Francisco González Tejera •  Opinión •  25/09/2017

Diego resiste el embate de la desmemoria

Solo hay dos cosas que Diego recuerda nitidamente, que ni siquiera las nubes negras de la desmemoria le pueden destruir: Su hermano Braulio González García, asesinado por los fascistas en su cuna el 24 de diciembre de 1936 a las doce de la noche y a su nieta Famara, quizá lo que más ha querido y quiere en su vida.
 
Cuando alguien visita la humilde casa de Diego es de lo primero que le habla, de su hermano, de su nieta, no lo olvida, no puede, es lo que lo mantiene en la Tierra, se aferra luchando contra la demencia senil, hay espacios en su mente forjados desde los parámetros desconocidos del amor eterno, ese espacio de ternura que nunca desaparece pase lo que pase.
 
Cualquier amigo, cualquier periodista, cualquier persona que venga a su casa conocerá su historia, la historia de su hermano de cuatro meses arrojado de cabeza contra la pared por un miembro de la criminal y falangista “Brigada del amanecer”, el recuerdo infinito y tierno de su nieta, no se olvida, no quiere olvidar, se resiste a pesar el embate de los años, ya casi 92, un cerebro afectado por este mal que transforma, que cambia, que destruye lo más maravilloso que podemos tener en nuestras almas: Los recuerdos.
 
Se le ve desde muy temprano atareado en el jardín, rodeado de árboles, de la araucaria gigante, de la higuera centenaria, de las plataneras a punto de parir sus racimos inmensos, hace cada día lo mismo, abre el buzón, busca las cartas sin remite como si esperara algún regreso, algún reencuentro, mira a los perros, recoge la hojas, se enreda entre la tierra volcánica, la misma que lo vio nacer en Tamaraceite un noviembre lluvioso, se para por un momento ante la foto de su padre, Francisco González Santana, fusilado por los fascistas el 29 de marzo del 37, parece mirarle a los ojos, algo extraño, como si lograra comunicarse, como si escuchara su acento canario, recordar cuando era un pequeño niño con dificultades para crecer por el hambre, como si en su boca se recuperara el sabor de las golosinas que le traía Pancho “La Mahoma”, el comunista asesinado, las caminatas por la montaña de San Gregorio mirando el mágico espectáculo de los podencos cazando, buscando el rastro de los conejos de abril.
 
Por un momento lo observo y se queda mirando a los pájaros, me pregunta cuando me ve por la fosa común:
 
-¿Por fin sacan los huesos de mi padre?- A mi ya me da vergüenza ajena contestarle, busco alguna evasiva que lo tranquilice, tampoco entiendo que políticos indecentes que ganan sueldazos no hayan facilitado algo tan justo, tan noble, tan lógico, como haber exhumado ya esa fosa común del cementerio de Las Palmas, donde no solo reposa mi abuelo, sino cientos de fusilados, acribillados, ejecutados con tiros en la nuca por defender la democracia y la libertad.
 
Lo veo partir lentamente, quizá me vaya yo antes, no lo sé, pero él ya es consciente del escaso margen de vida que le queda, que cualquier achaque lo llevará a la nada, al silencio de la noche eterna, amasa con sus manos el viejo álbum de fotos, las imágenes de su pasado, la nietilla agarrada de sus dedos en el patio de los helechos rodeada de perras y perros nobles, tiempos felices de risas infantiles, el pequeño viaje a Tenerife de la humilde luna de miel, las avenidas arboladas de La Laguna, el cúmulo de recuerdos, los rostros lejanos de tantos familiares muertos, tantos amigos, hasta los del Sporting de San José donde fue veloz extremoderecho, los niños y la monjas de la Casa del Niño donde lo internaron junto a su hermano tras asesinar a su padre.
 
Diego se resiste, ejecuta cada día ese inmenso ritual de seguir vivo, de esperar el abrazo de lo que más quiere antes de partir, se aferra, no al pasado, porque no lo recuerda, sino a la dignidad, al sueño remoto, a la música que reposa en alguna parte de su sordera, las banderas lejanas, la prueba de ADN, el dolor, la muerte, las lágrimas, la desesperación, el brutal camino de la injusticia.
 
http://viajandoentrelatormenta.blogspot.com.es
 
Diego, Famara, Lola y el histórico luchador social Domingo Valencia
durante el rodaje del documental «La Memoria Interior» de Reyes Lima

Opinión /