Víctor Chamorro, el arte de desentrañar Extremadura
Falleció Víctor Chamorro, uno de los grandes escritores de Extremadura y una persona muy comprometida con la lucha de las clases populares. Víctor ha sido durante décadas el gran valedor del 25 de Marzo, la fecha que simboliza la pacífica revolución campesina de nuestra tierra.
Ha sido y es el gran partisano de la literatura y de la historia en Extremadura, nuestro Eduardo Galeano, el que contó como nadie las venas abiertas de esta tierra, herida de latifundios y caciques. Ha trabajado por la memoria, el lenguaje, la cultura y la identidad de Extremadura más que cualquiera de sus consejeros, diputados o presidentes. Y también, durante décadas y como pocos, ha conocido la amargura del ostracismo.
Afán de miseria, la obra que tienes en tus manos, es el libro subversivo de un escritor insumiso. Un hermoso panfleto de combate que vuelve a ver la luz 44 años después de su primera publicación en 1978. Un destello bravío de lucidez y coraje que nos habla de la Otra Transición, la que nunca se nos contó. Un libro mítico que, junto a Extremadura saqueada, constituyó el nutriente ideológico fundamental de quienes soñaron y lucharon por una región y un país con democracia real y justicia social, por un tiempo en verdad nuevo que definitivamente rompiera el cordón umbilical con el franquismo.
“De “la historia nos muerde la nuca” a la lenta impaciencia”. Con ese bello título José María Antentas glosaba la trayectoria del filósofo marxista francés Daniel Bensaïd. Parafraseándolo podríamos afirmar que Afán de miseria es un libro de cuando la historia nos mordía la nuca a los habitantes de la piel de toro. Pero cuando Víctor Chamorro lo escribió ya se había fajado a conciencia en las lides de la literatura. Desde muy joven se había convertido en un devorador de libros. “En la biblioteca de mi casa me encontré a mi padre, a Dostoievski. Fue un big-bang en mi cabeza, porque no entendía aquellos personajes que eran trozos de subconsciente con patas. Con él pierdes la noción del tiempo y del espacio, y de pronto percibes que estás en una ciudad que se llama San Petesburgo. Dostoievski, desde la primera página, te agarra y no te suelta”. Después vendría el descubrimiento de Kafka, la inmersión en la cultura del castellano cásico, desde Berceo al Quijote, o la lectura apasionada de los escritores rusos. Y en Salamanca, estudiando Derecho, otro nuevo terremoto: “me encuentro un amigo que había picado piedra en el Valle de los Caídos, que me cuenta cosas que rompen el esquema que yo había heredado de mi padre y de mi madre. En esa época, las madres eran la correa de conexión con las parroquias, y los padres, la correa de conexión con el Movimiento”. Sartre o Camus se incoporan entonces como nuevos hilos esenciales al trenzado de influencias con las que que Víctor irá asentando un original discurso literario.
En 1963, con solo 24 años, nuestro autor es finalista del Premio Planeta con la novela El santo y el demonio. Sebastián Juan Arbó, Premio Nacional de Literatura, afirmará por aquellas fechas: “Estoy convencido de que El Santo y el Demonio es, tal vez, la mejor novela que se ha publicado en España en estos últimos años. Y que Víctor Chamorro es, entre los jóvenes, quizás la más brillante promesa”. Un año después, con El adúltero y Dios, volvía a repetirse el desenlace. De nuevo, Víctor alcanzaba el segundo galardón en el Premio Planeta. Pero esta vez, José Manuel Lara, el dueño de la editorial, ni siquiera publicaría la novela, porque al parecer hería su orgullo de ex-legionario franquista. La minuciosa máquina del ostracismo daba sus primeros pasos y con ellos también crecía la leyenda de eterno aspirante, que el propio escritor alimentaría con ironía: “Actualmente ejerzo la profesión de finalista, que es tan honrada y digna como otra cualquiera”, declarará en junio de 1966.
En los años siguientes Víctor continúa entregado febrilmente a la escritura, al tiempo que se rompe el maleficio de los premios. La venganza de las ratas, publicada en 1967, es la primera novela del franquismo que trata de un caso de torturas por parte de la Guardia Civil. El libro, además de obtener el prestigioso premio Urriza, se convierte en un éxito de ventas, pero también le ocasionará al autor sustanciales problemas con la censura. “Una vez publicada, la novela le cuesta a mi editor que al año siguiente desaparezca el premio literario que patrocina. Y a mí me cuesta que la siguiente obra que tengo contratada con él, Las Hurdes, tierra sin tierra, tenga que pasar la censura previa, donde le pegan cuarenta estocadas. Entonces mi padre me dice que deje de escribir así y que no intente ganarme la vida con la literatura, porque estoy casado y voy a tener un hijo; que escriba como todo el mundo porque ya van detrás de mí. Y es cuando me meto a docente, para asegurarme unos ingresos más estables”.
