Paco Campos •  Opinión •  02/03/2017

No hay verdad fuera del lenguaje

Muchos dicen que ven claro las cosas. “Está claro” dicen, como si descubrieran un algo llamado “verdad”. Esto no puede dejarse caer así por que si, porque supondría que la verdad está fuera, ahí fuera, y hubiera que captarla de la misma manera que Platón decía que accedíamos a las ideas: con la ayuda de la razón. Estos clichés han dado pie a lo largo de la historia del hombre occidental a establecer creencias, ciertos estereotipos, que más de una vez le han supuesto malas pasadas.

        Cuando oímos a padres, amigos, autoridades y a hombres de la política decir que creen en la unidad, el honor, la fidelidad, los valores de occidente, la obediencia y demás lugares comunes, da la impresión que antes se han ejercitado de modo individual, esforzado, por tener convicciones y que han conseguido tenerlas gracias a la reflexión, a largos periodos de dudas e incluso a Dios o cualquiera de las Vírgenes que tantas hay en España. Esos hombres tienen verdades que nunca cambiarán por nada en el mundo… y esos hombres se convierten en ejemplares frente a otros, a los que tachan de ignorantes o equivocados, a los hay que convencer. Claro, así nunca habrá democracia, tolerancia.

        Curiosamente poca gente piensa, y es lo más fácil, que la posesión de lo que llamamos verdad no tiene validez fuera del lenguaje y que sólo mediante él puede ser trasmitida y, lo que es mejor, compartida. Pocos atribuyen al lenguaje esas empatías; piensan, por el contrario, en fenómenos psíquicos, en las naturalezas humanas libres y en una larga lista de descubrimientos que sólo sirven para una ceremonia de la confusión. La verdad no es algo, la verdad no reside en un convencimiento privado, menos todavía la verdad puede ser incomunicable. Si por algo seguimos unos con otros a pesar de todo, es porque la verdad no está donde no hay proposiciones. Sólo la sintaxis puede hacer posible que no haya verdades eternas o no eternas fuera de nosotros. 


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