El Cincel •  13/05/2015

El catetismo ilustrado: una defensa de la lengua local

El catetismo ilustrado: una defensa de la lengua local

Jesús Portillo | La riqueza de una lengua se nutre de los dialectalismos, de los localismos, de las transformaciones y las variantes de términos tradicionales, de los dejes y de la melodía del habla de cada rincón donde se use ese idioma. El conocidísimo lema de la Real Academia Española “Limpia, fija y da esplendor”, ridiculizado en su origen por el periódico francés Journal des savants, parece haber insuflado en muchos la estrambótica idea de querer prescribir el modo correcto de hablar, en lugar de describir cómo lo hacen los hablantes. Más allá del absurdo y utópico intento de controlar una población de hablantes en constante crecimiento, separados físicamente por kilómetros e ideológicamente por contextos distintos, encontramos el ridículo menosprecio de las variantes dialectales y locales por parte de los que defienden hablar correctamente.

José Ortega y Gasset defendió al exponer su teoría de la perspectiva la necesidad de educar a la gente en la tolerancia etnológica. En sencillas palabras, educar a las nuevas generaciones en el respeto a los demás, incluyendo por supuesto su forma de hablar. El lenguaje es una de las herramientas interpretativas que utilizamos para comprender la realidad, relacionarnos con los demás y gestionar la información. El mero intento de encorsetar el lenguaje ya supone la negación de la esencia de este, su carácter orgánico y dinámico, cuanto más, tachar de incorrecto expresiones que funcionan perfectamente entre los miembros de una sociedad. Entre los múltiples ejemplos que podríamos mencionar, destacaría los denominados anacolutos (expresiones inconsecuentes en la construcción del discurso), algunas expresiones fraseológicas que serían absurdas desde una lectura literal, localismos que hacen referencia a realidades propias y únicas de un lugar, etc. Sin embargo, la ignorancia es atrevida y no termina de extinguirse el catetismo ilustrado que intenta crecer a costa de la negación de comunidades hablantes más reales que su ideal de lengua. Afortunadamente no nos referimos a la RAE, sino a los militantes de la congelación lingüística que pretenden inmortalizar la lengua tomando como modelos autores, localidades y etapas cronológicas caducas en el tiempo.

Escena popular - José Arrúe

Miguel de Unamuno decía que “la lengua no es la envoltura del pensamiento, sino el pensamiento mismo”. La lengua de una comunidad forma parte de su identidad, de su manera de entender el mundo, de su legado elegido entre muchos. La intolerancia lingüística, como cualquier otra, evidencia la estrechez de pensamiento del que ofende y no quiere comprender que un idioma es un consenso temporal e irremediablemente negociable. Lo más interesante es que se trata de un acuerdo tácito que no pretende contar con el beneplácito de las autoridades académicas ni de las otras comunidades hablantes. La “ignorancia activa” de la que hablaba el dramaturgo alemán Goethe, constituye la temible amenaza del rechazo injustificado y la confusión estúpida. Calificar de palurda a una persona por su forma de hablar es tan absurdo como juzgar el sabor de una mermelada por la forma del bote que la contiene. El hecho de que un dialecto se defina como un sistema lingüístico derivado de otro con una concreta limitación geográfica, pero sin diferenciación suficiente frente a otros de origen común; designa simplemente una variación, no una versión inferior. La intraducibilidad de muchas palabras (propias de un dialecto o de una localidad) o haber tomado conciencia de que no es necesario hacerlo para mantener intactos los matices semánticos de esos términos nos pone sobre la pista.

La comprensión de una cultura pasa obligatoriamente por el manejo de su lengua, ya que esta es en parte la responsable del establecimiento de los vínculos sociales, comerciales y laborales. La estrechez de espíritu y el excesivo apego a la mentalidad o costumbres particulares de una sociedad cualquiera, tiene como consecuencia la voluntad de exclusión de las demás. Ese provincianismo, junto a la ignorancia general y a un ideario xenófobo, es utilizado en redes sociales, televisión y radio como medio para sembrar la discordia y caldear el ambiente. No obstante, parece que el crisol fundiendo metales que aparece en el escudo de la Academia ha terminado haciendo gala de su sentido, pues la tolerancia es al lenguaje lo que el crisol a la aleación. Comparemos, en lugar de corregirnos; solo entonces dejaremos de insultarnos y empezaremos a enriquecernos.

http://blogs.tercerainformacion.es/cincel/2015/05/14/el-catetismo-ilustrado-una-defensa-de-la-lengua-local/


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Jesús Portillo Fernández

§ Doctor en Filología e investigador del Área de Lingüística en la Facultad de Filología en la Universidad de Sevilla.

§ Miembro del Grupo de Investigación de Lógica, Lenguaje e Información de la Universidad de Sevilla (GILLIUS | HUM-609).

§ Colaborador internacional en Centro de Filosofia das Ciências da Universidade da Lisboa.

§ Colaborador en Centro Cervantes - Refranero multilingüe (CVC).

§ Columnista en prensa digital sobre problemas humanos y concienciación social.

 

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