José Martí y el llanto
El 28 de enero día de su natalicio, vi el filme de la casa natal de José Martí.
He visitado a Cuba muchas veces. La primera en el 1975 como delegado a la Primera Conferencia Internacional con la Independencia de Puerto Rico. Casi siempre peregrinaba a la casa del Apóstol. En cada cubano hay incubado un martiano. Y en la isla y en su diáspora también un Fidel, más polémico en el exilio porque es reciente su legado y algunos no han comprendido su obra monumental.
Cuando visité su casa no pude contener el llanto. Y les confieso que no lo puedo explicar. Tal vez por conocer de su presidio y torturas muy joven, de sus Versos Sencillos y La Edad de Oro, muy presentes en un poemario juvenil mío inédito: Versos de Carbón. Tanta veneración tenía que en mi próximo viaje utilicé el poco dinero que tenía para comprar en una librería los 27 volúmenes de la edición especial de sus Obras Completas encuadernadas en piel, pintadas de negro y rojo y laminadas con oro. Las cargué como un tesoro al hombro en tierra y en el avión y las conservo como una de mis pertenencias valiosas en mi biblioteca.
En el pensamiento y alma de Martí estaban muy presente los puertorriqueños, que dieron sangre, vida y hacienda por la independencia y plena libertad de Cuba: Ramón Emeterio Betances, el general de las dos guerras Juan Rius Rivera, Wenceslao y Pachín Marín quienes ofrendaron sus vidas en la manigua cubana y muchos otros y otras quienes fueron instrumentales en la organización del partido fundado por Martí, el Partido Revolucionario Cubano, creado para conquistar la independencia de Cuba y auxiliar en la de Puerto Rico. Así se pactó el imborrable contrato de principios, muy presente hoy en el alma de los cubanos y sus dirigentes, de apoyar la independencia de nuestra nacionalidad. Por eso cuando los boricuas viajamos a Cuba, los cubanos nos quieren, y es como si dos gemelos distantes se volvieran a encontrar unidos en un espejo.
A Martí se le venera. Por su obra, que intentaron empañar con la mezquindad de algunos que no comprendieron su grandeza. Fueron los mezquinos y envidiosos de siempre, que pululan aquí y otros lugares y tiempos, que le endilgaron el apodo, por lo bajo, de capitán araña, que mandaba y no iba. Y lo forzaron a partir a Cuba, a empuñar las armas y montar un caballo, medios que no eran de su peritaje y esencia; y por eso fue abaleado en Dos Ríos a sus 43 años.
Nadie que no se venere tiene varios entierros. El primero que edificaron con piedras de río ante su sangre el Titán de Bronce, general Antonio Maceo y los mambises. El Segundo, cuando fue enterrado por los españoles en el tronco de un árbol y le lanzaron otro cuerpo encima. E inmediato fue desenterrado e identificado por fórenses españoles por las marcas de cadenas en los tobillos durante su presidio político y por la ausencia de un testículo fruto de aquellas torturas y extirpado en operaciones posteriores. Así identificado sus enemigos le rindieron honores y fue enterrado en fosa humilde. Luego trasladado por su pueblo al merecido panteón reservado para los héroes.
A Martí hay que venerarlo y llorarlo como se venera y llora a Jesús y Albizu Campos, quienes murieron por los demás. La generación de su centenario le hizo el más grande de los homenajes con la liberación de Cuba de una dictadura y el neocoloniaje. Hoy lo recordamos y rendimos este humilde tributo en este 168 aniversario de su nacimiento.
*Abogado, profesor, escritor de centenares de ensayos, autor del libro La Deuda Odiosa y la descolonización de Puerto Rico (Publicaciones Libre Pensador, 2018), egresado de Harvard, Magna Cum Laude (1987)
Video de la casa natal de José Martí;