Camilo Cienfuegos: Anécdotas de un hombre legendario
“Oye –le dijo– me parece que te estás comiendo la comida de los campesinos y eso no es bueno. Yo te doy dinero para que lo gastes y no para que me lo devuelvas y vayas a pegarles la ‘gorra. No quiero que se repita.”
Si inventáramos un nombre
Camilo es una figura legendaria, es la idea que yo tengo de Camilo, hasta de su mismo nombre nada común, lleno de fuerza y de poesía al mismo tiempo. Si nosotros inventáramos un nombre para un personaje de leyenda le podríamos poner el nombre de Camilo Cienfuegos.
La misma muerte de Camilo, perdido en el mar, la manera de conmemorarla, echando una flor al agua y todas aquellas, sus hazañas, son acciones de leyenda.
(Narrado por Vilma Espín, guerrillera)
Su sombrero
Un día llegué yo a caballo a donde ellos estaban: era el día que llevaba el animal para ensillárselo a Camilo, para que se trasladara de un lado a otro, y él coge y se pone mi sombrero y me dice que a mí no me lucía ese sombrero, que le lucía, por ejemplo, al capitán Camilo, y se lo pone, se miró en un espejito y me dice:
– ¿Qué chico? Ponte la gorra esta.
Le digo:
– Bueno, me la llevaré para la casa y me pondré otro sombrero que tengo allá, que inclusive es mejor que este que tengo puesto, que tiene unos cuantos años ya.
Él se quedó con el sombrero y yo lo miraba y me reía y él luego miraba que yo le estaba mirando el sombrero y él se reía y guiñaba un ojo y les hacía señas a los otros compañeros. Y él luego les hacía señas a ellos que yo estaba mirando el sombrero; parece que él pensaba que yo quería el sombrero, pero era mirando que le lucía bien. Ese sombrero que Camilo traía era mío. Era mío y a mí me era orgullo que a él le luciera bien, lo trajera, y que Camilo con ese sombrero luce más bonito todavía. Ese sombrero se lo regalé yo, se lo regalé yo en el sentido que él lo cogió y se lo puso y le quedó bien, me miró y me dijo que le lucía más a él que a mí y se quedó con él.
(Narrado por Rafael Verdecía Lien, campesino de Sierra Maestra, colaborador del Ejército Rebelde)
Su cabalgadura
El viaje no es muy largo, pero el mulo en que pienso hacer el regreso es vago y bruto como no hay dos, cuando vine tuve que apearme tres veces a empujarlo, y eso que era loma abajo. Ahora que es loma arriba tendré que echármelo a cuesta, como si fuera la mochila.
(De una carta de Camilo a sus padres)
Cumpleaños de 1954
Del día de mis cumpleaños les diré que tuve quien me hiciera mis regalitos, pues Rafael me regaló una corbata, la familia Téllez una camisa y unos calzoncillos y por otro lado un pasador y yugos. “Suerte que tiene el Cubano”
(De una carta de Camilo a su familia)
Quedó muy bien Fulgencio
Otra de sus cosas era con los perros, con los animales en general. Recuerdo ahora que, al poco tiempo del 10 de marzo de 1952, del golpe de Estado que diera el dictador Fulgencio Batista, se apareció en casa un perrito. Llegó por la madrugada, de eso estoy seguro, porque Camilo, asociando la llegada del animalito con la entrada de Batista por la posta 6 en una madrugada, le puso Fulgencio.
Cuando se fue quisimos disimular y le decíamos Negrito. Una vez le escribimos mandándole una foto y él contestó: “Quedó muy bien Fulgencio.”
Cuando nos hacen un registro, ven la carta y me preguntan por Fulgencio y cuando le digo que Fulgencio es el perro, ¡cómo se puso el guardia!
(Narrado por Ramón Cienfuegos)
El nailon chiquitico
Nosotros dormíamos siempre juntos. Camilo colgaba la hamaca en el segundo piso porque él era quien traía un nailon chiquitico y entonces amarraba arriba, bien arriba para que en el primer piso colgara Víctor Mora y también se beneficiara con el nailito y yo, como no tenía nada, me acurrucaba debajo del árbol, a la sombra de la hamaca como un lechoncito y así estábamos los tres tapados por el nailon de Camilo.
(Narrado por Walfrido Pérez, guerrillero invasor de la Columna No. 2)
Castigo merecido
Reconozco que alguna vez fui injusto. Por ejemplo, el día que me comunicaron que Camilo había mordido a una conserje de kindergarten. Lo llamé, Le expliqué lo que pasaba. Él no dijo ni esta boca es mía. Un mes lo tuve de penitencia. Después supe accidentalmente, que no había sido él sino un compañero al que quería mucho. Pero aguantó el castigo: yo, que sentía lástima cuando hizo dos o tres trastadas, le decía: “Te las perdono, a cuenta del castigo que cumpliste sin haberlo merecido.”
