Los acequieros del S. XXI que ‘siembran’ agua para adaptarse a la crisis climática
- Visitamos la red de acequias en La Alpujarra granadina.
- La práctica ancestral de las acequias de careo en Sierra Nevada se remonta a la Edad Media, cuando los musulmanes ya ‘sembraban’ agua del deshielo para recargar canales abiertos montaña abajo y garantizar su suministro. Hoy, una red mantiene viva esta práctica, en cuya conservación ha colaborado también el proyecto Life Adaptamed por ser un modelo de adaptación al cambio climático.
Acceder a de la cordillera más alta del sur de Europa, Sierra Nevada, donde la vista alcanza a observar a lo lejos el mar Mediterráneo, no es tarea fácil. Después de curvas y más curvas por carretera alcanzamos una cima en la que la masa de agua del horizonte se funde con un escarpado paisaje de montaña.
Llegamos hasta aquí, a la cara sur de lo que hoy es el Espacio Natural Sierra Nevada (integrado por el Parque Nacional y Parque Natural del mismo nombre), para ver de cerca el trabajo que realizan los acequieros de la zona, en conjunción con científicos y colaboradores del proyecto Life Adaptamed.
Allí nos recibe Antonio Ortega García, presidente de la comunidad de regantes de Bérchules. Cada término municipal tiene una agrupación distinta y este acequiero de 58 años mantiene, junto a otros tres compañeros, una de las acequias más importantes de toda la zona: la acequia de El Espino. Gracias a ella se recoge el agua que llega a buena parte del valle del Trevélez y del propio Bérchules.
Las acequias de careo son canales excavados en el terreno diseñados para recargarse y canalizar las aguas procedentes del deshielo de alta montaña. Los responsables de Life Adaptamed, un proyecto que integra 45 actuaciones para la protección de los servicios ecosistémicos en el Parque Nacional y Parque Natural Sierra Nevada, El Parque Natural Cabo de Gata-Níjar y el Parque Nacional y Parque Natural de Doñana, han trabajado codo con codo con los acequieros para recuperar algunos de estos canales.
Un proyecto colaborativo con los agentes locales
“Se han hecho actuaciones en lugares donde realmente hacía falta. Ha costado más de veinte años que se recupere esta acequia”, explica Ortega García. “A destino tiene que llegar la mayor cantidad de agua posible porque en el camino se pierde. Este año ya han estado funcionando con agua bajando por el caño, que da abastecimiento a pueblos muy distantes”, continúa.
Otro ejemplo es la acequia de Trevélez, que provee agua a las fuentes del municipio de Murtas. “Este pueblo está a muchísimos kilómetros. Se guía el agua desde 2.700 metros de altitud hasta estos lugares”, explica el acequiero que durante años se dedicó a la construcción y que conoce la profesión por tradición familiar. Vio a su padre trabajar la acequia y sus hijos ahora lo ven a él.
“El caso particular de esta acequia en la que intervenimos es que tenía problemas de funcionamiento, por lo que la cantidad de agua que salía los últimos treinta años no tiene nada que ver con la de ahora”, dice a SINC Jose Miguel Barea, biólogo de la Agencia de Medio Ambiente y Agua de Andalucía —entidad que también participa en el proyecto—.
Desde la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, que es otro de los siete organismos que conforman este proyecto Life, subrayan: “Trabajamos con la gente del territorio desde la humildad, no intentamos enseñarles nada ni imponerles nada. Ellos saben perfectamente que conservando las praderas de alta montaña y los riegos tradicionales, van a tener agua en verano y seguir viviendo. Ganamos todos, porque son sistemas que nos protegen. Es un proyecto colaborativo”.
El proceso que siguen las acequias de careo es el de retrasar el agua que se ‘siembra’ en la alta montaña y se filtra del deshielo, a través de la tierra desde la superficie, para luego canalizarla por las acequias y que llegue a los meses de verano. “Lo mismo que una esponja actúa la tierra. Es un sistema que, según los estudios donde nosotros guiamos el agua en la cima de Bérchules, lleva ya haciéndose así doce siglos”, argumenta Ortega García.
De hecho, esta red de acequias de careo de Sierra Nevada está considerada como el sistema de recarga de acuíferos más antiguo de Europa, según un estudio publicado en el Journal of Hydrology.
Antonio Ortega García, presidente de la Comunidad de Regantes de Bérchules. / Jose Miguel Barea Azcon
Desde época andalusí hasta nuestros tiempos
En un mundo que se enfrenta a diferentes escenarios de crisis climática, adaptarse a ellos es fundamental para poder vivir en unas condiciones dignas. Esto es algo que siglos atrás no tuvieron en cuenta los habitantes de Sierra Nevada, pero en la Edad Media asentaron, sin saberlo, un sistema de recarga de agua subterránea que se convertiría en el más antiguo del continente.
Que haya llegado hasta hoy no es casual. Por un lado, su gestión se ha mantenido de generación en generación en esta zona montañosa semiárida, y por otro, se trata de un claro paradigma para el futuro hídrico de la zona y de otros ecosistemas alpinos amenazados por la desertificación y el cambio climático. “Esta técnica de Recarga Gestionada de Acuíferos activa numerosos manantiales situados a media ladera y aumenta el caudal base de los ríos”, apuntan en el estudio liderado por el Instituto Geológico Minero de España sobre la acequia de El Espino.
