Manu Pineda •  Opinión •  15/05/2018

Internacionalismo, la vieja y hermosa palabra que nos une

La frase que Marx y Engels tomaron de Flora Tristán y con la que cerraron el Manifiesto comunista de 1848, “Proletarios de todos los países, uníos”, encierra en sí misma una concepción del mundo, una ética del comportamiento, y una idea de la fraternidad humana que nos define, además de una apuesta por un futuro de luchas compartidas.

En esa frase está condensado el internacionalismo proletario, la solidaridad obrera más allá de las fronteras y las lenguas, por encima de montañas y continentes, de dolorosas derrotas y de laboriosas conquistas de los derechos obreros y de la dignidad colectiva.

El viejo nacionalismo que ha ensangrentado Europa durante siglos, y que se extendió después a otros continentes, no tuvo nunca nada que ver con la noción del internacionalismo proletario que es defendida por los partidos comunistas de todo el mundo, y que ya estaba presente en los primeros escritos de Marx, y en los movimientos y organizaciones obreras que acabaron confluyendo en la Primera Internacional, la AIT.

En 1848, en el Manifiesto comunista, Marx y Engels argumentan que, si bien la clase obrera lucha por su emancipación en cada país, su lucha no está aislada de la que llevan a cabo otros contingentes proletarios: su opresor no es sólo la burguesía de su país, sino también las burguesías de otros países. Esa idea, junto con el análisis del capitalismo y la necesidad de la organización internacional de los trabajadores, está más desarrollada, después, en El capital.

A su vez, décadas después, Lenin insistía en la necesidad de luchar contra el nacionalismo defendido por la burguesía, que lanza a unos países contra otros: los partidos obreros deben luchar contra el nacionalismo en sus países y contra el de otros. El movimiento obrero de todos los continentes aprendió que su ser y su destino radicaba en el internacionalismo, como vieron los bolcheviques en 1919 con la creación de la Internacional Comunista, y como vieron quienes se oponían, en otros continentes distintos a Europa, al imperialismo capitalista. Porque las luchas de liberación nacional, a lo largo de todo el siglo XX, en las colonias oprimidas por Gran Bretaña, Francia, Alemania, Estados Unidos, no tenían un contenido nacionalista, sino emancipatorio; no buscaban el predominio sobre otros, el enfrentamiento por territorios o riquezas: buscaban la libertad.

En España, conocemos bien el valor de la solidaridad, el valor del internacionalismo. A España llegaron en 1936, las Brigadas Internacionales, tal vez el más hermoso y desprendido ejemplo solidario del siglo XX. Aquellos hombres y mujeres arribaron a España desde todo el mundo, para luchar contra el fascismo y por la libertad, para poner su corazón generoso al servicio del socialismo, y miles de ellos perdieron sus vidas en esta justa lucha. Hay muchos otros ejemplos solidarios: los republicanos españoles combatiendo al fascismo en las filas de la División Leclerc durante los años de la Segunda Guerra Mundial, o los internacionalistas cubanos en Angola. La solidaridad obrera se ha mostrado siempre con el apoyo de los países socialistas a las luchas de los trabajadores en numerosos países del planeta; con la ayuda de la Unión Soviética, de China, de los países socialistas europeos, en la solidaridad con Vietnam, con Camboya, con Laos, bombardeados con ferocidad por Estados Unidos; con Corea, durante la guerra desatada por Washington en 1950; con el pueblo palestino expulsado de su tierra; con la revolución cubana atacada, con Nicaragua, con el pueblo sudafricano o con el Congo de Lumumba, con los perseguidos por las dictaduras militares de América Latina, con los perseguidos en tantos países del planeta. Y aunque después, la lucha por el socialismo haya sufrido dolorosas derrotas con la desaparición de la Unión Soviética y del bloque socialista europeo, el empeño y la convicción internacionalista no nos ha abandonado.

Las sanguinarias guerras neocoloniales lanzadas por Estados Unidos y sus aliados en Afganistán, en Iraq, en Siria, en Yemen, el caos creado en Libia por la acción de la OTAN, el golpe de Estado de 2014 en Ucrania y la guerra del Donbás; las peligrosas, agresivas y aventureras acciones militares norteamericanas en la península de Corea y en el Mar de la China meridional, así como su permanente acoso a Venezuela y Cuba, son ejemplos lacerantes del sufrimiento que el imperialismo y sus aliados están causando a los pueblos del mundo. El reciente ataque norteamericano a Siria, violando el derecho internacional, ignorando a las Naciones Unidas, prolongando una sangrienta guerra que ya dura siete años, lo confirma.

Cuando, en nuestros días, aparecen nuevas manifestaciones de nacionalismo, de racismo, surgen movimientos de extrema derecha, que van de la mano de la agresividad imperialista, que aumenta por momentos, bombardeando países y encendiendo nuevas guerras, las organizaciones obreras y de izquierda, los partidos comunistas, debemos redoblar nuestro esfuerzo, debemos insistir ante los trabajadores, ante el mundo, que la amistad entre los pueblos, la igualdad, el internacionalismo proletario, son la base de nuestra acción, en el objetivo del socialismo.

Frente a las fuerzas que viven de la explotación humana y de la infamia, frente al egoísmo de los propietarios y los patrones, frente al espantajo de la muerte que renueva cada día el imperialismo, los partidos comunistas, las fuerzas democráticas del mundo, las organizaciones que luchan por la paz, sólo podemos oponer nuestra radical convicción antiimperialista, nuestro propósito solidario, nuestra apuesta por construir un mundo en paz que esté presidido por la justicia, la libertad y el socialismo.

El viejo y emocionado grito que cierra el Manifiesto Comunista, presente en las luchas y demostraciones de los trabajadores desde los días de Marx hasta hoy, la consigna que movió a los revolucionarios de Octubre a levantar la primera revolución obrera triunfante de la historia, y a edificar un gran país presidido por la fraternidad universal, por la solidaridad; esa voz, sigue estando presente entre nosotros, sigue alimentando las huelgas y manifestaciones obreras en cinco continentes. “Proletarios del mundo, uníos”, expresa nuestro compromiso irrenunciable con el socialismo, la libertad y la fraternidad humanas: el internacionalismo es la vieja y hermosa palabra que nos une.

Intervención completa de Manu Pineda, responsable de Relaciones Internacional del PCE en la Conferencia por el Bicentenario de Marx organizada por el PCFR en Moscú


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