Eduardo Montagut Contreras •  Memoria Histórica •  25/02/2017

Fosas

Vivimos en un país donde ninguna provincia está libre de tener fosas con restos de fusilados en las retaguardias de la guerra civil. Se conocen cientos y cientos de fosas y, presumiblemente, hay más de las documentadas. Vivimos, pues, encima o muy cerca de una fosa con restos humanos que no han sido exhumados ni enterrados debidamente, desde los años treinta. No hay muchos países en el mundo que superen estas cifras. Pues bien, este hecho objetivo no levanta más que la indignación de los familiares de las víctimas, de parte de la izquierda y de las distintas asociaciones y movimientos de la memoria histórica.

Para una gran parte de la sociedad española, del gobierno de la nación, de distintos gobiernos autonómicos y municipales, así como de algunos partidos políticos no es materia prioritaria o de interés. La falta de empatía que se demuestra es impresionante y se esconde bajo una serie de argumentos fácilmente rebatibles. El principal de todos ellos se centra en que hablar de fosas es reabrir heridas. En realidad, ¿qué heridas se abren cuando se habla de fosas de la guerra civil y la posguerra?, ¿localizar y abrir fosas de represaliados, con el consentimiento de los familiares de las víctimas, a quién molesta?, ¿a los aún vivos que fueron victimarios y/o a sus descendientes?, y si eso es así, ¿desde cuándo en un Estado de derecho prima el interés  o la opinión del que hizo el mal o de sus descendientes sobre los de las víctimas y sus familias?, ¿no estaríamos hablando de la mala conciencia?, ¿es necesario ser familiar de un represaliado para luchar por el derecho a enterrarlo debidamente y a honrarlo?


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