(Narrado por Ramón Cienfuegos)
¿Qué les llevan?
Era el segundo domingo de mayo y en el campamento rebelde del comandante Camilo Cienfuegos se planificaban las próximas acciones en el llano para batir a la tiranía.
Dos jóvenes se le acercan, son muchachos de la zona que se han unido al movimiento en los montes.
– Comandante, ¿usted podría darnos un permiso para llegarnos a ver a nuestras madres?
– Bien, pueden ir, pero no tarden…
– Enseguida, Comandante… –y dieron la espalda para retirarse. Camilo, como un relámpago, volvió a detenerlos.
– Un momento… ¿qué les llevan?
Los jóvenes se miraron.
– Nada…
– ¿Y cómo piensan ustedes ver a sus madres sin llevarles nada… No, y no… cojan estos veinte pesos, repártanlo y llévenles algo.
(Narrado por Antonio, Ñico, Cervantes, enlace de la columna con la ciudad)
Prometió no alegrarse más
Cuando el ciclón del 44 era muy niño y nunca había visto un ciclón. Estaba loco por saciar su curiosidad. Yo le decía: “Niño, los ciclones son peligrosos, les tumban las casas a las personas y causan mucho daño.”
Ni quien lo convenciera. Vino el ciclón y pasamos todo el tiempo con la puerta semiabierta. Cuando todo terminó y salimos a la calle, lo primero que vio fue la casa de un compañerito a quien quería mucho, o mejor dicho, lo que quedaba de la casa, que se había caído. A la familia no le pasó nada, pero Camilo se entristeció y prometió no volverse a alegrar por la llegada de un ciclón.
(Narrado por Ramón Cienfuegos)
Te lo doy para que lo gastes
Camilo ordenaba a algún compañero una misión en la ciudad, le facilitaba dinero con que poder comer durante el tiempo que demorara la encomienda.
Ñico, uno de sus hombres, utilizado múltiples veces para entrar y salir de la ciudad de Bayamo, debía burlar el cerco de los guardias y sacar del pueblo alimentos, medicinas, y otros útiles necesarios para las tropas que operaban en los montes. El enlace, en la conciencia de que el dinero que le daban era necesario para otras cosas, escasas veces lo utilizaba y lo entregaba íntegro.
Por otra parte, en varias ocasiones llegaban a casas de campesinos conocidos por él y solicitaba el plato de comida para continuar la misión.
En una ocasión, Camilo, bastante contrariado, le llamó a su presencia.
“Oye –le dijo– me parece que te estás comiendo la comida de los campesinos y eso no es bueno. Yo te doy dinero para que lo gastes y no para que me lo devuelvas y vayas a pegarles la ‘gorra. No quiero que se repita.”
(Narrado por Antonio, Ñico, Cervantes)
Combatir el tedio
Se acercaba el fin de diciembre de 1957. Eran esos días silenciosos donde la nostalgia invade a los hombres alejados de sus familiares. El jefe del primer pelotón de la Columna 4, capitán Cienfuegos, moviliza a sus hombres; Haroldo Cantallops y Fernando Virelles montan a dúo la canción Por el camino verde, muy popular por esos días; ellos dos, más Guevara (debe ser Ernesto Guevara conocido por Tétiro o Ángel Guevara), formarían un trío; Ramón, Nené, López y Luis Olazábal fungirían de guaracheros; Félix Mendoza, el Bazuquero, haría de maestro de ceremonias; los hermanos Zenén Meriño (muerto en la invasión) y Tempo Meriño (caído en el combate de la Otilia) formarían otro dúo. Como cierre del acto Vitalio Acuña (Joaquín en la guerrilla de Che en Bolivia) improvisaría puntos guajiros.
Todos los hombres del pelotón de Cienfuegos tenían una ocupación en la fiesta. Una de las invitaciones, dirigida al armero de la Sierra y redactada de puño y letra del jefe de pelotón aún se conserva; dice:
“Sr. Téllez y Sra.
“El Pelotón No. 1 de la Col. 3
“Tiene el honor de invitarle a usted a las fiestas de Nochebuena que se celebrarán en el cuartel situado en La Pata de la Mesa.
“AMENIZARÁN
“1) Dúo Vanguardia (Haroldo y Virelles)
“2) El trío Rebelde (Haroldo, Virelles y Guevara)
“3) Los Guaracheros del 26 (Nené y Luis)
“4) Los Merengueros de Mendoza
“5) Dúos Hermanos Meriño
“6) Luis Olazábal (el dinamitero bailarín)
“7) Vilo Acuña (puntos guajiros)
“Acompañamiento a cargo de la orquesta
“CUBA LIBRE
“Félix Mendoza (maestro de ceremonia)
“Se tomarán fotos para la posteridad
“Maestro fotógrafo (Guillermo Vega)
“Se admiten colaboraciones artísticas
“Cap. Camilo”
(Datos tomados de la Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado)
Deuda pagada
A ustedes me dirijo, puesto que ante ustedes, como principales gerentes de esa casa, empeñé mi la palabra, con respecto al pago de los $153.56 que desde esta ciudad haría, ya que en el momento de dejar esa casa, muy a pesar mío, me era imposible realizar esa liquidación.
