Los auténticos perjudicados por el guante blanco
Jesús Portillo | Abraham Maslow presentaba en 1943, en su obra A Theory of Human Motivation, la denominada pirámide de Maslow: una jerarquía que tenía por base el conjunto de las necesidades fisiológicas y la seguridad. La corruptela ataviada de guante blanco ha ido consumiendo presupuestos sumergidos durante los años de bonanza en los que nadie se preguntaba dónde y cuánto se invertía en qué. El paulatino desangramiento de las arcas del estado junto a la irresponsable economía del ladrillo y su burbuja inmobiliaria condujeron al país a una situación insostenible. Los motivos de la recesión y de la posterior profunda crisis de cuatro años son tan misceláneos y relativos que proponer un debate sobre ellos supondría un esfuerzo inútil que arrojaría resultados irreconciliables. Sin embargo, podríamos pronunciarnos de manera casi unívoca sobre los objetivos más afectados en pos de la recuperación financiera: los salarios, la sanidad pública y la educación. La base de la pirámide de Maslow ha sido dinamitada con falacias como “el gasto de la sanidad pública y universal es insostenible”, “es prioritario rescatar las entidades financieras endeudadas” o “todos debemos hacer un esfuerzo para recuperarnos”.
Independientemente del color político que ha teñido la mayoría de los escaños del parlamento, se ha descuidado la tríada imprescindible que hace posible la estabilidad de un país: sueldos, salud y educación/trabajo. La congelación, la disminución y en muchos casos la suspensión de salarios han producido un descenso drástico del consumo doméstico, el impago de las deudas contraídas (multiplicando exponencialmente la morosidad y los intereses) y el embargo de miles de inmuebles. Pero no nos quedemos con las ideas, hablemos de las personas que hay detrás de esas cifras: miles de familias hacinadas en las casas de sus padres o abuelos, mantenidas por la precaria pensión que les quedó después de una vida entera de trabajo y cotizaciones. Un sueldo pequeño implica resolver una contabilidad imposible que afecta inexorablemente a la alimentación. Una mala alimentación repercute a la salud y al rendimiento en el trabajo (físico, psicológico y emocional). Darse de baja por enfermedad común puede contribuir a convertirse en uno de los tantos expedientes de regulación de empleo por falta de productividad o previsión de esta. En fin, el hecho de tener poco dinero no solo afecta a la vida social, que termina prácticamente por desaparecer al no poderse costear, sino que te convierte en poco tiempo en un segregado con amplias posibilidades de caer enfermo.
La sanidad pública española, ese fabuloso escarabajo blanco mimado durante casi tres décadas ha pasado a convertirse en un gasto insufragable, en lugar de seguir concibiéndose como una inversión rentable que aumentó la esperanza y la calidad de vida de los ciudadanos. Ahorrar millones de euros para sanear entidades privadas con dinero público mediante un presupuesto mermado en sanidad es sin duda un plan sin fisuras para alguien que no tiene en cuenta los anónimos que diariamente mueren esperando una operación, un tratamiento o sencillamente un médico en urgencias. El colapso de la sanidad pública eterniza las esperas, satura y explota al personal sanitario, masifica las habitaciones, cierra alas completas por falta de recursos, disminuye la calidad de vida y aumenta el índice de mortandad en enfermedades que requieren de diagnóstico precoz o una rápida intervención.
Lo peor de esta absurda gestión se lo llevan los niños de familias con pocos recursos y los ancianos, que por diversos motivos, no llegan a fin de mes o pierden sus viviendas. Mientras tanto, el supuesto régimen social-democrático permite que estén cerrados los miles de inmuebles que nunca llegaron a venderse, en lugar de ofrecer fórmulas accesibles para que puedan ser ocupadas. Piensen, ¿qué familia puede comprar una V.P.O. teniendo que dar de entrada más de 20.000 €, cuando no tienen ni para comprar comida o ropa? Para terminar, quisiera apuntar algunas preguntas que preocupan a un buen sector de la sociedad: ¿espero a morirme si no hay camas en los hospitales porque hayan cerrado un sector entero o no lleguen al 40% del personal necesario contratado? ¿Qué ocurre si no dispongo de un seguro médico y el dinero que pago obligatoriamente a la Seguridad Social no me sirve de cobertura sanitaria por falta de medios? ¿Dejo mi país, en el que he invertido todo, para probar suerte en el exilio porque no consigo trabajar ni siquiera de forma precaria para sobrevivir? ¿Cómo le explico a mi hijo que al terminar sus estudios le espera la deriva laboral o la mendicidad en el peor de los casos? Este panorama me lleva a darle vueltas a las sentencias de Plauto y Karl Marx, respectivamente, cuando decían “homo hominis lupus” y “el poder político es simplemente el poder organizado de una clase para oprimir a otra”. Animalidad disfrazada de civilización.
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