Fernando Dorado •  Opinión •  11/11/2018

Crisis del acomodamiento institucional

Crisis del acomodamiento institucional

Negar las derrotas es torpe e inútil. Hay que reconocerlas, afrontarlas, evaluar y avanzar. Los trabajadores; los pequeños y medianos productores; los campesinos, indígenas y afros; las mujeres y LGTBI; los ambientalistas y ecologistas; los desempleados e “informales”; los estudiantes y jóvenes creadores de cultura popular; los habitantes de barrios marginados; los cíber-subversivos y creadores del software colaborativo; los periodistas y activistas libres y rebeldes de la Web; etc., seguirán luchando porque no pueden hacer más que sobrevivir y resistir.

En esa dinámica aspiramos a que esas luchas no se limiten a negociar pequeñas conquistas, lo que no niega la necesidad de concretar logros y avances parciales. Para hacerlo, las resistencias necesitan construir referentes de mediano y largo plazo: un sueño, una utopía, un camino. Sin una narrativa trascendente se tiende a legitimar el régimen de injusticia e inequidad (dictadura del capital y sociedad patriarcal) y aceptar el sistema imperante como algo eterno e insuperable.

Hay que elaborar propuestas a partir de sopesar los errores conceptuales y prácticos que llevaron a la derrota. Ello contribuye a superar los estados de ánimo negativos que llevan al escepticismo y al pesimismo y/o conducen a esencialismos sectarios y aislacionistas. Hay que avizorar caminos de transformación de nuestra praxis alimentándonos con apertura mental de las experiencias fallidas. En este texto se recogen sugerentes aportes de analistas que han publicado escritos sobre el momento que viven las izquierdas y los progresismos de América Latina.

1. La renuncia a la lucha por la transformación estructural de la sociedad

A partir de la década de los años 80s del siglo XX se impuso el pragmatismo y el electoralismo. Eso no se puede negar y tiene sus razones. El agotamiento en la mayoría de países de la vía insurreccional armada impulsó a las izquierdas y a los incipientes progresismos (armados y desarmados) al ejercicio electoral e institucional sin debatir a fondo ese viraje. La dinámica de las ONGs se apoderó de la mayoría de las organizaciones sociales y se entró en la órbita de los proyectos y de la “focalización de necesidades”. Esa situación influyó en los partidos políticos de izquierda y progresistas que frente a la ola de privatizaciones neoliberales redujeron sus expectativas a la “resistencia” y, ante el fracaso estratégico de los “socialismos estatistas del siglo XX”, colocaron en primer lugar las “conquistas concretas” (en lo material, legal, económico) frente a los cambios estructurales que fueron calificados como “ilusiones ortodoxas”[1].

La ofensiva neoliberal y la reestructuración “post-fordista” trajo la desindustrialización de los países latinoamericanos y el movimiento obrero fue debilitado al máximo. La lucha por servicios públicos, salud, educación y vivienda (gratuitas o subsidiadas) se colocó al frente pero sin proponer un nuevo modelo de desarrollo y/o una estrategia viable para construir autonomía económica. Además, esas iniciativas, propias del Estado de Bienestar diseñado por las burguesías europeas para enfrentar los desafíos que representó en su momento el “socialismo estatista” de la URSS –como lo demostró la vida– no eran viables y sostenibles a mediano plazo ya que solo se pueden financiar en épocas de bonanza económica o en países que tienen un alto estándar de vida porque explotan a los trabajadores de las colonias y expolian las riquezas de países dependientes. En el ejercicio de sus gobiernos las izquierdas y progresismos lo comprobaron en carne propia[2].

El pragmatismo que empezó a predominar rechazaba la teoría y el debate ideo-filosófico. Por ello, tampoco fuimos capaces de diferenciarnos del “socialismo del siglo XX” que con su deriva autoritaria construyó sociedades cerradas y sin futuro mientras sus esfuerzos desarrollistas no lograron romper con la hegemonía capitalista y, por tanto, se convirtieron en formas sui generis de acumulación de capital. Ese capitalismo de Estado (“socialismo”) al ser desmantelado dio origen a una burguesía emergente de origen burocrático, tan salvaje y agresiva como la de los países capitalistas tradicionales. Esa incapacidad teórica llevó a la mayor parte de las izquierdas a renunciar a las banderas de lucha estructural (“anticapitalista” o “postcapitalista”) creyendo –ingenuamente– que nuestros contradictores nos iban a “perdonar” el pasado comunista o no nos atacarían como “comunistas disfrazados”. Y hoy, todavía no tenemos claro ese “nuevo camino”.

En anterior artículo afirmamos que el progresismo y las izquierdas latinoamericanas no se dieron cuenta en qué momento y de qué manera se “institucionalizaron” o fueron domesticadas por el sistema colonial-capitalista dominante. Es un hecho que debe ser reconocido si queremos corregir y avanzar. Claro, hay quienes explican los fracasos recientes solo como errores de tipo coyuntural o por la acción perversa y tramposa del enemigo. Si no se quiere ver, no se ve… ¡el golpe avisa!     