(…) Adjunto a estas líneas, les envío el importe de ciento cincuenta y tres pesos con cincuenta y seis centavos ($153.56) en esa casa, “Sastrería El Arte”, realicé en el tiempo que de ella fui empleado.
(…) Ya realizada esta operación, podré sentirme verdaderamente tranquilo, sabiendo que esa mancha sobre mi apellido pesaba, materialmente está borrada(…)
(De una carta a los dueños de su antiguo trabajo)
El “bando comelón”
Camilo tenía hambre y quería comer; tuvimos fuertes “broncas” con Camilo porque quería constantemente meterse en los bohíos para pedir algo y, dos veces, por seguir los consejos del “bando comelón” estuvimos a punto de caer en las manos de un ejército que había asesinado allí a decenas de nuestros compañeros.
Al noveno día, la parte “glotona” triunfó; fuimos a un bohío, comimos y nos enfermamos todos, pero entre los más enfermos, naturalmente, estaba Camilo, que había engullido como un león un cabrito entero.
(Narrado por Ernesto Che Guevara)
Tenía una reservita
El campamento rebelde es actividad. Los combatientes se disponen a marchar a un combate.
El rebelde Horacio González Polanco, a quien Camilo había apodado cariñosamente el Mulato, pese a que la pigmentación de su piel no correspondía a la designación, se lamentaba junto al teniente de larga barbas.
– Óyeme, ¡con qué gusto me tomaría un jarro de café con leche…!
Camilo, que no participaría en la acción le sonrió y sin decir palabra alguna, se retiró lentamente, hacia el rincón del monte donde colgaba la hamaca.
Polanco se disponía ya a partir junto con el resto de los combatientes seleccionados para la acción, cuando, desde lo alto de un promontorio, oyó una voz conocida, que gritaba:
– Mulato, antes de irte, para por aquí…
Polanco cruzó con sus descalzos pies el tramo que le separaba y se aproximó. Frente a él, extendiendo en la mano un jarro, le sonreía Camilo.
– ¡Esto vale un tesoro!, ¿dónde lo conseguiste?
– Nada, tenía una reservita de lata de leche, y la sangré…
(Narrado por Horacio González Polanco, guerrillero)
El cartuchito de frijoles
Después de Uvero nos quedamos enterrando los muertos, porque esa era la misión de la vanguardia. El resto de la columna continuó retirándose y cogimos en un altico atravesando, y allí le dimos sepultura.
Camilo mandó a recoger y alcanzar a la tropa, y al poco rato la pasamos y volvimos a ocupar la vanguardia. Eso de andar alante siempre tiene sus ventajas, porque ese día, por ejemplo, cruzamos por un bohío abandonado y había un cartuchito y Camilo lo recogió, le echó un vistazo dentro y comentó:
– ¡Qué bueno, encontramos frijoles!
Víctor Mora vio una maceta de arroz para semilla y la cargó también y nos cargamos esas dos cosas pensando en el banquete que nos íbamos a dar con el arroz y los frijoles.
Cuando llegamos fuimos a preparar lo que traíamos y resultó que los frijoles que vio Camilo, que era un hombre de la ciudad, no eran frijoles sino semillas de júcaro para sembrar el café. El arroz también fue imposible cocinarlo y pasamos en blanco esa noche.
(Narrado por Walfrido Pérez)
Hay que guardar
Cuando se conseguía alguna comida, los combatientes acostumbraban a hartarse y abandonaban posteriormente las obras.
Una y otra vez sucedía lo mismo y después todos tenían apetito y se lamentaban por haber abandonado la comida.
Pero nadie escarmentaba, cuando el estómago se llenaba, ya no querían cargar.
Camilo, con su actividad de siempre notó el problema y, desde ese momento cuando se terminaba de comer y la gente abandonaba los restos de comida, la iba recogiendo en una cazuela grande y casi siempre la llenaba con las viandas sobrantes.
Hecho esto, la cargaba al hombro, sin solicitar ninguna ayuda y la trasladaba a los combatientes y a las distintas operaciones a las que era designado.
A la hora del hambre, Camilo, sonriendo con su acostumbrada picardía, exponía ante todos su cazuela repleta de viandas y llamaba al personal. “Ya ven caballeros, siempre hay que guardar; miren si no traigo la cazuela…”
(Narrado por Horacio González Polanco)
¿Se enteró de la paliza?
La comandancia general de la Columna 2 radicaba en el lugar conocido como montes de La Caridad, en Las Villas. Allí se encontraban además la planta de radio y el almacén y Puerto Gofio, nombre con el cual Camilo parodiaba al de la cárcel de Puerto Boniato.
