«Sin agua en Teulada (Alicante): Las causas ocultas»
- Entre los motivos principales para la escasez de agua está la ganadería, principal consumidora nivel mundial, seguida de otras formas de producción y consumo insostenibles en alimentación, turismo o urbanismo, así como tecnología; prácticas que además de agotar y contaminar el agua, causan cambio climático y sequías.
- Las soluciones: ante todo el tránsito a dietas vegetales, seguido de cultivos sin agrotóxicos; de urbanismo sin derroche, sin césped y con especies autóctonas, y el decrecimiento de consumo y producción en otros sectores.
Comunicado Rebeldes Indignadas
No quedan garrafas de agua de ocho litros en los supermercados de Teulada (Alicante).
A principios de agosto de 2024, el Centro de Salud Pública de la localidad calificó como “no apto para el consumo” el suministro que llega a los núcleos urbanos de Teulada y Moraira; en consecuencia, no se debe beber ni se puede utilizar para cocinar.
Exhortado el Ayuntamiento a dar explicaciones y solución a esta situación insólita, solo se ha obtenido un vergonzoso silencio y una vaga posibilidad de pleno extraordinario, que demuestran la total ignorancia del Consistorio en cuanto al origen del problema y más aún en cómo resolverlo, en la línea habitual de incapacidad de las instituciones cuando nos estallan en la cara los excesos cometidos contra la naturaleza. A falta de más datos, lo que sí sabemos es que el agua no es potable debido a la intrusión de agua marina en el acuífero como consecuencia de la sobreexplotación.
Las causas últimas de esta calamidad hay que buscarlas en la prolongada sequía y en el despilfarro del agua potable. Si bien la falta de lluvias es un fenómeno cíclico en las tierras valencianas, los períodos secos están aumentando en frecuencia, duración y severidad debido a la alteración climática provocada por la acción humana: el exceso de emisiones de gases de efecto invernadero aumenta la temperatura, lo que, a su vez, modifica los patrones de precipitación y evaporación. Íntimamente relacionado con esta afección, encontramos una serie de actuaciones que agravan notablemente el impacto de las emisiones sobre la disponibilidad del líquido elemento.
El pelotazo urbanístico, a lo que se suma el turismo, conllevó la construcción desaforada de viviendas vacacionales mayoritariamente adornadas con piscinas y jardines y cuya necesidad hídrica es inasumible. Mantener el césped verde implica un enorme gasto de agua; además, esa práctica es nefasta para los árboles, pues el constante riego superficial hace que desarrollen raíces superficiales en lugar de un sistema radicular profundo que contribuiría a preservar la integridad del suelo y a captar las precipitaciones reteniendo la humedad y manteniendo ecosistemas edáficos (son los que se desarrollan en las primeras capas de la tierra, generando fertilidad) saludables. El césped acaba por transformar el suelo en un soporte inerte, sin vida, con el consiguiente riesgo de caída de los árboles en episodios de vientos fuertes. La solución a este despropósito pasaría por plantar vegetación herbácea y arbustiva autóctona, adaptada a este clima, que no necesita riego tan abundante y que revitalizaría el suelo.
El sistema alimentario es otro agujero negro en cuanto al consumo de agua. La agricultura de regadío, basada en productos químicos de síntesis, ya sea industrial o familiar, consume cantidades ingentes de agua.
Los monocultivos y el uso de agrotóxicos requieren mayor aporte hídrico porque agotan la tierra al forzar una mayor productividad. Además se han transformado cultivos tradicionalmente de secano, como olivos, algarrobos o almendros en regadíos con el fin de aumentar el beneficio económico. Tradicionalmente, estas especies botánicas se cultivaban en terrazas, que prevenían el corrimiento y la erosión de la tierra, así como la escorrentía, favoreciendo la recarga de los acuíferos, conservando la humedad y la esponjosidad del suelo. Además, las huertas de secano conformaban la transición entre los campos de hortalizas y frutales y el espacio forestal. De hecho, los bosques de algarrobos y olivos constituyen uno de los ecosistemas protegidos de la Directiva Habitats, que es el catálogo europeo de áreas singulares merecedoras de atención especial por su singularidad y vulnerabilidad. Todo esto se ha perdido con el delirante cambio al sistema de regadío. Frente a esta obsesión por optimizar beneficios por encima de cualquier otra consideración existen prácticas agrícolas de mínimo impacto, que se integran en los ecosistemas silvestres en lugar de devastarlos, huyendo de los monocultivos y del uso de productos químicos de síntesis, independientemente de la extensión o de la titularidad de los cultivos, ya que, a efectos medioambientales, genera el mismo impacto un gran latifundio que muchas parcelas pequeñas si se están llevando a cabo los mismos procedimientos.
De igual modo, la industria alimentaria basada en la explotación animal es uno de los factores más decisivos en la pérdida de la disponibilidad de agua potable. La deforestación, necesaria para crear y mantener pastos, reduce la capacidad de almacenamiento de agua de la tierra pues no hay un sistema radicular consistente y profundo en el subsuelo que pueda retener las precipitaciones. Los animales que acaban en los mataderos necesitan beber, lo que también supone un derroche considerable de agua que después se pierde en forma de purines, contribuyendo a la contaminación ambiental y alterando considerablemente el ciclo hídrico.
Las cifras son contundentes: La producción de un litro de leche de vaca requiere de 628,2 litros de agua frente a los 48,24 litros necesarios para obtener un litro de leche de avena. En general, el consumo de alimentos cárnicos trae consigo un uso mucho mayor de agua que el de los vegetales. Por ejemplo, la producción de un kg de carne vacuna implica de media la utilización de 15.400 litros de agua según datos del estudio “El estado mundial de la agricultura y la alimentación 2020”, de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). La carne de oveja y cabra, supone unos 8.800 litros por kg. En cambio y a gran distancia se encuentran las frutas y hortalizas, para cuya elaboración son necesarios 960 y 320 litros de agua, respectivamente, por kg.
A la vista de estos datos la conclusión no deja lugar a dudas; una transición a un sistema alimentario libre de productos de origen animal y de agrotóxicos, basado en frutas, hortalizas, hongos, cereales y legumbres locales y de temporada, supondrían un enorme ahorro de agua potable y también contribuiría a liberar territorio, ahora ocupado por pastos y biológicamente pobres, para un mayor desarrollo de ecosistemas silvestres, resilientes, que albergan una mucha mayor biodiversidad y que podrían recuperar el perdido equilibrio en el ciclo del agua.
Otra amenaza creciente son los centros de datos e Inteligencia Artificial, que consumen cantidades astronómicas de agua y energía y de los que hay más de 30 megaproyectos en territorio español. A su vez, algunas energías «verdes» como el hidrógeno requieren de grandes cantidades de agua para su producción. Ante todo ello la respuesta solo puede ser un decrecimiento profundo en los consumos y en la producción.
De momento, la vecindad de Teulada solo puede recurrir a comprar agua en los supermercados, con el consiguiente incremento del uso de plástico, nefasto para la naturaleza, por su propia naturaleza contaminante y por el transporte desde otros lugares donde se extrae el agua, otros acuíferos que también podrían acabar sobreexplotados como el que, hasta ahora, había abastecido a esta localidad alicantina. En realidad, esto es un parche que solo va a lograr agravar el problema a un plazo cada vez más corto, frente a las medidas, individuales y colectivas, que ya se deberían estar adoptando de manera mayoritaria.
“La sequía, imparable monstruo con quijadas enormes de piedra y la garganta seca, llegará a todo punto y lugar, “donde me invitan yo voy», es su lema.” Ángel Padilla.