Manuel E. Yepe •  Opinión •  20/08/2018

El capitalismo erosiona la salud mental

Al examinar nuestro pasado evolutivo y nuestra historia como cazadores-recolectores igualitarios, cooperativos y solidarios en la comunidad primitiva, disipamos la falsa idea de que los seres humanos, por su propia naturaleza, son competitivos, agresivos e individualistas. Los seres humanos tenemos todas las aptitudes

psicológicas y sociales para vivir de manera diferente y la desigualdad no es inevitable.

Así lo manifiestan los profesores de epidemiología Kate Pickett y Richard Wilkinson, autores de varios libros y otros estudios acerca de los efectos de las desigualdades sociales en Estados Unidos, en su nuevo libro titulado The Inner Level (El Nivel Íntimo), en el que se apoyan en un sólido conjunto de argumentos para demostrar que “la desigualdad devora el corazón del mundo íntimo y las ansiedades sociales de la gran mayoría de la población”.

En The Inner Level, la evidencia que muestran los autores sobre el impacto de la desigualdad en el bienestar mental es sólo una parte de la nueva situación. Los profesores Pickett y Wilkinson  cuestionan dos mitos clave que algunos utilizan para justificar la perpetuación y tolerancia de la desigualdad.

Cuando abordamos la falsa idea de que los niveles actuales de desigualdad reflejan la existencia de una justificable meritocracia en la que ascienden los de más capacidad natural y languidecen en el fondo los incapaces, comprendemos que, por el contrario, son las desigualdades en los resultados las que limitan la igualdad de oportunidades; las diferencias en los logros y los logros mismos son impulsados por la desigualdad, no sus consecuencias.

Pickett y Wilkinson, sostienen que la desigualdad es un obstáculo importante para la creación de economías sostenibles que sirvan para optimizar la salud y el bienestar tanto de las personas como del planeta debido a que el consumismo tiene que ver con la mejora de uno mismo y la competencia por el estatus se intensificada con la desigualdad.

Una encuesta reciente de la Mental Health Foundation halló que en un momento dado del pasado año el 74 % de los adultos en el Reino Unido estaban tan estresados que se sentían abrumados e incapaces de sobrellevar la situación. Un tercio tenía inclinaciones suicidas y el 16 % se había autolesionado en algún momento de su vida. Estas cifras eran mucho más altas entre los jóvenes.

En Estados Unidos, las tasas de mortalidad crecen sin cesar, sobre todo para hombres y mujeres blancos de mediana edad, debido a la «desesperación», que incluyen las muertes por adicción a drogas y al alcohol así como los suicidios y muchos accidentes de autos. Una epidemia de angustia parece estar afectando a algunas de las naciones más ricas del mundo.

Estudios realizados en 28 países europeos muestran que la desigualdad aumenta la ansiedad por el estatus en todos los grupos de ingresos, desde el 10% más pobre hasta el segmento más rico.

Otro estudio sobre cómo la gente experimenta un estatus social bajo, tanto en los países ricos como en los pobres, encontró que, a pesar de las enormes diferencias en sus niveles materiales de vida, en todo el mundo las personas que viven en la pobreza relativa tenían un fuerte sentimiento de vergüenza y auto-odio. Estar en la parte inferior de la escala social se siente igual si se vive en un país rico que si se reside en uno muy pobre.

Aunque parece que la gran mayoría de la población está afectada por la desigualdad, respondemos de diferentes maneras a las preocupaciones que genera la forma en que otros nos ven y nos juzgan. Una de esas maneras es sentirnos agobiados y oprimidos por la desconfianza, los sentimientos de inferioridad y la autoestima deprimida, y eso conduce

a altos niveles de depresión y ansiedad en sociedades más desiguales, afirman los autores de The Inner Level.

Los síntomas psicóticos, como los delirios de grandeza, son más comunes en los países más desiguales, al igual que la esquizofrenia.

El narcisismo aumenta a medida que aumenta la desigualdad de ingresos, según mediciones de la Narcissistic Personality Inventory (NPI) a partir de muestras sucesivas en la población estadounidense.

Otra muy extendida respuesta a la necesidad de superar lo que los psicólogos llaman la «amenaza evaluativa social» es a través de las drogas, el alcohol o el juego, mediante la alimentación como reconfortante, o a través del consumo de estatus y el consumismo conspicuo. Aquellos que viven en lugares más desiguales son más propensos a gastar dinero en automóviles caros y a comprar bienes de estatus; y son más propensos a tener altos niveles de deuda personal porque tratan de demostrar que no son «gente de segunda clase» al poseer «cosas de primera clase”.

*Manuel E. Yepe, periodista cubano especializado en política internacional, profesor asociado del Instituto de Relaciones Internacionales Raúl Roa de La Habana, miembro del Secretariado del Movimiento Cubano por la Paz.

Fuente: MartianosHermesCubainformación


Opinión /