Comienza una nueva etapa para Víctor Chamorro, marcada en lo laboral por la enseñanza y en lo literario por una inmersión, mayor si cabe, en todo lo relacionado con Extremadura. Las Hurdes, tierra sin tierra, publicada en 1969 y Sin raíces, la biografía sobre Agustín Sánchez Rodrigo, uno de los personajes ignorados de la historia oficial extremeña a pesar de su labor como editor del método Rayas, apuntan en esa nueva orientación. “Mi obsesión es el hombre y el paisaje extremeño”, afirma Víctor en una entrevista en febrero de 1972. El novelista se siente fascinado por el conceptismo metafórico del lenguaje campesino, por su dominio de “un vocabulario prodigioso y escueto nacido de su visión cosmogónica”. Chamorro, perseguidor incansable de la palabra justa, escudriña la ternura soterrada del campesino, su culto al refranero, la riqueza de su habla. “Al pueblo lo único que le quedó fueron las consejas, los adagios, los refranes. ¡Qué dominio de las palabras esenciales! Pero lo hicieron sin que entrara ningún neologismo, ni contaminación urbanita. Quevedo y Cervantes puro”. Víctor rastrea los matices y desvela en ellos los entresijos, la metafísica del pueblo de Extremadura: “El hombre de la ciudad dice pájaro, mientras que el campesino distingue si oropéndola, estornino, becada, y enriquece su explicación matizando vuelos, habitats, costumbres, migraciones y hasta el color de los huevecillos”. En su indagación lingüística Víctor se adentra también en las sutilidades de la composición de clases, en la complejidad de la estructura social: “el campesino no habla igual que el gañán, no habla lo mismo el yuntero que el que tiene la tierra”.
Desde finales de los años sesenta ´hasta su jubilación Víctor Chamorro ejercerá la docencia, impartiendo Historia y Literatura, primero en el Colegio Libre Adoptado de Hervás y a partir de 1975 en el colegio Destino, en el barrio madrileño de Canillejas. Víctor es un enamorado de la enseñanza y de la pedagogía liberadora, pero su ideario chocará abiertamente con el Patronato que dirige el colegio de Hervás. Poner en marcha un grupo de teatro que representa el ciclo de las obras prohibidas de Alfonso Sastre o introducir una visión crítica sobre la historia repele a los mandarines del centro. Las “fuerzas vivas” del pueblo que, además, se han visto retratadas en algunas de las novelas de Chamorro, se conjuran para neutralizar la amenaza y consiguen echarle del pueblo. La dirección del centro reune en secreto a los padres y el presidente del Patronato les pide “sigilo confesional”. A Chamorro, como a tantos otros paisanos, no le queda al final más remedio que marcharse de Extremadura. “Dado el clima existente, era consciente de que de un momento a otro terminaría por ocurrir aquello. Del colegio de Hervás me echaron, a pesar de ganar el caso en un juzgado. Y me dijeron que no cumplían con la sentencia, que aquello no era solo un juicio laboral, que lo suyo era un juicio político; que yo era un marxista incrustado en la sociedad. Me echan, además, con un chantaje memorable: me dicen que si sigo en el colegio, los padres han decidido que sus hijos no vendrán más, que el colegio se cierra y que, si tanto quiero a mis alumnos, que me vaya”. Ya conocía el ostracismo literario y, ahora, nuestro escritor comenzará a sufrir el ostracismo político y social, el caciquismo capilar intrínseco a las relaciones de poder en Extremadura que él ha analizado y esclarecerá magistralmente.
Con tenacidad, investigando en Madrid, en la Biblioteca Nacional, y pateándose la región durante las vacaciones escolares y fines de semana, Víctor Chamorro ha empezado a componer el Macondo extremeño, la asombrosa Historia de Extremadura que culminará en 1984. Las novelas y libros anteriores ya contenían algunas hermosas teselas, pero será a partir de estos años, en la emigración sobrevenida y forzada, cuando se vayan articulando, adquiriendo más densidad y hondura. “Extremadura no es Castilla, no es León, no es Andalucía, no es Portugal. Los extremeños saben lo que no son pero les resulta trabajoso saber lo que son. Fueron un pasillo, una frontera, un cruce de caminos, un corral de invierno, un entramado de razas, una sangre universal. Hoy son un sentimiento a la busca de su forma, un latido con arritmia, un larvario proyecto, una historia por escribir”: así comienza el hermoso guión que escribirá Víctor para el programa de TVE, la maravilla que tantos quebraderos de cabeza le generará años después.
Historia, antropología, sociología, filosofía, todo junto, y trabándolo el nervio poético y la vinculación con el pueblo de Extremadura. Víctor, como Eduardo Galeano, es un destructor de aduanas de la palabra, un transgresor de las fronteras que separan los géneros. “El mayor historiador ha sido Shakespeare. Se puede hacer historia rigurosísima sin soltar al lector de la garganta”, afirma. La Guía secreta de Extremadura, en 1976, constituirá un nuevo salto en la pugna contra el encorsetamiento de los formatos literarios. Lo esencial del libro no son las recomendaciones de monumentos o gastronomía, propias de un libro para turistas, sino “contribuir a deshacer tabúes y tópicos” y realizar un “estudio socio-económico del contexto, con un preámbulo histórico para llegar a la realidad actual”. Lejos de la exaltación comercial, la Guía señala que Extremadura es “la primera región española en latifundios, en señores feudales, en alcaldes caciques, en mano de obra barata, en mínima red telefónica, en trasnochados tendidos eléctricos, en ferrocarriles del Oeste y en carreteras deficientes”.
Y llegamos a Afán de miseria, un libro cuya publicación en diversas ediciones durante 1978 y 1979 tendrá una enorme repercusión. Tres son las razones, en mi opinión, por las que la obra irrumpe con fuerza en las aguas generalmente mansas de la sociedad extremeña. La construcción de un relato alternativo sobre la historia de Extremadura, la intervención en la coyuntura política de la transición y el tono vibrante, característico de un manifiesto, con el que está escrito, es el original trípode en el que se sostiene. Argumentos sólidos y nuevos, voluntad de transformación social y belleza literaria; el qué, el cuándo y el cómo, en un perfecto engranaje que exuda autenticidad y valentía.
