Marta G. Franco: «Si queremos transformaciones radicales, tenemos que crear nuestros propios espacios digitales»
Con el revelador ensayo «Las redes son nuestras» (Consonni, 2024), la periodista y activista describe el proceso que transformó al agitado microuniverso instalado en internet en un mero eslabón más del paisaje capitalista.
Las redes sociales, y por extensión todo el lenguaje surgido alrededor de Internet, son herramientas de comunicación totalmente integradas hoy en día en nuestra vida cotidiana. Precisamente por esa tarea esencial que desarrollan en la configuración y vertebración de las sociedades actuales son elementos codiciados para sumarse como un nuevo tentáculo de ese monstruo, de mil caras y difícil identificación, que ostenta el poder.
La “hacktivista” y periodista Marta G Franco desmenuza en su esencial y absorbente -tanto por el ritmo que impone como por sus consideraciones y descubrimientos- ensayo, «Las redes son nuestras» (Consonni, 2024), la biografía que acompaña a dichos vehículos informáticos. Una genealogía que es también la de un proceso de pérdida de su representatividad popular y de su capacidad para ejercer como impulsor de cambios sociales. Una lectura que pese a mostrarnos el poco esperanzador retrato actual de ese paisaje, es al mismo tiempo una llamada a recuperar ese espacio que cedimos y que supone abdicar de una herramienta esencial. De todo ello hablamos con la autora del libro.
Buena parte de tu libro consiste en señalar los robos, entendiendo el término como el proceso por el que se desposee a las redes sociales de su componente popular en detrimento de uno más mercantil, sucedidos a lo largo de los años en el ámbito de Internet. ¿Cuál dirías de todos ellos que es el más importante y el que de manera más notable estamos padeciendo hoy en día?
Marta G. Franco (M.F.): El primer gran robo es el que sucedió en los años noventa, cuando se privatizaron los cables de internet. Habían sido instalados con financiación pública para conectar universidades y centros de investigación y, cuando comenzó a aumentar la demanda, se decidió que pasaran a ser explotados comercialmente por operadoras de telefonía. Aquí está la base del problema de internet: su desarrollo se da bajo el paradigma neoliberal, con la creencia de que el mercado privado es la mejor manera de organizar la vida social y de que los gobiernos democráticos solo deben proteger las condiciones para que las empresas hagan negocio. Ahora estamos pagando las consecuencias, porque no existen los espacios públicos digitales y la sociedad civil tiene muy poca capacidad para gestionar o decidir sobre las plataformas y las tecnologías digitales que utilizamos.
¿Cuáles dirías que son aquellos episodios sociales y/o políticos más significativos en los que las redes sociales han tenido un peso decisivo y que han generado mayor miedo, y por lo tanto una necesidad de contrarrestar, al poder establecido?
M.F.: Creo que hay una tendencia clara en la segunda década del siglo XXI. Internet, a pesar de su configuración empresarial, se convierte en un espacio de intercambio de ideas disruptivas, o al menos novedosas, que van cristalizando en movimientos sociales de distinto calado. Llegan las primaveras árabes, el 15M, Occupy Wall Street y una serie de revueltas en todo el mundo en las que las redes sociales tienen un papel importante. Los medios de comunicación tradicionales pierden el monopolio de intervención en la opinión pública. Y ahí se comienza a preparar la respuesta reaccionaria: la ultraderecha renueva sus tácticas copiando la guerrillas digitales que venían desarrollando estos movimientos y las multiplica porque se apoya en mayores recursos (con los que puede comprar bots y trols a sueldo, abrir sus propios diarios de fake news, desplegar tertulianos y creadores de contenidos afines, etc).
Señalas dos momentos clave en el manejo de las redes sociales en nuestra fronteras: El del 15M, donde se multiplicó su actividad de una forma colaborativo y con ánimo transformador de la realidad, y el de la pandemia, y post pandemia, donde todo se convirtió, usando tus palabras, en una mierda. ¿Qué ha sucedido para que se pasara de un punto a otro?
