Rafael Fenoy Rico •  Opinión •  06/12/2022

Violencia de Género y géneros de violencia

Todo lo humano es complejo sobre todo por aquello del libre albedrio y el interés, aspectos íntimamente relacionados con la compleja conformación de la psicología en la especie Sapiens Sapiens. Como decía el poeta Ramón de Campoamor, “En este mundo traidor, nada es verdad ni mentira todo es según color del cristal con el que se mira”. En el tema violencia es evidente que color del cristal con el cual se mire depende, y muy mucho, de que quien lo haga se sienta o sea victima o verdugo. Porque no siempre el acusado es el verdugo, ni quien acusa en una víctima. La violencia se puede ejercer y padecer en multitud de contextos: Violencia psicológica, física, vicaria… ocasional, premeditas, estructural… pública, privada, on-line, en redes… De ahí los diversos “géneros” de violencia. Quienes la estudian, la clasifican también por los colectivos que la generan o la padecen. Conviene tener en consideración que cuando se habla de “colectivos”, se hace referencia a constructos que se elaboran para clasificar a personas por una serie de características que muestran, o por circunstancias que les afectan, de una manera específica. Surgen colectivos compuestos por personas damnificadas por tal o cual suceso siempre negativo. Una ONG (Organización No Gubernamental), muy conocida, elaboró en 2004 un catálogo de estos colectivos que califica de “vulnerables”: Personas mayores. Discapacitados. Refugiados. Inmigrantes. Afectados de SIDA. Población reclusa. Drogodependencias. Búsquedas, mensajes y SSI (servicio social internacional a personas en otros países) Reagrupación familiar. Mujeres en dificultad social. Infancia y jóvenes en dificultades. Y, por último, personas sin hogar. Desde 2004 hasta la fecha se han clasificado nuevos grupos. Esta tendencia a “clasificar” en colectivos parece consolidada, ya que quienes pretenden actuar de alguna forma precisan de “etiquetar” las acciones y la política acaba utilizándolas para apoyar al entramado de ONG que se aprestan mediante los denominados “programas”. En esto de prestar ayuda hay de todo, desde quien, de verdad, altruistamente dedica su vida a ello, hasta quienes ven la ocasión para hacer negocio aplicando sus competencias profesionales o de gestión.

El enunciado de esta fecha tan señalada, 25 de noviembre, día internacional contra la violencia contra la mujer, (machista, para muchos colectivos feministas), plasma el sentido de las acciones que se promueven para erradicar esa nefasta violencia que acarrea multitud de asesinatos de mujeres por parte de hombres, sean sus parejas o no. Aneja a esta brutal violencia se encuentra la violencia vicaria que llega al extremo del asesinato de las hijas e hijos de esas mujeres que reciben el daño en lo que más les duele y que padecerán de por vida. Por más que algunas personas pretendan minimizar este fenómeno, incluso negar su existencia, este tremendo baño de sangre es tan notable que la realidad se impone. La conclusión debería llevar a acabar con la violencia, toda violencia, porque los asesinos de las mujeres se van haciendo en los contextos donde se nace y donde se conforman sus personalidades, que parecen bastante identificados científicamente. Y si se conocen las circunstancias que permiten que esos monstruos se formen ¿Por qué no actuar sobre ellas para impedirlo?

