Tiempos Modernos •  05/12/2014

La calle se mueve

La calle se mueve

La vecina del tercero colgó una sábana verde en el balcón. En letras blancas y ya un poco desdibujadas se puede leer un ‘Si se puede’. Intuyo que debe haber pasado por la lavadora. Dos pisos más abajo, en el mismo bloque, ondean dos banderas, estas iguales. Son las esteladas que han salido como setas por toda la ciudad. Y con asombro para mis ojos, los del quinto tienen atada entre las macetas una camiseta amarilla en la que se emite un SOS en defensa de la educación pública.

 

Entro en un bar y me pido un café con leche. Me siento en una mesa a esperar a mi hermano, todavía tardará unos minutos. En la radio, que la tienen más que para escucharla para hacer ruido, entrevistan a una enfermera que participa en la Marea Blanca de Madrid, se movilizan para evitar la privatización de los servicios públicos. Se muestra indignada con la gestión de su gobierno autónomico y según sus palabras, de la manera con que se están aprovechando de la crisis para desmontar y regalar el sistema público a sus amigos. Piensan plantar batalla. La Marea actúa en las calles, en los centros médicos y hasta en los juzgados.

 

Por fin llega mi hermano, se dirige a la barra y pide, se acerca a mi, nos saludamos y me cuenta que en la fachada de la escuela donde estudiamos han colgado una gran pancarta en la que se clama contra los recortes en educación. Desde la calle ha visto algunas profesoras que vestían por encima de sus batas la camiseta amarilla con la que visualizan su protesta. En las paredes del instituto del barrio, donde también estudiamos los dos, unas pintadas llaman a la huelga para terminar con las políticas de austeridad. El presupuesto total de la Generalitat de Cataluña ha pasado de 5.169 millones de euros en 2010 a 4.539 millones en 2012, y los salarios del profesorado se han visto rebajados a niveles inferiores a los que había en el año 2006.

 

Seguimos charlando sin más hasta que tocamos el tema de Montse, una amiga con dos hijos que se quedó sin trabajo y al no poder pagar la hipoteca el banco le quitó la casa. Ha tenido que ir a vivir con sus padres. Ahora no falta nunca a ninguna reunión o movilización de la PAH. No pudo detener su deshaucio, pero junto a sus compañeros ya han parado varios en Badalona y en todo el área metropolitana. Me dijo que van a seguir ocupando sucursales bancarias y bloques vacíos hasta que el cuerpo aguante o hasta que se cambie la inhumana ley hipotecaria existente por otra que solucione los problemas que causa la actual. En el periódico leemos que en 2012 se han producido 30.034 deshaucios. Se nos ha encogido el estómago, desde el inicio de la crisis se han producido unos 400.000.

 

El teléfono suena, es mi madre. Le contamos dónde estamos y qué hacemos. Nos dice que en la concentración del día Internacional Contra la Violencia de Género se encontró con una vieja amiga iaioflauta, ésta le explicó que por la mañana había estado en una acción en los Juzgados Sociales para entregar una demanda contra la Seguridad Social por el recorte en las pensiones. Este grupo de activistas de la tercera edad tienen una legión de fans en las redes sociales, caen bien. Estos hijos del 15M, como ellos mismo se proclaman, apoyan distintas protestas para señalar los culpables de la actual crisis que padecemos. Son molestos a las autoridades y sus concentraciones cuestan de disolver, en este caso la edad de los “alborotadores” suele impedir a los cuerpos de seguridad del estado actuar con contundencia.

Los movimientos sociales tienen mucho camino por delante. No desaparecerán, se adaptaran a las necesidades de la ciudadanía y quieran o no los gobernantes, pasarán a formar parte de la estructura democrática. En las horas bajas de esta democracia parlamentaria donde vivimos estos movimientos alzan la voz para dar visibilidad a las demandas ciudadanas que colisionan contra los muros de las administraciones. Esta negativa de momento ha inyectado fuerza a estos grupos, y lejos de claudicar siguen dando batalla en los distintos campos, en educación, vivienda, sanidad, pensiones… están bien organizados porque están aprendiendo a pasos de gigante a lidiar con la carencia democrática que la crisis económica ha destapado en nuestro país.

 

A pesar de haberlos intentado desacreditar desde el poder, los miembros de estas organizaciones son parientes, vecinos o amigos, que han aprendido algo de leyes o economía y entienden que sí hay solución a sus dolencias. Eso les garantiza un largo futuro, no en clave particular de cada movimiento, sino como movimientos. Algunos morirán, quizás porque finalmente sus demandas serán satisfechas, o quizás porque el problema que padecen se resolverá, pero con la aparición de nuevas problemáticas sociales nacerán nuevos movimientos. Ya lo son, y seguirán siendo el reflejo de una sociedad viva y cambiante, a la cual surgen nuevas necesidades y retos, y la unión ciudadana es la forma más básica y natural de reivindicar una solución concreta.

 

La realidad, además, es que la mayoría de movimientos ciudadanos no quieren el poder, quieren que el poder les escuche, y le recuerdan su obligación, gobernar para el pueblo. Si los que gobiernan y el sistema de partidos que reina en nuestro país no cambian el rumbo y entienden que hay que rendir cuentas con la ciudadanía, algo que parece estar a leguas de suceder, los movimientos seguirán existiendo sin ninguna duda, en las calles, en las redes sociales y allá donde haga falta, y convencidos de que ninguna ley les podrá acallar.

 

 

Nota:

Con este artículo quedé finalista en la 38 edición del Premio Enrique Ferrán, aunque fue escrito a cuatro manos y dos prefirieron permanecer en la sombra


Tiempos Modernos / 

Andreu Llabina.

@andrullabi

Barcelonés del 86.

Historiador.

Miembro de Observatori Internacional de Conflictes Estela Barcelona.

He colaborado en Tercera Información Catalunya.

Colaborador habitual en la revista de pensamiento y cultura El Ciervo.