M.F.:Antes de la pandemia las redes sociales ya estaban deteriorándose, pero fueron aquellas semanas en las que toda nuestra vida social se reducía a lo digital cuando, por vivirlas más intensamente, quedó clarísimo que eran tóxicas. Habían sido tomadas por la reacción organizada que he mencionado antes. De hecho, la palabra “mierda” no la traigo yo, era el ideólogo de la primera campaña de Trump, Steve Bannon, el que resumía así su estrategia: “inundiarlo todo de mierda”.
Por otro lado, las plataformas habían avanzado más en el proceso que Cory Doctorow llama, precisamente, “enmierdamiento”: los servicios en línea suelen comenzar tratando de atraer usuarios, ofreciéndonos buenas prestaciones de manera gratuita, y cuando ya nos tienen dentro van cambiando las condiciones para ganar dinero. En el caso de las redes, modifican funcionalidades para ser más adictivas, aumentan la presencia de publicidad o lo ponen más difícil para que tengas que pagar si quieres tener mucha visibilidad.
Otro elemento clave en el libro es el de desmitificar ciertas ideas entorno a las redes sociales, como la consideración de que su nacimiento y explosión son unicamente obra de un genio y nada ha tenido que ver el impulso dado por los usuarios, ¿ese relato está adulterado para poder emprender un progresivo control y mercantilización de ellas?
M.F.: Sin duda. Primero, porque la innovación nunca viene de un solo genio, suele ser una acumulación de trabajo colectivo. Pero es que además, si rastreas el origen de las tecnologías digitales, muchas se basan en invenciones creadas en centros de investigación públicos. Por otro lado, las grandes tecnológicas suelen comprar desarrollos cuando ya están funcionando. Google es experta en ello: YouTube, los mapas, Android, partes importantes de su buscador… fueron creadas por otras empresas y ellos las compraron después, ya pulidas. En el caso de redes sociales como Facebook o Twitter, cuando se crearon solo tenían la capacidad de publicar mensajes o fotos, sin más. Su evolución ha venido dada por los usos que les da la gente, han ido estudiando su comportamiento y añadiendo funcionalidades (un ejemplo: el hashtag lo empezó a usar un usuario de Twitter).
Y un detalle más: estas empresas tienen un largo historial de subcontratación en países empobrecidos, con sueldos míseros. Por tanto, es mentira que el capital de riesgo invertido en las grandes tecnológicas es lo que nos trae la innovación, y que se la debamos a unos cuantos iluminados de Silicon Valley. Que se escriba tanto sobre cada ocurrencia de Elon Musk o Mark Zuckerberg y tan poco sobre otras partes también imprescindibles para que tengamos hoy X o Meta es parte del problema.
Precisamente otro mito que abordas es de la “nube”, o lo que es lo mismo que Internet es un ente que nace y se desarrolla de forma etérea, cuando en realidad tras él se esconden todos los males del capitalismo: mano de obra barata, deslocalización, sueldos ridículos, explotación energética…
M.F.: Una “nube” es simplemente un ordenador que no estás viendo. La metáfora de la nube sirve para que nos olvidemos de la dimensión material de los datos, que están siempre en ordenadores gigantes que tienen un alto coste energético y que se fabrican con materiales extraídos en zonas de conflicto en el Sur Global. Hay empresas como Google que nos han hecho creer que almacenar gigas y gigas de datos es gratis, o muy barato. Y sí, es relativamente barato en la economía de escala capitalista, pero caro en términos de explotación laboral, medioambiental y colonial.
Otro concepto que aclaras es el de la supuesta polarización que se observa en las opiniones vertidas en Internet, ¿crees que es una forma interesada por parte de los poderes políticos de no asumir la verdadera división, cada vez más grande, que genera el propio capitalismo?
M.F.: El concepto de “polarización” es problemático porque está muy cerca de esa equidistancia que lleva a descalificar todos los extremos, como si fuera igual la izquierda radical que la derecha fascista. El problema no es que tengamos ideas muy distintas, sino que hay gente que tiene ideas que pasan por negarnos la existencia a quienes no somos como ellas.
