Alvaeno •  Opinión •  16/03/2018

La morbosa actitud del ser humano

A veces, por no decir, casi siempre, me embarga una tristeza profunda, o para que quede más poético: una profunda tristeza al comprobar cuán ruin y zafia es, en muchas ocasiones, la raza humana.

Generalizar no es, quizás, lo correcto, porque ya sabemos que siempre hubo, hay y habrá una excepción que confirme las reglas, pero viendo lo visto y escuchando lo escuchado, no tengo muchas esperanzas de que haya algunas mujeres o algunos hombres, que los hay, con toda seguridad, que no se comporten como seres despreciables regodeándose con la tragedia ajena, sí, esa que parece que a ellos nunca les va a alcanzar.

El morbo vende, y eso lo saben los medios de comunicación, a los que yo defino como medios de incomunicación y desiformación, y qué mejor que la tragedia de unos inocentes que se han visto destrozados por la “presunta acción de una psicópata”, tenemos que dejar que sea la ley la que debe descubrir las pruebas para condenar al “presunto o presunta” asesina/o. Todos saben a qué me refiero, porque es el último caso de actualidad la desaparición, primero, y la muerte de ese niño llamado Gabriel, y al que todos le han dado por llamar “pescaito”, que es, según parece, el apodo con el que se le llamaba en su familia. Hasta ahí puedo estar de acuerdo, cada uno llama a sus hijos como bien le venga en ganas, pero que todos se lancen en las redes sociales a enviar mensajes con un dibujo de un pez, y den las condolencias por la muerte de “pescaito” o ¿es “pescadito”? Qué más da pescaito que pescadito, el caso que ese apodo para los más cercanos, o sea, su familia, será lo que les recuerde a su inocente hijo, nieto, sobrino, primo…, pero al resto que de lejos y a través de las redes sociales se han hecho eco de esta tragedia, el solo nombre de “pescadito”, desnaturaliza la verdadera tragedia: la muerte por asesinato de un niño de ocho años.

Cuando uno lee en esos miles de mensajes “pescadito”, la imagen que viene a la mente no es la un niño, sino la de un pez, por tanto se minimiza el crimen, sin que nos demos cuenta de la verdadera y horrible realidad, ¿podríamos llamar a esto pos-verdad? Ese concepto tan traído y llevado en estos últimos tiempos que nos muestra que vivimos en un mundo en el que la mentira se alza victoriosa, y no solo la mentira, sino el mal, sí, esta, no me canso de decirlo, es una sociedad enferma que se destruye a sí misma, podríamos recurrir aquí a la “Teoría del todo” del célebre astrofísico Stephen Hawking , para comprender como esta sociedad se devora a sí misma como si de un agujero negro se tratara, pero yo no soy experto en astrofísica, por tanto, permítanme la metáfora, por chusca que esta pueda parecer.

La morbosa actitud del ser humano ante hechos totalmente deleznables es terrible porque como aves de rapiña, o hienas, se lanzan sobre el animal muerto, sobre las víctimas para hacer de ello su tema de conversación en comidas y cafés y para pedir la cabeza del “presunto” asesino, cuando no lincharlo en la plaza del pueblo, o para pedir pena de muerte u otras lindezas por el estilo, sin contar con los que enarbolan la bandera de la xenofobia diciendo que el color del asesino es la razón de esa violencia, como si el color de la piel de un ser humano determinara su conducta para convertirlo en un criminal.

Sí, puede que muchas veces me embargue la tristeza, sí, una profunda tristeza, pero hoy, no puede decir otra cosa que siente dolor, dolor y compasión no solo por ese niño llamado Gabriel “el pescadito”, sino por los miles de niños, mujeres y hombres que cada día son víctimas de la violencia ejercida desde arriba, desde los poderes con la connivencia de todos, sí porque todos, incluido yo, somos cómplices de esta barbarie, por eso hoy estoy de luto, y de duelo, y os recuerdo aquel poema que escribiera John Donne:

Nadie es una isla,

completo en sí mismo;

cada hombre es un pedazo de continente,

una parte de la tierra firme.

Si el mar se lleva una porción de tierra,

toda Europa queda disminuida,

como si fuera un promontorio,

o la casa de uno de tus amigos,

o la tuya propia.

La muerte de cualquier hombre me disminuye,

porque estoy ligado a la humanidad.

Por consiguiente, nunca preguntes

por quién doblan las campanas:

doblan por ti.

SALV-A-E los que van a morir no te saludan


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