La muerte de Miguel de Unamuno (Crónica del día 31 de diciembre de 1936)
Miguel de Unamuno, ha muerto en la ciudad de Salamanca. Personalidad contradictoria. Unamuno era odiado y admirado por igual. Recientemente había sido nombrado Rector Perpetuo de la Universidad de esta ciudad y diputado en las Cortes Constituyentes, en las que pronunció violentos discursos contra la Republica. Más tarde, se adhirió al alzamiento militar, a cuyo favor se manifestó públicamente en reiteradas ocasiones. Razón por la cual el Gobierno republicano derogó sl pasado mes de agosto, su nombramiento como Rector Vitalicio, en tanto que la Junta de Defensa Nacional, constituida en Burgos, le confirmaba en el cargo, para luego disponer su cese. Tenia 72 años.
CARTA ABIERTA DE ILYA EHREMBURG A MIGUEL DE UNAMUNO PUBLICADA EN EL DIARIO PRAVDA (17 de septiembre de 1936).
Hace cinco años estuve en el pueblo de Sanabria (Zamora) en labores informativas para mi libro «España, Republica de Trabajadores». Vi allí campesinos martirizados por el hambre. Comían algarroba, cortezas. A orillas del lago había un restaurante para turistas. Me enseñaron el libro de firmas de los clientes. Usted, Unamuno, había escrito en sus páginas unas líneas sobre la belleza del paisaje circundante. Español que hacía profesión de amor a su pueblo. No supo usted ver más allá de las suaves ondulaciones del agua, del óvalo de las colinas. No vio usted los ojos de las mujeres que apretaban contra su pecho a los hijos medios muertos de hambre. Por entonces escribía usted artículos profundamente estéticos en todos los periódicos de Madrid. Hasta escribió usted un artículo sobre el hambre. Cien renglones de investigación filológica acerca de la palabra «hambre». Exponía usted minuciosamente como el apetito del hombre del sur no es el apetito del hombre del norte, y como el hambre descrito por Hamsum difiere del hambre descrito por Quevedo. Se lavaba usted las manos: No quería estar ni con los hambrientos ni con los que les alimentaban con el plomo de las balas. Quería usted ser poeta puro y colaborador de periódicos de gran tirada.
Han pasado cinco años. Lo más bajo de España: Verdugos, herederos de los inquisidores, carlistas dementes, ladrones como March, han declarado la guerra al pueblo español. En Sanabria cayó en poder de los bandidos el General Caminero leal al pueblo. Los malaventurados campesinos de la comarca habían huido al monte. Con armas de caza bajaron contra las ametralladoras. ¿ Que hizo usted, poeta enamorado de la tragedia española? de la cartera donde guardaba los honorarios de las elucubraciones poéticas sobre el hambre saco usted, con la esplendidez de un verdadero hidalgo, cinco mil pesetas para los asesinos del pueblo.
Dice usted. «Me indigna la crueldad de los bárbaros revolucionarios», y lo escribe usted en la ciudad de Salamanca. De seguro pasea usted con frecuencia bajo los soportales de la Plaza Mayor. La Plaza es preciosa y usted ha sido siempre un enamorado del estilo renacentista. ¿ No ha visto usted paseando por la Plaza el cuerpo del diputado Manso, que los nuevos amigos de usted han ahorcado por defender la cultura de los barbaros?. Usted Unamuno ha escrito mucho sobre la hidalguía española. Si, yo me inclino reverente ante la hidalguía del pueblo español, pero no son los verdugos de Salamanca sus herederos, sino los trabajadores de Madrid, los pescadores de Málaga, los mineros de Asturias.
Estuve, por cierto, en Oviedo esta primavera. Ya en octubre de 1934 habían demostrado los amigos de usted como aprecian los monumentos de su Patria. Habían colocado ametralladoras en el campanario de la Catedral gótica. Ahora han convertido La Alhambra en una fortaleza. Su mecenas el General Franco, ha declarado que esta dispuesto a destruir media España con tal de vencer. El probi General en su modestia no quiere disgustarte. En realidad, esta decidido a terminar con España entera con tal de derrotar a su pueblo.
Dice usted que el mísero y el analfabeto hablan con entusiasmo de Rusia. «No pueden saber lo que es Rusia, cuando no conocen ni su propio país «. Si, tiene usted razon; en su país hay muchos analfabetos, ¿Y quién tiene la culpa de ello sino los generales, los curas y los banqueros que gan gobernado siglos y siglos en España?. Cuando España ha despertado, cuando ha sentido deseos de saber, cuando el obrero ha tenido en sus manos un libro, cuando los campesinos han exigido escuelas, jesuitas y espadones se han decidido a ametrallado a su pueblo desde aviones alemanes e italianos. Cuando se tomó Tolosa, los fascistas se apresuraron a sacar todos los libros de la Biblioteca Publica para quemarlos solemnemente en la Plaza Mayor. Donante generoso, sus cinco mil pesetas no son para escuelas sino para hogueras. Pero este usted tranquilo, que Dios se les devolverá centuplicadas. Sus ejercicios filosóficos sobre el hambre serán, seguramente traducidos ahora al alemán y al italiano.
Se sonríe usted del «misero» campesino que habla de Moscú. Se seguro, que no sabe como viven las gentes de mi Patria, no conoce ni sus ciudades ni sus Ríos. Pero sabe una cosa, y es que en Moscú no hay generales Franco, ni verdugos como los de Salamanca, ni escritores que puedan burlarse del hambre, por esto repite con entusiasmo el nombre de Moscú.
Los escritores de España no van por vuestro camino. El escritor y poeta Antonio Machado, lírico y filósofo, digno heredero del gran Jorge Manrique, está con el pueblo y no con los verdugos. El joven poeta Rafael Alberti, al que unos campesinos libraron de la horca de los «defensores de la cultura», lucha valientemente contra los traidores. Los escritores se apartan de usted, g se ha quedado con los guardias civiles que en otro tiempo le llevaban a la cárcel y que ahora estrechan la mano del fascista Miguel de Unamuno.
Recomienda usted al Presidente Azaña que ponga fin a su vida. El Presidente Azaña está en su puesto. Como todo el pueblo español, como las muchachas de Barcelona, como los ancianos de Andalucía. No le diré a usted, Unamuno, que se suicide para corregir así una página de la historia literaria española. Se suicidó usted ya el día en que entró al servicio del General Mola. Se parece usted físicamente al personaje de Don Quijote y quiso hacer su papel. No, no es usted Don Quijote ni siquiera un Sancho Panza; es usted uno de aquellos viejos sin Alma, enamorados de si mismos, que sentados en su castillo veían como sus fieles servidores azotaban al mal aventurado caballero.
Fuente: Federico Rubio Herrero (Cronologia mundial durante seis meses trepidantes, Julio-diciembre de 1936) pag. 131 y 132.