El Manifiesto de la Extremadura por crear
Empecemos, aunque sea poco ortodoxo, por el cómo. Afán de miseria no es un libro deslumbrante sólo porque exalte el ejemplo de liberales como Muñoz Torrero, o desvele la epopeya del 25 de marzo de 1936 o relate con garra las luchas populares durante la transición, con ser todo ello importante. Lo que seduce desde sus primeros párrafos es su impronta al mismo tiempo irreverente, punzante y de urgencia.
Afán de miseria es un manifiesto. No es un ensayo al uso, ni una crónica, ni un testimonio -rótulo con el que subtitularon al libro, a salvo de mejor palabra para designar la anomalía. No es un texto que corresponda a las características de ninguno de esos subgéneros, aunque tenga elementos de todos ellos. Es un manifiesto, un texto -por decirlo con las palabras de Louis Althusser- “que pertenece al mundo de la literatura ideológica y política, que se posiciona y toma partido. O, dicho con mayor exactitud, es un texto que es una llamada apasionada a la solución política que anuncia”. Althusser describía así esta particular modalidad de escrito, al analizar simultáneamente dos de los grandes manifiestos en la historia, El príncipe, de Maquiavelo, y El Manifiesto Comunista, de Marx y Engels. Un manifiesto, señalaba el filósofo francés, reclama no sólo alterar el dispositivo clásico del discurso, sino también su escritura. “Un Manifiesto exige ser escrito en formas literarias nuevas (…) con un estilo nuevo: claro, denso, vigoroso y apasionado”.
El libro de Víctor Chamorro reúne también otra característica común a este excepcional tipo de alegato, a saber, la capacidad para ligar el análisis de la coyuntura y la estructura; la facultad para construir constelaciones de sentido que integren pasado y presente, sociología y antropología, literatura y política. Afán de miseria es uno de esos luminosos textos que producen saber de un modo sustancialmente distinto al que suele reconocerse desde las academias. “Para saber hay que tomar posición”, afirma el historiador de arte Didi-Huberman. No es nada fácil, implica situarse dos veces, en dos espacios y dos temporalidades distintas. En el presente de los deseos, por un lado, y en el pasado que nos engloba y condiciona, por otra; en la implicación activa y, al tiempo, en la capacidad para distanciarse. “No sabemos nada en la inmersión pura, en el en-sí, en el mantillo del demasiado-cerca. Tampoco sabremos nada en la abstracción pura, en la trascendencia altiva, en el cielo demasiado-lejos”. Nuestro libro nace de ese doble movimiento. Son los años cruciales de la Transición y Víctor Chamorro está entregado en cuerpo y alma a la posibilidad de una transformación profunda de Extremadura y España, a la expectativa abierta de una genuina ruptura democrática. Víctor piensa y produce conocimiento y verdades aguijonado por la coyuntura. Junta los saberes atesorados en su investigación personal con la inquietud y la experiencia de lucha colectiva, la palabra limpia y la rabia digna, el aura y la subversión. Y de ahí nace este texto arrebatado de sinceridad y esperanza.
A Julio Anguita le gustaba recordar, parafraseando a Spinoza, que el discurso profético crea su propio pueblo. Los poderosos suelen ser quienes mejor saben interpretar la potencialidad subversiva de ese género de discursos. Entre otras cosas, porque disponen de una red de instituciones, servidores y lampuzos diversos, bien recompensados todos, cuyo fin es detectar y desactivar las rebeldías nacientes.
En Afán de miseria, Chamorro prevenía sobre “los nuevos caciques”, “los nuevos colonizadores” y “los advenedizos voceros de la libertad”. Tanto en aquel libro como en su intervención, al año siguiente, en el I Congreso de Escritores Extremeños, nuestro autor alertará contra los chaqueteros y arribistas que están proliferando, después de haber hecho “un cursillo acelerado de democracia”. Certero, escribirá: “Intentemos adivinar quién nos va a señalar el nuevo camino. Porque ya se adivina a los nuevos amos. Vienen con afeites, con relucientes máscaras. Con cartón piedra en sus antiguas caras de cemento”.
Los usufructuarios eternos del poder en Extremadura y los nuevos gerifaltes en formación tomarán buena nota de aquellas inquietantes palabras. Y pondrán su máquina de arrinconamiento a funcionar, manipulando burdamente el sentido del título. «Quizás por ambiguo, no ha sido entendido suficientemente bien. Yo no he pretendido decir que Extremadura tenga vocación de miseria, sino que todo el sacrificio, el esfuerzo, el afán de un pueblo conduce al callejón sin salida de la miseria”, aclarará Víctor Chamorro en vano, a pesar de la nitidez de las tesis defendidas en el libro.
“¿Y qué haces por aquí, por qué no te vas a sitios donde haya menos miseria?”, le dirán a Víctor cuando, por ejemplo, salga en su pueblo, Hervás, a tomar un aperitivo con la mujer. “Márchate del pueblo, que ya habló el ágora”, le llegó a decir uno de aquellos profundos analistas por encargo. “Y qué ha dicho el ágora”, contestará Víctor Chamorro. “Que te marches o te echamos de mala manera”. Una nueva variante del ostracismo comparece. O, mejor dicho, el mismo ostracismo de siempre con nuevos protagonistas, el mismo veterano perro caciquil con nuevos collares.
