Libardo García Gallego •  Opinión •  23/02/2018

El oscuro panorama en que estamos inmersos

En 1988 fue ratificado el compromiso de Estados Unidos con sus países satélites de América en el documento conocido como Santa Fe II, en el cual se dice: “La deuda, el terrorismo, las drogas, los Estados depredadores, las enormes migraciones, las insurgencias comunistas y la corrupción, son sólo parte de este escenario”, “Se condenan el estatismo, los aparatos burocráticos gigantescos y la nacionalización, al tiempo que se estimulan la formación de mercados de capital nacionales, la supresión de regulaciones y la privatización de compañías para estatales existentes. Además de defender los valores de la empresa privada en oposición al capitalismo de Estado” “Los problemas del terrorismo, los insurgentes, las drogas y la emigración/inmigración son identificados como factores desestabilizadores”

Como consecuencia de esta política la derecha continental ha impuesto “dictaduras blandas” en Honduras, Paraguay, Argentina, Brasil, países donde han sido derrocados los gobiernos comprometidos con el pueblo llano, con los de abajo, con los que padecen las consecuencias del neoliberalismo empobrecedor. En Bolivia y Ecuador lo intentó pero fracasó. Y ahora está empeñada en derrocar el gobierno constitucional de Venezuela, para lo cual, en alianza con los empresarios venezolanos productores y comercializadores de alimentos, ropa y medicinas, han montado el bloqueo económico, con el cual han generado el descontento de sus habitantes, obligándolos a emigrar hacia otros países del Continente, en especial a Colombia.

El panorama mundial es horrible: Acaban de reunirse 75 países para empezar a reconstruir Irak: Qué pena!  ¿Y para qué tenían que invadirlo? Claro! Inventaron una monstruosa mentira: que Hussein tenía armas nucleares y constituía una amenaza para Estados Unidos y sus amigos europeos. Lo mismo que pretenden hacer en Corea del Norte. En la reunión de marras se comprometieron a aportar $30.000 millones de dólares, menos de la tercera parte de los más de $100.000,oo que demanda la reconstrucción. Estados Unidos, principal invasor, aportará miserables $3000 millones; Turquía, $5.000; la ONU, $500; Reino Unido, $4.000; etc. ¿Cuándo intentarán reconstruir a Libia, también invadida para robarse el petróleo, el gas, el oro y la plata, los principales recursos de ese país? Los invasores siguieron con Siria, donde durante más de seis años han tratado de tumbar su gobierno democrático, apoyando para ello las bandas terroristas antigubernamentales, como Isis. Y continúan detrás de los combustibles fósiles de otros países no sometidos a Estados Unidos en el Medio Oriente.

Por otra parte, los grandes medios económicos como Forbes, The Economist, etc. reconocen que menos de 50 personas detentan la riqueza que necesitaría más de la mitad de la población mundial para vivir dignamente. Pero ¿Cómo frenar esa infame concentración de las riquezas materiales del planeta? ¿Cómo evitar que la creciente robotización reduzca al mínimo las fuentes de trabajo humano? ¿Será posible reducir a la mitad la duración de la jornada laboral? ¿Podremos, con argumentos, desarmados, convencer a los multimillonarios de la necesidad de redistribuir sus riquezas entre los pobres?

En cuanto a Colombia, recuérdese que figuramos en los primeros lugares del mundo en desigualdad social y pobreza, aunque también en felicidad; es decir, somos un país masoquista. Y esto sin mencionar la corrupción existente en todas las ramas del Estado y de empresas privadas; la inseguridad, principalmente en las ciudades; la matanza sistemática de los defensores de derechos humanos, líderes sociales, ex guerrilleros desarmados y opositores al gobierno; el despojo de tierras a los campesinos podres y medianos; la intolerancia ideológica y política; la propagación de ideas religiosas enemigas de garantizar los derechos humanos a toda la población; la ausencia de una justicia imparcial, respetuosa de la Constitución y las Leyes. Trump, el buscapleitos, pretende utilizarnos como cabeza de cañón para que pisoteemos la soberanía venezolana. No. Si en Venezuela viven más de 5 millones de colombianos desplazados por la miseria aquí existente, entonces que ahora Colombia reciba siquiera una cifra equivalente de venezolanos, les ofrezca trabajo y vida digna. Y que los hermanos venecos resuelvan autónomamente sus problemas nacionales, sin injerencia de entidades extranjeras.

Parece que los seres humanos somos enemigos de la igualdad social y de la verdadera democracia, y las grandes potencias siguen empeñadas en apoderarse de los pequeños países. Los pobres carecemos de saber y unidad para rebelarnos.

Armenia, febrero 19 de 2018

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