Tres manos escriben una extraordinaria novela
“La ciudad se me va”. Desde ahora sé que esa sintética y rotunda manera a la que apela Froilán Escobar para iniciar Tres en una taza quedará en la inevitable antología que uno se va armando con algunos momentos de sus más entrañables lecturas.
En el prólogo del libro -que ediciones Bagua ofrece en la cuidada edición que incluye una preciosa y sugerente ilustración de cubierta de Silvia Rodríguez Rivero- apunta Luis Manuel García Méndez que estamos ante “una fiesta de la imaginación y el lenguaje”. Ese y muchos otros elogios de similar contundencia merece una narración estremecedora en la que conviven el testimonio generacional y una de las recreaciones más realmente poéticas que se hayan escrito de La Habana. La guagua a la que sube el protagonista escapa de las calles de la ciudad para meterse por dentro de los edificios; el paisaje exterior es sustituido por el paisaje interior, palpamos las vértebras de las edificaciones, el costado íntimo e insólito de las personas que habitan una Cuba reflejada más allá de cualquier tópico o facilismo.
Confieso que al principio torcí levemente el rostro. Fugazmente. Un instante dentro del goce ante tanta palabra conseguida y sensual. No suelo preferir las obras que apelan a la llamada autoficción, las narraciones en que se pone al lector por testigo de la escritura de la propia novela que nos ocupa. Escobar me convenció enseguida de que en su caso el recurso que – recordando a Brecht- podría llamarse de “distanciación” resulta necesario y coherente. Además (en la medida en que el delirante viaje por personajes, situaciones, paisajes, ideas y sentimientos avanza y se robustece), va perdiendo protagonismo ese elemento de la estructura literaria y ganando una alucinante presencia la mano viva de la muchacha que fue sorprendida por el travieso autobús y adquiere nueva y palpitante vida sobre la piel del protagonista.
Tres en una taza es también –de la mejor y estilizada de las maneras posibles- una novela política. Hay crítica apasionada al esquematismo que se adentra en la represión, desconsuelo hondo por esa fuga que anuncia en la primera línea y que no ha cesado en los últimos lustros de la vida cubana. Pero Froilán Escobar no niega la fuerza y la validez de sus ilusiones de juventud. Véase el preciso resumen del narrador:
“El país entero caminaba hacia donde soplaba el viento. Era la corriente. Todos soplábamos con nuestras bocas y nuestras manos un poquito para contribuir a la fuerza de la ventolera. Era hermoso aquello de poder contribuir con un soplo al poderoso ciclón que se llevaría la pobreza, que se llevaría el pasado de exclusiones para siempre. A los que se atrevían a oponerse a lo tremendo del empuje, el viento los arrancaba y expulsaba lejos; a los que se quedaban aferrados a sus raíces, a la ilusión construida entre todos, si tosían o discrepaban, el viento con su fuerza erosionante les borrara el rostro hasta hacerlos invisibles”.
Otra presencia poderosa, en una novela que no cesa de ofrecer imágenes límpidas y formidablemente escritas, apunta a los días finales de vida del gran poeta habanero Lezama Lima. Froilán estuvo cerca de Lezama y el inmenso creador de la calle Trocadero es –como Martí o Che Guevara- de las figuras que ha estudiado con la dedicación del periodista investigador y ha asumido en su Obra con el desenfado del creador fecundo en imaginación.
Está aquí el ámbito de la casa de Lezama, su sillón casi con vida propia, sus pasos de genio y de asmático gordo y travieso como nunca he leído en ningún otro texto. Y más allá de las anécdotas o las citas lezamianas, se hace evidente el regalo, la sabia lección del autor de La cantidad hechizada en la maestría literaria y la auténtica aventura de la imaginación que encontramos en esta espléndida novela de Froilán Escobar.
Anoto para el cierre una impresión de Octavio Paz en carta a Lezama menos conocida que la preciosa y profética valoración de Julio Cortázar. En Paz late la esencia de la gracia- a la vez expresiva e inefable- que nos permite hablar de alta literatura. Tras leer Paradiso, se desata el poder de definición del Nobel mexicano: “El mundo lento del vértigo que gira en torno a ese punto intocable que está entre la creación y la destrucción del lenguaje, ese punto que es el corazón, el núcleo del idioma”1.
1 Carta de Octavio Paz a Lezama Lima, enviada desde Nueva Delhi el 3 de abril de 1967, en José Lezama Lima, serie Valoración Múltiple, Fondo Editorial Casa de las Américas, 2010, p.389.