El agua de las acequias excavadas en el suelo, que provienen del deshielo de las cabeceras de los arroyos y ríos de montaña, se infiltra en la parte superior de los valles. De esta forma fluye más lentamente por las laderas, y contribuye a la recarga activa de numerosos manantiales a media ladera, aumentando el caudal base de los ríos que alcanza. “El proceso de siembra dura prácticamente todo el año. Las acequias son solo para coger agua, no le quitan agua al río”, indica Ortega García.
Lo primero que hacen los acequieros al terminar el verano es limpiar la acequia. Después, cuando comienza a llegar el agua de lluvia o de deshielo, el acequiero sube todos los días a guiarla hacia la cima, con una herramienta para que se vaya abriendo de forma suave y que no se enturbie, para que no tapone la tierra. “De ahí sale en manantiales a kilómetros de distancia. El agua es casi permanente si se guía”, asevera.
En esta zona hay un total de 600 comuneros registrados con derechos de agua. Desde pequeños agricultores, a otros con mayores terrenos. Se riega una extensión de unas 80 hectáreas en los que se cultivan productos como calabacín, tomate, habichuelas o berenjena. Ortega García se decida en exclusiva al tomate cherry.
En su zona existen 40 kilómetros de acequia lineales, con cuatro denominaciones distintas, tres de careo, aunque una está sin limpiar. “A mí me gustaría recuperarla, ya que forma parte de mi comunidad y está inactiva”, lanza como petición el acequiero.
Rut Azpizua, encargada de la coordinación técnica del Programa de Seguimiento Cambio Global Sierra Nevada en la Agencia de Medio Ambiente y Agua, destaca a SINC un contratiempo añadido: “No todas las acequias tienen comunidad de regantes detrás, que sería lo ideal. El despoblamiento rural es también un problema. Por ello, lo que hemos hecho durante los años que duraba el proyecto (que solo contemplaba la recuperación), es realizar labores de mantenimiento para optimizar los esfuerzos al ver que había detrás una comunidad de regantes muy interesada”.
Jose Miguel Barea durante la visita al Espacio Natural Sierra Nevada. / Eva Rodríguez (SINC)
Autopistas de biodiversidad
En conjunto, en Sierra Nevada hay inventariados más de 3.000 km de acequias. Para los científicos que han participado en su restauración, se trata de una solución basada en la naturaleza. En concreto, Barea las considera como autopistas de biodiversidad. “Contribuyen a que haya más insectos y mayor polinización”, atestigua.
Regino Zamora, catedrático de Ecología de la Universidad de Granada (UGR) y coordinador científico de esta iniciativa, también destaca el papel de la crisis climática en zonas de montaña como esta y cómo afrontarla: “Este en un paisaje antropizado, es decir, hay partes que se pueden considerar más naturales, pero es un ambiente muy manejado por el hombre históricamente. Además, tiene un clima que lo condiciona”.
Los estudios científicos señalan a la alta montaña como especialmente sensible a estos cambios y, el enclave donde nos encontramos, la cuenca Mediterránea, también lo es. Un “doble premio” que gracias a su dura ecología, con experiencia en climas extremos —inviernos muy fríos y veranos calurosos—, le permite obtener un pasaporte a las condiciones más inhóspitas. “Es muy heterogénea, un mosaico que permite que sobreviva mejor”, expone Zamora, que considera que es necesario que se mantengan los servicios ecosistémicos en un escenario de cambio climático.
El científico de la UGR pide para ello, “maximizar y mantener la resiliencia, entrenarlos para que respondan por si solo a los cambios que le vienen y actuaciones en puntos concretos con base científica”. De ahí que se intervenga en las acequias o en la diversificación de la masa forestal a pequeña escala y se apoye a las comunidades de regantes.
Luis Enrique Santamaria Galdón, investigador de la Estación Biológica de Doñana (CSIC), añade: “La estrategia de gestión adaptativa se basa en dos pilares: evitar soluciones que aunque nos parezcan óptimas pueden tener efectos sin retorno; y aprender haciendo, es decir, en vez de apostar a una solución única, tratar de diseñar la gestión para tener distintas opciones y aprender de ellas y hacerlo mejor”. Esta especie arbórea es la más amenazada de la zona.
Rut Azpizua, coordinación técnica del Programa de Seguimiento Cambio Global Sierra Nevada. / Eva Rodríguez (SINC)
Experimentar con los bosques a pequeña escala
La actuación que ha tenido más presupuesto del proyecto en Sierra Nevada ha sido la del tratamiento de los pinares, que también se ha llevado a cabo en Doñana y en Cabo de Gata-Níjar.
“Se tuvieron en cuenta las cuatro especies de pino que existen en la zona, y para cada una de ellas se buscó una localidad y se diseñaron actuaciones con diferentes variables. Se trataba de experimentar para conocer los servicios que proporciona ese monte, como que siga habiendo sombras para que vivan una serie de especies bajo los árboles”, muestra Azpizua.
Esto se complementó con otras actuaciones en robledales y encinares, con la misma filosofía: jugar con distintas intensidades y ver cómo gestionar los residuos de las ramas que quedan en el monte. Se trataba de aprender de la experiencia, actuar desde lo local y desde la demostración, porque cuánta más diversidad y heterogéneo exista, más posibilidad tendrán de adaptarse a los cambios estos árboles.
En este entorno, los investigadores han tenido en cuenta que en los últimos 60 o 70 años Sierra Nevada ha pasado de ser un monte sin más, a un lugar de turismo y de cambio de usos exponencial. La gente visita la montaña para pasear, ver pájaros o valora los árboles porque evitan la erosión y fijan el CO2. Los servicios que nos proporcionan los espacios naturales es un beneficio para todos.