Los medios de comunicación chilenos contra la piel azul de la resistencia mapuche
Los titulares de la prensa del régimen dominante (prensa propiedad de las clases dominantes y, por tanto, formadora privilegiada del discurso político público) son armas y estrategia contra la resistencia del pueblo nación mapuche y de su combate por la recuperación del autogobierno y su territorio.
Aquí unos ejemplos: «Descubierta conexión mapuche-canadiense»; «Poderosos grupos extranjeros ejercen influencia en mapuches, denuncia instituto»; «Identifican a agitadora mapuche conocida como La Chepa»; «Agricultores denuncian que líder mapuche violentista recibió preparación en Chiapas». Así se reproduce en alta frecuencia la propaganda contra la resistencia de las y los mapuche, mediante las cadenas del duopolio El Mercurio-La Tercera; todos los departamentos informativos de la televisión abierta; y los diarios noticiosos digitales y multimediales.
Se trata de los medios comunicativos y políticos que emplea la elite en Chile para intentar imponer sus intereses de clase en la dimensión de la visión de mundo de toda una sociedad, incluida la mapuche, y cuyos contenidos repiquetean inagotablemente a través de la educación formal, la familia, las religiones, el trabajo y las formas predeterminadas de recreación y uso del tiempo libre. Para el caso, la maquinaria multiforme de la ampliación del sentido común de los grupos sociales privilegiados lleva varios siglos de ventaja fusilando la resistencia mapuche. Ese mismo sentido común cuyo objetivo subyacente es la expropiación del suelo mapuche y sus riquezas, la subordinación de la población para su explotación productiva, y el exterminio de las y los insurgentes.
Las viejas dualidades ideológicas de la modernidad burguesa europea expresadas en sus panfletos más trillados como ‘civilización versus barbarie’, ‘Blanquitud versus todos los colores de piel no blancas’, ‘Ilustración enciclopédica versus ignorancia y subdesarrollo’, ‘Razón versus pulsión salvaje’, ‘Progreso versus prehistoria’, etcétera, persisten debido a su eficiencia y productividad.
La historia del colonialismo enseña que la iniciativa y condiciones de lucha son impuestas por las fuerzas político-militares de ocupación y que las ideologías para justificar la violencia terrorista del invasor siempre se fundan sobre el supremacismo, como por ejemplo, la inexistente superioridad racial blanca o el autoproclamado destino manifiesto estadounidense. Al final del día, los motores del colonialismo humean tras la incesante persecución de capital prácticamente gratuito a costa de usurpación y expropiación de bienes comunes, tierra, y esclavitud humana y/o explotación a destajo de fuerza de trabajo asalariada.
El lugar donde el capital colonial sitúa sus intereses y enclaves, rápidamente se convierte en reducciones de comunidades preexistentes, cárceles ampliadas, cuarteles de disciplinamiento social, corporal, mental. El supremacismo del colonizador transforma al otro y la otra en un objeto social vaciado de sí, dependiente, inferiorizado. Con la misma exactitud geométrica como se aboca a la amputación de alguna extremidad del oprimido, el ocupante busca el sometimiento total y en el menor tiempo posible de la sociedad ocupada. Sin embargo, para ello no basta con desprender cabezas todos los días. De hecho, no es económicamente rentable y además siembra la rebelión y salpica de sangre los principios jurídicamente civilizatorios de la colonización. Es preciso ahorrar recursos a través de la sumisión consentida y de la interiorización en el oprimido de la imposibilidad de la resistencia y de la legitimidad de los propósitos del propio invasor.
Por eso el colonizador industrializa sus tácticas persuasivas y disuasivas sobre el abusado. En un solo movimiento, el opresor multiplica sus ganancias y convence al colonizado de la conveniencia de su punto de vista. Con la astucia de un asesino serial de película gringa, desarma al oprimido a través de la escuela y los miedos atávicos de la servidumbre familiar, hasta vencer sus fortificaciones y las convicciones necesarias para emprender las tareas de la libertad.
En Chile, los medios masivos de comunicación son parte de la guerra antipopular prolongada para el sometimiento del mestizo y el originario.
A los medios masivos de comunicación convencionales, en la actualidad es preciso agregar como municiones de la dominación colonial a las redes sociales y a un periodismo que se vende a sí mismo como alternativo, de izquierdas, inclusivo y objetivo. El marketing que rastrea segmentos de mercados e inventa necesidades inexplicables también adelanta su tajada de beneficio en la guerra del Estado chileno contra la resistencia mapuche. El llamado periodismo de investigación en horario premium y la artillería de ONG de la información pagada con los euros de la socialdemocracia alemana y francesa hacen parte del discurso que recorre todos los matices funcionales respecto del presente estado de cosas. Desde los que promueven al mapuche blanqueado, chilenizado, argentinizado, con silla parlamentaria y testera para dictar monografías indígenas en la academia, hasta los medios comunicacionales que ‘muestran las dos partes’, juegan a la neutralidad, al extremo centro y al promedio, la igualdad de oportunidades, la meritocracia, el respeto a las instituciones del colonizador y a la democracia liberal.
Respecto de las redes sociales, el asunto es más sencillo aún. Tienden a reproducir los contenidos de los medios enemigos de la emancipación del pueblo nación mapuche, esta vez, a modo de texto ficticiamente personal.
Y claro, están las excepciones. La digna labor comunicacional de los mapuche insumisos y los grupos de mestizos solidarios con la causa de la autonomía y el territorio. Una minoría que muchas veces se conduce corporativamente, sólo para iniciados y expertos; hacia adentro, como marcha que lleva sus pancartas vueltas a su interior de modo que quienes la observan desde afuera jamás se enteran de qué va la protesta. Y las excusas sobran: «no tenemos recursos para algo mejor; siempre publicamos sus comunicados, qué más se puede pedir».
A este punto, y como acompañamiento hermano de la resistencia mapuche en materias comunicacionales, sólo resta enmendar las ineficacias y tornarlas oportunidad, antes de todo, articulando los pocos empeños aislados. Y sin la elaboración de textos multimediáticos de excelencia, altamente creativos e imaginados para receptores distintos a quienes ya colaboran con la lucha mapuche, se arriesga cerrar los circuitos de la solidaridad a sectas ocasionales.
La formulación de mensajes necesariamente bilingües -no olvidar que la lengua materna transmite la visión de mundo específica de un pueblo-, capaces de combinar la justeza de la resistencia mapuche con la emoción hermana que dignifica al castigado, es un imperativo cuyos públicos están en las jóvenes clases trabajadoras más precarizadas, en las y los estudiantes secundarios movilizados, en el ecologismo anticapitalista y el antifascismo consecuente; en el antipatriarcado comunitario y popular, y naturalmente, en los mapuche urbanos. Y tal vez, los discursos comunicacionales para esos mapuche urbanos deben recalar en un puerto radical: el retorno a los territorios del Wallmapu actualmente en disputa