Apología del morbo y el sadismo en la casa de los monstruos de Guillermo del Toro
Calificado por la crítica como “patrimonio cultural de México”.
Estuvimos en la exposición titulada “En casa con mis monstruos” del cineasta Guillermo del Toro que se lleva a cabo en el Museo de las Artes de la Universidad de Guadalajara (México), su ciudad natal. Para la realización de esta exposición se ha invertido un millonario presupuesto aportado por diversas empresas multinacionales y entes culturales tanto públicos como privados.
En casi todos los parques de atracciones existe una casa del terror que por lo general es una de las más visitadas porque a la gente le gustan las emociones fuertes y liberar adrenalina. El público entra un túnel muy oscuro donde una voz cavernosa nos da la bienvenida “adelante, va a comenzar una experiencia inolvidable de la cual saldrás muerto de espanto” y entonces inesperadamente se escuchan alaridos y aparecen fantasmas, esqueletos, calaveras o zombis que intentan devorarnos. Los guías con una sonrisa nos dan la bienvenida a la Casa de los Monstruos de Guillermo del Toro esperando que disfrutemos las próximas dos horas de una “inolvidable experiencia”.
El diseño de la casa de los monstruos de Guillermo del Toro es muy parecido al de los parques de atracciones. Esta es la oportunidad de descubrir lo que se oculta en el subconsciente del genio creador y conocer también cuáles son sus fuentes de inspiración y sus principales influencias cinematográficas o literarias. Con un insuperable fervor religioso sus admiradores hacen cola y adquieren los boletos de entrada que cuestan 180 pesos mexicanos (10 dólares) -un precio que solo está al alcance de la pequeña burguesía criolla- porque por aquí no se ven indígenas, campesinos u obreros excluidos de antemano por su condición de “parias”.
¿Qué anidará en el cerebro de este genio singular que desarrolló su exitosa carrera en los EEUU? Desde temprana edad ya se le consideraba un niño prodigio adicto a los cuentos de terror y las películas de fantasmas. Hasta tal punto que inventó una realidad virtual donde jugaba y conversaba con los duendes mientras sus sirvientes se esmeraban por consentir todos sus caprichos. Aunque nacido en Guadalajara (México) su identidad es mucho más anglosajona (WASP) empezando por su aspecto físico rubio y de ojos azules y su predilección por hablar inglés. Para demostrar su fidelidad al imperio USA ha fijado su residencia en los Ángeles (CA).
Según sus propias palabras se considera “hijo de Frankenstein” ya que desde muy niño se apasionó por este personaje creado por Mary Shelley. Tendríamos que hacer un profundo psicoanálisis para comprender mejor el cerebro de tan brillante director de cine, productor, guionista y escritor -calificado por la crítica como “patrimonio cultural de México” –Aunque sus influencias proceden más del ámbito europeo o americano pues entre sus lecturas favoritas se destacan los clásicos del terror de Allan Poe o Lovecraft, aparte de las obras cinematográficas de Stephen King, Tarantino, George Romero. Sus musas de inspiración revelan su carácter romántico: Drácula, Frankenstein, Jack el destripador, Hannibal Lecter, Carrie White, Chucky, Freddy Krueger, Nosferatu, el hombre Lobo, el fantasma de la Opera, la bella y la bestia, el hombre elefante, el bebé de Rosemary, el anticristo o el exorcista.
La casa de los monstruos de Guillermo del Toro recrea un ambiente gótico y victoriano muy acorde con su enigmática personalidad. Dotado de una imaginación desbordante ha parido seres fantásticos y terroríficos que nos dejan anonadados: un dantesco halloween de zombis de afiladas fauces que vomitan sangre, aliens que invaden el planeta tierra y desatan el apocalipsis, seres mitad bestias, mitad humanos pertenecientes a la mitología clásica, faunos, monstruos sin rostro con los ojos en la palma de las manos, reptilianos que poseen a bellas doncellas en una apasionada danza nupcial. El miedo nos paraliza al contemplar la mano que sale de la tumba. Hemos aprendido los secretos del vampirismo y el elixir de la eterna juventud, hemos aprendido a reírnos mientras torturaban a un niño o dejarnos seducir por el rictus mortis de un suicida. Definitivamente esta valiosa colección de depravaciones y perversiones marca un nuevo concepto en el arte de vanguardia. ¿Para qué sirve toda esta parafernalia de monstruosidades? ¿Contribuyen acaso al progreso de la humanidad?