Érase una vez una tierra madrastra
Desentrañar. El verbo aparece de forma obsesiva, sobre todo al principio. Ese es el principal objetivo del amoroso artefacto que Víctor está poniendo en pie. Sacar las entrañas de la historia de Extremadura, penetrar en lo más dificultoso y recóndito de su infortunio, devolver al pueblo el conocimiento de la parte más esencial de su identidad. Desentrañar en todas las acepciones que el diccionario recoge para esa palabra.
Afán de miseria es el laboratorio donde se está fraguando la Historia de Extremadura, su antecedente inmediato. Ahí están ya todas las claves fundamentales que aparecerán en su obra más señera: la recuperación de las raíces y la memoria de los olvidados, la desmitificación del relato dominante sobre Extremadura como “tierra de conquistadores”, el pecado original del latifundio, la pirámide del caciquismo, inasequible al desaliento, la dicotomía de las dos Extremaduras, el genocidio de la emigración o el análisis de los dispositivos que convierten la región en una colonia interior. Y también emerge una singularidad que llama la atención poderosamente: la concepción del autor sobre la Historia y la forma en que esta se escribe.
Víctor Chamorro inaugura en Extremadura una forma de entender y escribir la historia. Una condensación riquísima y original que pareciera alimentarse al mismo tiempo de manantiales tan diversos como Walter Benjamin, Edward Thompson, Eduardo Galeano, la historia social, la microhistoria o la historia de larga duración. “En estas piedras hay dolor, hambre y sangre”, escribe Chamorro, dibujando la “orgía de granito” en la ciudad vieja de Cáceres. “Piedras que son nobles no por el que las mandó colocar sino por tanta mano anónima como las levantó”. Walter Benjamin asiente al fondo, recordándonos que todo documento de cultura lo es a la vez de barbarie, que la belleza se alza sobre la anónima servidumbre..»Érase una Extremadura de nobleza laico-religiosa, dueña de la tierra, y de braceros, pastores, trajinantes, pequeños comerciantes, contrabandistas, mendigos y parados», escribe Víctor. Y ahora es Edward Thompson quien apuntala el empeño de Chamorro en hacer la historia de la región desde abajo, la historia de la multitud, de las gentes comunes.
“La historia es siempre una historia para alguien”, afirma Keit Jenkins. Ese parece ser también el punto de partida de nuestro autor. La pregunta clave no es qué es la historia, sino para quién es la historia. “Las metáforas son de quién las necesita”, afirmaba el cartero-poeta de Neruda. Con la historia, mal que les pese a los que la conciben como la propiedad privada de una corporación, ocurre algo similar. De la mano de nuestro autor, los eternos ausentes, los desposeídos, los herejes, los heterodoxos, los nadie empiezan a asomarse a una Historia para la que, hasta entonces, han constituido en el mejor de los casos un sujeto pasivo, un mero receptor o una reliquia de coleccionista. Quizás es el mayor pecado de Víctor Chamorro, que los mandarines culturales de Extremadura no le perdonarán nunca, que diera la palabra en sus libros a los jornaleros, a los campesinos, a los explotados, a la plebe. Y además que lo hiciera sin pedir permiso, sin la cobertura del aparato académico o administrativo reglamentario.
Pero la excepcionalidad y la riqueza del relato histórico de Chamorro se asienta también en la forma como está construido. Con la pericia del novelista pone el foco en hechos o protagonistas aparentemente menores -una experiencia agrícola alternativa en Entrerríos, un conato de pedagogía libertaria en Fregenal, la lucha contra el arboricidio en Monfragüe- para resaltar “el potencial que encierra lo pequeño”, del que habla el historiador Juan Andrade cuando reflexiona sobre las virtudes posibles de la microhistoria. Contar la historia grande desde la historia chica, poner el foco en los indicios, “descubrir en el análisis del pequeño momento singular, el cristal del acontecer total”, como proponía Walter Benjamin.
Melancolía revolucionaria, marxismo y prosa poética son quizás las tres principales nociones a las que nuestro autor apela de modo recurrente para explicar su concepción de la historia, tres categorías centrales en toda su obra. La melancolía a la que se refiere no tiene nada que ver con la etimología del término (melas kholé-bilis negra, uno de los cuatro temperamentos descritos por Hipócrates) ni con la “dicha de ser desdichado”, de la que hablara Víctor Hugo. “Con Proust distingo perfectamente lo que es la nostalgia de lo que es la melancolía”, explica Víctor Chamorro. “Hay personas que creen que un nostálgico y un melancólico es lo mismo. No, el nostálgico siempre le exige al tiempo pasado cuentas por lo que se llevó y no devuelve. Mientras que la melancolía no sólo no le exige cuentas al pasado, sino que sale a la búsqueda del pasado y lo hace presente y futuro. Busca también el futuro del pasado, lo lava con clorofila nueva y pone así un poco de verdor en la fotografía amarillenta”, relata magistralmente. La melancolía revolucionaria que reivindica está emparentada con las constelaciones históricas que teorizara Benjamin o con la melancolía de izquierda, ni regresiva ni impotente, sobre la que viene reflexionando Enzo Traverso: “Es la crítica melancólica de una izquierda que no se ha resignado al orden mundial esbozado por el neoliberalismo, pero que no puede renovar su arsenal intelectual sin identificarse empáticamente con los vencidos de la historia”.
El marxismo es el corpus ideológico con el que se ha identificado Víctor Chamorro desde muy temprano. Él, que no ha pertenecido nunca a ningún partido político, ha defendido sin embargo reiteradamente que “hay una militancia necesaria: las ideas marxistas, la política hecha ciencia, filosofía y humanismo”. Pero su vínculo al marxismo no ha sido nunca la adhesión acrítica a una tradición entendida como “un conjunto de reliquias inertes y símbolos extintos”, por decirlo con las hermosas palabras de José Carlos Mariátegui, sino por el contrario una práctica creativa y dialéctica, conectada a una rica tradición político-cultural “viva y móvil”.
