Paco Campos •  Opinión •  16/02/2017

El razonamiento nos aleja del mundo

La tendencia a elucubrar nos desvía de lo preciso porque nos aleja de la acción y nos impide contrarrestar la mala práctica, que es la práctica equivocada. El error no se detecta solo, no es algo que alguien capta y nada más, sino que es desvelado por el ejercicio de la argumentación, del contacto entre individuos. Lo que en principio era un plan atractivo para la razón normativa, para el ejercicio canónico de la verdad institucionalizada, ha devenido en fracaso. Lo que antes era un sesudo plan de pocos destinado a muchos, se convierte después en triste realidad.

        Mejor argumentar que razonar, mejor justificar que dogmatizar, mucho mejor participar y equivocarse que excluir e instaurar. Pensemos en los recientes acontecimientos que nos sorprenden porque son resultado de decisiones personales o colegiadas, esto es, minorías organizadas. La sorpresa surge cuando el escándalo es mayor que lo tolerable. La corrupción, el abuso de poder, la desigualdad, la insolidaridad, el secretismo y la animadversión son posibles porque no hay un tratamiento argumental, sino el fiel designio de la razón de poder; un designio que transgrede la razón misma y gira al irracionalismo. Lo normativo, la ética del deber, es luego punitivo.

        El argumento, por su naturaleza es solamente diálogo, porque el argumento espera respuesta, y esa respuesta es otro argumento; mientras que el razonamiento no necesita interlocutor, y es por eso que por él se establecen verdades que nos alejan del mundo, simplemente por no ser contrastadas, justificadas por un colectivo, por un mundo social, única categorización que puede hacerlas viables, operativas. Todo lo demás es dormir el sueño de los justos, voluntad perdida en la confusión del personalismo, del autoritarismo de la verdad universal… y todo esto nos llevaría a la perdición, al fracaso histórico. Todavía no logramos entender el Holocausto.   


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