Los espectadores aplauden enfervorizados tanto virtuosismo. Guillermo del Toro nos presenta con mucho glamour un espectáculo degradante y sórdido más parecido a una gran morgue ¿Quién se atreve a descalificar a este genio intocable? La Academia, la crítica, la universidad, la opinión pública, los espectadores se deshacen en elogios y ciñen sus sienes con coronas de laurel. Los amantes del culto a la muerte están de plácemes, los del canibalismo extremo, también. Especialmente los organizadores de la exposición han abierto sus puertas de par en par a los niños para que se ilustren y sigan el ejemplo de este sinigual gurú.
Tan despiadada crueldad surge del desbordante ingenio creador de Guillermo del Toro -ganador de varios premios Oscar- siempre obsesionado con las más escalofriantes pesadillas: engendros maléficos, íncubos, fetos, abortos, siameses, más carroña: esqueletos, momias y cabezas sumergidas en frascos de formol, seres deformes, retrasados mentales, plagas de ratas y cucarachas, grandes dosis de terror, pavor y angustia. No hay un minuto de respiro en este templo tétrico y sórdido producto de una mente enfermiza: la niñez poseída por satanás, las más aberrantes parafilias, la inocencia mancillada por el señor de la guadaña, tumores cancerosos, lepra, chancros o cloacas apestosas donde se ahogan doncellas virginales. Obras sublimes que colman la morbosidad de este reconocido sibarita y glotón capaz de devorar más de una docena de hamburguesas en un abrir y cerrar de ojos. Hamburguesas que en alguna ocasión exigió hechas con “carne humana”.
Hay que explotar el pavor, la angustia y la agonía, lenta agonía, porque sin sufrimiento no hay placer y ese placer produce morbo.
Tamaña sublimación del masoquismo es una herencia de nuestras raíces católicas que han mitificado la pasión y muerte de Jesucristo, el hijo único de Dios, que redimió con su martirio los pecados del mundo.
Hitler también tenía en los campos de concentración un museo de los horrores que hoy se pueden visitar en Auschwitz o Treblinka. En esos campos de exterminio se gaseó a millones de judíos, gitanos, homosexuales, disidentes y prisioneros de guerra rusos. El Dr. Josef Mengele, “el ángel de la muerte”, se hizo famoso con sus experimentos científicos utilizando cobayas humanas. Los psicólogos estudiaron estos execrables crímenes producto de un sadismo patológico que calificaron como “banalidad del mal” (los matarifes argumentaron “la obediencia debida” para justificar su bárbaro proceder)
De la banalidad del mal de los nazis a la desgarradora crueldad del CJNG (Cartel Jalisco Nueva Generación) una de las bandas de narcotraficantes más poderosas del mundo, y cuyo dominio se extiende por toda la república mexicana y varios países de Latinoamérica. Especialistas en aplicar los métodos más sádicos para matar y deshacerse de los restos de sus víctimas. En sus campos de exterminio es bien conocida “la cama de tinto”: se cava un círculo de un metro de profundidad en la tierra y dentro del agujero se apila leña y luego se colocan encima los cadáveres a los que se les prende candela. Se le llama “la cama de tinto” por el color que deja la sangre en la tierra. Otra técnica siniestra es “el pozole”, que vivieron en carne propia tres estudiantes de cine de la escuela Centro de Medios Audiovisuales de Guadalajara que querían emular a su ídolo Guillermo del Toro filmando un corto de terror en una finca de Tonalá. Lamentablemente los bandidos de la CJNG los confundieron con los integrantes de la banda rival Nueva Plaza y los secuestraron, los torturaron y ejecutaron disolviendo sus cuerpos con ácido sulfúrico o “pozole” (sopa) Seguramente los protagonistas de este macabro suceso van a inspirar alguna nueva obra cumbre de Guillermo del Toro.