En Afán de miseria no solo encontraremos el bisturí del escritor cultivado en el materialismo histórico, sino además una mirada poética que empapa toda la obra y, especialmente, los paisajes que va recorriendo: “el Badajoz viejo, en la pereza morisca de su río» o el Acueducto de los Milagros en Mérida, como “un gigantesco telón horadado, increible lienzo para calmar la sed”. Prosa poética que contribuye a crear el ambiente, la atmósfera que meta al lector en el tiempo evocado, que llegue al hueso de las emociones, porque en historia, como en literatura, según Víctor “no se tiene que aburrir ni la primera palabra”.
Este libro incide en cuatro de los núcleos fundamentales que recorrerán la obra de Chamorro. El primero de ellos es la voluntad de desmantelar las “anestesiantes mitologías”, la Extremadura de la fantasía heroica, del Yuste imperial y la Guadalupe de los milagros. En definitiva, el relato que consolidó el franquismo a lo largo de cuatro décadas y que aún se mantiene muy vivo en el imaginario colectivo. Una narración que componen anestesiantes mitologías pero también no menos anestesiantes literaturas, teñidas de costumbrismo. Al “no solo Cortés, no solo Pizarro”, que enfatiza el autor, habría que añadirle “no solo Chamizo, no solo Gabriel y Galán”. Extremadura necesita combatir también la metafísica de la resignación que respiran ambos emblemas literarios (“Yo no sé de lecturas, ni me hacen farta/pa cuidar bien al amo y a la senara”, escribe Chamizo). El servilismo no es una condición natural del extremeño, como a veces con ignorancia o mala fe se afirma. En la mayoría de las ocasiones no es sino una máscara inevitable, la treta del débil, un mecanismo de adaptación, “porque la fuerza del opresor era, y es, la de todo un contexto”. El pueblo labra calladamente el arte de la resistencia y cuando puede se rebela: “El extremeño se quita la gorra, pero no agacha la cabeza”, recuerda Víctor.
El segundo eje de Afán de miseria es el desvelamiento de los males estructurales, esclarecer las rémoras históricas que estrangulan el desarrollo regional. Como explica Pablo Castellano en su excelente prólogo el autor trata de decirnos “no cómo son las cosas, sino por qué las cosas son”. El latifundio, “conjunto histórico absurdo monumental”, y el caciquismo, siempre presente y siempre cambiante, son dos de las piezas fundamentales que reproducen la postración extremeña. La Reforma Agraria es, en este sentido, una reivindicación crucial, de plena vigencia, que estará siempre presente en la obra ensayística de Víctor. Para él, “Extremadura tiene pendiente una reforma agraria moderna. La actual distribución de la tierra es un insulto”.
Pero, junto a esta perspectiva de larga duración, Chamorro analiza también las razones más cercanas de lo que denomina como extremaduricidio. El franquismo representó una catástrofe para la región. La sangría emigratoria, la consolidación de nuestra tierra como plaza de mano de obra barata, el saqueo energético y de materias primas, la fuga del ahorro, son sus principales pero no únicos exponentes. De la mano del subdesarrollo económico, la dictadura representó también el afianzamiento de una solida madeja clientelar y la alienación cultural del pueblo.
El tercer cogollo del libro es, en buena lógica con lo expuesto, la presentación de una dicotomía. Hay dos Extremaduras. Una perfectamente definida, unida “en idénticos intereses expoliadores”, la capitalista colonizadora. Y la otra, “desunida por decreto, desperdigada por decreto, desangrada por decreto, analfabeta por decreto”, está por crear. Salta, querido lector, aquí está Rodas, nos dice Víctor.
El cuarto y último nudo es la apuesta del autor. ¿De dónde saldrá la fuerza capaz de transformar esa realidad tan dura, ese dominio tan arraigado? De los que lucharon ayer y de los que lo hagan hoy. Chamorro rastrea la historia, resucita el pensamiento de los extremeños heterodoxos, Pedro de Valencia, Torres Naharro, Bartolomé José Gallardo, Muñoz Torrero, los liberales extremeños, Felipe Trigo… Pero serán sobre todo las clases populares, el campesinado, el movimiento obrero y la cultura emancipatoria, los grandes protagonistas de la otra Extremadura que debe alzarse. Los yunteros y la primavera del Frente Popular condensarán ese anhelo de un tiempo nuevo.
“La historia, la verdadera historia, es pudorosa y sus fechas esenciales pueden ser, asimismo, durante largo tiempo, secretas”, escribió Borges. El 25 de Marzo es la gran fecha esencial y secreta de Extremadura. Emerge tras una rumia de siglos, afirmando una identidad negada y entreabriendo la puerta del futuro. Víctor Chamorro será su máximo valedor, el testarudo defensor de aquel legado de dignidad, mientras los supuestos herederos ideológicos de la gesta, los flamantes nuevos gobernantes de la región, la desprecian tachándola de antigualla y la entierran furtivamente bajo el manto de la presunta modernidad y de los nada-presuntos intereses.