Por otro lado, es evidente que ha habido un deterioro de la confianza en el sistema democrático, y sin duda a ello contribuyen las dinámicas tóxicas de las redes sociales. Son lugares que están diseñados para maximizar la extracción de datos, y no fomentan el debate pausado y mesurado, además de ser un campo de minas puestas masivamente por sectores reaccionarios… Ahora bien, las instituciones tradicionales de las democracias liberales tienen mucho que mirarse, y sin duda se sobredimensiona la culpa de las redes sociales para evitar hacer otras críticas y preguntas más urgentes y necesarias.
Hay muchas voces que critican que esa “democratización” a la hora de poder expresarse cualquier persona en las diversas redes sociales ha empobrecido y desvirtuado el debate político y social, ¿cuál es tu opinión al respecto?
M.F.: Opino que esas voces están llenas de elitismo y esnobismo. El problema no es que haya más gente hablando, el debate político y social va a ser más rico cuanta más democracia haya. Lo que nos dice la experiencia en internet es que son las élites las que lo desvirtúan protegiendo sus privilegios.
En algún momento hablas de la necesidad del intervencionismo gubernamental para remediar ciertos males que se están dando en el ámbito de las redes sociales, ¿crees que los cambios deben llegar por medio de los Estados o debe ser algo hecho desde la propia comunidad de usuarios?
M.F.: Estamos ante problemas de magnitudes tan gigantes que no podemos permitirnos renunciar a ninguna de las herramientas de acción posibles. Necesitamos gobiernos dispuestos a intervenir, a regular y a invertir en infraestructuras digitales públicas, y también necesitamos a la sociedad civil activa y organizada en torno a múltiples proyectos reivindicativos y autogestivos.
En el el libro hablas de la “manosfera”, o lo que es lo mismo todo ese universo misógino y machista que campa a sus anchas en internet, y de toda esa “antipolítica” que sólo genera odio en clave ultra reaccionaria, ¿cómo ha sido la estrategia llevado a cabo para que hayan conquistado buena parte del ciberespacio?
M.F.:Lo primero, como he dicho, llenarlo todo de mierda. Con esto consiguen varias cosas: que nos cueste mucho más compartir y descubrir ideas nuevas, que la gente que defiende ideas progresistas deje de compartirlas por miedo o vergüenza y que se normalicen sus ideas. A fuerza de ver discursos reaccionarios, acabas pensando que quizá son aceptables o legítimos. A veces lo hacen disfrazándolos de humor, y a veces la gente de izquierdas les ayuda a llegar más lejos porque los comparte para reírse o para criticarlos. Por otro lado, hay que tener muy claro que quienes promueven este universo misógino se aprovechan del propio diseño de las plataformas sociales y alimentan su modelo de negocio: consiguen que pasemos más tiempo en ellas, monetizan el odio.
De igual forma que entendemos que una obra, sea cual sea, contiene el sesgo de las características propias de su autor, ¿de qué manera influye que las redes sociales hayan sido puestas en marcha por lo general por hombres jóvenes de raza blanca, perteneciente a una clase media-alta, de países occidentales y de pensamiento casi siempre conservador?
M.F.: Ninguna tecnología es neutral, siempre lleva implícitos en su diseño los valores y la forma de ver el mundo de quien la diseñó. Un ejemplo muy sencillo: que Facebook te obligue a ponerte un nombre de “persona real”, dentro de lo que ellos definen como tal, supone innumerables problemas para quienes tienen nombres indígenas o en lenguas minoritarias, personas trans, disidentes políticos que necesitan anonimato, artistas que usan seudónimo, etc. La mayoría de las aplicaciones que usamos habitualmente no son fáciles para quien no hable inglés o algún otro de los idiomas mayoritarios, o tenga un teléfono más básico que un smartphone, o sufra una conexión muy lenta.