Los rebeldes batían al ejército de la tiranía, hostigándolo en los caminos, carreteras y pueblos de la costa norte, como Venegas, Iguará, Mayajigua, Meneses, Zulueta, General Carrillo y otros.
Un día, en el campamento de La Caridad se suscitó un singular diálogo entre el jefe guerrillero y Lorenzo Pérez Pérez, conocido por Monino, carnicero de la zona y colaborador de los rebeldes.
– Viejo –le dijo Camilo–, sáqueme un bistec bien grande para un hombre que va a combatir hoy.
El viejo Monino, satisfaciendo la petición, lo preparó en la rústica cocina, acompañándolo con malanga.
Al día siguiente, al ver nuevamente al viejo Monino, lo envolvió con su franca sonrisa, comentando.
– Óigame, el bistec de ayer me dio muchas energías… ¿No se enteró de la paliza que les dimos a los casquitos en Zulueta?
(Narrado por Lorenzo Pérez Pérez, colaborador del Ejército Rebelde)
En el tailoreo
En el periódico vi que pedían un sastre para una fábrica; me presenté, llené los papeles, pero cuando me dijeron “Identifícate persona”, papeles de por medio, quedé por testarudo, les dije que los tenía en N. Y. y que mañana, una mañana que nunca llegó, se los llevaría. También el ciudadano ese me dijo que tenía que tener unión, pero ahí mismo se le fue la musa, le pedí la dirección de la unión y de ahí partí para allá (la unión esa tarde, sábado, estaba cerrada y entonces el lunes, a las 8 en punto, ya estaba haciendo posta en la unión.
Llegué a las oficinas y me preguntaron What you want, le dije a la “anciana” que hacía 10 días que estaba en el país y que era Taylor (sastre) no se rían, que ustedes saben de mis cualidades, que yo era Taylor, y que quería unionarme y quería una peguita, de ahí me pasaron a otro, donde llené una solicitud. El buen Mr. ese, me dijo que qué podía hacer, le dije que en sacos “any kind”, cualquier cosa, me preguntó Where you come fron (de dónde venía), le dije de Cuba, me pidió el social security y llamó por teléfono, después me preguntó si yo era P. Riqueño (que es como aparezco en el registro del S. C.) entonces di marcha atrás, le dije que yo era nacido en P. R. y me preguntó que de dónde venía y no dónde había nacido, entonces le tuve que dar una explicación explicativa, explicándole de cuando nací y dónde y cuándo me llevaron a Cuba, o sea, que dije mentiras de a burujón pila, montón puñao, por fin el tío me dijo: mira, vete ahora mismo a este lugar y ahí puedes trabajar.
Llegué, seguí llenando planillas y (diciendo mentiras, muy pocas), hombre, me decía, tú sabes hacer esto, aquello, lo de más allá y a todo el yes, que es lo que vale y camina en este país, de ahí me dijo venta tomorrow a las 8.
Efectivamente, con 2 metros de nieve en el cielo de la boda del frío (sin nevar), me pasaron a un quinto piso, me buscaron una silla y me preguntaron si tenía tijeras, dedal y demás, les dije que no, me consiguieron todo eso y después me pusieron a a a a a pegar cuellos, me tiraron un saco y fuera, ahí mismo fue el average, gracias a un viejo que estaba al lado mío me fui defendiendo, le dije: mire Mr. resulta que hace muchos year ago que yo no hago esto, y se me ha olvidado, dame una manito, yo lo que quiero es aprender no me interesan los Tikets para la money, efectivamente el viejo me indicó cómo era (no es difícil); ahí pasé como 2 horas, cuando el jefe vino me preguntó que de qué yo había pedido trabajo, yo le dije que en lo que yo era un trueno era haciendo bolsillos, que podía hacer cualquier cosa, pero necesitaba un poco de práctica. Me dijo que si quería coger un puesto para hacer bolsillos, le dije: ¿Today?, me dijo: sí, hoy: le dije: barín. Seguí subiendo pisos y llegué al Dpto. de bolsillos, ahí me dieron una pequeña indicación de cómo hacerlos y me hicieron uno, entones les tiré mis alardes, les dije: mire maestro yo los hago igual con un procedimiento más “Moderno”; me dijo: Ok, vamos a ver. Les hice uno y me dijeron: déjese de inventos y hágalo como le dijimos. En fin de cuentas hice más bolsillos que un buey, todavía no sé lo que me pagan, pero ya afinqué el puesto, pues el jefe me dijo que regresara mañana, así que como pueden ver, ya estoy tailoreando.
(De una carta de Camilo a sus padres)
De la memoria popular
El Caimito es un pequeño batey de Bayamo, bautizado cariñosamente como “Picio” por los rebeldes al mando de Camilo Cienfuegos que en muchas ocasiones recibieron un trato de Eupicio Ramírez, campesino del lugar.
La casa de Eupicio fue centro de colaboración para cuantos barbudos llegaran a cualquier hora en busca de ayuda. Además, en ella se confeccionaban los uniformes verde olivo, que la esposa de Ramírez cosía con esmero.
