Daniel Tanuro •  Opinión •  21/12/2017

COP23: de la brecha al precipicio

La 23ª Conferencia de las partes firmantes de la convención marco de las Naciones Unidas sobre el clima acaba de terminarse en Bonn, Alemania. Se trataba una reunión intermedia entre la COP21 de París en 2015 y la COP24 que tendrá lugar en Katowice (Polonia) en 2018.

Como se sabe, París había acabado en un acuerdo calificado de «histórico» sobre el calentamiento que no hay que superar a finales de siglo (en relación a la era preindustrial): «permanecer muy por debajo de 2º C y continuar los esfuerzos para no superar 1,5ºC».

Katowice será una etapa más importante que Bonn: los Estados signatarios deberán decir cómo y en qué medida elevarán el nivel de sus ambiciones a fin de cerrar la brecha existente entre las reducciones de emisiones de gas con efecto invernadero previstas efectivamente en sus «planes de clima» nacionales, de una parte, y las reducciones que serían necesarias globalmente para alcanzar los objetivos globales fijados sobre el papel en Paris, de otra. Bélgica, por su parte, no tiene plan climático digno de ese nombre.

Las Naciones Unidas dedican cada año un informe especial al desafío de «la brecha de las emisiones». Según la edición Emissions Gap Report 2017 (https://www.unenvironment.org/resources/emissions-gap-report), la brecha es de «una amplitud alarmante». Es lo menos que se puede decir: los planes clima (o «Contribuciones nacionalmente determinadas»-CND) de los estados no representan más que un tercio de las reducciones de emisiones que habría que efectuar para permanecer por debajo de 2º C de subida de la temperatura… y (aunque el informe no lo diga) menos de un cuarto de las reducciones que habría que efectuar para permanecer por debajo de 1,5ºC.

Ahora bien, el tiempo está contado, los plazos son cada vez más cortos. El informe precisa: «Si la brecha de emisiones no se cierra en 2030, es extremadamente improbable que el objetivo de no superar 2ºC pueda ser alcanzado. Incluso si los CND actuales fueran completamente realizados, el presupuesto de carbono para 2ºC estaría agotado en el 80% en 2030. Sobre la base de las estimaciones actuales del presupuesto de carbono, el presupuesto de carbono para 1,5ºC estará ya agotado de aquí a 2030».

Por recordar, el «presupuesto de carbono» es la cantidad de carbono que puede ser aún enviada a la atmósfera con una probabilidad X de no superar una subida de YºC a finales de siglo. La probabilidad relativa a los presupuestos de carbono de 2ºC y de 1,5ºC mencionados en las Emissions Gap Repport 2017 es del 65% (dicho entre paréntesis: es poco. ¿Que haces si te dicen que el avión al que te vas a subir tiene el 65% de posibilidades de no estallar en pleno vuelo?).

Volvamos a la cuestión de los plazos. Para que la brecha sea cerrada en 2030, es preciso que las medidas sean tomadas como muy tarde en 2020 -en tres años- y que multipliquen por tres las reducciones previstas en los CND. El año 2020 es el primer plazo previsto en París para la adaptación de los CND con vistas a cerrar la brecha.

Para preparar esta crucial negociación, los gobiernos han previsto un proceso llamado «diálogo facilitador» (facilitative dialogue) que comienza en 2018. El informe de las Naciones Unidas sobre la brecha escribe negro sobre blanco: «El diálogo facilitador y la revisión de 2020 de los CND son la última oportunidad de cerrar la brecha de emisiones en 2030».

«La última oportunidad de cerrar la brecha» quiere decir: la última oportunidad de permanecer por debajo de 2ºC de calentamiento a finales de siglo. Hay que recordar que un calentamiento de 2ºC implicará muy probablemente -e irreversiblemente- una subida del nivel de los océanos de 4,5 metros aproximadamente…

Vista la amplitud de los esfuerzos que hay que hacer para estar en línea con los objetivos de París y el plazo extremadamente breve en el que esos esfuerzos deben ser decididos y aplicados efectivamente, no es de una brecha de lo que hay que hablar, sino de un precipicio.

