El Cincel •  13/03/2015

La mentira como elemento de cohesión social

La mentira como elemento de cohesión social

Jesús Portillo | “Engullimos de un sorbo la mentira que nos adula y bebemos gota a gota la verdad que nos amarga” (Denis Diderot). ¿Cómo explicamos a un niño, al que intentamos educar en la honradez y en la sinceridad prudente, que la mentira es el pegamento de cohesión social en muchas ocasiones? La mentira forma parte indesligable del tejido social de un grupo, a veces de forma tan íntima, que desaconsejamos actuar honradamente para no perder privilegios, erosionar relaciones humanas o no ser sancionado. ¿Qué sentido tiene inculcar en los hogares y en las aulas una ética basada en la transparencia, en la verdad y en la honradez, si a efectos prácticos no resulta rentable? El problema de base de la corrupción en un país parte de la percepción que tienen los niños de la mentira, de su rentabilidad y de la tolerancia que los demás tienen a su uso. Descendamos primero al mundo infantil y al maniqueísmo propio de esta etapa. ¿Qué ocurre si miento? Si al mentir obtengo recompensas, mejora el trato que recibo de los demás, me ahorro problemas, no soy castigado o me esfuerzo menos: ¿cuál es el problema? Extrapolando la situación a un escenario adulto, parece más que razonable que la granujería sea el estilo de vida de personajes de éxito (social, laboral, político, etc.).

La largura de las patas de las mentiras depende del crédito que se le quiera dar a una información y depende, especialmente, de los intereses que estén en juego si esta es desvelada. La más que comentada tipología de mentiras (piadosa o caritativa, de compromiso social, razonamiento falaz con fines argumentativos, etc.) constituye un conjunto de ganzúas para abrir cerraduras sociales. Sirven para aliviar tensiones, enfatizar argumentos, disminuir la distancia entre el “yo real” y el “yo deseado”, crear escenarios emocionales alternativos cuando la realidad no es suficiente y sobre todo, para divertirse de forma perversa. El escritor francés Anatole François Thibault decía que “sin mentiras la humanidad moriría de desesperación y aburrimiento”. Las mentiras amasan fortunas, siendo mayores los beneficios que las multas o las indemnizaciones que deben pagar sus autores cuando son descubiertos. Las mentiras aumentan los índices de audiencia, desacreditan a partidos políticos, forjan alianzas duraderas sostenidas en la complicidad de un delito e incluso constituyen una herramienta de conquista muy eficaz. ¿Qué nos impide entonces, a algunos, vivir en la mentira? ¿Qué valor real tiene la veracidad de palabra o de actos?

Falso códice 1 - Vicente Rojo

Habitualmente los honrados tienen la sensación de que decir la verdad no está de moda; sin embargo, nunco lo estuvo. El estudio de las falacias se remonta al siglo IV a.c., con Aristóteles, siendo mucho más antiguas debido a su uso oral no documentado. El engaño forma parte del comercio, de las zalamerías de los mercaderes y del engorde de las virtudes del género que vende. La mentira, dispensada en pequeñas dosis, es el ingrediente principal de la cortesía y el protocolo en muchas ocasiones. Es inseparable de las comparaciones de competencia que tienen como propósito desfavorecer al rival, exagerando las bondades propias o los defectos ajenos. A pesar de todo, las mentiras tienen una vertiente solidaria y reconfortante, destinada a animar el ánimo en momentos de tristeza, enfermedad o decepción. Expresiones como “él / ella se lo pierde”, cuando alguien ha sido abandonado en una relación; “seguro que no es para tanto”, para atenuar el impacto negativo de una situación violenta; “no hay mal que por bien no venga”, utilizado para debilitar el pesimismo resultante de una pérdida, etc; son usadas constantemente como analgésicos para seguir adelante, formando parte de la cultura de la resignación.

Las mentiras se disfrazan de juramentos, de argumentaciones excesivas e increíble altruismo. El mentiroso tiene la necesidad de compensar la falsedad de sus palabras con cantidad y tiempo de justificación. Una buena mentira, concisa y probable, es como un cohete; tiene mucha fuerza de ignición, puede alcanzar una larga distancia, pero es incapaz de regresar y mucho menos evitar finalmente la explosión. Sin embargo, para mucha gente la mentira es imprescindible, ya que fundamenta la esperanza de cambio, calma la ansiedad ante la derrota (aun reconociendo el embuste piadoso) y la consideran necesaria para empatizar con el grupo. La candidez de una mentira puede ser incluso más bella que la verdad, puede generar impulsos lo suficientemente potentes como para reiniciar la vida de una persona, aunque la deseche posteriormente. Mariano José de Larra decía que “el corazón del hombre necesita creer algo, y cree mentiras cuando no encuentra verdades que creer”. Pese a todo y aunque usemos la mentira como prótesis emocional, no debemos dejar nunca de asumir la verdad como referente, por poco que nos guste; de lo contrario, sustituiríamos paulatinamente la realidad por un artificio acomodado a nuestra voluntad. Un idealismo absoluto, que una vez descubierto, nos tumbaría en la lona de la desesperación, siendo entonces incapaces de afrontarlo todo de golpe.

http://blogs.tercerainformacion.es/cincel/2015/03/13/la-mentira-como-elemento-de-cohesion-social/


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Jesús Portillo Fernández

§ Doctor en Filología e investigador del Área de Lingüística en la Facultad de Filología en la Universidad de Sevilla.

§ Miembro del Grupo de Investigación de Lógica, Lenguaje e Información de la Universidad de Sevilla (GILLIUS | HUM-609).

§ Colaborador internacional en Centro de Filosofia das Ciências da Universidade da Lisboa.

§ Colaborador en Centro Cervantes - Refranero multilingüe (CVC).

§ Columnista en prensa digital sobre problemas humanos y concienciación social.

 

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