“La guerra de los pobres”, Éric Vuillard. El eterno grito de rebeldía
El escritor francés continúa rescatando políticamente inflamables episodios de la historia universal para lanzarlos certeramente envueltos en una prosa de ADN poético y bajo el indudable propósito de entablar una conversación con el presente.
Se le atribuye a Mark Twain la ingeniosa frase de que la historia no se repite, pero rima. Sentencia más que acertada para definir las similitudes y paralelismos que existen entre las dinámicas que moldean las diversas épocas. De ahí precisamente proviene la esencial necesidad de conocer y por supuesto aprender de los tiempos pasados, no como un vano ejercicio de erudición con el que acumular fechas, lugares y nombres sino como enseñanza de cara a explicar el presente. Todo ese compromiso por hilar lo pretérito y lo contemporáneo, buscando ramificaciones y orígenes respecto a los acontecimientos actuales, es uno de los pilares en la obra de Éric Vuillard, quien con su más reciente publicación, “La guerra de los pobres” (Tusquets Editores), vuelve a desempolvar viejos acontecimientos que se reflejan absolutamente vigentes.
Cabe destacar en la autoría del escritor lionés, además de su ya identificativa manera de afrontar la novela histórica bajo una pluma poética y un persistente empeño por revitalizar conceptos como la lucha de clases, el interés por sacar de la penumbra episodios y/o personajes habitualmente desterrados a los márgenes o directamente expulsados de las páginas de los grandes libros. Porque si en pasados capítulos se había detenido observando el ascenso del III Reich (“El orden del día”) y su relación con las grandes empresas o rescatando del anonimato a los verdaderos héroes de la toma de la Bastilla (“14 de julio”), aquí hará desfilar a una serié de desconocidos -cuanto menos en comparación a la relevancia alcanzada por otros- “héroes del pueblo” que destacaron por su capacidad para arengar a las masas en busca de una sociedad sin señores y vasallos.
De esa galería de protagonistas, el que vertebra el relato y sobre el que recae la mayor atención es el predicador alemán Thomas Müntzer, lo que no impide que sea presentado a su vez como un eslabón más de una estirpe de perfiles similares y hasta cierto punto valedores de su pensamiento. Desde la revolucionaria tarea puesta en marcha por John Wyclif de traducir la Biblia al inglés, acercándola al pueblo y prescindiendo de anquilosados intermediarios, hasta instigadores de las revueltas campesinas sucedidas en el siglo XIV en Inglaterra en busca de la igualdad social como John Ball, todos guardan en común su obstinada lucha por trasladar el poder a aquellos que con sus manos, o mentes, construyen el día a día, en detrimento de los que simplemente lo ostentan amparados en unos inventados designios divinos.
Thomas Müntzer nació ya heredando la cuerda atada al cuello que acabó con la vida de su padre. Desde ese macabro e injusto estigma su actividad siempre estuvo orientada a poner en duda aquellos dogmas surgidos para manejar aleatoriamente el destino ajeno, determinación que le llevó a enfrentarse de forma cada vez más virulenta a la curia y a todo orden establecido. Expuesto durante la visceral y pasional narración como un personaje en el que cada vez su cariz más mesiánico, iluminado y radical se va imponiendo, condición que por otro lado encaja a la perfección con el tono lírico y por momentos alegórico que gusta al autor, es resaltada por encima de todo su audacia para prender la mecha -que no tendrá reparos en acompañar de una afilada espada- de la sublevación de la masa trabajadora en contra de reyes y príncipes. Desde Alemania hasta los territorios colindantes, el fantasma empeñado en subvertir un orden injusto y hacer tambalear las estructuras que sostienen el yugo de los esclavos estaba naciendo.
Vuillard rescata la historia para luchar contra la historia. Conoce sus hechos pero también sus sombras, y sobre todo su capacidad para sentirse cómoda arropada en los faldones de los privilegiados y ser manoseada como un artilugio con el que mantener el status quo o ahuyentar cualquier pensamiento interesado en resquebrajar el equilibrio construido por las élites. Con seguridad, “La guerra de los pobres” no es en sí misma la mejor de sus obras, a pesar de que dada su escasa extensión (no llega a las cien páginas) y su estilo airado y poético alcance la intención de presentarse como una arenga con olor a humo y utopía. En ese sentido funciona mejor que ninguna otra para, en comunión con la anterior producción del francés, rescatar aquellos gritos de rebeldía vertidos en el pasado con el objetivo de espolear los que deben brotar de nuestras gargantas aquí y ahora.