El algoritmo y la Inteligencia Artificial son dos conceptos habituales hoy en día en cualquier debate sobre redes sociales e internet. Más allá del valor que les asignas como agentes alienantes, pones el acento en algo mucho más terrenal, y es la necesidad de que reconozcan públicamente cuáles son los datos qué utilizan y cuál es el objetivo final de su tarea. ¿Es un comienzo necesario para poder combatirlos?
M.F.: Sí, necesitamos comprender cómo funcionan, qué datos están usando y cómo los están tratando. Así, sus autoras o propietarias podrían ejercer sus derechos sobre ellos, podríamos identificar sesgos y errores y podríamos poner en cuestión las decisiones automatizadas que nos afectan cuando no las consideremos justas.
Pero no es solo para combatirlos, es también para hacer posible un escenario de justicia social en el que podamos desarrollar alternativas. Yo no estoy en contra del desarrollo tecnológico. Automatizar procesos sería algo maravilloso si nos llevara a trabajar menos y a que se reparta la riqueza. El problema es que estas tecnologías se están desarrollando en un contexto que propicia la acumulación por parte de unas pocas élites e incrementa la desigualdad.
¿Crees que toda revolución social hoy en día para que avance deberá ir acompañada de una agitación a través de las redes sociales, sean cuales sean estas?
M.F.: Creo que ya hace muchos años que las redes sociales comerciales son una parte indisoluble del ecosistema mediático. Las noticias y los debates públicos saltan de Twitter a los periódicos, a TikTok, a la radio, etc, en todas direcciones. No hay comunicación social sin ellas. Ahora bien, estas plataformas cada vez son menos sociales, en el sentido de que por su propia configuración cada vez ves menos contenidos de gente corriente o cercana y más de influencers, anunciantes y profesionales de las fake news… eso significa también que cada vez es más difícil para los movimientos sociales de base ganar visibilidad en ellas. Por eso hay que buscar soportes nuevos, sea en redes sociales alternativas, o sea recuperado espacios más organizativos como las listas de correo, los foros y los chats donde no hay algoritmos. La época de abrirte una cuenta de Twitter, petarlo con mucho ingenio y llegar a cientos de miles de personas se ha acabado. O tienes mucho dinero para invertir, o tienes que inventarte otras cosas.
Usando una terminología clásica, ¿las redes sociales se pueden reformar o hay que revolucionarlas desde la base?
M.F.: Las grandes plataformas de redes sociales pertenecen a empresas privadas y, como tal, solo podemos aspirar a que los gobiernos se aseguren de que cumplan las leyes y respeten nuestros derechos. Como mucho, podemos exigir a los gobiernos que aprueben leyes más garantistas. Si queremos transformaciones radicales, tenemos que crear nuestros propios espacios digitales. Pero no confío en esa dualidad clásica: necesitamos luchar en ambos frentes, que cada persona lo haga donde se sienta más cómoda porque hay trabajo de sobra.
Utilizando el ingenioso título de uno de tus capítulos, y aceptando que “incluso los dinosaurios se extinguieron”, también señalas la infinidad de colectivos que están trabajando para poder salirnos o buscar alternativas a esas redes sociales de carácter comercial, ¿cuál de todas esas alternativas ves hoy en día más viable para cambiar el rumbo de las redes sociales actuales?
M.F.: Sin duda, el fediverso, que es el universo de las redes sociales federadas. Recomiendo empezar por abrirse una cuenta en Mastodon, que es la más conocida. La idea de la federación consiste en crear plataformas sociales usando software libre instalado en distintos servidores, con la capacidad de comunicarse entre sí gracias a que comparten protocolos comunes. Es decir, te abres una cuenta en uno de estos servidores y puedes seguir o comunicarte con gente que está en los otros. Hay servidores gestionados por cooperativas, por colectivos de hackers, por universidades públicas y hasta por la Comisión Europea. Con el fediverso, tenemos la posibilidad de crear una infraestructura digital que combine la gestión pública, privada y ciudadana, con la que podemos recuperar el control de nuestros datos y construir espacios de debate y socialización mucho más sanos.
Kepa Arbizu.