Al iniciar Camilo la histórica invasión, llegó hasta la casa.
La señora de Picio, se preparaba para coser los uniformes rebeldes en el momento en que le comandante de largas barbas penetraba en el humilde bohío.
– Señora –dijo el jefe rebelde–, déjeme a mí esa tarea, ¿no sabe que fui sastre?
Ocupó el lugar de la desconcertada campesina y ya frente a la vieja máquina de coser, pedaleó hasta bien entrada la madrugada.
¡Me encanta el sabotaje!
Caminamos como uno y medio kilómetro y se detuvo la columna al pasar una línea de cables telefónicos que existe entre Bayamo y Martí, en la provincia de Camagüey. La línea en cuestión fue cortada frente al chucho ferroviario Pastor. Causaba admiración ver a Santiago Rosales subir al poste telefónico. ¡Qué rapidez! Cortó los alambres y estos en el suelo fueron hechos añicos con extraordinaria velocidad por el Capitán, quien a la vez daba a los alambres más cortes que un sastre a un traje. Exclamaba: ¡Me encanta el sabotaje!
(Diario de campaña de Osvaldo Herrera, capitán rebelde que al caer prisionero optó por privarse de la vida)
Un minuto de silencio
Fuimos al panteón donde cayó el Apóstol y colocamos como él quería una bandera y un ramo de rosas, y se puso otra bandera, la del 26. Hicimos un minuto de silencio en memoria de los caídos y dos descargas de fusilería. De más está decirle que la aviación ametralló más tarde los alrededores.
Aquello es una vergüenza como está de abandonado. Tenía planeado mandar a limpiarle y arreglar el lugar. Ya nos encargamos de hacerlo.
(De una carta de Camilo a Fidel)
Un cartelito que decía: “COMUNISTA”
El día de enero fui al Parque Central, aquello parecía un desfile policíaco, estaban por docenas, no permitían grupos ni entrar al parque, al rato logré entrar. Cuando me acerqué a la estatua del Apóstol rindiéndole homenaje silente y pensando cómo estaba la tierra por al cual murió, se me acercaron dos policías moviendo amenazadoramente los palos, me alejé, todos esperábamos la llegada de Echevarría, la orden era que cuando él apareciera unirse todo el mundo, él llegó por Prado en una máquina con otros portando una corona, acto seguido empezaron los palos a todo el que intentaba acercarse. Echeverría y los demás peleaban cuerpo a cuerpo con la policía, la corona para el Apóstol destrozada por el suelo.
Yo estaba frente al Asturiano. Cuando corría hacia el lugar me cogieron tres “paisanos” y la emprendieron a golpes, me metieron en un carro “chapa particular”. Cuando lo llenaron (enseguida lo hicieron), nos llevaron a las oficinas del BRAC, Buró Represivo de Actividades Comunistas, según nos subían al carro nos daban golpes.
Ya dentro me dieron una patada en la cara. En el BRAC nos tuvieron como seis horas, nos tomaron las huellas, mil preguntas y me retrataron con un cartelito que decía: “COMUNISTA”. Este fue el homenaje que le brindó la dictadura a MARTÍ en su natalicio.
(De una carta de Camilo a José Antonio Pérez, amigo cubano que residía por entonces en Estados Unidos)
¿Para qué piensas que pelea?
Recuerdo que una vez un compañero le preguntó qué era los comunistas.
– ¿Tú qué eras antes de alzarte? –preguntó él como respuesta.
– Ordeñador –respondió el compañero.
– ¿Qué te han dicho que son los comunistas?
– Que son malos…
– ¿Y si tú ves a un comunista peleando junto a nosotros, para qué piensas que pelea?
– Para el bien del pueblo.
– ¡Ah,. entonces no son tan malos como te dicen!
(Narrado por Roberto Sánchez Berthelemy, guerrillero invasor de la Columna de Camilo, y combatiente en el Congo junto a Che)
Los niños tristes
Los caminos estaban intransitables por las pulgadas de lluvia caídas y tuvimos que hacer un alto en La Jacinta, un pequeño batey de Ciego de Ávila.
Allí estuvimos desde horas tempranas, de la mañana hasta bien entrada la noche.
En ese lugar estaba una escuela, pero el maestro no había acudido a dar su clase por la lluvia y los niños nos recibieron con tremenda alegría; Antonio Sánchez Díaz, Pinares, se improvisó como maestro y dio una clase muy cómica sobre matemáticas, pero con problemas que eran como un juego. Les preguntaba, por ejemplo, el número del mes en que habían nacido y después de sacar montones de cuentas, de sumas y restas, concluís sonriente:
– Naciste un martes…
Los muchachos estaban divertidos; Camilo, aprovechando que los trabajadores y vecinos no podían abandonar, por razones de seguridad, el batey, los reunió y les habló a los niños y mayores. Recuerdo que a los muchachos les dijo que le pidieran a la maestra que cada viernes les hablara de Martí, Maceo, de nuestra guerra de Independencia.
