Hace 45 años era asesinado, tras combatir heroicamente en Córdoba, un destacado cuadro revolucionario de la guerrilla argentina
Hace exactamente 45 años, el 3 de noviembre de 1971, comandos de las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP) y de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) libraban en la localidad de Ferreyra un combate, surgido de la necesidad de dar apoyo a la combativa clase obrera de la empresa Fiat en Córdoba, que había sido atacada duramente por el gobierno dictatorial.
En esa ocasión dos luchadores revolucionarios caen en combate (Juan Carlos Baffi, de las FAR y Raúl Peressini de FAP), mientras que otros dos, Agustín Villagra (FAR) y Carlos Olmedo, de la misma organización son heridos y posteriormente asesinados.
Este es el relato de los trágicos hechos de Ferreyra, según se publicara en un artículo de la revista Militancia, de aquellos años.
El 3 de noviembre de 1971 aproximadamente a las 7 hs. de la mañana, se lleva a cabo en Ferreyra, Córdoba un encuentro desigual que la historia denominará “combate de Ferreyra, o Mataderos o combate de la Fiat”. Allí mueren luchando Juan Carlos Baffi, militante de las FAR y Raúl Juan Peressini de las FAP. Y malheridos, son asesinados por la policía provincial, Carlos Enrique Olmedo y Agustín Villagra, ambos de las FAR.
El operativo planeado reunía las condiciones de imaginación y oportunidad necesarias: la dictadura militar había puesto en marcha la ocupación del complejo industrial Fiat, rodeando las plantas Materfer y Concord el 26 de octubre, había quitado la personería a Sitram-Sitrac y desencadenado persecuciones y allanamientos, todo por orden del Gral.Alcides López Aufranc.
La Fiat, por su parte, dentro de ese contexto represivo tratando de liquidar la organización sindical, había despedido 246 trabajadores, los más aguerridos: cuerpo de delegados y activistas. Surge de ese modo el planeamiento de la operación: detener a un alto funcionario de la Fiat y reclamar, a cambio de su libertad, la devolución de la personería sindical, la reincorporación de los despedidos y el cese de la ocupación militar.
El retraso imprevisto del ejecutivo de la empresa al lugar donde se hallaban los compañeros, torna insegura la operación’, que lo mismo se mantiene. Un empleado de la estación de servicio Esso avisa a la policía de la presencia que considera sospechosa, y a partir de esta delación, las fuerzas represoras surgen, produciendo la muerte de los combatientes. Fue un golpe durísimo para las organizaciones peronistas, no sólo por la pérdida en calidad político militante de los compañeros muertos, sino porque a partir de allí se produjeron nuevas bajas, algunas mortales como la de Miguel Ángel Castilla y detenciones como las de María Antonia Berger, Eduardo I. Rivas y Teófilo E. Arrascaeta, con la consiguiente caída de armas, documentos, casas, etc.
II
Esto fue hace dos años. Se ha escrito ya acerca de la condición revolucionaria de los compañeros allí muertos, pertenecientes a dos organizaciones, FAR y FAP, que marcaron a fuego, junto con otras orgas, a la dictadura militar. Queremos hoy reflexionar en torno a la situación existente al momento de su muerte y la que actualmente nos toca hoy vivir.
Allí está la estación de la Esso, como en el día del combate, con vista a todo Córdoba, en medio de un escenario griego, preparado para la tragedia. La Esso simbolizando la presencia del imperio y el batidor trabajando todavía posiblemente allí mismo, también posiblemente con la falsa conciencia del “deber cumplido”. En los aledaños de la estación de servicio, el matadero, simbólico en su presencia vacuna. De esa confluencia de la Esso con la oligarquía surge el poder real reaccionario que enfrentaban los compañeros en el amanecer del 3 de noviembre de 1971.
Allí también está el complejo Fiat, el capital europeo, de cuyas bondades supieron bien los compañeros durante ese año 1971.
Y resguardando toda esta estructura, el Ejército, el de López Aufranc o el del general de turno, torturando, reprimiendo, asesinando.
Algunas de esas presencias son hoy claramente visibles. Otras latentes. Es cierto también, que en la estación está pegado un cartel de la J.T.P., que Obregón es gobernador y Perón Presidente. Que las consignas por las cuales luchaban los muchachos se han realizado en parte: Perón volvió, es Presidente, la dictadura militar ha desaparecido del gobierno formal, Montos y FAR se han unificado.
Pero la Esso, las vacas, la Fiat, y el ejército están firmes allí. Se ha producido un avance del peronismo, de la revolución, con el consiguiente retroceso del enemigo, pero la guerra esencializada en el combate de Ferreyra se mantiene en todos sus términos.
III
¿O acaso la matanza de Ezeiza tiene alguna diferencia cualitativa con la de Trelew? ¿O las muertes de José Olmedo, Tin Villagra, el Negro Baffi y Peressini difieren básicamente de las de Grinberg, Razzetti, Fredes?
En la misma guerra popular esta al desnudo, con las modificaciones que la nueva etapa ha traído. El Sistema mantiene toda su estructura integra, pero en el plazo del enfrentamiento visible, sí se ha producido, en cambio, una modificación substancial. Como resultado de las luchas populares en las cuales el combate de Ferreyra se inscribe, el enemigo ha tenido que ceder el aparato estatal, pero conserva todo el poder decisional. Y no sólo eso.
Como sabe que la lucha de clases no se detiene, y que es fundamental para que la guerra popular no prospere, que la identificación del enemigo sea dificultosa, que debe trabar toda tentativa de dar determinación e identidad políticas a esa lucha de clases, lanza al ala derecha del peronismo a asumir el papel represor, a cumplir la función que en Ferreyra cumplían las fuerzas policiales.
La cesión del aparato estatal, si bien pasa al movimiento popular, al peronismo, por la acción del Sistema queda en manos, por lo menos en gran parte, de los sectores aliados al Sistema. Reposa en representantes del Sistema por naturaleza, como lo son los burócratas sindicales, cuya vinculación enemiga en esta etapa se hace manifiesta. El pueblo va así identificando a sus enemigos en este nuevo tramo de la guerra popular, y comprende que lo que aparece como conflicto interno del peronismo, no es ni siquiera una simple lucha de poder en el seno del Movimiento, sino la formulación de la guerra en los nuevos términos. Mientras esta etapa dura se va desenvolviendo, las FF.AA van recuperando imagen y fuerza para producir nuevos Ferreyras cuando sea necesario. Mientras la lucha de clases adquiere relevancia en el seno mismo del peronismo, los militares, el gran capital monopolista, la Esso, la Fiat y la oligarquía apuestan a manos de los burócratas sindicales, de los Osindes, de los López Rega.
Asumir hoy la realidad de esa guerra, con el mismo patriotismo que Olmedo, Villagra, Baffi, Peressini con la combatividad de José Sabino Navarro y el flaco Capuano, con la imaginación de Fernando Abal y Carlos Gustavo, con la entereza de los Maestre, descubrirse en esta Argentina de Perón Presidente en la misma experiencia peronista del pueblo, y dar lo mejor de si desde cada posibilidad, es tal vez, el mensaje que deja, hoy, el combate de Ferreyra.
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