De transacciones y ostracismos
Pensar dentro de la coyuntura, de eso se trata. Es la Transición, son aguas nuevas, tierras nuevas. Es tiempo de pulso social, está en juego si se impone la continuidad o el cambio, la reforma o la ruptura democrática, el gatopardismo o la transformación social. Afán de miseria se concibe como una herramienta de conocimiento para el pueblo, como un material para ese combate. Pensar bajo la categoría de coyuntura, como señalaba Althusser, analizando El príncipe de Maquiavelo, es “ir a la verdad efectiva de la cosa y no a su imaginación”. A la verdad efectiva, es decir, definida por sus efectos. Efectos que vienen determinados no sólo por la mera esgrima intelectual o el contraste de ideas, sino sobre todo por la confrontación y la correlación de fuerzas sociales en disputa.
“La transición supuso para Extremadura una aceleración del tiempo histórico. Extremadura llegó lenta y renqueante a la transición, pero, una vez cogió ritmo, este se intensificó de forma considerable, incluso cuando en otras zonas más activas políticamente se desaceleraba. Luego pareciera que empezó a discurrir de manera mortecina, que se congeló o se curvó sobre su inmenso pasado”. Es Juan Andrade, sin duda uno de los historiadores más lúcidos y valientes de las últimas décadas, el autor de este marco analítico. El diagnóstico de Víctor Chamorro, compartirá ideas similares: “La década de los setenta significará el lento despertar de Extremadura (…) Un lento desperezamiento, un abrir de ojos incrédulos a claridades grisáceas que presagian el fin de la noche, un caminar entre el miedo y la espera, con tino, excesivo tino, pero adelante pasito a pasito”.
Hubo otra transición distinta a la fábula oficial. También en Extremadura. Otra transición diferente a la descrita en el relato hegemónico, transido de elitismo, politicismo y centralismo. Otra transición alternativa que se sale de “los pentagramas canijos y estrechos” del relato canónico, caracterizado por la idea central del consenso. Víctor será el principal testigo y narrador de esa otra transición, quien dará cuenta de ella.
Estamos en 1978, el año parteaguas, en plena constitucionalización del nuevo régimen. Pero el proceso constituyente sigue abierto en canal, y solo se clausurará definitivamente tras el golpe del 23F en 1981 y la inserción de España en la OTAN y la Unión Europea. La huelga indefinida de la construcción en Badajoz, que durará 52 días, las guerras campesinas del tomate y del pimiento, el I Congreso de Emigrantes Extremeños, el motín de la cárcel de Badajoz, la exhumación de las primeras fosas de republicanos fusilados, la emergencia del Movimiento Democrático de Mujeres, la lucha contra el arboricidio en Monfragúe, la reivindicación de la bandera verde, blanca y negra en gran número de pueblos, la tremenda movilización popular contra la Central Nuclear de Valdecaballeros, son solo algunas de las esquirlas de la Otra Transición en Extremadura. Astillas cuya simple enumeración contradice esa “idea de un supuesto carácter pasivo, apático y servil de los extremeños, que vendría a ser, según este relato, un modo propio de ser atemporal”, un cuento del que, como indica Juan Andrade, necesitamos sacudirnos.
Afán de miseria, como Extremadura saqueada -que también se escribe en 1978- brotan de ese manantial insumiso, de esos nuevos y gozosos vientos del pueblo. Y también, como recuerda Jonatham Moriche, será “el momento de la literatura comprometida de Luis Álvarez Lencero, Manuel Pacheco, Jesús Delgado Valhondo o José Antonio Gabriel y Galán (…) de la canción de autor de Pablo Guerrero, Luis Pastor, Juan Antonio Espinosa o Pepe Extremadura, del periodismo cívico de publicaciones como Región Extremeña o Voz Castúa o de experiencias educativas alternativas como la Escuela Viva de Orellana La Vieja”.
Víctor Chamorro desempeñará un papel muy destacado en ese proceso. Los ocho volúmenes de la Historia de Extremadura serán su principal contribución. Pero además estará muy presente en los debates sociales y políticos del momento. Su defensa de la unión de Cáceres y Badajoz, frente a los intentos de división sembrados por los sectores más conservadores; la denuncia de la colonización y la exigencia de la Reforma Agraria; la reivindicación de la memoria histórica republicana o de la vigencia del marxismo, serán algunas de las ideas fundamentales en las que insistirá. Pero Chamorro no se quedará solo en la escritura de libros y artículos. La participación en el I Congreso de Escritores Extremeños, la huelga de hambre en 1982 para denunciar la falta de seguridad y exigir el cierre de la Central Nuclear de Almaraz y, por último, el ejercicio de la vicepresidencia en la Asociación de Amistad Hispano-soviética, compartiendo responsabilidades con su gran amigo, el fiscal Jesús Vicente Chamorro, serán tres de los espacios en los que se exprese su permanente compromiso ético y político.
La participación de Víctor Chamorro en el I Congreso de Escritores Extremeños, celebrado en febrero de 1980, constituirá un momento álgido de la pugna cultural durante la transición en Extremadura. La ponencia de Víctor Chamorro y de Juan Cruz genera un enorme debate, “una tensión ambiental que estuvo a punto de llegar a los malos modos por la pasión de las dos facciones”, según la crónica del diario Hoy. La brillante y polémica intervención de Víctor denuncia abiertamente el expolio de Extremadura y llama a los escritores al compromiso, a “acercarnos a nuestro pueblo y rezagarnos de los cantos de sirena de aquellos grupos que, en todo momento, artera o descaradamente, pretenden comprar nuestro silencio, o nuestra aquiescencia, con los poderosos medios que controlan”. Víctor expresa por derecho su desconfianza respecto del proceso político en marcha, de lo que puede venir en nombre de la autonomía: “¿Para quién autonomía? ¿Más autonomía para el privilegio? ¿Más para los caciques de siempre que llegarán con máscaras y afeites? ¿Más para los colonizadores de siempre capaces de mimetismos de camaleón?” El Congreso, incapaz incluso de aprobar siquiera un comunicado, servirá para comprobar hasta qué extremo las fuerzas reaccionarias y los reformadores en ascenso están dispuestos a movilizarse para bloquear e impedir cualquier transformación en profundidad. “Quedé francamente entusiasmado al comprobar que, pese a nuestro subdesarrollo cultural, había más escritores en Extremadura que en el resto de España”, comentará Víctor con ironía, que califica el encuentro como “congreso frustrado” y divertimento inoperante”. Los arribistas del mundillo literario afilan los cuchillos. Vienen buenos tiempos para la “industria cultural”.