La respuesta fácil de cualquier político, no sólo para esto, sino para casi todo, es la Educación. Que hay accidentes de tráfico ¡Educación vial! Que hay embarazos no deseados ¡Educación sexual! Que se consumen drogas ¡Educación contra la drogadicción!… Que hay violencia contra las mujeres ¡educación no sexista! La sufrida institución escolar debe correr con casi toda la responsabilidad por “no educar” adecuadamente a tanto asesino o delincuente. Es que a quien gobiernan le resulta muy fácil transferir su responsabilidad “educando a las gentes” y ¿ya está? Porque no se va más allá de publicar una norma educativa y aportar algunos dineros para “programas” que dicen pretender evitar la violencia de género; o para que las ONGs reciban subvenciones; o para ayudar a las víctimas. Y si no está dando resultado ¿por qué los políticos (el sistema) no reconocen su inoperancia? Ante estas dramáticas situaciones de violencia bien está ayudar a las víctimas, pero el meollo del asunto radica es conseguir que no las haya. Para erradicar la violencia, que es de todo tipo, hay que repensar el modelo social en el que ésta se genera y alimenta. Pero eso de “repensar” todo el entramado, económico, social, cultural de la economía de mercado, va a ser que no. Ya que, para quienes detentan el poder, éste es el mejor de los mundos posibles, pues permite la explotación de millones de seres humanos sin misericordia. Aunque cueste asumirlo políticamente, existe una violencia estructural que es la madre de todos los géneros de violencia. ¿Por qué no actúa entonces? Hay quien considera que, cuando algo no se puede cambiar, es mejor aceptarlo tal cual. Y en esta aceptación se encierra la complicidad necesaria para que la violencia y la injusticia se mantenga. El primer paso para poder mejorar cualquier situación consiste en tomar conciencia de que debe mejorarse. Después habrá que andar un camino, pero sin este primer paso no hay más pasos que dar. En el caso de la Violencia contra la Mujer urge ir a la raíz de las situaciones que hacen posible que unas personas lleguen a considerar a otras, en general y a las mujeres en particular, como objetos que se “poseen”, a los que puede infringir daño, llegando a arrebatarles la vida. “La maté porque era mía”. ¡Suena! Estos inhumanos seres, no han aparecido de pronto, por generación espontánea, han ido creciendo, siendo alimentados en este sistema económico e ideológico. Después del primer paso que supone reconocer la existencia de la violencia, viene el segundo: Ayudar a las víctimas. Necesario, si ¿Suficiente?, parece que no. Porque hasta el momento ayudando a las víctimas no se evita que se produzcan nuevas. Incluso en ese aspecto la justicia no anda nada fina. Lenta y tortuosa en general, tarda en dar respuestas efectivas a las víctimas y permite que se cometan injusticias con quienes son denunciados falsamente. Ya que hay personas sin escrúpulos que, mediante denuncias falsas, pretenden el acceso fraudulento a las ayudas que deben recibir a las verdaderas víctimas. Si todos los procesos de divorcios fuesen ágiles, no existiría el atajo de denunciar falsamente al conyugue para conseguir divorcios “exprés”, por ejemplo. Si el acceso al trabajo fuese un derecho universalmente ejercido ¿tendría sentido denunciar falsamente una agresión para obtener ventajas en la búsqueda de empleo? Y si parece evidente que se producen algunas denuncias falsas para acceder a ventajas o ayudas, incluso económicas o para escolarizar a las hijas e hijos ¿qué pasa cuando se absuelve a la persona denunciada? ¿Se habrá quebrado injustamente su derecho a la presunción de inocencia? En esto los juristas y políticos deberían repensar los protocolos que se vienen utilizando para las detenciones en estos supuestos de violencia, para los divorcios “exprés”, para las verificaciones de las denuncias, para castigar las falsas denuncias o para dejar en manos privadas (externalizar le dicen) los servicios de atención a las víctimas (SAVA) que se ofrecen en las sedes judiciales. Falta dar un tercer paso esencial y responderse: ¿Qué es lo que hay que cambiar para evitar que se reproduzcan estas personalidades abyectas? Perseguir el delito es imprescindible, ayudar a las víctimas, es de justicia, pero más necesario aun es evitar que se reproduzca las personalidades violentas, la ideología que cosifica a las personas. No basta con enunciar los derechos humanos, entre ellos el derecho a la justicia desde el nacimiento. Hay que conseguir que toda persona viva felizmente en un entorno social exento de violencia de todo tipo. ¿Quién garantizará ese derecho?


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