Paco Campos •  Opinión •  11/06/2017

El amor al prestigio autoritario

Dewey en La Busca de la Certeza (1929) carga contra el autoritarismo proveniente de los principios morales universalistas kantianos, que la tradición europea siempre depositó, desde Aristóteles, en la razón y en la especificidad del lenguaje como producto humano que nos diferencia de las bestias. El hilo conductor razón-lenguaje-conciencia moral, que tan bien le ha venido a las religiones occidentales en todas sus facciones bíblicas, ha sido la garantía para repudiar al evolucionismo. La Iglesia pudo admitir al fin que el planeta Tierra no es centro del universo, pero por donde no pasará nunca es por admitir que el hombre procede del mono.

        Ya tenemos aquí una característica cultural importante para diferenciar el pensamiento centroeuropeo tradicional (Kant) del pensamiento de la Costa Este estadounidense. Si Galileo pudo, a la postre, con La Biblia –aunque todavía los resabios fideístas tienen gasolina para compatibilizarla con la ciencia- Darwin nunca será bienvenido o compartido con el Libro Sagrado. No dejan las universidades privadas, que son una especie de polvorín de la reacción, de replantear, sobre todo en EEUU, auténticas veladas boxísticas entre creacionismo vs evolucionismo.

        Dewey plantea que el comportamiento que llamamos moral no procede de la teoría apriorística de ‘la fuente de la razón’, sino que es el simple producto de la conducta, de la costumbre, esto es, de la práctica; añadiendo que el símil del lenguaje no implica nada porque no aparece el lenguaje en el mundo como algo constituido sintácticamente, sino que es aquello que es precedido por el codazo y el gruñido. Somos animales, ante todo. No somos tan espirituales como si de almas puras se tratara. Es más, somos más mezquinos de lo parece porque todavía seguimos dando crédito a los principios universales, sometiéndonos a ellos porque amamos al prestigio autoritario. Decía Jaume Matas: “Se trata de la realeza, no lo entiendes…”   


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