Él nos orientó a los miembros de la columna repartir dulces a los niños y entregar a cada trabajador una suma equivalente a un día de haber, porque no podían presentarse al trabajo ese día por estar retenidos por nosotros.
Por último, todos cantamos –población y tropa rebelde– el Himno Nacional y la Marcha del 26 de Julio. Fue realmente un día inolvidable y Camilo tenía un regocijo tremendo porque se daba muy fácil con los niños y estos lo miraban con mucha admiración.
A la hora de partir los niños estaban tristes.
(Narrado por Orestes Guerra, guerrillero invasor, jefe del primer pelotón de la Columna de Camilo)
Chiste mutuo
Pasó aquello, salvamos la vida, la mía personalmente gracias a la intervención del compañero Almeida y vagamos cinco hombres por los acantilados cercanos a Cabo Cruz. Allí, una noche de luna encontramos a tres compañeros más, dormían plácidamente sin temor a los soldados y los sorprendimos creyendo precisamente que eran enemigos, no pasó nada, pero serviría después de base a un chiste mutuo que nos hacíamos; el que hubiera estado yo entre los que lo sorprendieran, pues otra vez me tocó levantar bandera blanca para que su gente no nos matara, confundiéndonos con batistianos.
(Narrado por Ernesto Che Guevara)
La “rendición” de los soldados
La orden era detener una tropa de Sánchez Mosquera. La vanguardia recibió la misión de adelantarse por uno de los flancos.
Mientras avanzaban localizaron al enemigo en una altura, con evidente ventaja sobre ellos. Pese a la desventaja, Camilo abrió fuego sobre la sombras con cascos.
El fuego de su fusil obligó a los hombres a echarse a tierra, y él continuó hostigándolos hasta que en la punta de un fusil flotó la bandera de rendición en la forma de un pañuelo blanco.
Avanzando cautelosamente llegó hasta los soldados. Su sorpresa fue mayúscula, el militar rendido desanudaba tranquilamente el pañuelo de la punta del fusil mientras le comentaba:
– ¿Vos no te diste cuenta que éramos nosotros? –preguntaba el argentino.
Che había avanzado por otro lado y ocupado una posición superior; al percatarse de que el agresor era Camilo izó la bandera de paz.
Con esto quedaba zanjada una vieja disputa. Luego de Alegría de Pío Ernesto había sorprendido dormido a Camilo y también lo había “capturado”.
(Narrado por Reinaldo Benítez, asaltante al Moncada, expedicionario del Granma)
Ese “matasanos”
La primera vez que William Gálvez vio a Camilo fue en el Hombrito. El guerrillero ya legendario venía a la “consulta” de Ernesto. Fue también la primera jarana que le escuchara. Estaba risueño y comentó su preocupación de extraerse una muela con el Che.
– ¿Cómo es posible –comentó William– si el Che es médico y seguro no te va a doler?
– No, no es porque me duela, sino porque ese “matasanos” de seguro me saca una buena y no la mala.
(Narrado por William Gálvez, guerrillero invasor, autor de varios libros sobre la vida de Camilo)
De la memoria popular
El Che visitaba la zona de Yaguajay para discutir con Camilo los pasos a seguir. La presencia del legendario guerrillero argentino provocó la lógica curiosidad y muchos pobladores del lugar se acercaron para verlo; se asomaban por todos lados.
En medio de la conversación, antes de iniciar la reunión que sería privada, Camilo, al notar la curiosidad de los campesinos, le comentó a Ernesto Guevara:
– Ya sé a lo que me voy a dedicar cuando triunfemos: Te voy a meter en una jaula y recorrer el país cobrando cinco kilos la entrada para verte. ¡Me hago rico!
¿Impresionar con tu estado mayor?
Una noche de finales de agosto llegó Camilo a Las Vegas para ver al Che. El Che estaba acostado en la cama, sin camisa, y conversando con Miguel, Ramón Pardo, Guile, y yo.
Desde que llegó Camilo se puso a jugar con el Che: a hacerle cosquillas, a imitarle el hablar. Entonces, riéndose, le dijo a Camilo:
– Mirá, Camilo, fíjate que estás jugando al lado de mi estado mayor.
– ¿Cuál es tu estado mayor? –le preguntó Camilo.
– Pues, mirá, aquí tienes al compañero Miguel, que es el jefe de la comandancia, al compañero Guile, que es el jefe de la escuadra, y a Pachequito, que es el jefe de suministros de la tropa.
Camilo lo miró y hablando en tono argentino, le ripostó:
– ¿Y vos creés que me vas a impresionar con tu estado mayor?
(Narrado por Raimundo Pacheco Fonseca, guerrillero)
De la memoria popular
Después del triunfo de la revolución, Fidel y Camilo, los inseparables guerrilleros, acudían con regularidad a los encuentros de pelota, algunas veces como espectadores y otras como activos participantes.
