José Haro Hernández •  Opinión •  19/10/2018

Casado y Rivera fichan por Vox

Sorprendió (y también asustó) la multitudinaria asistencia al mitin de Vox en Madrid el pasado 7 de Octubre. Los analistas que valoraron el hecho coincidían en que éste se inscribía en el auge de los partidos de extrema derecha en todo el mundo, del que hasta ahora nuestro país parecía haberse sustraído. En mi opinión, creo que se ha magnificado el hecho: trasladar hasta Madrid en autobuses, desde todos los rincones de España, a diez mil personas, no es algo extraordinario. Es más: las encuestas publicadas, en su totalidad, otorgan a Vox una cifra muy pequeña de votantes, si bien considerablemente más que la que reflejaba la marginalidad en que se encontraba hasta hace poco.

Y es que en este asunto de la ultraderecha España es, como en tantas otras cosas, diferente. Aquí, al contrario de lo que ocurre con nuestros vecinos europeos, no emerge un populismo de derecha dotado con un discurso antiglobalización y antineoliberal, opuesto al poder constituido y con una muy importante representación institucional(Francia) o directamente en el gobierno (Italia). En el solar patrio las ideas extremistas de derecha las lleva en la mochila uno de los dos soportes del régimen del 78, el Partido Popular, cuyo cordón umbilical con el franquismo se ha mantenido incólume desde que fuera fundado por exministros de Franco. Lo que ha ocurrido es que esas ideas han aflorado con virulencia ante la crisis(institucional, social, territorial)en que se halla inmersa esta democracia restringida. Y se manifiestan en las decisiones políticas que adopta la derecha en estos últimos tiempos que, sorprendentemente, no suscitan el escándalo que correspondería a la formulación de planteamientos contrarios a la propia Constitución y al Estado de Derecho. Así, propugnar una aplicación preventiva en Cataluña del artículo 155 sin que el govern haya perpetrado delito alguno, sitúa al PP (y a Ciudadanos) al margen de la ley directamente. Como exigir la ilegalización de partidos políticos o la retirada de competencias estatutarias a las autonomías. El partido de Rivera, por su parte,  estaría inmerso en una fuga hacia adelante para adelantar a Casado por la derecha.

Como excrecencia de esas prácticas políticas de las fuerzas de la derecha consolidadas, emerge Vox, no para situarse frente a ellas con una propuesta alternativa, sino para ahondar en sus aspectos más reaccionarios y antidemocráticos, llevándolos al límite. Por consiguiente, lo que está ocurriendo es que, en lugar de dos, hay tres partidos disputando un espacio, el del franquismo sociológico, que arranca desde el mismo inicio de la Transición.

El hecho de que el mitin de Vox concluyera con un ‘¡Viva el Rey!’, complementado por los asistentes con un ‘¡Viva Franco!’, es muy ilustrativo de la continuidad de la línea conservadora que, iniciándose con el ‘Caudillo’, se prolonga hasta la monarquía de Felipe VI.  Porque de eso se trata: nuestra ultraderecha es profundamente conservadora. Viene del franquismo y de un sistema democrático lastrado por haberse construido mediante una componenda entre franquistas y demócratas, que cedieron más de lo que se nos había dicho en principio.  Por ello, Vox no cuestiona el orden neoliberal, ni la monarquía, ni los recortes sociales, ni la sumisión a la troika. En ello coincide plenamente con PP y Ciudadanos, aunque discrepa de éstos en que quiere ir más lejos en la supresión de las libertades territoriales y derechos sociales. Construye su discurso patriótico, no como lo hacen el Frente Nacional Francés o el gobierno italiano(reivindicando el Estado Nación soberano frente a una troika que impone recortes neoliberales y destruye el tejido social), sino alentando el ‘a por ellos’ contra el independentismo y reivindicando los símbolos franquistas de una España que fue ‘grande’. Eso sí, fascistas españoles y populistas europeos comparten un discurso xenófobo y excluyente respecto de las minorías.

Concluyendo: en España no existe un problema de crecimiento exponencial de una fuerza fascista concreta. El drama de este país es que todas las organizaciones de derecha compiten entre sí por ver cuál es más peligrosa para las libertades.

* joseharohernandez@gmail.com            


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