Carolina Vásquez Araya •  Opinión •  24/09/2018

Ella se llamaba Juana Ramírez

Las niñas y mujeres indígenas y campesinas de Guatemala son el último eslabón.

Doña Juana Ramírez Santiago era una autoridad en su pueblo. Desde joven había comprendido su misión y había dedicado su vida a ayudar a otras mujeres como ella: marginadas, campesinas e indígenas privadas de servicios adecuados de salud y carentes de oportunidades para adquirir los conocimientos necesarios que les permitieran alcanzar una adecuada calidad de vida. Doña Juana era una de las más de 20 mil comadronas guatemaltecas cuya labor es proporcionar un entorno saludable a las mujeres en el proceso de embarazo, parto y lactancia. 

Consciente de los obstáculos enfrentados por su comunidad para tener acceso a los servicios de salud en el área rural, doña Juana dedicó sus esfuerzos a compartir y aplicar sus conocimientos, salvando la vida de muchas madres gestantes. A sabiendas de que el entorno cultural y social de las comunidades más alejadas de los centros urbanos es profundamente hostil para las niñas, adolescentes y adultas, usualmente privadas de acceso a la educación y sujetas a la autoridad patriarcal, ella se convirtió en una activa defensora de las mujeres de su etnia, ya que los escasos recursos disponibles para gozar de servicios de salud adecuados en la mayoría de aldeas y caseríos indígenas representa una seria amenaza y es causa de muertes maternas evitables, una de las más elevadas en América Latina y el Caribe.

Es allí en donde el papel de las comadronas resulta esencial. Sin embargo y pese a la trascendencia de su papel en atención sanitaria para comunidades alejadas de los centros urbanos, han debido soportar innumerables obstáculos cuando entran en contacto con algunos de los centros de salud del sistema estatal al acompañar a sus pacientes, debido a la barrera cultural entre el personal ladino no suficientemente entrenado para comprender ciertos usos y costumbres -como la necesidad de las mujeres indígenas de mantener su traje típico durante el proceso del parto, hablarles en su idioma y respetar su intimidad- lo cual consideran opuesto a las normas establecidas.

En este ámbito trabajaba doña Juana y, por su liderazgo en el seno de su comunidad, se había convertido en una voz importante y una protagonista activa en los programas de desarrollo y en la defensa de los derechos de las mujeres ixiles. Quizá no habrá mayor repercusión pública de su importante labor humanitaria, quizá nunca se conozca en detalle la trayectoria de esta lideresa indígena por pertenecer a uno de los sectores más abandonados de la sociedad guatemalteca. Pero la recordarán con respeto y admiración quienes conocieron el alcance de su misión.

Cuatro balazos fueron suficientes para derribar a doña Juana Ramírez Santiago, fundadora de la Red de Mujeres Ixiles. Quizá los asesinos no sabían a quien eliminaban. Quizá solo recibían órdenes de otros, dedicados con furia a exterminar a toda voz disidente, a todo opositor de un régimen de represión política y social. Lo que sin duda ignoraban es que a doña Juana no lograron callarla porque su pensamiento y sus ideas desde hace tiempo echaron raíces en su comunidad, una de las más golpeadas por el exterminio y la represión durante el prolongado conflicto armado interno.

En Guatemala, ser activista en pro de los derechos humanos y por la protección del ambiente equivale a colocarse directo en el centro de la diana. Más de 20 líderes comunitarios han sido asesinados en lo que va del año y el escenario actual permite suponer que la represión contra este importante sector continuará mientras las instituciones garantes de la justicia no actúen de manera firme, tal y como lo manda la Constitución.

www.carolinavasquezaraya.com

elquintopatio@gmail.com


Opinión /