“Los padres ganaron la guerra y se encargaron de que los hijos ganaran la paz”, así resumía Rafael Reig el desenlace del pulso durante la transición. Al final, se impuso la transacción, por expresarlo con una palabra que le gusta emplear a Chamorro. Como dice un alcalde corrupto del PRI en la película La ley de Herodes: “En este país el que no transa no avanza”. Y vaya que transaron. La transición se convirtió en un negocio de trileros. “La izquierda, al abandonar sus principios, demostraron que habían llegado a la política con el ansia de tocar el gran poder del presupuesto. Con la transacción, se dijo: la única ideología que va a haber aquí es el pragmatismo y el pueblo tuvo que soportar la humillación de que el franquismo le perdonara”. Y mirando a Extremadura, Víctor sentencia con amargura: “Lo que fue nuestro hecho diferencial, identitario, Ibarra y el PSOE lo vieron como arqueología. Solo les interesaba tocar poder, tocar presupuesto. Sólo la izquierda podía enterrar la reforma agraria. Y se limitaron a expropiar dos eriales por donde iban los lagartos con cantimploras”.
La osadía crítica de Víctor y la coherencia de su compromiso, le supondrán arrostrar un duradero ostracismo a lo largo de su vida. Ostracismo literario, académico y político. El vacío de los Lara, de los dueños del reino de la edición y de las letras, pero también el de los amos de la tierra y de los despachos. Tras La venganza de las ratas, en la que denunciaba la tortura de la Guardia Civil, estará 17 años sin publicar una novela. Lara ya se lo había advertido: “Te va a ser difícil que te publiquen”. La Academia, los funcionarios culturales del poder y los peritos en legitimización histórica, le trataron siempre -salvo honrosas excepciones- con un desprecio que no ocultaban, tachándole de falta de rigor e indocumentado. Y la Editora Regional, tan presta a publicar indigestos e insustanciales bodrios de los acólitos, apenas se ha dignado a publicar su obra.
Víctor Chamorro no ha sido, obviamente, el único damnificado por este ejercicio clientelar del poder, heredero del veterano caciquismo de tan honda raigambre en nuestra tierra. Pero, sin duda, sí ha sido uno de quienes lo han sufrido de forma más sistemática. E incluso irracional y ridícula. A título de ejemplo, basta con recordar un episodio ocurrido en agosto de 1987. El día 12 de ese mes RTVE repuso el programa Extremadura, dentro de la serie Esta es mi tierra, capítulo que ya había sido emitido en 1983 y del que Chamorro había sido el guionista. Para sorpresa de propios y extraños, Francisco Fuentes, el sobrinísimo, secretario provincial del PSOE de Badajoz y a la sazón miembro de la Comisión de Control de RTVE, presentaría una pregunta al gobierno de su propio partido, indignado por dicha emisión. A lo largo del mes de agosto y parte de septiembre los periódicos regionales publicarían un reguero de cartas escarneciendo al escritor, que le acusaban de resabiado, morboso, traidor a la tierra que le vio nacer, mente calenturienta y amante del fango, entre otros requiebros. A la afrenta pública se sumaron, cómo no, algunos de los tiralevitas del poder con marchamo de intelectuales, una especie rastrera esta que, lejos de desaparecer, ha gozado de una enorme vitalidad durante las últimas décadas en los páramos extremeños.
El magnífico programa de televisión, al que el PSOE no había puesto objeción alguna cuando se emitió por primera vez en 1983 incomodaba ahora, tras cuatro años de gobierno. El cuento de la modernización y del milagro extremeño estaba en marcha. Y el relato de la Extremadura latifundista y caciquil, a pesar de que se contextualizara históricamente, quemaba. “No es nada personal, sólo negocios”, podría haber argumentado con rigor Francisco Fuentes. En 1987, el mismo año en el que se repuso el programa, se aprobaba la ley de Campos de Golf, un subterfugio jurídico para legalizar un pelotazo urbanístico de varios miles de millones de pesetas. Y cinco años después, en 1992, el tío de Francisco Fuentes, el empresario favorito del régimen durante décadas, se vería beneficiado con una subvención de 4586 millones de pesetas para montar la empresa Siderúrgica Balboa.
Víctor Chamorro nos pasa el testigo
15 de junio de 2018. La obra de teatro 25 de marzo de 1936, que ha puesto en pie desinteresadamente una compañía de actores de Badajoz dirigida por Pedro Rodríguez se representa en el Auditorio de Ribera del Fresno. La obra engancha a los espectadores desde los primeros minutos. Ribera, como casi toda Extremadura, es un pueblo campesino, los autores de la gesta son los padres, los abuelos y los bisabuelos de quienes se sientan en las butacas. Estoy sentado al lado de Víctor Chamorro. Al terminar la obra un aplauso conmovido se prolonga durante minutos. Le miro, tiene los ojos arrasados de lágrimas. Son lágrimas de alegría, la de quien siente que está pasando el testigo tantas veces repudiado. La famosa melancolía revolucionaría en acto, la promesa de redención de los oprimidos, otra vez renovada.