En una ocasión en que ambos acudieron al estadio del Cerro para participar en un desafío que se desarrollaría esa noche, surgió la idea de que en las dos novenas jugaran los guerrilleros en una división que daría al juego mucha viveza.
Camilo, acariciando su amplia barba oía la proposición y mascaba fuertemente su tabaco, mientras exhalaba el humo con vigor. Cuando concluyeron de explicarle la idea, respondió como un rayo: “¿Qué integre una novena contra Fidel? ¡Qué va! ¡Contra Fidel yo no estoy ni en juego!”
Ese día mientras Fidel ocupaba el montículo de los lanzadores, en la novena de Los Barbudos, Camilo le atrapaba sus líneas como receptor.
Cuando habla Fidel
Camilo y un grupo de compañero nos trasladamos a mi casa, que era la de mis padres. Muy próximo a comenzar Fidel su comparecencia por televisión, mi madre nos preparó comida a todos, y siguiendo la costumbre invitó a pasar al comedor. Camilo, muy cortésmente le dijo:
– ¿Usted no se pone brava, mi vieja, si nos llevamos los platos para la sala para poder escuchar a Fidel?
Mi madre respondió con una sonrisa –ella tampoco quería dejar de oírlo— y todos nos llevamos los platos para la sala y nos pusimos a oír a Fidel, que estaba a punto de comenzar.
En medio de la intervención del Comandante en Jefe sonó el timbre del teléfono: era una llamada local de un compañero que quería hablar con Camilo. Camilo se puso de pie, con rostro serio, y después de escuchar brevemente preguntó qué estaba haciendo. No sé lo que le contestaron, pero jamás podré olvidar la respuesta de Camilo:
– Cuando Fidel está hablando lo único que debe hacer un revolucionario es oírlo.
(Narrado por Jorge Enrique Mendoza, guerrillero, fundador de Radio Rebelde)
Es la sangre de mi hijo
Cuando terminó el acto nos dirigíamos a la Universidad, la masa del pueblo con el estudiantado al frente, con el estudiantado que marcha con entereza y heroísmo en la lucha contra el régimen, profiriendo voces contra la bestia de Batista, los gritos de cientos y cientos de jóvenes, viejos, mujeres, era grito de pueblo, de pueblo sufrido que quiere o morir o ser libre, gritando REVOLUCIÓN, REVOLUCIÓN, REVOLUCIÓN. Al llegar a la calle Hospital estaban entre las primeras filas Sierra y Osmany que estaban por su lado (como siempre) y a los demás ya no los vi. La policía y varios carros atravesados en la calle San Lázaro, seguíamos avanzando, y los más pequeños del grupo comenzaron a tirarnos, tiraban con rifles, recuerdo como Anillo, que iba al frente, quiso, cuando estábamos a unos solos metros, lanzarse contra la policía (lo hubiera destrozado a tiros. Los más serenos lo aguantaban, nadie se movía, seguían los tiros, comenzaban a caer la gente. En esos momentos fue que me hirieron en la pierna izquierda, fue un balazo de M-1. Ya las armas del pueblo respondían valientemente al ataque, llovían las piedras, palos, botellas y los gritos contra la porra traidora y mercenaria que acostumbra a marchar en las manifestaciones, para después emprenderla a golpes contra el pueblo (…)
Ya herido, a pesar de la confusión, me metieron en una máquina donde había tres heridos más. Cuando nos llevaron al Hospital, la policía volvía a tirarnos, sentimos los disparos contra el carro, 3 nos alcanzaron, uno de ellos alcanzó al que manejaba en la cabeza, fue solo una rozadura, de milagro no lo mató, nos llevaron al Calixto García, la confusión era terrible. En aquel momento cuando esperaba que me atendieran creí que se peleaba en las calles, cada vez más heridos y golpeados, decían que la policía iba a tomar la Universidad y el Hospital, el primero en llegar cuando me curaban fue Osmany, después los viejos, esos momentos son imposibles de olvidar, cuando el viejo en un verdadero arranque de emoción y tensión, cogiendo el jakey manchado de sangre con que me había vendado provisionalmente la herida, dijo: “Es la sangre de mi hijo, pero es sangre para la Revolución.”
(De una carta de Camilo a José Antonio Pérez)
Él se molestó
Siendo él Capitán nos fuimos a atacar Pino del Agua, con unos cuarenta y tantos hombres. Llegamos a eso de las cuatro y media o cinco de la mañana. Las postas estaban con ametralladoras treinta. Nos acercamos como a unos diez metros.
Camilo abrió fuego y tomamos las dos postas de delante. Nos hirieron al último hombre, familia de Delfín Moreno; Fernando Virelles llevaba una treinta y cuando empezamos a avanzar sonaron dos browning, unas San Cristóbal y unos Springfield, y todos los guardias de por allí cayeron. Entramos hasta el mismísimo estado mayor de Pino del Agua.
