La salvaje tortura de Zoya kosmodemianskaya, 29 de noviembre de 1941
En septiembre de 1941, a medida que los alemanes se acercaban a Moscú, Stalin hizo destruir sistemáticamente cuantas localidades fueran a quedar en territorio ocupado, a fin de denegar refugio al enemigo. Zhukov dió órdenes para evacuar a los habitantes de una zona situada primero cinco y después veinticinco kilómetros tras la línea del frente.

El comandante Zhuravlev, jefe de la NKVD de Moscú, puso en marcha dos centros de instrucción para adiestrar a saboteadores y partisanos: El primero en una antigua casa de reposo al sur de la ciudad y el otro en Kuntsevo. Shelepin, el jefe del Komsomol de Moscú, expuso con claridad a un grupo de jóvenes voluntarios lo que les podía esperar:
«Los fascistas tratan despiadadamente a los partisanos, por lo que si alguien no se ve capaz de asumirlo que lo diga. Nadie se lo echará en cara. También se puede luchar contra los fascistas desde dentro del ejército regular».
Ni un solo voluntario se echó atrás, aunque algunos fueron rechazados por razones médicas. En conjunto se seleccionó a unas doscientas personas, que fueron asignadas a grupos constituídos y transportadas en camiones hasta el centro de instrucción de Kuntsevo.
Entre los primeros voluntarios allí llegados se encontraba Zoya Kosmodemianskaya, una joven de dieciocho años estudiante del último curso de secundaria. Después de ser adiestrada durante cinco días en el manejo de explosivos y armas ligeras así como en el combate sin armas, Zoya entró a formar parte de la unidad de reconocimiento nº 9.903, formada por partisanos. A principios de noviembre atravesó el frente, en lo que sería su primera misión, junto con otros once camaradas provistos de material incendiario, un mortero, raciones de comida y los tradicionales cien gramos diarios de vodka. El grupo sufrió la emboscada de una patrulla alemana, como consecuencia de la cual algunos de sus miembros resultaron muertos y otros huyeron. Algunos de estos últimos, incluyendo a Zoya, pudieron llevar a cabo su misión y regresar sanos y salvos a su base de operaciones.
El 21 de noviembre, diversos efectivos de la unidad nº 9.903 volvieron a cruzar las líneas con órdenes de incendiar diez localidades y dejarlas reducidas a cenizas. Zoya, consiguió también que el fuego destruyese los objetivos que tenía asignados, entre los que se incluían tres casas, un establo y maquinaria agrícola. Sin embargo, cuando se dirigía al bosque fue interceptada por una patrulla alemana y capturada.
Zoya fue interrogada en una de las izbi que no había sido devorada por las llamas, fue despojada de sus ropas y golpeada con un látigo de forma tan brutal, la arrancaron un pecho, que dos soldados alemanes tuvieron que salir de la habitación entre náuseas.
A la mañana siguiente fue conducida entre dolores inenarrables, al centro del pueblo, donde se había dispuesto un patíbulo en un cruce de calles. Las tropas germanas le colgaron al cuello un letrero donde podía leerse la palabra «pirómana» en ruso y en alemán. Muchos soldados se acercaron para contemplar y fotografiar la escena, una de estas fotografías, recogidas de un soldado alemán muerto, fue fundamental para su identificación posterior, también se ordenó a los habitantes de la localidad que estuvieran presentes, algunos consiguieron abandonar el lugar.
Testigos oculares explicarían más tarde que, antes de morir, Zoya conminó a sus guardianes a rendirse mientras estuvieran a tiempo para gritarles finalmente: «¡No podéis ahorcarnos a todos»!. Su cadáver quedó colgado de la horca durante un mes y medio, hasta que la localidad fue liberada el 12 de enero.
El cuerpo de Zoya pudo ser identificado por su madre y por su hermano Sasha, quien moriría más tarde en una batalla de tanques. Zoya fue declarada heroína de la Unión Soviética, siendo la primera mujer en recibir tal honor durante la guerra. En la mención oficial correspondiente se hizo constar, de forma reveladora, que sus últimas palabras habían sido: «¡Muerte al invasor alemán»!, «¡viva la Patria Socialista»! y «¡viva el camarada Stalin»!. Zoya se convirtió al punto en uno de los más poderosos símbolos del heroísmo soviético y hasta se dice que hubo soldados que entraron en Berlín llevando su fotografía consigo. El cuerpo de Zoya fue enterrado en el cementerio de Novodevichie y fueron muchas las generaciones que crecieron honrando su memoria.
En 1943, cuando el signo de la guerra cambió finalmente en favor de los soviéticos, la vida y muerte de Zoya pasaron al cine gracias al director Lev Arnshtam, cuya película «Zoya» narra la historia con extraordinaria crudeza.
Entre las numerosas calles de las ciudades de la Unión Soviética que la recuerdan, se encuentra una estación del metro de Moscú.

Fuente: Rodric Braithwaite (Moscú 1941, una ciudad y su pueblo en guerra).