Víctor ha hecho del doble compromiso con la época y la palabra su poética. Ama el lenguaje popular, las palabras que usaron nuestros padres y que nosotros, ahormados por los grandes medios de comunicación, vamos abandonando. Desestrechar la tierra del privilegio, desestrechar Extremadura, de eso se trata. Víctor nos pasa el testigo. Afán de miseria no habla solo del pasado, de lo que pudo haber sido y no fue durante la transición. “Volver la vista a lo que sucedió en aquellos pocos años en Extremadura resulta necesario para entendernos como región, y ofrece la oportunidad de asomarse también a todo aquello que entonces fue posible”, nos recuerda Juan Andrade. Aprender de los caminos cegados, no dar por buena la victoria de los poderosos, no aceptar la naturalización de lo acontecido, impugnar el relato dominante que “invisibiliza buena parte de las experiencias del pasado, pone más el acento en “lo constituido” que en “lo constituyente” y convierte “lo constituido” en objeto de veneración”.
Ni la Extremadura de los conquistadores, ni tampoco la de la modernización capitalista. Víctor Chamorro se embarra, no huye al letra-heridismo ni al desclasamiento. No se refugia en el romántico balcón rural del invierno ni en la Academia, que levanta su burladero contra las mayorías. Ni se afana tampoco por convertirse en una vedette social. Víctor es un gigante de la literatura y de la historia extremeñas, pero al tiempo es lo contrario del intelectual engolado que te mira desde la altura de sus libros publicados o desde la cúspide de galardones y premios literarios. Es pura humildad y generosidad.
Víctor nos pasa el testigo. En Afán de miseria nos llama a organizar la otra Extremadura, la que todavía no existe. Extremeños de la Extremadura negada, uníos. “Extremadura, en estos últimos cuarenta años, constituyó el más perfecto caldo de cultivo para que en ella creciera y se desarrollase la más fascinante fauna caciquil: autoridades amaestradas, fieles a los prebostes, que jamás dieron el más mínimo ruido en la Corte y que permitieron con sus actuaciones o pasividades la introducción en Extremadura del más feroz de los capitalismos”. ¿Acaso esas palabras son añejas y nos hablan solo de pasado? Bastaría con echar un somero vistazo a los mecanismos de contratación, a la trama de favores y nepotismo en organismos como las diputaciones provinciales y las empresas públicas de la Junta, o a las subvenciones en el mundo asociativo para constatar hasta que punto nos hablan también del presente. La reciente “disecación” de los pantanos a manos de Iberdrola, el intento de abrir una mina a cielo abierto a un kilómetro de Cáceres, los 230 proyectos mineros en marcha, la tercera colonización energética, el regalo de las cajas de ahorro a la oligarquía financiera, el progresivo desmantelamiento de Acorex a mayor gloria de las multinacionales de la agroindustria, la exclusión financiera en decenas de pueblos pequeños, la emigración de más de 40.000 personas, sobre todo jóvenes, en los últimos ocho años, por citar sólo algunos ejemplos, nos indican hasta qué extremo la radiografía de Víctor Chamorro tiene vigencia.
Atención, jóvenes historiadores de Extremadura. Atención, hombres y mujeres de la cultura que os resistís a la imantación del pesebre. Atención, militantes de todos los movimientos y causas generosas de la libertad y la justicia social. Atención, jóvenes precarios, trabajadores de toda condición, campesinos. Atención, ciudadanía con conciencia,. Aquí, en este libro, hay un legado secreto, la huella del todavía no, el rastro del lenguaje más genuino, las banderas escondidas de una revolución pendiente. Salid de los sepulcros universitarios, de la creación artística que desprecia lo original en nombre de lo novedoso, del activismo rutinario y gregario, de la resignación a la que el poder nos induce. Hay otra Historia, otra Cultura, otra Extremadura y otro mundo posibles. Víctor Chamorro es uno de sus mejores exponentes. Salid a su encuentro.
Principales referencias bibliográficas:
* Juan Andrade, La transición a la democracia en Extremadura, Diputación de Badajoz
* Enzo Traverso, Melancolía de izquierda, Editorial Galaxia Gutenberg (2019)
* José Carlos Mariátegui, Invitación a la vida heroica-Antología, Editorial Instituto de Apoyo Agrario (Perú, 1989)
* Louis Althusser, Maquiavelo y nosotros, Akal 1994
* Georges Didi-Huberman, Cuando las imágenes toman posición, Círculo Bellas Artes, 2008
* Jonatham Moriche, en Dominación y (Neo-)extractivismo.40 años de Extremadura saqueada
* Obras de Víctor Chamorro: Historia de Extremadura, Érase una vez Extremadura, Guía secreta de Extremadura, Cáceres de trecho en trecho, Las Hurdes, tierra sin tierra,
* El estado del sitio, Égloga, 1989
* Actas del I Congreso de Escritores Extremeños. Cáceres, 15, 16 y 17 de febrero de 1980
* Conversaciones en Extremadura, Marciano Rivero Breña, Universitas, 1980
* Noticias y entrevistas con Víctor Chamorro en el diario Hoy, Periódico Extremadura, ABC, El País, El Salto, El diario.es, Revista Grada, La República Cultural y Revista Alcántara, entre 1964 y 2021.