese puzle sangriento.

 

Guadi Calvo es escritor y periodista argentinoAnalista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central.

 

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