¿Es posible cerrar la brecha y no caer al precipicio? Una vez más, la respuesta a esta pregunta es doble: técnicamente, sí. En el marco del productivismo capitalista, no.

La convención marco de las Naciones Unidas sobre los cambios climáticos, adoptada en 1990 en Río, fijaba como objetivo no superar un «nivel peligroso» de calentamiento. Han hecho falta 25 años y 21 COP para decidir cifrar ese nivel peligroso: no superar 2ºC y «continuar los esfuerzos (sic) para no superar 1,5ºC».

Vista esta lentitud, hay que ser ingenuo o muy optimista para pensar que dos años bastarán ahora para que los gobiernos del mundo se pongan de acuerdo sobre las medidas a tomar para multiplicar su esfuerzo por tres a fin de respetar el objetivo de los 2ºC y por cuatro para respetar el de 1,5º C (de hecho, el que debería ser absolutamente alcanzado).

Veinticinco años después de Río, en efecto, las emisiones globales continúan aumentando. Aumentan débilmente, cierto (0,9%, 0,2% y 0,5% respectivamente en 2014, 2015 y 2016)… pero aumentan…¡cuando deberían disminuir con fuerza y rapidez!

Es ciertamente positivo que los Estados Unidos estén muy aislados políticamente en el tema climático, de una parte, y que algunos Estados de la Unión (California en primera línea) desafíen abiertamente a Trump y a su camarilla de criminales climáticos, de otra. De todas formas, la retirada estadounidense influye en las negociaciones.

Esta retirada va a hacer aún más difícil cerrar la brecha. La Contribución Nacionalmente Determinada de los Estados Unidos consistía en una promesa de reducción de las emisiones en 2 gigatoneladas de CO2. Estas 2 Gt equivalen al 20% del esfuerzo muy insuficiente que constituyen los CND tomados en su conjunto. Se añaden por consiguiente a las medidas a tomar de ahora a tres años.

Por otra parte, hay que señalar que los EEUU se retiran sin retirarse verdaderamente: presentes en Bonn, han continuado -como con Obama- frenando a tope el fondo verde para el clima. Hay que recordarlo: cien mil millones de dólares por año que los países desarrollados se comprometieron a poner a disposición del Sur a partir de 2020, para la adaptación y la mitigación del cambio climático del que son principales responsables los países ricos y los países pobres sus principales víctimas.

Este fondo verde fue decidido en la COP16 de Cancún en 2010 pero el objetivo de los cien mil millones está muy lejos de haber sido alcanzado (es un eufemismo). Como a menudo, la ocasión hace al ladrón y otros países -la Unión Europea en particular- han aprovechado el pretexto de la actitud estadounidense para evitar responder a las preguntas concretas de los países del Sur y de las ONG: ¿Cuánto dinero? ¿Cuándo? ¿Bajo qué forma (dones o préstamos)?

La verdad es que, de COP en COP, el capitalismo mundial continúa acercando a la humanidad al precipicio. Frente a esta angustiosa situación, se nos intenta tranquilizar desgranando cifras sobre el aumento de la parte de la energía de origen renovable en el «mix energético». Este aumento es, en efecto, muy rápido y va a acelerarse en los años que vienen porque la electricidad producida por las renovables es ya globalmente menos cara que la energía producida por combustión de los fósiles.

Sin embargo, estos discursos tranquilizadores inducen a error pues el indicador a tener en cuenta es la bajada de las emisiones, no la subida de la parte de las renovables. Mientras no se ponga en cuestión el crecimiento, por tanto la carrera tras el beneficio, la parte de las renovables puede aumentar al mismo tiempo que aumentan las emisiones de gas con efecto invernadero que es exactamente lo que ocurre desde hace una quincena de años.

¿Cómo se las apañará el capitalismo con este enorme problema? Para Trump y los cretinos criminales de su tipo, la cuestión no se plantea: la catástrofe que viene es o bien natural o bien un castigo que Dios inflige a la humanidad por sus costumbres depravadas. Recemos, hermanos… Y, en los dos casos, ¡que la desgracia caiga sobre los pobres!

