Eduardo Montagut Contreras •  Memoria Histórica •  05/08/2016

Icaria

En el primer comunismo francés destacaría Étienne Cabet (1788-1856). En este artículo nos detendremos en sus teorías y en su principal obra, el Viaje a Icaria.

Cabet nació en Dijon en el seno de una familia de artesanos, pudiendo estudiar derecho. Ejerció de abogado en la época de la Restauración y fue carbonario. Se hizo republicano pero tuvo que marcharse de Francia, pasando a residir en Inglaterra en 1834. Cinco años después regresó y en 1840 publicó la obra que le ha hecho más famoso, su Viaje a Icaria.  Cabet renovaba la tradición utópica renacentista, inaugurada por Tomás Moro, con una obra donde relataba una sociedad comunista. También escribió una historia de la Revolución Francesa.

En la construcción de la sociedad comunista habría dos fases. La primera sería de transición y muy larga. En esta etapa se mantendría el derecho de propiedad individual y el trabajo seguiría libre. Estos dos factores generarían una creciente desigualdad. Por eso, gran parte del presupuesto, libre de gastos y créditos militares, debía destinarse a la construcción de viviendas populares y a la educación, lo que supondría una especie de primitivo estado del bienestar. Además se establecerían precios máximos a los productos de primera necesidad que, por otro lado, no serían gravados con impuestos indirectos, algo muy común en la fiscalidad decimonónica. En contraposición se impondría una fiscalidad progresiva sobre el capital y las sucesiones.

La fase de construcción llevaría consigo la abolición de la propiedad individual. Se socializarían las materias primas y los medios de producción. La comunidad contaría con unos funcionarios que podrían ser revocados. Las profesiones se otorgarían por concurso y los trabajadores serían retribuidos según el principio de a cada uno según sus necesidades. No existiría el comercio, porque los productos se depositarían en unos almacenes públicos donde cada uno sacaría lo que necesitase. En el plano político se garantizaría la democracia a través de la delegación del poder legislativo en una asamblea popular y por el recurso al plebiscito.

En esta utopía la educación adquiriría un gran protagonismo y estaría muy regulada. Los niños permanecerían con sus madres hasta los cinco años, pero entre esta edad y los dieciocho se educarían en las escuelas de la República. Entre la última edad y los veintiuno los jóvenes recibirían formación profesional, para luego recibir formación cívica al año siguiente.

Cabet creía en el progreso sin límites de la industrialización. Tenía mucha fe en las máquinas que, aunque eran funestas para los trabajadores en ese momento, no lo serían en el régimen de comunidad que había diseñado, porque se convertirían en un instrumento de bienestar para todos, para liberar al hombre.

Cabet era contrario a los comunistas que pretendían la conquista del poder por la fuerza, en una línea coherente con su pensamiento utópico. No quería revolución alguna, sino la propaganda pacífica hasta el triunfo final. Las únicas armas que contemplaban eran las de la discusión o debate, y la voluntad nacional.

Su obra principal fue reeditada varias veces en la década de los años cuarenta, por lo que sus ideas fueron ampliamente difundidas, así como otras de sus obras y folletos. Especial relevancia tuvieron sus trabajos Le Populaire.

Se formaron grupos de icarianos por diversos lugares de la geografía francesa. En 1848 se embarcó con un grupo hacia los Estados Unidos, llegando a Nueva Orleans. Una especie de vanguardia de estos icarianos partió hacia Texas para establecer una colonia no muy lejos de Fort Worth. Al fracasar, algunos marcharon a Illinois donde compraron tierras y fundaron otra colonia. También se crearon en Iowa, Missouri y California, aunque todas terminaron por fracasar. Las razones de estos fracasos debemos encontrarlas en las diferencias internas entre los icarianos, junto con la cuestión de la financiación. Cabet murió en San Louis, Missouri.

Monturiol se  convirtió en el principal difusor en España de las propuestas utópicas del francés, con el mantenía correspondencia. Montará una imprenta y escribirá en La Fraternidad, la primera publicación periódica comunista española, además de traducir las obras de Cabet. Además promoverá con Francisco José Orellana una comunidad icariana en Barcelona.


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