Sobre la necesidad, para los revolucionarios, de hacer trabajo político en las filas del ejército
Roberto Mérida (Hrod)
Para convertirse en revolución, una revuelta social tiene que plantearse la conquista del poder político, la subversión del orden establecido y un cambio de régimen político que dé participación al pueblo; este cambio de sistema, sólo será posible sostenerlo mediante la fuerza de las armas. En ese sentido, tiene que ser apoyado por las bases de soldados rasos del ejército. Hay que exportar la propia subversión a las filas del ejército, ya que si no logramos que los soldados se rebelen contra sus propios oficiales el ejército, la fuerza militar, siempre estará controlada por este sistema corrupto y oligárquico que la usará como punta de lanza para aplastar, por la vía violenta, cualquier intento de cambio. No hay término medio. Es revolución, o retroceso y barbarie.
Un buen ejemplo de esto es Egipto. La caída de Mubârak y el cambio de constitución, aunque totalmente insuficiente, fue posible sólo porque las bases del ejército, los soldados rasos, se manifestaron a favor de la revuelta de las capas populares, la clase media empobrecida y los obreros. El régimen, no se atrevió a dar la orden al ejército de disparar contra la población por temor a una revuelta o insurrección generalizada en las propias filas del ejército.
Mubârak, cayó, pero la revolución sigue secuestrada por la Junta Militar continuista, y por un nuevo gobierno reaccionario, el de los Hnos. Musulmanes, colaboracionista yanqui y de impronta saudí, elegido en unos procesos electorales-farsa totalmente demagógicos y manipulados, en que se llama a las masas a elegir entre uno u otro guardián del viejo orden existente; donde las alternativas que sí apuesta por el cambio social quedan completamente relegadas a la marginalidad en los grandes medios de comunicación y de difusión, quedando completamente aisladas del proceso. Ambos agentes políticos, Junta Militar pro-yanqui, y gobierno islamista pro-Saudí, son valedores de los intereses de la clase capitalista y terrateniente egipcia, y de las multinacionales europeas y yanquis. Su apoyo a los cambios, fue sólo formal, en la medida en que las protestas limitaban sus consignas a la caída de la cabeza visible del régimen. Han comenzado a mostrar hostilidad y apostar, una vez más, por la vía de la represión policial como única respuesta en cuanto las consignas del movimiento de masas han comenzado a rebasar los límites legales y constitucionales del sistema “representativo” establecido, ahondando en el contenido social.
El cambio de régimen, tiene que seguir; tienen que cambiarse las reglas de juego, creándose organizaciones que den participación a las masas, en sustitución del demagógico parlamento, monopolizado en su inmensa mayoría por políticos de fuerzas pro-capitalistas y oligárquicas. La vieja economía capitalista, incapaz de velar más que por los intereses de un puñado parasitario de ricachos, debe ser sustituida por nuevas formas de economía social y redistributiva, basada en la expropiación y nacionalización de la banca y grandes monopolios de multinacionales, la reforma agraria, el control obrero de la producción, el control y democratización de los medios de prensa por el pueblo, y la redistribución de la riqueza mediante subida drástica de salarios, el fin del desempleo: la reinversión masiva pública en servicios sociales y tejido público productivo, con un reparto, a su vez, del trabajo, rebajando la jornada laboral para crear nuevos puestos de empleo. Finalmente, el nuevo régimen económico, debe basarse en la planificación democrática de la economía.
Un cambio así, tan sólo será posible si la mayor parte de las bases de soldados rasos del ejército se posicionan a favor de dicha revolución, apoyando el nuevo régimen, y contradiciendo las consignas de la vieja oficialidad reaccionaria y golpista. Una rebelión de los propios soldados del ejército contra la oficialidad reaccionaria, en apoyo de una insurrección espontánea, u organizada, del pueblo, sería un paso decisivo para preparar un cambio de sistema de gobierno victorioso, que es a su vez el primer paso para llevar a cabo un cambio de sistema económico.
Algo está cambiando también en el estado de conciencia de las bases y determinados mandos medios progresistas del ejército, un buen síntoma de ello es el mensaje recientemente publicado por el coronel Amadeo Martínez Inglés en los diarios digitales Insurgente y Canarias-Semanal.com, “Un coronel del ejército español se pregunta a qué esperamos los españoles para sublevarnos” (Canarias-Semanal.com, de Insurgente, Martes, 13 de Marzo de 2012 [http://canarias-semanal.com/not/1643/un_coronel_del_ejercito_espanol_se_pregunta_a_que_esperamos_los__espanoles_para_sublevarnos/ ]). Este hecho, no debe ser interpretado como algo aislado, y anecdótico. A menudo ocurre que lo que se expresa en cuerpos medios o incluso de la oficialidad del ejército en lo que concierne a cambios drásticos en el nivel de toma de conciencia, con manifestaciones de este tipo, es sólo un limitado reflejo de un proceso de radicalización y proliferación de la conciencia política creciente que comienza a manifestarse a nivel de las bases de soldados rasos a las que el oficial de turno representa. Existen ya, por otra parte, precedentes de esto en la famosa declaración de la Asociación de Sargentos del Ejército Portugués, manifestándose contra los recortes sociales, en un tono de denuncia a los organismos gubernamentales y amenazando con apoyar a la población en caso de producirse un estallido social, en lugar de permitir que se les movilizase para reprimir la protesta del pueblo. Un ejemplo todavía más candente es el de las bases progresistas del Ejército de Venezuela, que no sólo dieron origen al movimiento bolivariano, encarnado en la figura de Chávez, sino que se movilizaron junto con amplias capas de la población pobre de Caracas para defender al gobierno legítimamente electo frente al intento de golpe organizado por los reaccionarios en 2002.
Puede que una revolución social y política no esté tan lejos como esperamos. Pero para que surta efecto, las organizaciones de vanguardia (revolucionarias) deberán plantearse de lleno la cuestión del trabajo político dentro de las filas del ejército, en situaciones de total clandestinidad e ilegalidad ya que, como sabemos, difundir propaganda política en el ejército, y más aún si es revolucionaria y cuestiona el orden capitalista establecido, es delito. La tarea histórica que se nos impone, como podemos apreciar, es grandiosa. No es para tomársela a broma, desde luego. O pasamos a la acción y empezamos a actuar, o sucumbimos.