«¿Ya has matado a un tutsi?» Fue una consigna escuchada de manera reiterada durante aproximadamente 100 días, entre el 7 de abril y julio de 1994, cuando se cumplió el genocidio de Ruanda.
Por eso, el 7 de abril de cada año se celebra el Día Internacional de Reflexión sobre el genocidio cometido en Ruanda, en homenaje a los 300 mil niños ruandeses y otras 700 mil personas asesinadas en el país africano.
La matanza comenzó el 7 de abril de 1994, un día después de que un avión en que viajaban los presidentes de Ruanda y Burundi fue derribado por un misil cuando se alistaba a aterrizar en Kigali, la capital ruandesa.
Esta matanza sistemática de hombres, mujeres y niños se perpetró a plena vista y paciencia de la comunidad internacional. Se cometieron atrocidades sin nombre en las que participaron no sólo las milicias paramilitares y las fuerzas armadas, sino también civiles que se ensañaron con otros civiles.
El genocidio fue organizado detalladamente por altos funcionarios del Gobierno y dirigentes del partido en el poder, entre otros. Diversos medios de información que preconizaban el odio también contribuyeron a que se condonara la matanza y se participara en ella. Por consiguiente, los principales asesinos no fueron turbas sin rostro, sino individuos fáciles de identificar que pueden llevarse ante la justicia para luchar contra la impunidad por sus crímenes de lesa humanidad y genocidio.
El Día Internacional de Reflexión sobre el genocidio cometido en Ruanda, según la Resolución 58/234 de la Asamblea General de las Naciones Unidas, es una oportunidad para recordar que los caminos de la violencia, el odio y la muerte generan inmensos dolores y heridas en el futuro y presente de nuestra sociedad, especialmente en la infancia.
Un poco de historia
En el transcurso de las últimas décadas, se han producido violentos enfrentamientos internos en Ruanda, entre ellos los más visibles han sido los combates entre los tutsis y hutus.
La población de Ruanda está conformada por los hutu, que son mayoría (85% de la población) y los tutsi, que son minoría (15% de la población) y todos hablan una lengua común, KinyaRwanda.
A través de los años, los unos y los otros han establecido organizaciones políticas y armadas propias, pero la matanza fue precisamente contra los tutsi por los hutus radicales.
Sin embargo, la línea divisoria étnica -tradicionalmente cruzada por medio de amistades y bodas- no ha sido la única existente. De hecho, en el genocidio de 1994 murieron por razones políticas tanto tutsi como hutus moderados, que eran simples opositores del poder.
En octubre de 1990 ruandeses exiliados opositores al régimen del presidente hutu, Juvenal Habyarimana, organizados en el Frente Patriótico Ruandés (FPR)-Tutsi invadieron Ruanda, con el apoyo de Uganda, e iniciaron una guerra civil para derrocar al régimen.
Pero desde 1991 el régimen de Habyarimana incrementó la represión a la población, en una guerra de baja intensidad para acabar con la rebelión, utilizando al racismo como eje central e instigando y encubriendo las masacres masivas de tutsi.
Los asesinatos fueron perpetrados por grupos paramilitares, principalmente la interahamwe y la impuzamugbi, grupos originalmente organizados en el sector juvenil de los partidos políticos hutu.
El proyecto genocida se puso en marcha como alternativa a la implantación de un plan internacional de paz promovido por varios países africanos (Acuerdos de Arusha –Republica de Tanzania) y que preveía que hutus y tutsis compartieran el poder político.
Un primer paso en ese proyecto la tomó el gobierno de Habyarimana al introducir nuevamente las tarjetas de identidad étnica para señalar quién era tutsi. Los paramilitares empezaron a cerrar carreteras y a revisar a cada persona que pasaba. Con las tarjetas pudieron elegir fácilmente a sus víctimas y eliminarlas.
El gobierno creó además listas de personas de la población tutsi que deberían ser asesinadas. En ellas estaban los partidarios de la transición política, los adversarios políticos y aquellos involucrados en el movimiento de los derechos Humanos, entre otros. Incluso fueron condenados a muerte algunos hutu proclives a la reforma.
El 7 de abril, un misil de origen desconocido, pero quizá disparado por radicales hutus, destrozó el avión presidencial a su retorno de Arusha, Tanzania. Se inició así el genocidio, del que apenas hay imágenes, y se reanudó la guerra.
El ejército hutu y sus milicias paramilitares organizaron la venganza: una matanza a machete y masacres sin testigos mediáticos extranjeros, a quienes se les prohibió entrar.
