Fuerza de trabajo desechable
El calvario de una camarera de piso en un gran hotel de Managua, Nicaragua, afectada por dos accidentes laborales que le han cambiado la vida. Mientras, la empresa, contraviniendo lo fijado en el convenio colectivo, trata de deshacerse de ella.
María Luisa tiene 40 años. Comenzó a trabajar muy joven. A los 18 años ya se desempeñaba como empacadora en una empresa líder del sector de cereales. Cambió varias veces de empleo, siempre buscando cómo mejorar las condiciones de vida de su familia y sus dos hijos. Impulsadora en una fábrica de embutidos, oficinista en la maquila, nuevamente empacadora y pesadora en otra empresa de cereales.
En 2010 le ofrecieron la posibilidad de entrar en el sector hotelero. Después de una semana de entrenamiento comenzó a trabajar como camarera de piso en uno de los grandes hoteles de Managua. Muy pronto se dio cuenta que la realidad no siempre es como la pintan. «Nuestro horario era de 8 horas, durante las cuales se nos exigía arreglar de 12 a 14 habitaciones. Pero en temporada alta o cuando había eventos especiales –y eso era a menudo– nos pedían quedarnos hasta dos o tres horas más, y arreglar entre 17 y 18 habitaciones. No estábamos obligadas…pero la presión era muy fuerte. Te sentías como entre la espada y la pared, y al final uno aceptaba quedarse para no tener problemas y por temor a perder el trabajo», explicó María Luisa a Alba Sud.
Cuando comenzó a trabajar en el hotel ni siquiera le pagaban las horas extra que hacía. Fue solamente gracias al trabajo de la nueva dirección del sindicato en el hotel que, poco a poco, las y los trabajadores fueron recuperando parte de los derechos que se habían perdido, y que estaban plasmados en el convenio colectivo.
A veces, cuando las trabajadoras mostraban cierta renuencia ante las continuas exigencias de las jefas de áreas, se les “castigaba” mandándolas a hacer labores que nada tenían que ver con las tareas y funciones por las cuales habían sido contratadas.
El accidente que le cambió la vida
María Luisa está convencida que justamente fue ese tipo de medidas de represalia lo que ocasionó el accidente que le dio un giro completo a su vida. «Fue en junio de 2010. Yo estaba desempeñando mi trabajo normalmente cuando llegó la supervisora y me dijo que fuera al lobby y que limpiara la entrada del hotel, ya que estaba lloviendo y no había llegado el aseador. Le dije que nunca había hecho este trabajo, pero no le importó y dijo que dejara de quejarme. Ni siquiera me dieron los zapatos antideslizantes, ni el uniforme de aseador. Mientras estaba limpiando me resbalé y me fracturé el codo”, recordó con angustia. Así comenzó su odisea.
En el hospital la enyesaron y pasó un año recuperándose del accidente laboral. El dolor era muy intenso y no le dejaba dormir. Le ardía todo el brazo. «Sentía como que se estaba quemando y tomaba analgésicos, pero no era suficiente. Para calmar el dolor y la quemazón me practicaron el bloqueo del ganglio estrellado. Finalmente, los médicos me dijeron que había una lesión de los nervios y me diagnosticaron el síndrome de dolor regional complejo [1], algo irreversible que me dejó incapacitada de por vida. Ya no puedo estirar el codo y he perdido la sensibilidad y el movimiento en mi antebrazo y mano izquierda”, dijo María Luisa.
Tras presentar toda la documentación, la trabajadora logró que el Instituto Nicaragüense de Seguridad Social (INSS) le reconociera una incapacidad permanente parcial. Un año después del accidente volvió al trabajo. «Pero ya no podía desempeñarme como camarera y la administración me reubicó por medio tiempo como auxiliar de lencería. Alistaba los uniformes y la ropa que se utiliza en el hotel, la acomodaba en un carrito y con una mano lo empujaba y lo subía a las bodegas de piso. Pero con el pasar del tiempo sentí que el hotel ya no soportaba mi presencia. Me ponían apodos y decían que ya no servía para nada. Mi jefa hasta llegó a poner en duda mi enfermedad. Fue muy humillante”, manifestó María Luisa Alba Sud.
A veces la mandaban con otra trabajadora que también tenía incapacidad parcial a lavar y ordenar el sótano. «Con la mano sana me ponía a lavar, y nos ayudábamos la una a la otra para cumplir con la tarea. De vez en cuando un compañero que se desempeñaba como aseador nos apoyaba, así podíamos descansar un poco. Siempre nos decía que no lo comentáramos con nadie porque los jefes no querían que nadie nos ayudara», dijo.
Con el tiempo comenzó a tener problemas serios también en el brazo sano y la comisión médica del INSS le reconoció una segunda incapacidad permanente parcial. Fue entonces cuando el hotel decidió recortar su salario aduciendo que ya estaba recibiendo su pensión por incapacidad. Actualmente está recibiendo menos de 40 dólares la quincena.
Fuerza de trabajo desechable
El 17 de marzo de este año, la vida de María Luisa dio otro giro inesperado. «Se había terminado el receso y mientras subía al ascensor las puertas de repente se cerraron con fuerza y me prensaron el hombro derecho, fracturándome el húmero. En repetidas ocasiones habíamos reportado este problema del ascensor, pero nunca lo habían reparado” dijo.
En esta ocasión María Luisa sufrió una lesión nerviosa que la dejó incapacitada, y los médicos le diagnosticaron el mismo síndrome de dolor regional complejo que ya le había afectado el brazo izquierdo. En su casa necesita el apoyo de su hija para bañarse, peinarse, vestirse, y ya no se atreve a subirse a un bus por temor a caerse. «Prácticamente me quedé sin poder usar ambos brazos. La comisión médica del Seguro Social deberá revisar mi caso y ver si me reconoce una incapacidad permanente total. Mi temor ahora es perder el trabajo, porque la empresa ya se deshizo de otros compañeros con enfermedades laborales o que sufrieron accidentes laborales… ¿qué voy a hacer?», se preguntó María Luisa.
Con el apoyo del sindicato, está luchando para que la empresa respete sus derechos como trabajadora víctima de accidentes laborales. «Espero –continuó la trabajadora- que no sean tan insensibles y que no se deshagan de mi solamente porque ya no les sirvo. Espero que respeten lo que el convenio colectivo establece en casos como el mío. Espero que respeten mi dignidad como persona y como trabajadora. Yo no me enfermé porque quise, yo aquí entré sana y voy a salir sin poder mover mis brazos”, concluyó con indignación María Luisa.
Notas:
[1] El CRPS, por sus siglas en inglés, es un trastorno de dolor crónico que se cree es el resultado de un disfuncionamiento en el sistema nervioso central o periférico. Las características típicas incluyen cambios dramáticos en el color y la temperatura de la piel en la extremidad o parte del cuerpo afectada, acompañados por un dolor candente severo, sensibilidad de la piel, sudoración e inflamación.
Este artículo se publica en el marco del proyecto «El Objectius de Desenvolupament Sostenible i el turisme: estratègia d’educació per al desenvolupament», ejecutado por Alba Sud con el apoyo de la Agència Catalana de Cooperació al Desenvolupament» (convocatoria 2017).
Fuente: ALBA SUD