2. Transformación estructural de las izquierdas en América Latina

En concordancia con el punto anterior, o sea, con la creciente influencia de las ONGs en las organizaciones sociales, la dinámica electoral pragmatista (y oportunista) que se impuso a partir de los años 80s y 90s, y el debilitamiento (casi desaparición) del movimiento obrero, las izquierdas y progresismos latinoamericanos fueron copados y monopolizados por dirigentes provenientes de las clases medias y, posteriormente, por representantes de las burguesías emergentes surgidas en escenarios urbanos y rurales, legales e ilegales, “estatales” (burocráticos) y privados. La izquierda obrera fue reducida a pequeñas sectas. Es un factor real y constatable.

La práctica y disciplina de los grupos de estudio y de las “células” u “organismos” como centro vital de la vida organizativa de los partidos de izquierda desapareció en poco tiempo. Además, el trabajo teórico no era una actividad fuerte debido al dogmatismo heredado del centralismo y el verticalismo de las izquierdas “estalinistas” y “maoístas”. En ese ambiente, el espíritu pragmático y “combatiente” que ya tenía el terreno avanzado en muchas de las prácticas de la lucha armada, terminaron por “delegarle” el trabajo teórico a reducidos espacios de intelectuales que no lograron tampoco romper su caparazón academicista y teoricista.

Así, los partidos de izquierdas y progresismos fueron convirtiéndose en especies de ONGs y agencias electorales. Supuestamente se preparaban para gobernar para las mayorías pero, a pesar de las buenas intenciones, en la práctica se vieron obligados a servir al capital y a las minorías plutocráticas. Y aunque fue un proceso no voluntario (inconsciente) muchos dirigentes fueron cooptados por el establecimiento dominante y lo hicieron en el momento en que las luchas anti-neoliberales desbordaban el régimen oligárquico e imperial. De esa forma, las izquierdas y progresismos frenados por la mala imagen que dejó el “socialismo estatista” no enfrentaron sus “demonios”. Hoy esos demonios reviven con signo contrario y nos azotan sin freno ni pudor.

3. Instrumentalización de las luchas sociales

A pesar del control que quisieron imponer las ONGs financiadas por organismos imperiales de Europa y EE.UU., los movimientos y organizaciones sociales de los sectores explotados y marginados afectados por las políticas de globalización neoliberal, lograron romper esa influencia y durante esas mismas décadas (años 80 y 90) desencadenaron amplias luchas en torno a la defensa y apropiación del territorio, el rechazo a mega-proyectos minero-energéticos, a los TLCs y a la privatización de servicios y empresas públicas. En algunos casos que son relativamente incipientes o no tan influyentes por el ambiente de pragmatismo predominante, se diseñó una estrategia de mediano plazo para construir autonomía social, política, económica y cultural, que tiene diversos grados de desarrollo en México (zapatistas y otros); en Brasil (MST); en Colombia (sectores indígenas y campesinos); en Chile (pueblos mapuches); y en otros sectores populares de Argentina, Bolivia, Venezuela, Ecuador, Centroamérica, etc.[3] Allí están y son referentes.

Las izquierdas y progresismos que consiguieron acceder a espacios de gobiernos locales, regionales o nacionales en América Latina, lo hicieron aprovechando el auge y la fuerza de los movimientos sociales. Eso lo reconocen la mayoría de sus dirigentes. Sin embargo, eran movimientos sectoriales que no lograron imponer una relación de retroalimentación con los partidos políticos y gobiernos de izquierda o progresistas, y además, esos partidos tampoco tenían la madurez política para impedir que todo ese proceso terminara en la instrumentalización de las luchas sociales. Hoy, después de años de cooptación institucional de dirigentes sociales o de enfrentamiento abierto de algunos gobiernos con organizaciones sociales, tanto los partidos políticos como el movimiento social de esos países se han debilitado. Este es un aspecto importante en el balance negativo de las experiencias de gobierno progresista y/o de izquierdas[4].

4. La comodidad institucional y las realidades globales del capitalismo actual

Las izquierdas y los progresismos latinoamericanos se dedicaron a “gobernar”. En realidad, por más que no lo quisieran, la inercia los llevó a simplemente “gestionar” el Estado heredado. Sin movimientos sociales autónomos y críticos, los gobernantes se institucionalizaron y hasta han reprimido las reacciones justas y valientes de sectores sociales que trataban de mostrarles que iban por mal camino. El rechazo al “gasolinazo” en Bolivia, la rebelión indígena en Ecuador, las movilizaciones juveniles por transporte gratuito y contra el Mundial de Fútbol en Brasil, y otras manifestaciones populares contra gobiernos de izquierda o progresistas, deberían haber alertado al conjunto de las fuerzas que se plantean cambios sustanciales en la sociedad. Pero ello no ocurrió; la comodidad y el triunfalismo se convirtieron en autismo, ceguera y soberbia.

