Antonio Burgos, el imbécil.
Como humano que soy, suelo tropezar a veces con la misma piedra y esta mañana he leído la columna de Antonio Burgos sin querer. Supongo que andaba algo adormilado y quise espabilarme así, ya que como todo el mundo sabe, no hay mejor despertador que el que te toquen un poco los cojones de buena mañana. El repulsivo articulillo de ese día versaba sobre el aborto, y el señor Burgos hizo honor a su fama, vomitando toda su sucia verborrea contra aquellas personas que están a favor de que “las niñatas se quiten la barriga”.
Nada de lo que extrañarse. Todo el mundo conoce a Antonio Burgos, pero no como a él le gustaría, por su talento en la escritura, ni tampoco por su amor a la Sevilla rancia, ni muchísimo menos por ser un gran periodista, a pesar de que los suyos le hayan dado algún que otro premio por guardar las formas. Toda Sevilla, y gran parte de España, le conoce sencillamente por su rasgo más sobresaliente y reconocible: ser un perfecto imbécil.
No es cosa nuestra lo de llamarle así, ya que Burgos ganó hace unos años el II Certamen Nacional “Imbécil con columna”, el cual le fue concedido muy merecidamente, después de años de esfuerzo y dedicación a la mentira, la difamación, el insulto gratuito y la expansión de la idea del “sevillanito universal”.
Antonio Burgos empezó a escribir en 1966 (porque algún otro imbécil le dijo que se le daba bien) y desde entonces, su pluma no ha parado de escupir sandeces. En toda su carrera le ha dado tiempo de atentar contra el honor de menores (descalificó a las hijas de ZP de una manera mezquina sólo propia de gentuza como él); de justificar el fascismo (llamando honrado marino a un presidente de gobierno franquista); de insultar a los votantes de Izquierda Unida, a los homosexuales, a los gitanos… siempre siguiendo una línea marcada por la injuria y la mentira que nos sobrecoge cada mañana en su columna, una columna que sólo podía tener cabida en esa caricatura de prensa sensacionalista y facha que se hace llamar ABC.
Al terminar de leer el artículo tiré el periódico, entre triste y enfadado, por comprobar una vez más que fuesen los imbéciles los que, desde hace siglos, conservasen la patente de la más pura sevillanía. En ese momento me acordé de los Burgos del pasado, de los de su clase pequeñoburguesa en la Sevilla de principios de siglo XX, esas clases que como dijo Carlos Arenas eran rentistas o aspirantes a serlo, y que obligaban a vivir a los trabajadores sevillanos hacinados en casas de vecinos, condenados a sufrir enfermedades mortales por culpa de su mezquindad. En fin, algo hemos avanzado, prefiero a los imbéciles escribiendo imbecilidades antes que arrendando viviendas a los pobres.