Pero los demás portavoces del capital que no se refugian en el climato-negacionismo o que saben que la amenaza es real, terrible y que la catástrofe está ya en marcha, ¿qué harán para intentar enfrentarse al desafío? ¿Qué harán cuando constaten que es imposible cerrar la brecha porque el capitalismo no puede prescindir del crecimiento? Se sumarán a la geoingeniería con la esperanza de evitar al menos caer por el precipicio.

Hecho significativo: por primera vez, el informe de las Naciones Unidas sobre la brecha de las emisiones tiene un capítulo sobre las tecnologías con emisiones negativas, dicho de otra forma, las tecnologías que permitirían retirar carbono de la atmósfera «en el caso de que» las medidas de reducción de las emisiones continuaran siendo insuficientes para respetar los 2ºC-1,5ºC. Es cada vez más evidente que la reserva «en caso de que» es una fórmula de estilo para evitar desvelar la verdad brutal: a pesar de todos los medios técnicos y científicos, la humanidad va al desastre a causa de la carrera por el beneficio impuesta por una minoría de la población.

Pero volvamos a las tecnologías de las emisiones negativas. Algunas de estas tecnologías son dignas de aprendices de brujo. Es en particular el caso de la bioenergía con captura y secuestro de carbono (BECCS), dicho de otra forma, la producción de electricidad por combustión de biomasa que reemplazaría a los fósiles, con captura del CO2 y almacenamiento geológico de éste.

Para que la BECCS tuviera un impacto climático significativo, serían necesarias cantidades enormes de agua (3% del agua dulce utilizada para fines humanos hoy) y muy grandes superficies consagradas a los cultivos energéticos industriales. En claro, se deberá por tanto elegir entre la peste y el cólera: o una competencia con la producción de alimentos o una destrucción terrible de la biodiversidad (quiero decir: aún más terrible). O las dos cosas a la vez.

Se nos dice que otras tecnologías son dulces: aforestación, reforestación, gestión de los suelos favorables al almacenamiento del carbono, restauración de las zonas húmedas, manglares, etc. Es exacto, son dulces en sí mismas. Pero la experiencia muestra que tecnologías dulces en sí mismas pueden tener efectos socialmente muy duros cuando son dirigidas por la búsqueda del beneficio máximo y de la extensión de los mercados. La lógica capitalista muestra ya cómo los pueblos indígenas son apartados de la selva en nombre del clima (REDD, REDD+, etc.). Esto no puede sino acentuarse en el marco de una generalización bajo gestión capitalista de las tecnologías «dulces» de emisiones negativas.

Sin embargo, en el marco capitalista, las tecnologías dulces no bastarán. Podrían bastar pero no bastarán en este marco porque son menos interesantes desde el punto de vista capitalista que la BECCS. En efecto, la BECCS ofrece mercados a la industria pesada y permite al capital realizar una doble operación: vender electricidad, de una parte, y ser remunerado por la colectividad para retirar el CO2 de la atmósfera, de otra.

Interesante sobre esto: nos enteramos por un párrafo del Emissions Gap Report 2017 que sigue siendo completamente posible permanecer bajo los 2ºC de calentamiento sin recurrir a la bioenergía con captura y secuestro de carbono. ¿Por qué entonces más del 90% de los escenarios de transición elaborados por los científicos apuestan por el despliegue de esta tecnología? Porque la mayor parte de los científicos que trabajan sobre los escenarios posibles consideran que la ley de la ganancia es una ley natural, tan insoslayable como la ley de la gravedad.

No hay nada, estrictamente nada, que esperar de los negociadores de las COP. Sus discursos tranquilizadores y satisfechos solo intentan adormecer a las poblaciones. El salvamento del clima en la solidaridad depende únicamente de nuestra capacidad para luchar y, con nuestras luchas, poner las bases de una lógica social alternativa a la de la ganancia: la lógica de la satisfacción de las necesidades sociales democráticamente determinadas respetando los límites ecológicos.

20/11/2017

Traducción: Faustino Eguberri para Viento Sur

Fuente: Viento Sur


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