Antonio Machado, sobre el fascismo y la Rusia actual («Hora de España», revista mensual. Septiembre de 1937)
«Londres, París, Berlín, Roma con su luz mortecina nos dicen claramente que es hoy Moscú, el foco activo de la historia.
Reparemos en las pobre idea que dan de sí mismas esas democracias que fueron un día el orgullo del mundo; veamos cuanto sale o se guisa en sus Cancillerías, incapaces de invocar -siquiera sea a título de dignidad formularia- ningún principio ideal, ninguna severa norma de justicia. Como si estuvieran vencidas de antemano o subrepticiamente vendidas al enemigo, como si presintiesen que la llave de su futuro no está ya en su poder, apenas si tienen movimiento que no revele un miedo insuperable a lo que puede venir. Reparemos en su actuación desdichada en la Sociedad de Naciones, convirtiendo una Institución nobilísima, que hubiera honrado a la humanidad entera, en un organismo superfluo, cuando no lamentable y que sería de la más regocijante ópera bufa, si no coincidiese con los momentos más trágicos de la historia contemporánea.
Reparemos en esos dos hinchados dictadores que pretenden asustar al mundo y a quienes Roma y Berlín soportan y exaltan. Ellos no invocan la abrumadora tradición de cultura de sus grandes pueblos respectivos: la declaran superflua, proclaman, en cambio, una voluntad ambiciosa, un culto al poder por el poder mismo, un deseo arbitrario de avasallar al mundo, que pretenden cohonestar con una ideología rancia, cien veces refutada y reducida al absurdo por el solo hecho de la guerra europea. Roma y Berlín son hoy los pedestales de esas dos figuras de teatro, abominables máscaras que suelen aparecer en los imperios llamados a ser aniquilados. La historia no camina al ritmo de nuestra impaciencia. No vivirá mucho, sin embargo, quien no vea el fracaso de esas dos deleznables organizaciones políticas que hoy representan Roma y Berlín.
Moscú -resumamos en este claro nombre toda la vasta organización de la Rusia actual- aunque saluda con el puño cerrado, es la mano abierta y generosa, el corazón hospitalario para todos los hombres libres, que se afanan por crear una forma de convivencia humana, que no tiene sus límites en la frontera de Rusia. Desde su gran revolución, un hecho genial surgido en plena guerra entre naciones, Moscú vive consagrado a una labor constructora, que es una empresa gigante de radio universal.
La fuerza incontrolable de la Rusia actual radica en esto: Rusia no es ya una entidad polémica, como la fue la Rusia de los zares, cuya misión era imponer un dominio, conquistar por la fuerza una hegemonía entre naciones. De esa unidad, que todavía calienta los sesos de Musolini, ese monstruo endiosado, se curaron los rusos hace veinte años. La Rusia actual nace con la renuncia a todas las aspiraciones y ambiciones del Imperio, rompiendo todas las cadenas, reconociendo la libre personalidad de todos los pueblos que la integran. Su mismo ejército, el primero del mundo, no solo en número, sino sobre todo, en calidad, no es esencialmente el instrumento de un poder que amenace a nadie, ni a los fuertes ni a los débiles, responde a la imperiosa necesidad de defensa que le impone el encono de sus enemigos; porque contra Rusia militan las fuerzas al servicio de todos los injustos privilegios del mundo. Sus gobernantes no lo olvidan. La política de Lenin y Stalin se caracteriza, no solo por su alcance universal, sino también por un claro sentido de lo real, cuya ausencia es siempre en política causa de fracaso. Más la Rusia actual, la gran República de los Soviets va ganando, de hora en hora, la simpatía y el amor de los pueblos; porque toda ella está consagrada a mejorar las condiciones de la vida humana, al logro efectivo, no a la mera enunciación, de un propósito de justicia».
Fuente: Federico Rubio Herrero (Cronología mundial durante seis meses decisivos, julio-diciembre de 1937).