Kepa Arbizu •  Cultura •  18/05/2021

“The Monopoly of Violence”, David Dufresne. Legalidad contra legitimidad

La recopilación de imágenes en las que queda en evidencia el uso excesivo de la fuerza por parte de la policía contra los “chalecos amarillos”, le sirven al periodista David Dufresne para plantear en este documental un debate con diferentes interlocutores sobre democracia y legitimidad.

“The Monopoly of Violence”, David Dufresne. Legalidad contra legitimidad

“El Estado ostenta el monopolio del uso legítimo de la violencia.” Se trata de una de las frases más conocidas asociadas a Max Weber, considerado bajo una amplia mayoría como uno de los padres de la sociología moderna. Además, dicha sentencia es el hilo conductor del documental dirigido por el periodista David Dufresne, “Un pays qui se tient sage”, traducido al inglés con el tajante título de “The Monopoly of Violence”. Partiendo de la afirmación expuesta por el pensador alemán, esta cinta, nominada a mejor documental en los Premios César y exhibida recientemente en la plataforma Filmin dentro de la programación del D’A Film Festival, apunta directamente al uso excesivo de la fuerza por parte de la policía -salvo para Macron y varios de los sindicatos relacionados con la fuerzas de seguridad, y llevando la contraria a los organismos internacionales- durante las manifestaciones convocadas en el país galo por el movimiento denominado “chalecos amarillos”. Un hecho concreto del que se sirve para derivar hacia una reflexión mucho más global, interrogándose por los límites de esa supuesta legitimidad sobre la que se sustentan los Estados y sus diferentes tentáculos.

Tomando como punto de arranque los dramáticos e incuestionables números derivados de la represión ejercida durante dichas protestas, que hablan de más de dos mil heridos, casi una treintena de mutilados y dos fallecidos, a través de casi una hora y media desfilarán por la pantalla diversos profesionales al igual que personas directamente implicadas en los acontecimientos y que acompañarán las imágenes a las que son expuestos con comentarios y análisis. Sociólogos, profesores, historiadores, abogados o por supuesto manifestantes heridos y representantes del estamento policial conforman un plantel de participantes en el que no se encuentran, por decisión propia tras declinar la invitación, ninguna figura gubernamental. Entre todos ellos construyen lo que acaba por convertirse en un sobrio pero consistente coloquio donde la espectacularidad y el posible morbo queda enterrado entre un sólido y ágil diálogo.

Aceptando como base el concepto de contrato social esgrimido por Rousseau, que nos remite a ese consenso -en la práctica materializado en algo más cercano a un imperativo legal- donde los ciudadanos ceden parte de su hegemonía en favor de un bien común llamado a ser manejado por la, a priori, recta y justa acción del Estado, dicha aspiración sin embargo será puesta en constante cuestionamiento en el transcurso del film. Unas dudas que se acrecientan en paralelo a las significativas y dramáticas imágenes captadas in situ desde diferentes dispositivos móviles. Una procedencia de las filmaciones expresamente escogida con el fin de mostrar la capacidad existente actualmente para registrar y hacer llegar al mundo entero aquello que está sucediendo en directo, evitando cualquier tipo de manipulación u ocultación y poniendo sobre el tablero la horizontalidad en la información, algo realmente novedoso. De esta manera hemos podido ser conocedores de primera mano de los golpes y del uso de todo tipo de munición empleada con el fin de dispersar las concentraciones, síntomas que diagnostican el fracaso de un Estado, o de un gobierno, en su aspiración de pasar por justo legislador y evidenciando por el contrario el carácter violento que esconde.

Más allá de la actitud reprobable mostrada por los cuerpos uniformados, varios de los discursos que recoge la cinta van más allá y pretenden recapacitar sobre la función que se les hace desempeñar desde los puestos de poder. Si en ese sentido la propia Constitución francesa no deja lugar a dudas, colocando los derechos del ciudadano -en el que por supuesto se incluyen ya sea el de manifestación o el de garantizar su seguridad- como elemento prioritario, la realidad nos ofrece un escenario bien distinto, convirtiéndoles en la mano ejecutora de aquellos partidos políticos que alcanzan el sillón de mando y pretenden resguardar sus proyectos propios.

Lo que resulta evidente a raíz de lo aportado por varios intervinientes en el documental, incluidos algunos emocionantes testimonios de los propios damnificados por la desorbitada represión ejercida, es que la violencia no comienza y acaba en la incontrolada acción policial; ésta no es más que la representación más grosera de un Estado que paulatinamente y a través de sus leyes impone un clima donde se asiste a la continua conculcación, o disminución, de derechos y libertades. Por eso en este contexto atruenan las palabras del obispo Hélder Câmara sacadas a colación y en las que sitúa en una escala de violencias en el primer puesto a aquella nacida del afán dominador de las propias instituciones, siendo a la larga generadora de todas las demás que puedan aparecer. No son menos contundentes los testimonios que señalan como imperfecta, y de hecho contraria a su propia definición, cualquier llamada democracia que no respete las voces discordantes, negando de esa manera la esencia de lo que debería ser un régimen justo y igualitario.

Si impactantes resultan varios de los vídeos en los que se ven las consecuencias directas de mutilaciones, todavía incrementa más esa sensación el hecho de que sean los propios agraviados los que las estén observando y juzgando. Igualmente escalofriante, e incluso más representativo de lo que en demasiadas ocasiones se convierte el comportamiento de las fuerzas de seguridad, es asistir al casi campo de concentración en el que convierten una retención preventiva de estudiantes -atados, arrodillados y humillados verbalmente- pertenecientes a un instituto de los suburbios. Un hecho que familiares de aquellos que soportaron ese episodio analizan con lucidez a la hora de restarle excepcionalidad a un tipo de trato que les resulta demasiado habitual con la población inmigrante o de clase baja.

No cabe duda de que buena parte del sustento de “The Monopoly of Violence” son unas imágenes utilizadas con el suficiente calado como para alcanzar un poderoso significado por sí mismas. Sin embargo el documental aspira a dar un paso más allá y conquistar un terreno donde la palabra sirva para crear un marco teórico que nos permita alcanzar una reflexión global a partir de lo visto en pantalla. Porque más allá de la evidente falta de ética profesional que se trasluce en las actuaciones policiales, más grave resulta todavía que cada uno de esos desmanes son el espejo de la paulatina quiebra de legitimidad de un Estado, apellídese francés o la nacionalidad que sea, que antepone la injusticia al desorden, mostrando así su incapacidad para apelar a un verdadero espíritu democrático frente al empeño por blindar sus pretensiones particulares.


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