Probablemente nunca se sabrá cuántos muertos provocó el genocidio de 1994, aunque se calculan entre 800 mil y un millón de víctimas. Si fueron 800 mil equivaldría al 11 por ciento del total de la población ruandesa y a las 4/5 partes de los tutsis que vivían en el país (si se cuentan los tutsis de Burundí y de los países vecinos que se habían exiliado).
La infancia, la principal víctima
Mientras el mundo recuerda un nuevo aniversario del genocidio en Ruanda, los niños y las niñas del país siguen viviendo los efectos devastadores de aquel brutal conflicto.
Cuando el genocidio terminó, de las 800 mil víctimas, 300 mil fueron menores de edad, de los cuales 95 mil quedaron huérfanos, el número más elevado de huérfanos del mundo. Perdieron a sus padres por diferentes razones: muchos fueron asesinados durante el genocidio, otros han muerto a causa del VIH/Sida y otros se encuentran en prisión debido a crímenes relacionados con el genocidio.
Prácticamente todos los niños y las niñas de Ruanda fueron testigos del horror. Miles de menores de edad fueron víctimas de la brutalidad y la violación y otros más -algunos de sólo siete años- se vieron obligados a participar en operaciones militares y a cometer actos violentos contra su voluntad.
Catorce años después, los niños y las niñas de Ruanda siguen sufriendo las consecuencias de un conflicto creado exclusivamente por los adultos. Hoy, se calcula que alrededor de 101 mil niños y niñas son los jefes de 42 mil hogares.
Muchos niños de las etnias tutsis y hutus cargan las generaciones de violencia, muerte y horror, pero sin embargo ellos hoy se encuentran en un camino de esperanzas, un camino de encuentros sin discriminación ni odios, algo que fue imposible para muchos de sus padres.
La violencia evidenció la necesidad de enseñarles a los niños y niñas a resolver sus conflictos de manera pacífica, a ser tolerantes y a promover, ellos mismos, una sociedad donde exista la paz, el respeto por los derechos humanos, la unidad y la reconciliación. No fue una tarea fácil, pero era claro que se debía empezar la reconstrucción con la niñez para la construcción de una sociedad y una cultura de paz, sin más guerras.
Esta dolorosa experiencia de la infancia en Ruanda ha dejado una enseñanza para todos los conflictos en el mundo: que no puede haber niños en la guerra porque las consecuencias no son sólo inmediatas, sino de generaciones enteras.
El papel de los medios de comunicación
A través de la estación de radio privada «Des Mille Collines» se difundía impunemente la propaganda racista y genocida en contra de los tutsi, lo que evidenció el papel de la radio en Ruanda y de la comunicación en general en todo el país.
Ante el pobre desarrollo de los periódicos y la escasa penetración de la televisión, la radio cumplió un rol protagónico. En su programación diaria, esta estación radial alentaba a los hutu a asegurarse de que los niños tutsi también fueran asesinados y a llenar las tumbas cavadas para enterrar a los tutsi.
La radio también inició una campaña en contra del FPR y de todos los partidos de oposición con consignas que se repetían, como «¿Ya has matado a un tutsi?»
El Tribunal Penal Internacional para Ruanda constituido en 1995 en Arusha ha dictado algunos fallos históricos. Por ejemplo, en diciembre de 2003 el Tribunal declaró culpables de genocidio a tres directores de medios de información de Ruanda por su papel en la incitación a la matanza. No sólo habían avivado el odio étnico sino, además, habían señalado las víctimas que habían de ser eliminadas. El Tribunal afirmó: «El poder de los medios de información para crear y destruir los valores humanos conlleva una gran responsabilidad…Las personas que controlan los medios informativos son responsables de las consecuencias de los actos de estos».
A 25 años del genocidio de Ruanda de 1994, la ONU ha fracasado, como organización de protección de los pueblos, y la humanidad se debate moralmente su destino, ante nuevas matanzas y crímenes sobre las voces inocentes que caen una vez más bajo la sombra de la impunidad del criminal y el silencio cómplice de las potencias hegemónicas.
* Por Abu Faisal Sergio Tapia, escritor político francófono, artículo actualizado del firmado como Presidente Internacional junto a Sara Bermudez, fotografa internacional y Secretaria General de la Mission Diplomatique Internationale Humanitaire RWANDA 1994, de Argentina y Colombia, respectivamente, publicado el 7 de abril de 2008 para el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNU), Bogotá, Colombia.