Mientras tanto se iban acumulando cambios importantes en la sociedad global capitalista. La revolución tecnológica en el campo de la producción (cibernética, computacional, automatismo, bio-tecnología, inteligencia artificial, etc.), la energía (límites ecológicos de los combustibles fósiles y la necesidad de fuentes de energía “limpias”) y las comunicaciones (internet, teléfonos móviles, etc.) operada a finales del siglo XX, ha traído transformaciones en la estructura de la sociedad que deben ser tenidas en cuenta por los movimientos anti-sistémicos.

Así mismo, nuevos temas deben ser abordados para entender las nuevas realidades: la aparición de una oligarquía financiera global que influye en la economía y la política de todos los países trastocando la geopolítica de los bloques imperiales; la financiarización de la economía y el regreso a formas de acumulación por despojo y desposesión como síntomas de la crisis estructural del capitalismo (fuerte tendencia decreciente de la tasa de ganancia del capital); el cambio climático y la crisis ambiental (agotamiento del modelo consumista y extractivista de materias primas); las transformaciones en la estructura y naturaleza de las clases sociales (aparición del precariado y cognitariado); el debilitamiento de la democracia representativa y el fortalecimiento del modelo de acumulación denominado “capitalismo asiático” (“libre mercado” + gobiernos autocráticos); la aparición de economías colaborativas y el “prosumidor”; las luchas anti-patriarcales encabezadas por las mujeres; las masivas e incontrolables migraciones de poblaciones de países de la periferia hacia el centro capitalista; el caótico crecimiento de economías criminales (crisis de valores morales); y muchos otros fenómenos que impactan de una u otra forma sobre la vida de las personas y pueblos, deben ser estudiados por quienes aspiran a que la acción política supere los estrechos límites de la conformidad abyecta.

Soñar sin idealizar

Para la juventud que viene abriendo brecha es muy importante “volver a soñar” pero sin caer en idealizaciones vanas y absurdas que nos vuelven a enredar con estrategias y métodos de lucha que nos aíslan del conjunto de la población y le facilitan las cosas a los estrategas del gran capital. En otros escritos seguramente iremos avanzando sobre las propuestas en desarrollo pero si es fundamental cuidarnos de caer en esencialismos sectarios y aislacionistas.

Lo que hay que reiterar es que la civilización de la economía crematística, de la cual el sistema capitalista es una de sus fases más acabadas y problemáticas, nos ha colocado al borde de la extinción como especie humana, sea por efecto de cataclismos ambientales o por el impacto de una guerra nuclear. Quienes nieguen esa verdad científica no podrán actuar en consecuencia y no estarán a la altura de las tareas fundamentales y cruciales de esta época histórica.

Para promover el debate solo me limitaré a plantear unas preguntas que son a la vez dilemas a resolver:

¿Cómo combinar las miradas de largo aliento con las urgencias del tiempo corto?

¿Cómo ser pragmáticos en la coyuntura sin dejar de luchar por cambios estructurales?

¿Cómo aprovechar los espacios institucionales sin dejarnos cooptar por el sistema imperante?

¿Cómo participar en la lucha electoral sin caer en electoralismos?

¿Cómo combinar la acción “desde abajo” con la acción “desde arriba” sin caer en la instrumentalización de las luchas sociales?  

¿Cómo recuperar las cosmovisiones integrales de pueblos ancestrales sin desechar los enormes avances de las ciencias del siglo XXI?

¿Cómo arañamos el cielo y, a la vez, aramos la tierra? ¿Cómo soñar sin idealizar?

Colofón en elaboración

Para poder actuar nos toca pensar y repensar para construir nuevos paradigmas; estudiar e investigar para conocer la realidad; preparar vanguardias no vanguardistas para coordinar y hacer eficaces las luchas; construir caudillos no caudillistas para crear nuevas formas de democracia y auto-gobiernos; organizar redes organizativas transversales pero orgánicas y funcionales para enfrentar con efectividad los poderes existentes; reorganizar núcleos con intelectuales que se formen y actúen estrechamente con los movimientos sociales; retomar las luchas locales con visión y práctica global. Son infinidad de tareas las que tenemos por delante pero estamos seguros que si desenredamos la pita, habrá miles y miles de activistas dispuestos a empujar y concretar los avances. Lo importante es proponérselo con autonomía y libertad.


[1] Una serie de teorías sobre el Estado y la acción política estuvieron detrás  de ese pragmatismo. El posmodernismo estructuralista y el construccionismo social fueron las principales (Nota del Autor).

[2] El Estado de Bienestar también ha sido parcialmente desmantelado en Europa y países nórdicos, y en la medida en que la crisis de la globalización neoliberal se agudice, y que más países y pueblos dependientes logren construir autonomía e independencia política y económica, ese modelo se hará insostenible. (Nota del Autor).

[3] En estas importantes experiencias múltiples y diversas de construcción de nuevos caminos de “auto-organización”, otras formas de democracia y desarrollo alternativo al capitalismo existe una enorme riqueza conceptual y práctica que en las actuales circunstancias hacen parte de los referentes políticos a tener en cuenta (Nota del Autor).    

[4] Son numerosas las experiencias de instrumentalización y cooptación institucional de los movimientos y organizaciones sociales en toda América Latina. Es un tema no resuelto (Nota del Autor).


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