Manuel E. Yepe •  Opinión •  09/03/2018

La carrera armamentista está en su apogeo

Si se pudiera regresar en el tiempo, Vladimir Putin trataría de impedir la desintegración de la Unión Soviética ocurrida en 1991. Así lo ha dicho el presidente de Rusia en un foro celebrado la semana pasada en Kaliningrado, en respuesta a una pregunta del público sobre qué suceso histórico ocurrido en ese país él hubiera querido impedir.

En 2005, Putin había manifestado en su discurso anual sobre la situación del país que el derrumbe soviético había sido “la mayor catástrofe geopolítica del siglo”.

En el foro de Kaliningrado Putin anunció que científicos rusos habían desarrollado novísimos sistemas de armamento gracias al logro de nuevos materiales que ningún otro país posee. “Otros lo han intentado pero, por lo que sabemos, no lo han conseguido”.

El líder ruso explicó que el submarino no pilotado armado con misiles nucleares logrado por su país alcanza una potencia de combate 200 veces mayor que la de otros submarinos actuales y es más veloz que muchos navíos de superficie.

También calificó de “ciencia ficción” el sistema portador de misiles intercontinentales Avangard que, según el mandatario ruso, “vuela como un meteorito mientras la temperatura en su superficie alcanza los 2 000 grados, se desvía hacia arriba y abajo, a derecha-izquierda y todo le funciona debidamente”.

Putin informó que Rusia posee diversos sistemas capaces de burlar el escudo antimisiles estadounidense y puede hacer frente a cualquier ataque procedente del exterior. Sacó a relucir armas que hasta ahora se guardaban en secreto, como un misil intercontinental pesado y un misil crucero hipersónico, drones submarinos armados con cohetes nucleares y armamento láser.

“Antes de que tuviéramos los nuevos sistemas de armamento, nadie nos escuchaba. ¡Escúchennos ahora!”, exclamó Putin durante su encendido discurso sobre el estado de la nación ante las dos cámaras del Parlamento ruso.

El jefe del Kremlin aseguró que “por ahora nadie en el mundo tiene nada igual” y advirtió que, para cuando lo tengan, los rusos “ya inventarán otra cosa”.

La rivalidad entre grandes potencias por desarrollar sus fuerzas armadas y hacerlas más eficaces como mecanismo de interacción estratégica para la elevación de la moral combativa propia y el debilitamiento de la del adversario, comenzó a desarrollarse en la contemporaneidad desde que Washington, avizorando el fin de la Segunda Guerra Mundial con la derrota de Alemania y el triunfo de varios aliados sumamente maltrechos por los efectos de la guerra, diseñó una política en esa dirección con el objetivo de asumir en exclusiva la hegemonía mundial absoluta.

Rusia, que había llevado el peso principal de la lucha contra la Alemania nazi estaba en amplia minoría entre las potencias aliadas, no solo por la destrucción material y económica en que quedara sumida tras su  enorme esfuerzo militar, sino por la afinidad política e ideológica que unía a Estados Unidos con el resto de los aliados.

Prácticamente decidida ya la Guerra Mundial y con solo unos pocos detalles pendientes de acordar para la rendición incondicional de Japón, Estados Unidos hizo explotar sendas bombas atómicas sobre dos densamente pobladas ciudades de la nación asiática con el evidente propósito de dar a conocer con esa monstruosidad su posesión única de la pavorosa arma nuclear.

A partir de entonces Rusia se esforzó al máximo por alcanzar la paridad y el mundo se hizo bipolar, marcado por dos grandes centros de poder en Washington y Moscú. Nació la carrera armamentista conocida como Guerra Fría.

La bipolaridad se transformó en monopolio estadounidense, con la disolución de la URSS pero, como gran potencia única, Estados Unidos no fue capaz de eludir las paradojas inherentes al capitalismo, a causa de que sus ambiciones esenciales de dominio que le exigen guerras, desigualdades, explotación y miserias para mantenerse al frente de la nave imperialista.

Putin ha repetido en muchas ocasiones que Rusia no se verá empujada a una carrera armamentista que agote sus recursos como ocurriera con la Unión Soviética cuando el presidente de EEUU Ronald Reagan lanzó la conocida como «Guerra de las Galaxias». Pero en los últimos años la agresividad imperialista de Washington ha aconsejado al Kremlin la inversión de enormes recursos en la modernización de su tríada nuclear: misiles intercontinentales, submarinos atómicos y aviación estratégica.

En Siria, al poner freno a la impunidad con que Estados Unidos venía actuando desde hacía algunos años, el Ejército ruso no solo  salvó al régimen de Bachar al Asad, sino que demostró que “Rusia ha vuelto como superpotencia militar.

Ojalá sea una carrera armamentista en la que mentes sensatas sean capaces de contrarrestar la grave amenaza que deriva de que uno de los contendientes está encabezado por un maniático.

*Manuel E. Yepe, periodista cubano especializado en política internacional, profesor asociado del Instituto de Relaciones Internacionales Raúl Roa de La Habana, miembro del Secretariado del Movimiento Cubano por la Paz.

Fuente:  MartianosHermesCubainformación


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