A Camilo lo hicieron y le tumbaron la gorra que llevaba como sí fuera de la legión extranjera.
Nos ordenó que nos retirásemos y cargásemos un herido que estaba cerca. Nadie quería irse dejándolo allí.
Él se molestó y salió caminando hacia nosotros con sus tiros en el cuerpo, exigiendo el cumplimiento de la orden o di no la cumpliría él mismo. El herido que le preocupaba se murió más tarde.
Camilo dirigió la retirada de su propia gente cuando íbamos lejos fue que logramos encamillarlo.
(Narrado por Alejandro Oñate Cañete, guerrillero, invasor de la Columna de Camilo)
Realmente infantiles
Camilo acostumbraba a hacerle bromas a todo el mundo, así que todos estábamos siempre un poco en guardia con él… eran bromas realmente infantiles, que hacían reír.
En los primeros tiempos, en el año 1959, cuando vivíamos en Ciudad Libertad, se celebraban en la habitación de Raúl y mía muchas reuniones.
Cuando Camilo salía, y como ya lo conocíamos, teníamos que registrarlo porque acostumbraba a llevarse, por broma, un montón de cosas en los bolsillos, y me dejaba las almohadas pintadas de corazones y con letreritos de las cosas que se habían estado conversando.
(Narrado por Vilma Espín)
De la memoria popular
El Capitán sitiado accedió a la conversación durante la tregua y se aprovechó la presencia de un vehículo para trasladar a la esposa e hija de un militar, de visita en el cuartel en el momento de comenzar el ataque.
Camilo llegó con sus ayudantes repartiendo cigarros y tabacos a los soldados, apiñados en la puerta para conocerle. A la entrada, contrastando con la alegría característica del guerrillero, estaba la marcialidad aprendida en la escuela de oficiales del jefe de la plaza.
Durante la conversación inicial, se le ofreció al capitán Abon Le garantía absoluta para él y su tropa, puesto que el objetivo era la ocupación del cuartel, las armas y el parque, Abon Le se negó a aceptar las condiciones rebeldes y decidió continuar peleando, pese a la evidente inutilidad de la resistencia.
Al salir del despacho, el Comandante se detuvo en la puerta.
– Es una lástima, Capitán –dijo– yo tenía el compromiso con sus soldados de comernos esta Nochebuena veinte puerquitos asados– y se volvió sonriente a la tropa.
Abon necesitaba una frase para escapar del ridículo y la encontró.
– Las circunstancias me hacen imposible aceptar el ofrecimiento, se desmoralizaría la tropa, señor.
Se dieron las manos, y el delegado barbudo se alejó hasta sus posiciones.
La “identificación” de los masferrerista
El comandante José Quevedo, hecho prisionero durante el combate de El Jigüe se había sumado a las fuerzas rebeldes. Una tarde, víspera de la invasión y a modo de despedida, Camilo preparó una fiesta. Antes hizo llamar a Quevedo.
– Tengo presos unos masferreristas y necesito que los identifiques –le precisó.
– Es difícil, porque yo no tengo contactos con esos elementos -respondió el oficial.
– Es que ellos insisten –agregó Camilo– en que usted puede dar fe de ellos.
– Si es así, tráigalos, para ver si los conozco.
A una señal de Camilo, William Gálvez fue hasta los mulos y trajo sobre el hombro un saco. Quevedo miraba con curioso asombro el bulto. Cuando ante sus ojos fue abierto y descubierto el interior, las carcajadas duraron horas. Varias botellas de ron eran sus presuntos conocidos.
(Narrado por William Gálvez)
El submarino
¿Que todavía no le han contado lo del submarino en las montañas de Villa Clara?
Camilo era así, ocurrente, jaranero, le corría una máquina a cualquiera, de una forma sana. No se podía uno disgustar con él porque no tenía ni una pizquita de maldad, sino que todo era entero, como de una sola pieza
Una vez estábamos conversando de muchos temas y él ve que está un compañero que nos escucha embelesado, como si aquello fuera algo de otro mundo y entonces se le iluminó la cara como solo él sabía iluminarla.
– Bueno, bueno, compañeros, a mi lo que más me preocupa ahora es qué vamos a hacer con el submarino que me manda Fidel desde la Sierra, porque yo sí no sé para qué sirve eso aquí en las lomas de Yaguajay.
Todo el mundo se quedó callado, a la expectativa, y el hombre aquel abrió los ojos en redondo.
– Sí, hay que traerlo porque si Fidel lo manda par algo tiene que servir, así que en cuanto llegue, usted –se dirigió al hombre– tiene la responsabilidad de subirlo hasta acá arriba.
Descargar libro: Camilo Cienfuegos: El hombre de las mil anécdotas
Fuente: http://www.cubadebate.cu/especiales/2017/02/06/camilo-cienfuegos-anecdotas-de-un-hombre-legendario/#.WJi5wlV97IU