Solo basta con visitar esas colonias marginales de los extrarradios de Guadalajara para encontrarse diariamente con cadáveres a la vuelta del esquina; cuerpos degollados, cabezas mutiladas con las cuencas orbitales vacías por ahí tiradas en un andén o ver cómo flotan en algún canal de aguas negras decenas de cadáveres embolsados y si se escarba un poco aparecen multitud de esqueletos enterrados en fosas comunes. El paraíso de los camposantos y sepultureros.
No hay ninguna diferencia entre la casa de los monstruos de Guillermo del Toro y el Instituto Jalisciense de Ciencias Forenses donde yacen apilados cientos de cuerpos sin identificar envueltos en bolsas de plástico. Momias inertes cubiertas de moscas y que despiden el olor fétido propio de ultratumba. Mientras los familiares lloran postrados de rodillas ansiosos por encontrar a sus seres queridos un sacerdote los consuela recitando padrenuestros y avemarías.
Los videojuegos diseñados por del Toro como InSANE de survival horror, Death Stranding inducen aún más a esa alienante adicción al belicismo y armamentismo. Épica heroica que los paranoicos consumidores devoran enloquecidos. Clara demostración del degeneramiento y la decadencia de la sociedad patibularia capitalista. Sumisos y resignados creemos que el estiércol que nos echan es una lluvia de rosas y claveles.
¿Cómo evadirse de ese entorno tan opresivo y miserable? Solamente gracias a la realidad virtual producto de un alto desarrollo tecnológico y sofisticados programas informáticos capaces de editar complejos montajes digitales. El cine, la TV, las consolas de PlayStation, y diversos canales de Internet o telefonía celular se han convertido en auténticas armas de destrucción masiva.
Los consumidores exigen emociones fuertes, porno, sadismo, orgias, morbosidades y las plataformas de streaming como Netflix, Pixar, Sony, Acorn, Sky, HBO, Amazon, Google, Apple, están dispuestas a complacer todos sus deseos (si tabulan los números de la tarjeta de crédito). Guillermo del Toro no es más que un peón de la industria cinematográfica norteamericana que esclaviza a millones de individuos y le permite multiplicar sus ganancias económicas hasta el infinito. Porque el imperialismo es una hidra de mil cabezas que muta, se adapta y cuando uno menos se lo espera lanza su feroz dentellada.
Desde el pasado siglo XX las factorías made in USA como Disney, Twenty Century Fox, Hammer Films, Universal Pictures, Sony Pictures, Warners, United International Pictures, Paramount, Metro Goldwyn Mayer, United Artist, Columbia, etc. han venido manipulando las estructuras mentales de media humanidad con iconos y símbolos hollywoodianos que se han grabado sutilmente en nuestro inconsciente colectivo.
A México se le ha reservado el papel de “casa de los monstruos” o “templo del terror”. En los dos últimos sexenios han sido asesinados más 250.000 mexicanos, existen más de 44.000 personas desaparecidas y 2019 puede convertirse en el año más violento en la historia moderna del país. La historia es un drama espeluznante de psicosis y traumas.
¿Quién ha impuesto este código del terror? La guerra declarada por el estado contra la delincuencia organizada y los carteles de la droga mantiene en vilo a la sociedad mexicana. Los ciudadanos resignados asumen el papel de víctimas propiciatorias listas a ser ofrendadas en cualquier momento en el altar de los sacrificios. La bestia baila borracha disparado a diestra y siniestra su AK47 mientras los predicadores nos invitan a orar por la paz y el amor del mundo.
¿Ética y moralmente se puede tolerar tamaña exhibición de monstruosidades? Lo que necesita urgentemente México es la pedagogía de la paz, recomponer la escala de valores: el respeto a la vida y los derechos humanos. Un verdadero exorcismo que expulse todos esos demonios y le devuelva al ser humano el decoro y la dignidad.
Carlos de Urabá 2019.